– ¿Lo ves? -dijo Alex-. A eso me refería. ¿Por qué no dices cosas así más a menudo?

Costaba concentrarse cuando James me lamía la nuca y Alex me estaba separando las piernas con el muslo.

– ¿Qué? ¿Que te voy a dar un puñetazo?

– Si es lo que te apetece pues sí. De verdad, a mí me dan ganas a veces de darle uno bueno a nuestro querido Jamie, sobre todo cuando se tira pedos debajo de las mantas y finge que no ha sido él.

– Eh -se quejó James-. Que te den por culo, cabrón. Vete a dormir a tu propia cama.

Alex se pegó aún más a mí y me mordisqueó la mandíbula.

– Es que en mi cama no está Anne.

Entre los dos se me olvidó el enfado por lo de la consola, pero no estaba dispuesta a dejar el asunto tan pronto.

– Estoy harta de los dos.

Alex se apartó un poco y me miró.

– ¿Lo ves? ¿No te sientes mejor? Dilo otra vez.

James resopló a mi espalda. Alex alargó una mano y le dio un golpecito.

– Cállate -me miró de nuevo-. Venga. Dilo otra vez.

– Estoy harta de los dos -esperé un segundo. Ninguno parecía muy preocupado. Lo intenté de nuevo-. Y si vuelvo a entrar en el cuarto de baño a hacer pis en mitad de la noche y me encuentro la tapa levantada os juro que gritaré.

La boca de Alex dibujó una sonrisa traviesa.

– ¿Lo ves? ¿No te sientes mejor?

Me sentía mejor. James me rodeó con sus brazos y apoyó la barbilla en mi hombro. Yo me recliné sobre él y dejé que aguantara mi peso.

– ¿De verdad estás harta de nosotros? -me preguntó.

– No me extraña, tío, no me extraña -dijo Alex. No parecía molesto, sólo resignado-. Los hombres somos unos cerdos.

Al final terminé riéndome.

– No sois tan malos.

James tiró de mí hasta que me di la vuelta hacia él.

– ¿Quieres salir a cenar y al cine? Te llevaremos a cenar y al cine. ¡Jeeves! ¡A la limusina!

– Esperad, esperad, no estoy lista… -protesté entre risas mientras James me hacía cosquillas.

– ¿Qué quieres decir con eso? A mí me pareces que estás perfecta -dijo James, mirándome de arriba abajo.

– Qué burro eres -dijo Alex-. ¿Es que no sabes nada de las mujeres?

– ¿Desde cuándo eres tú un experto?

Yo levanté las manos y posé una en el pecho de cada uno, apartándolos de mí.

– Caballeros. Ya basta. Necesito entrar diez minutos en el cuarto de baño. A solas -dije esto especialmente para Alex, que no tenía la misma idea de intimidad de cuarto de baño que yo-. Y espero que me llevéis a un buen restaurante, no a tomar una hamburguesa.

– Lo que desee la señora -dijo Alex dándome un beso en el dorso de la mano, un gesto tonto que consiguió que el corazón me diera un vuelco.

Más tarde, después de una cena exquisita y una buena película, entramos en casa dando tumbos por el pasillo, tocándonos, besándonos, tirando la ropa por cualquier parte. Dos hombres se esforzaban por complacerme, una y otra vez, y sus esfuerzos eran recompensados. Estaba tendida en la cama entre ambos cuando se inició el coro de ronquidos, mirando al techo y preguntándome cómo podía ser que Alex, que no me conocía, me conociera tan bien, y James, que debería conocerme mejor que nadie en el mundo, no me conociera.

Capítulo 13

No debería haber respondido al teléfono, pero cuando sonó, extendí la mano de forma automática y me lo llevé al oído sin abrir los ojos.

– Diga.

– Anne. Soy tu suegra.

Como si no fuera a reconocerla por la voz o no supiera quién era si se presentaba por su nombre de pila…

– Hola, Evelyn.

– ¿Estabas durmiendo todavía? -dijo con un tono que insinuaba que estar en la cama a esa hora era de vagos inútiles.

Abrí un ojo para comprobar la hora.

– Son sólo las ocho de la mañana.

– Oh. Pensé que ya estarías levantada. ¿No madruga James para ir al trabajo?

– Se va hacia las seis y media, sí -contesté yo, tapándome la boca con la palma para ahogar un bostezo al tiempo que me frotaba los ojos, pero tenía los párpados pegados-. ¿Querías algo?

Esperaba que tuviera algún motivo para llamar a aquellas horas. No estaba de humor para charla, no lo estaba nunca en realidad. Pero ese día en particular no me encontraba bien y estaba de mal humor, me sentía hinchada y el vientre amenazaba con empezar a doler.

