Patricia y yo intercambiamos una mirada. Nos llevamos pocos años. A veces tengo la impresión de que en nuestra familia hay dos grupos diferenciados de hijas separadas por una década en vez de los cuatro años que se llevan Patricia y Mary. A eso hay que sumar dos años más entre Mary y la más pequeña de las cuatro, Claire. Yo no tengo edad suficiente para poder ser su madre, pero a veces me siento como si lo fuera.

– Espera un poco más -le dije a Patricia-. Vale, llegará tarde, pero por unos minutos más que la esperemos no nos va a pasar nada, ¿no crees?

Patricia me lanzó una mirada hostil y retomó la carta. La falta de informalidad de nuestra hermana me importaba tan poco como a ella, pero me sorprendía la actitud de Patricia. Es cierto que a veces se comportaba de manera autoritaria y mandona, pero normalmente no era una persona desagradable.

Mary cerró la tapa del teléfono y alargó la mano hacia la jarra de zumo de naranja.

– Y a todo esto, ¿a quién se le ocurrió que desayunáramos juntas? Porque, vamos a ver… todas sabemos que no se levanta antes del mediodía si puede evitarlo.

– Sí, bueno -dijo Patricia cerrando abruptamente la carta-. El mundo no gira en torno a Claire, ¿o sí? Hoy tengo muchas cosas que hacer. No puedo pasarme todo el día vagueando sólo porque ella se haya acostado tarde después de una noche de juerga.

Esta vez fue con Mary con quien intercambié mirada. La relación entre hermanas es un asunto delicado. Mary enarcó una ceja, pasándome así la responsabilidad de apaciguar a Patricia.

– Seguro que llega en unos minutos -dije-. Y si no, pues pedimos y listo. ¿Te parece?

Patricia no parecía contenta. Tomó la carta otra vez y se ocultó tras ella.

– ¿Qué le pasa? -dijo Mary moviendo los labios sin articular sonido.

A lo que yo respondí encogiéndome de hombros a falta de otra cosa mejor.

Claire llegó, efectivamente, tarde, pero sólo por unos minutos, lo que, según ella, era como llegar a tiempo. Entró en el restaurante como si nada, con el cabello negro alborotado, que le salía disparado en todas direcciones como si fueran los rayos del sol. Llevaba los ojos perfilados con abundante lápiz negro, lo que hacía que resaltaran contra su piel deliberadamente pálida y sus labios rojos. Se sentó al lado de Mary y tomó el vaso de zumo que Mary se había servido. Las pulseras con que adornaba su brazo tintinearon al llevarse el vaso a la boca, haciendo caso omiso de las protestas de Mary.

– Mmm, bueno -dejó el vaso sobre la mesa y echó una mirada a las presentes con una sonrisa de oreja a oreja-. Todas pensabais que iba a llegar tarde.

– Es que has llegado tarde… -contestó Patricia echando fuego por los ojos.

Claire no se inmutó.

– Yo creo que no. No habéis pedido todavía.

El camarero apareció como por arte de magia, sonrojado aparentemente ante la sensual mirada de Claire. A pesar de ello, se las arregló para tomar nota y abandonar la mesa sin volver la vista más que una vez. Claire le guiñó el ojo. Patricia suspiró con desagrado.

– ¿Que? -dijo Claire-. Es mono.

– Da lo mismo -Patricia se sirvió zumo y bebió.

Los pollos actúan siguiendo un orden establecido dentro de su comunidad; lo mismo les ocurre a las hermanas. La experiencia había llevado a las mías a creer que se podía contar conmigo para dar consejo y actuar como mediadora en los conflictos. Confiaban en mí para mantener la tranquilidad en las aguas de nuestra relación, igual que todas sabíamos que Claire nos sacaría de nuestras casillas, Patricia nos llamaría a todas al orden y Mary diría algo que nos hiciera sentir mejor. Todas tenemos nuestro lugar, normalmente, pero ese día parecía que algo no cuadraba.

– Les dije que no tenía sentido esperar que vinieras antes del mediodía -Mary alargó la mano hacia el cestillo de los cruasanes, aún calientes-. ¿A que hora te acostaste anoche?

Claire lanzó una carcajada al tiempo que tomaba un cruasán para ella. Separó la masa hojaldrada con los dedos de uñas pintadas de negro y se llevó un trozo a la boca sin ponerle mantequilla ni nada.

– No me he acostado.

– ¿No te has acostado? -Patricia la miró arrugando la boca con gesto de disgusto.

– No he dormido -aclaró Claire, pasando el trozo de bollo con un sorbo de zumo-. Pero te puedo asegurar que sí he estado en la cama.

Mary soltó una carcajada. Patricia hizo una mueca de desagrado. Yo no hice ni una cosa ni otra. Observé a mi hermana pequeña y me fijé en la marca del chupetón que le estaba saliendo en el cuello. No tenía novio, o al menos no se había molestado en presentárselo a la familia. Claro que conociendo a nuestra familia, tampoco era de extrañar.

