Me presioné los párpados con los dedos para contener las lágrimas que se empeñaban en brotar de mis ojos.
– Creo que la única razón por la que se acostaron conmigo fue porque no podían acostarse ellos dos solos. Alex sólo me deseaba porque… porque no podía tener a James. En realidad, creo que nunca me ha deseado.
Ya lo había dicho. Aquello era lo peor para mí. Me había rendido y había cedido al deseo por alguien que ni siquiera sentía lo mismo por mí. Me había convertido en un sustituto de algo que los dos deseaban y no podían tener.
James roncaba a mi lado, pero yo no estaba dormida. Llevábamos horas en la cama. Solos. Alex había salido y no había regresado. Y yo aguardaba despierta en la oscuridad, esperando a oír el ruido de las ruedas sobre la grava, de la puerta al abrirse, de pasos conocidos en el pasillo.
Lo oí y percibí su presencia en la entrada de mi habitación. Había entrado con la pretendida quietud de un borracho, es decir, ninguna. Se había golpeado, probablemente el hombro, con el marco de la puerta. Ahora estaba junto a mi lado de la cama, clavándome la mirada aunque yo no podía verlo a él.
Oí la hebilla de su pantalón y el susurro del cuero deslizándose entre las trabillas, seguido del sonido metálico de los dientes de la cremallera al bajar
El olor a whisky flotaba alrededor de su cuello como si fuera una bufanda, alrededor de sus dedos como si fueran unos guantes. Quería bebérmelo. Quería ahogarme en él.
La prenda cayó al suelo. Gruñó suavemente cuando no pudo desabrochar alguno de los botones de la camisa, y al momento los oír rebotar en el suelo. Abrí los ojos de par en par, pero las sombras me impidieron ver nada más su perfil. Quería ver si me estaba mirando.
Fui yo la que tendió las manos primero, que toparon con sus muslos. Mi boca con su pene. Me lo metí dentro hasta donde pude, sin hacer ruido aun cuando sus dedos se tensaron y me tiraron del pelo. Estaba tan excitado, tan duro, que me habría atragantado si no hubiera sujetado la base del pene. Lo sujeté de aquella forma, guiando así sus embestidas.
Yo quería más, pero él me tiró del pelo con fuerza y me detuve. Los dos teníamos la respiración entrecortada. Su erección me rozó la mejilla cuando se acercó más. Me echó la cabeza hacia atrás. Al fin pude verlo a la luz de la ventana. Un atisbo de su suave boca, de su nariz recta, un destello de sus ojos.
– Despiértalo -dijo él, aún entre las sombras con voz grave y ronca por haber fumado demasiado.
– James -susurré, y un poco más fuerte cuando Alex me volvió a tirar del pelo-. James, despierta.
James resopló levemente y rodó hacia mí, pero no se despertó.
– Jamie, despierta -dijo Alex.
Oí el gruñido enfadado de James a mi espalda. Alex me soltó el pelo y posó su mano entonces sobre mi hombro, empujándome sobre las almohadas y él sobre mí. Elevé la boca para que me besara, pero él no lo hizo.
James se apoyó en un codo.
– Eh, tío, ¿dónde coño estabas?
– Había salido un momento -dijo Alex, arrodillándose, con el trasero apoyado sobre los talones entre nosotros dos, al tiempo que se acariciaba lentamente el pene.
– No jodas -dijo James con tono aparentemente molesto, y yo no lo culpaba. Él no había estado esperando, como yo.
– Anne, quiero ver cómo se la chupas a Jamie. Jamie, ven aquí.
James soltó una carcajada, pero se arrodilló también.
– Estás borracho.
Yo no me reí. Me acerqué a James, cuyo pene ya se estaba despertando. Lo acaricié hasta que se puso duro y después me lo metí en la boca igual que había hecho con Alex unos minutos antes.
Gimió cuando empecé a chuparlo. Los envidiaba por lo rápido que se excitaban, lo fácil que les resultaba correrse. James ya estaba embistiendo con las caderas en respuesta al movimiento de mi lengua y mis labios. Le rodeé los testículos con una mano y presioné la zona del perineo, lo que hizo que se lanzara bruscamente hacia delante.
Dejé a James y seguí con el pene de Alex, que esperaba a su lado. Tracé con la boca un mapa de las diferencias que había entre sus cuerpos. Hacia atrás y hacia delante, hasta que me empezó a doler la mandíbula. Entonces me arrodillé y utilicé las manos para masturbarlos a los dos al mismo tiempo.
