Tomé aire profundamente un par de veces y esperé a que me asaltara la culpa. No ocurrió. Seguía sintiéndome bien. Había estallado sin motivo, hasta yo lo sabía. Ni siquiera estaba enfadada por lo de la colada. No estaba enfadada, pero, de alguna forma, el hecho en sí hacía que me sintiera bien por haber gritado.

La había cagado y lo sabía, pero sonreí mientras recogía los gatitos y los tiraba a la basura. Eso me sentó todavía mejor.

– Que os jodan, gatitos en la bañera -susurré.

Fui calmándome a medida que se iba llenando la bañera. ¿De verdad les había dicho que se aliviaran mutuamente? ¿Lo harían?

Hasta el momento, por mucho que se enredara nuestro acuerdo de cama, Alex y James no habían tenido sexo. Yo había hecho todo lo que una mujer puede hacer con cada uno de ellos, por separado y al mismo tiempo. Ellos habían estado al lado o frente al otro. Incluso espalda contra espalda. Pero no se habían besado ni tocado.

Tal vez fuera ésa otra de las normas que no se habían molestado en comentarme.

Vacié la bañera y me puse el albornoz. Cuando abrí la puerta del cuarto de baño, me encontré nuevamente con las miradas de sorpresa de los dos. Alex y James estaban despatarrados sobre mi cama, vestidos únicamente con calzoncillos. Estaban viendo los deportes en la televisión con una cerveza en cada mesilla. Parecían una pareja que llevara años casada, cómodos hasta el punto de que podían eructar o hurgarse en la nariz en presencia del otro.

– ¿Por qué no os tocáis nunca? -quise saber.

Los dos me miraron sin saber que decir. James fue el primero en responder, probablemente porque Alex tenía la boca cerrada, de forma muy sensata por su parte.

– ¿Qué?

Me acerqué a la cama, alargué el brazo hacia el mando a distancia y apagué la televisión.

– Vosotros. ¿Cómo es que nunca os tocáis cuando follamos?

Nunca había visto a James sonrojarse. Puede que fuera como una mariposa, revoloteando de un lado a otro o dando vueltas en el sitio, pero nunca cambiaba el gesto por nada. Y en aquel momento vi como se le enrojecía el pecho y el rubor ascendía como una columna por su garganta hasta las mejillas.

Alex no parecía preocupado. Se puso una mano detrás de la cabeza, lo que hacía resaltar su torso esbelto, y me sostuvo la mirada sin vacilar. Sonreía de forma enigmática, como la Mona Lisa, pero con más picardía en el fondo.

James lanzó una rápida mirada en dirección a Alex. La forma en que se apartó de él fue sutil, pero hablaba por sí misma. Alex tuvo que darse cuenta, igual que yo, pero no apartó la mirada de mí.

– ¿Y bien? -dije yo, levantando la barbilla hacia ellos.

– No soy gay -dijo James, tras lo cual miró a su amigo y se apresuró a añadir-: Aunque no hay nada malo en serlo.

Alex no pareció ofenderse.

– No es gay, Anne.

La respuesta me dejó un poco desanimada. No sabría decir con seguridad que era lo que había esperado o deseado oír. Lo que quería saber. James tenía la suficiente seguridad en sí mismo como para que ni siquiera se le pasase por la cabeza, pero, tal vez, yo sí necesitara oírlo para tener la seguridad de que me quería más a mí.

– Y yo no había practicado nunca el poliamor y ahora follo con dos hombres.

– ¿Poli-qué? -dijo James aún sonrojado.

– Poliamor. Significa que tienes más de una relación íntima y amorosa, no sólo sexualmente -explicó Alex como si estuviera hablando del tiempo que hacía.

James frunció el ceño. Nos miró a Alex y a mí alternativamente.

– Pero este no es el caso.

Yo me crucé de brazos con dificultad debido al grosor del albornoz.

– ¿Ah no?

James sacudió la cabeza.

– Lo nuestro es…

Alex y yo lo miramos, expectantes. James nos dirigió una sonrisita confiada.

– Es sólo diversión. Una aventura de verano -de pronto volvió a fruncir el ceño-. ¿No es así?

Alex y yo no nos miramos.

– Sí, tío -dijo él.

Yo no dije nada.

– ¿Anne?

Me mordí la mejilla por dentro hasta que me hice sangre.

– Sí, claro.

James se levantó y rodeó la cama para tomarme en sus brazos.

– ¿Que te pasa, nena? Pensé que te gustaba.

Yo sacudí la cabeza.

– Nada, no me pasa nada.