– Sí. Las chicas y yo vamos a salir de compras y habíamos pensado que te querrías venir. Pasaremos a recogerte a las nueve y media.

Mierda, mierda y mierda.

Me senté en la cama de golpe.

– ¿Adónde vas a ir de compras?

Me recitó una lista de tiendas, el centro comercial y un salón de manicura que yo no frecuentaba.

– Nueve y media. Te da tiempo, ¿no?

– Evelyn, lo cierto es que… -me giré para mirar a Alex, el rostro enterrado en la almohada de James. Su cuerpo despedía calor, cómodo en el aire fresco de primera hora de la mañana. Pasé la mano por la sedosa piel de su espalda desnuda-. Hoy tengo cosas que hacer.

Silencio sepulcral al otro lado de la línea, que me permitió contar hasta cinco.

– No me digas.

– Sí, lo siento, pero hoy tengo otros planes…

– Oh -dijo con una variación en el tono de voz, que seguía siendo educada como siempre pero se percibía la tensión bajo la superficie. El labio levantado ligeramente, los orificios nasales distendidos como si hubiera captado algo en mal estado. Siempre me preguntaba si, en su mente, en realidad estaba sonriendo, pero las señales que mandaba el cerebro y los gestos que al final mostraba su rostro se confundían por el camino.

– Bueno, si no quieres salir con nosotras… -dejó la frase a medias, esperando claramente a que yo se lo negara.

Y, por supuesto, eso hice, porque era lo que se esperaba de mí. Sentí acidez de estómago y fruncí la boca, pero se lo negué.

– Por supuesto que quiero salir con vosotras. Es que hoy había hecho otros planes.

– Está bien. Otro día entonces.

Conocer a la reina podría considerarse más importante que ir de compras con Evelyn y sus hijas; que te hubieran dado el premio Nobel de la Paz, puede que tuviera prioridad; que te secuestraran unos alienígenas podría estar justificado. Cualquier otra cosa, no. No para la madre de James.

Suspiré. Alex rodó hasta ponerse de espaldas, un brazo debajo de la cabeza mientras se frotaba suavemente el esternón con la otra mano. Arriba y abajo. Un movimiento hipnotizador. Sus dedos fueron descendiendo, y yo los seguí con la mirada. Cuando levanté la vista y lo miré a los ojos, estaba sonriendo.

– ¿Me das hasta las diez?

– No quiero que cambies tus planes.

– Seguro que puedo cambiarlos, pero no estaré a las nueve y media. Si queréis ir a Sinaí…

– No hay problema. Te esperaremos.

Estupendo. Ahora estaría en deuda con ellas todo el día porque tendrían que esperarme.

– No quiero que os retraséis por mí, Evelyn.

– No te preocupes.

«Porque te lo tendré en cuenta mientras viva».

Suspiré de nuevo. Alex sonreía con aire de suficiencia moviendo la mano como si fuera la boca de una marioneta, haciéndome burla. Miré para otro lado para no reírme, pero él se me echó encima. Empezó a chuparme el cuello y a tocarme los senos desde detrás de mí, pellizcándome los pezones hasta que se pusieron duros. Solté un gritito.

– ¿Anne?

– Estaré lista a las… -su mano había reptado por debajo del camisón y estaba ya entre mis piernas, donde no llevaba nada de ropa- diez…

– Dile que a las diez y media -dijo él riéndose por lo bajo con picardía, acariciándome entre los rizos del pubis.

– ¿Hay alguien ahí contigo? -preguntó la señora Kinney-. Creía que me habías dicho que James se había ido a trabajar.

– Y así es -dije yo, tratando de zafarme de Alex, pero era mucho más fuerte que yo y no me lo permitió-. Alex acaba de asomar la cabeza por la puerta para decirme algo.

– Oh, ¿todavía está con vosotros?

Sabía perfectamente que sí, hablaba con James por lo menos una vez al día.

– Sí.

Alex me estrechó contra su erección, acariciándome al mismo tiempo con los dedos, muy despacio, en movimientos circulares. Ya estaba húmeda. Mi cuerpo ansiaba sus caricias.

– Nos vemos a las diez entonces -dijo y colgó. Yo también colgué y me derrumbé sobre Alex con un gemido.

– Eres malvado.

– Ya te lo dije. Soy un canalla -me besó el lóbulo de la oreja. Su aliento caliente me hizo estremecer. La mano que tenía sobre el pecho me acarició el pezón, mientras la que estaba entre mis piernas continuaba con sus movimientos circulares-. Buenos días, mi reina.