Habíamos vuelto a formar un triángulo. Tres. Acaricié los penes de ambos mientras me inclinaba a lamer, succionar y mordisquear los pezones de James. Alex posó la mano en mi nuca. Levanté entonces la cara y besé a mi marido, y después a mi amante. Uno y otro. Ellos me besaron a mí. Yo los acaricié. Sus manos hallaron mis senos, mis caderas, mis muslos, mi clítoris. Dos manos me sujetaron por la cintura y dos manos se abrieron camino entre mis piernas.
Estábamos tan apretados que mis manos quedaron atrapadas entre nosotros. Rebosantes. Mis hombres empujaron contra mis puños. Besé a James, su boca húmeda y abierta. Besé a Alex. Primero a uno y luego al otro mientras nos movíamos al ritmo del sonido deslizante de la piel húmeda y el chirrido de los muelles. Uno de los dos abandonó el calor de mi sexo y ascendió con los dedos húmedos por mi cadera para agarrarme por atrás y estrecharme con más fuerza. Mi clítoris palpitaba a cada movimiento, restregándose contra una palma, un nudillo, un pulgar. No importaba lo que fuera. Estaba a punto de correrme.
Me puse tensa. Retrocedí y arqueé la espalda al tiempo que elevaba las caderas. Nuestro triángulo se agrandó. Hice una pausa en mis besos a uno y otro cuando me sobrevino el orgasmo. James soltó un gemido y empujó con las caderas hacia delante mientras me sujetaba un hombro con una mano que parecía una garra de hierro. Alex también hizo ruido. Su pene seguía palpitando en mi mano. Era su mano la que estaba entre mis piernas, frotando, no pude soportarlo más. Eran demasiadas sensaciones. Emití un gruñido de protesta, pero de pronto me corrí por segunda vez. Una violenta descarga de placer recorrió todo mi cuerpo.
Alex puso una mano en la nuca de James. Yo sabía lo que se sentía después de las muchas veces que lo había hecho conmigo. Estaban tan cerca el uno del otro que podrían notar el roce de sus pestañas. Se me escapó un gemido al soltar el aire, que había estado conteniendo demasiado rato. Tuve que reclinarme sobre la espalda para tomar más aire y aspiré hondo mientras me estremecía.
Yo me reclinaba hacia atrás, ellos dos hacia delante. Yo tenía los ojos abiertos, ellos cerrados. Yo los había estado besando alternativamente, primero uno y luego el otro, tocando sus bocas con la mía. Pero ahora yo no estaba allí.
Los dos se movieron al mismo tiempo. Un calor húmedo llenó mis manos y cubrió mi estómago cuando los dos se corrieron. Avanzaron el uno hacia el otro con las bocas abiertas, preparadas.
Pero fue Alex quien retrocedió.
Abrió los ojos. Soltó a James, que también abrió lentamente los ojos. A la luz de la luna, vi que James parecía aturdido. Su boca cerrada se entreabrió un segundo después y sacó un poco la lengua.
– Alex -dijo con voz ronca, pero Alex nos soltó como si quemáramos.
Alex rompió el triángulo. Se apartó tan deprisa que James tuvo que sujetarme para que no perdiéramos el equilibrio y me cayera. Alex se levantó de la cama. Se quedó de pie, mirándonos, pero no dijo nada. A continuación recogió su ropa y salió.
James me soltó y se derrumbó contra el cabecero. Sus dedos frotaban inconscientemente la cicatriz del pecho, una y otra vez. Yo me quedé de piedra, con las rodillas rígidas, temblando, pero ya no era de placer.
– ¿Qué coño…? -dijo James con voz apagada.
Yo lo miré, pero estaba envuelto en sombras y no pude leer su expresión. Oí la puerta del cuarto de baño que había al final del pasillo, y el agua de la ducha al cabo de un minuto. No sabíamos qué hacer.
James me tomó la mano y entrelazamos los dedos. Esperé a que él dijera algo, pero cuando no lo hizo, le besé la mano. Me levanté, tomé la bata que había dejado en la silla y me la eché por los hombros de camino al pasillo.
Alex estaba en la ducha, la cortina se movía ligeramente a causa del golpeteo de las gotas. La descorrí y miré al interior. Estaba en el suelo, de rodillas sobre pies y manos, la frente aplastada contra la bañera de plástico.
Me metí con él. No había demasiado sitio para los dos, pero nos las apañamos. Le tendí los brazos y él me abrazó. El plástico curvado se encajó en mi espalda cuando Alex enterró el rostro en mi cuello. El agua caía sobre nosotros. Era agradable, como si estuviera lloviendo.