James me besó, pero yo no le devolví el beso.

– Venga, cuéntamelo. ¿Por qué estás de mal humor? ¿Quieres que dejemos de ver la televisión aquí para que te puedas acostar?

Un mes antes no se habría mostrado tan intuitivo. Había que agradecérselo a Alex. Y el hecho en sí me molestó más que si no hubiera sido consciente de ello como antes.

– No -le espeté.

– ¿Entonces qué te pasa?

Trataba de apaciguarme, sin éxito.

– ¡Nada! -grité, rígida y sin ninguna gana de ablandarme entre sus brazos-. Entonces… ¡nada!

Alex se levantó y se dirigió hacia la puerta. Me di la vuelta entonces y le dije:

– ¿Adónde te crees que vas?

Él se encogió de hombros.

– A daros un poco de intimidad.

Yo me eché a reír con tono de mofa.

– ¿Intimidad? Te viene bien estar cerca para que me meta tu polla en la boca, pero cuando estoy de mal humor sales por la puerta. Es eso, ¿no?

– Por todos los santos, Anne -dijo James, atónito ante mi vehemencia-. ¿Qué te pasa?

– Voy a ir a darme una vuelta. Os dejaré a solas un rato -dijo Alex dirigiéndose a la puerta.

Yo sabía que era absurdo, que me estaba exaltando por algo sin importancia. Echarle la culpa a las hormonas no justificaba mi comportamiento. Lo sabía, pero aun así continué.

– ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a ir a algún club nocturno? ¿Ligarte a un tío y hacerle una mamada en el callejón trasero?

– ¡Pero, Anne! ¿Qué demonios te pasa? -James estaba tremendamente disgustado.

Alex me miró con semblante frío y distante. Me estaba despachando, y no me gustaba.

– ¿Acaso es asunto tuyo?

– Pues yo creo que sí lo es cuando después vuelves a mi casa, a mi cama y a mi… ¡a mi marido!

La garganta me dolía de gritar. James retrocedió.

No pareció que a Alex le afectara que le echara en cara todo aquello, ni un parpadeo en sus ojos más castaños que grises en aquel momento.

– Anne, si quieres que me vaya, no tienes más que decírmelo. No hace falta que te comportes como una arpía.

Yo ahogué un grito, estoy segura de que lo hice. Esperé a que James me defendiera. Lo miré. Él tenía la vista fija en el suelo. Miré de nuevo a Alex, cuya habitual sonrisa de suficiencia contenía, además, un atisbo de triunfo, y me dieron ganas de borrársela de la cara de una bofetada.

Sin mediar una palabra más me giré sobre los talones y me encerré en el cuarto de baño. Me quité el albornoz y lo tiré al suelo. Bajé entonces la vista y solté una sarta de imprecaciones al ver el reguero de sangre que me bajaba por la pierna.

– ¡Mierda, joder, me cago en todo!

Si los gatitos no estuvieran ya en la basura, los habría aplastado. En su lugar, me conformé con abrir y cerrar el armario de golpe después de sacar un tampón. Me limpié y me lo puse intentando contener las lágrimas. Me sentía como una estúpida.

Una estúpida celosa y demente.

Me estaba lavando las manos cuando llamaron con los nudillos a la puerta. James entró al cabo de un momento. Me sorbí la nariz y me sequé la cara, esperando un sermón que, desde luego, merecía.

James estaba triste.

– Si quieres que se vaya, Anne…

– No es eso -lo atajé yo, dejando escapar un suspiro tras lo cual me eché agua fría en la cara-. Son un montón de cosas. Es la fiesta de mis padres. Es lo de Patricia.

– ¿Qué le pasa?

No se lo había contado, un fallo que saltaba a la vista y que yo disimulé explicándoselo por encima.

– Así que no sabe qué va a hacer.

– ¿Qué podemos hacer nosotros? -preguntó James con tono de preocupación. En ese momento el amor que sentía por él se precipitó en mi interior con la fuerza de un tsunami-. Sabe que la ayudaremos, ¿verdad?

Le tendí los brazos y él me acogió en ellos, aunque no me lo mereciera.

– Además, tengo la regla. Me duelen los ovarios y la cabeza.

En su rostro se pintó una expresión de «ah, eso lo explica todo», pero fue lo bastante sensato como para mantener la boca cerrada. Me acarició la espalda y apoyé el rostro contra él para no tener que mirarlo a la cara. Me deshizo con su masaje los nudos de tensión que ni siquiera sabía que tenía hasta que empezó a trabajarlos.

– Y también es por tu madre.