Me giré para sentarme a horcajadas encima de él, separados por mi camisón. Le rodeé el cuello con los brazos mientras él bajaba las manos y me acercaba más sujetándome por las nalgas.

– Buenos días.

– Será mejor que vayas a arreglarte. Llegará dentro de un rato.

– Lo sé.

Ninguno de los dos se movió. El ritmo de nuestra respiración cambió, él tomaba aire mientras yo lo soltaba. Mi clítoris palpitaba, y me froté suavemente contra su pene duro y caliente. Alex inclinó la cabeza para trazar el perfil de mi clavícula con pequeños y suaves lametones.

Yo introduje los dedos en su pelo, dejando que los mechones me acariciaran el dorso de la mano.

– ¿Te has levantado antes?

Él asintió, mascullando contra mi piel:

– He desayunado con Jamie y después me he vuelto a acostar.

Yo ni siquiera me había despertado cuando James se había levantado.

– Eres mejor esposa que yo.

Él levantó la vista al oírlo. Tenía los labios húmedos y sus ojos grises resplandecían. Se humedeció más los labios. Sus manos se tensaron sobre mis nalgas, tirando de mí con más fuerza.

– No sabía que fuera una competición.

Yo no lo había dicho en ese sentido, pero cuando Alex hizo el comentario, no había forma de negarlo.

– ¿Lo es?

– Dímelo tú -contestó el, frunciendo los labios con picardía.

Me soltó el trasero para agarrar mi camisón a la altura del vientre y lo levantó. Sin obstáculos ya entre nosotros, piel contra piel, su pene quedó atrapado entre su estómago y mi sexo. Me quede inmóvil un momento. La sensación era de lo más agradable. Su cuerpo despedía calor, el mío, humedad. Bastaría con un breve gesto, con arquear la espalda y elevar la cadera ligeramente, y estaría en mi interior, si él quería. Si yo quería.

No nos movimos.

Continuó levantando el camisón hasta que me lo sacó por la cabeza. Mis pezones rozaron su pecho. Alex me rodeó con los brazos de nuevo, mientras yo colocaba las piernas alrededor de su cintura.

Puede que el aire de la mañana fuera fresco, pero yo estaba muerta de calor. Posé las manos en su cara y se la levanté. Lo miré a los ojos con su rostro entre mis manos. Alcancé su suave boca con los pulgares y tracé el perfil de su labio superior. Él volvió la cabeza un poco y me besó la palma.

Cuando giró de nuevo la cabeza y me miró, me perdí en sus ojos. Profundos y oscuros, no como el color azul claro de los de James.

– ¿Lo quieres?

– Todo el mundo quiere a Jamie.

– ¿Entonces porque estamos haciendo esto? -susurré contra su boca entreabierta. Inspiré y me tragué su aliento, la única forma de tenerlo dentro de mí que nos estaba permitida.

Gemí cuando me puso la mano en la nuca y tiró de mí para que lo besara; cuando me besó tan bruscamente que nuestros dientes chocaron; cuando nos hizo girar hasta colocarme encima de las sábanas revueltas y sobre él. Su pene erecto me acarició la cara interna del muslo, atormentándome.

– Porque no lo podemos evitar.

La respuesta perfecta, aunque no la que yo quería oír. No me dio tiempo a responder porque empezó a besarme de nuevo. Se restregó contra mí. La fricción fue aumentando. Mi mano buscó su pene, formando un tubo en el que pudiera deslizarse. Nuestras bocas se enzarzaron con violencia. Me mordió la suave piel del hombro y yo grité. Estábamos cubiertos de sudor, lo que hacía que nuestra piel resbalara, que fuera más fácil frotarnos.

Alex había dicho que se podían hacer muchas cosas aparte de follar, y tenía razón. Nosotros hacíamos de todo. Con las manos, la boca, piel contra piel, mi cuerpo componiendo lugares en los que pudiera entrar. Me junté los pechos para que pudiera deslizar el pene erecto entre ellos, utilizando mi boca al mismo tiempo. Nos tumbamos cabeza contra pies, nos chupamos y nos acariciamos. Se puso detrás de mí, empujando contra la zona baja de mi espinal dorsal mientras me llevaba al borde del clímax acariciándome con la mano desde atrás.

Formamos revoltijo de extremidades que se retorcía y contorsionaba, pero terminamos cara a cara, con las bocas abiertas, demasiado concentrados en lo que ocurría entre nuestras piernas para besarnos siquiera. Se introdujo en el hueco que había entre mi mano y mi cadera, al tiempo que me metía dos dedos en la vagina y me acariciaba el clítoris con el pulgar.