– No sabía que había padres que de verdad querían a sus hijos hasta que conocí a los Kinney -dijo Alex-. Mi viejo es un cabrón cuando está sobrio y un capullo con muy mala leche cuando está borracho, que es casi todo el tiempo. Una vez me rompió una cuchara de madera en el trasero. Después se quitó el cinturón. Empecé a follar con tíos porque sabía que era lo único que podría provocarle un infarto.
– ¿Qué dijo cuando se enteró?
– Nada. Nunca se lo conté -me miró con aquellos ojos grises como el lago en una tormenta.
– ¿Por qué no?
Alex sonrió como si le doliera.
– Porque sabía que me odiaría.
Lo estreché contra mi pecho y le acaricié el pelo mojado sin decir nada.
– Pero en casa de Jamie todo el mundo era agradable. Todo el tiempo. La señora Kinney nos hacía galletas. El señor Kinney jugaba al balón con nosotros. Me acogieron y me hicieron sentir como si me quisieran, porque era el amigo de Jamie. Me preparaban fiestas de cumpleaños cuando nadie más se acordaba. Me recogían del trabajo cuando estaba lloviendo para que no tuviera que ir en la bici. Prácticamente viví en su casa durante cuatro años, hasta que Jamie se fue a la universidad. Cuatro años, Anne. Y el día después de que Jamie se fuera, fui a casa de sus padres a ver si la señora Kinney necesitaba que le hiciera algún recado. Me había comprado mi primer coche y quería poder ir a la tienda para hacerle la compra, si le hacía falta.
– No le hacía falta.
Tomó aire profundamente.
– Abrió la puerta y no me dejó entrar. Me dijo que James no estaba y que volviera cuando él estuviera. Me cerró la puerta en las narices.
– Menuda… -quería decir «zorra». pero la palabra se me atragantó.
– Jamás se lo conté a Jamie. Cuando volvió, fui a su casa como si no hubiera pasado nada. Pero cuando regresó a la universidad, sus padres dejaron de existir para mí. Cuando me los encontraba por la calle, volvía la cabeza. Jamie no se enteró nunca. Yo no se lo dije.
– Lo siento, Alex.
– Jamie es la única persona en mi miserable vida que hizo que sintiera que valía la pena. Cuando me preguntaste si lo quería… ¿cómo no quererlo? Jamie es la única persona que me hizo comprender lo que es querer a alguien. Creo que lo quise desde la primera vez que lo vi con aquel maldito polo rosa del cocodrilo con el cuello levantado.
Alex se levantó y cerró el grifo. Agarró dos toallas y salimos de la ducha, con la ropa chorreando. Se sentó en el retrete mientras yo me envolvía en mi toalla. Utilicé la otra para secarle el pelo y el agua de la cara. Esperó a que yo hubiera terminado y me tomó la mano. Me senté en el borde de la bañera en una postura incómoda con las rodillas juntas.
– Cuando fui a visitarlo a la universidad para decirle que me iba del país, quería que me pidiera que me quedara, ¿sabes? Para que hubiera alguien que no deseara que me fuera. Pero se alegró mucho por mí. Me dijo que estaba orgulloso, que sería una gran oportunidad para mí para hacerme un hombre de provecho. Los dos sabíamos que jamás sería nada en Sandusky. Nunca tendría un buen trabajo. Pero aun así quería que me pidiera que me quedara. Así que le conté toda la historia. Que el hombre que me había ofrecido el trabajo no era alguien a quien había conocido por casualidad, sino alguien a quien me estaba tirando.
– Y se puso furioso. Os peleasteis. Lo sé.
Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que nada tenía que ver con la diversión.
– Me parece que no. Cuando me dijiste que te había contado toda la historia, pensé que lo habías entendido. Pero no creo que sea así.
– Cuéntamelo tú entonces.
– Nos emborrachamos y conseguí lo que quería. Me pidió que no me fuera. Se puso furioso, sí. Quería saber cómo podía dejar que me dieran por culo, cómo podía follarme a otro tío. Eso fue lo que dijo. Intentó besarme.
Contemplé su rostro detenidamente. Lo creía.
– Eso no me lo dijo.
Alex soltó una carcajada.
– Jamie no aguantaba bien el alcohol. Lo intentó, pero yo no le dejé.
– ¿Por qué no?
– Porque -empezó Alex-, porque Jamie no… no es así.
– Yo creo que, obviamente, sí lo es.
Él negó con la cabeza.
– No, yo creo que no. No creo que vaya a salir del armario de repente. No es gay, Anne. Y yo lo quería, sí, pero no… no de una manera que fuera a acabar bien. Para ninguno de los dos. Soy una calamidad. No soy capaz de hacer que las cosas funcionen. Y no quería que nos rompiéramos la cabeza peleando y perdiéramos todo lo que teníamos.
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