– ¿Qué ha hecho ahora? -preguntó mientras presionaba y deslizaba los dedos sobre mis músculos tensos.

– Lo de siempre. Me obliga a ir de compras con ellas y después hace que me sienta de más. Y no deja de darme la tabarra con lo de los niños. ¡Sigue y sigue molestándome!

– No tiene mala intención. No debes dejar que te influya tanto, Anne.

– Sí tiene mala intención -dije yo con súbita agresividad-. Y la próxima vez que me pregunte cuándo vamos a ponernos con los niños le quitaré la pregunta de la boca de un bofetón.

Lo dije con amargura y toda mi mala intención. James se detuvo un segundo y al cabo retomó el masaje. Tenía la cara apretada contra su pecho y los ojos cerrados. Detestaba sentirme como me sentía, pero no fui capaz de contenerme.

– Me gustaría que no te disgustaras tanto por ella. No se lo permitas.

Dejé escapar un suspiro. Nos quedamos en silencio un minuto hasta que, finalmente, James me empujó con suavidad hacia atrás para poder mirarme a los ojos. Me besó con tanta ternura que me entraron ganas de llorar.

– ¿Estás decepcionada?

No tenía ni idea de qué me estaba hablando.

– ¿Por qué?

– Por tener la regla. Por no estar embarazada.

No siempre estábamos en la misma onda, y no habría sido muy realista esperar que así fuera. Aun así, nunca me había sentido tan alejada de él como en aquel momento. Lo único que pude hacer fue sacudir la cabeza. No tenía palabras.

– Puede que nos lleve un tiempo -continuó-. Unos cuantos meses. Hay gente que tiene que intentarlo durante mucho tiempo.

Nos encontrábamos en extremos opuestos de un profundo abismo. Un abismo que yo había causado. No le había dicho que seguía con las inyecciones, claro que tampoco le había mencionado que las estuviera utilizando. Aunque hubiera querido empezar a intentar quedarme embarazada en ese momento, mi cuerpo estaba tan atiborrado de hormonas que las probabilidades de concebir un hijo eran prácticamente nulas. Y eso no era todo. Tampoco le había dicho que no estaba preparada para empezar a intentarlo, cuando él pensaba que sí, claramente.

– James -me detuve, buscando las palabras adecuadas. La sinceridad podía hacer tanto daño como las mentiras. No quería hacerle daño-. Ya te he dicho que no es el mejor momento para intentar tener un hijo. Cuando se termine el verano y Alex se vaya…

Me retiró el pelo de la cara, aparentemente aliviado.

– Eso está mejor. Temía que estuvieras disgustada por ello.

– James, no…

Sacudí la cabeza e intenté que me escuchara, pero sus besos me detuvieron. Podría haberme hecho escuchar, podría haberlo apartado para que me diera oportunidad de contarle lo que ya debería haberle contado. En lugar de eso, dejé que me besara.

Fue un beso largo, lento e intenso, como los de las películas. Fue un beso perfecto en duración, intensidad y emoción, pero al contrario que en las películas, no arregló las cosas.

Capítulo 14

James y yo no nos peleábamos casi nunca, y nuestros enfados no duraban mucho. Él estaba convencido de que no podía equivocarse y yo estaba decidida a evitar los enfrentamientos. Las pocas veces que habíamos discutido se había arreglado todo con un beso y una disculpa.

No sabía cómo arreglarlo con Alex. Los límites de nuestra relación no habían sido marcados. Cambiaban a diario sin que tuviéramos que pactar nada. El deseo y el sexo habían fluido entre nosotros de forma natural. En ningún momento se habló de emociones.

Había demasiadas. No intentaba hacerme la lista cuando le dije que las cosas se habían convertido en algo más de lo que se suponía en un principio. Había anhelado su cuerpo y deseado que me acariciara, pero en algún punto del camino también había empezado a ansiar sus sonrisas y sus carcajadas. Me había acostumbrado a tenerlo junto a mí en la cama, a verlo con la ropa de James, a su olor.

Yo no quería amarlo, pero tampoco quería que él no me amara a mí.

Alex se mostró retraído toda la semana siguiente a la pelea. Seguía teniendo reuniones que lo mantenían fuera de casa durante gran parte del día, sólo que ahora era a diario en vez de esporádicamente. Que yo supiera, estaba recorriéndose Cleveland de cabo a rabo. Volvía a casa con el traje y aspecto cansado, pero apenas hablaba y se metía en su habitación antes de que me diera tiempo a preguntarle qué tal le había ido el día. Dolía.