– ¿Podemos empezar ya? Tengo cosas que hacer -dijo Patricia.

– Por mí bien -replicó Claire con indiferencia.

La displicencia de Claire no podría haber irritado más a Patricia. Y el hecho de que a Claire le trajera sin cuidado si su actitud la enfurecía o no hacía que Patricia se pusiera aún más borde. Aunque Claire y ella habían tenido sus encontronazos en el pasado, aquello me resultó excesivo. Saqué mi cuaderno y mi bolígrafo con la intención de evitar el inevitable choque.

– De acuerdo. Lo primero que debemos decidir es dónde vamos a celebrarlo -me puse a tamborilear con el bolígrafo sobre el cuaderno. El aniversario de mis padres era en agosto. Treinta años. La idea de la fiesta se le había ocurrido a Patricia-. ¿En su casa? También podría ser en la mía o en la de Patricia. O tal vez en un restaurante.

– ¿Qué os parece en la asociación de veteranos de guerra? ¿O en la bolera?

– Muy graciosa -Patricia partió un cruasán en dos, pero no se lo comió.

– En tu casa, Anne. Podríamos hacer una barbacoa con carne de buey o algo en la playa -el móvil de Mary volvió a avisar de que tenía un mensaje, pero no hizo caso.

– Sí… es una idea -contesté yo sin ocultar la falta de entusiasmo.

– En mi casa no podemos hacerlo -impuso Patricia con firmeza-. No hay espacio suficiente.

– ¿Y en la mía sí?

Mi casa era muy bonita y estaba junto al mar, sí, pero no era, ni mucho menos, espaciosa.

Claire se mofó al tiempo que le hacía una señal al camarero, que se acercó al momento.

– ¿Cuánta gente crees que va a ir? Tráeme un cóctel Mimosa, guapo, ¿quieres?

– Por Dios, Claire. ¿Es necesario? -exclamó Patricia.

El comentario pareció desmontar la actitud despreocupada de Claire por un momento.

– Sí, Pats. Lo es.

– Podríamos celebrarla en el Ceasar's Crystal Palace -me apresuré a sugerir para evitar una discusión-. Se celebran muchas recepciones y fiestas.

– Oh, venga ya -dijo Mary-. Comer allí es carísimo y, sinceramente, yo no dispongo de tanto dinero para esta fiesta.

Me dedicó una elocuente mirada y después miró a Patricia. Claire se echó a reír. Mary la miró también a ella, enarcando repetidamente las cejas.

– Sí, Mary y yo somos pobres -Claire miró al camarero cuando llegó con su cóctel-. Gracias, tesoro.

El chico se sonrojó cuando Claire le guiñó un ojo. Sacudí la cabeza y puse los ojos en blanco ante el espectáculo. Claire no tenía vergüenza.

– Yo también creo que es una buena idea que hagamos algo no demasiado costoso -dijo Patricia con cierta rigidez, mirando al plato y el cruasán seco-. Voto por hacerlo en casa de Anne. Podemos comprar platos y vasos de papel en el almacén de venta al por mayor y preparar unos cuantos postres. Preparar el hoyo para el buey sería lo más caro, pero las mazorcas de maíz, el pan y demás está incluido en el precio al comprar la carne.

– No te olvides del alcohol -señaló Claire.

El silencio se apoderó de la mesa. El teléfono de Mary sonó y ella lo abrió con cara inexpresiva. Patricia no dijo nada. Yo tampoco. Claire nos miró a las tres.

– No estaréis pensando en no llevar bebida, ¿verdad? -dijo-. Por lo menos cerveza.

– Eso depende de Anne -dijo Patricia al cabo de un momento-. Es su casa.

Yo la miré, pero Patricia no quiso mirarme a los ojos. Miré entonces a Mary, que también me ignoró. Claire, sin embargo, me miró de frente.

– Podemos llevar lo que queramos -dije finalmente.

– Es una fiesta de aniversario para papá y mamá -dijo Claire-. Dime que vamos a darles una fiesta y que no va a haber bebida.

La llegada de la comida nos salvó del incómodo silencio. Tardamos unos minutos en distribuir los platos y empezar a comer, pero fue suficiente. Mary suspiró al tiempo que pinchaba una patata frita.

– Podríamos llevar cerveza -se encogió de hombros-. Comprar un barril.

– Un par de botellas de vino -dijo Patricia, de mala gana-. Y supongo que habría que llevar champán. Para brindar. Son treinta años. Supongo que se merecen un brindis, ¿no os parece?

Todas me miraron para ver qué decía. Mi tenedor pendía sobre la tortilla, aunque mi estómago había decidido que ya no le apetecía. Querían que les diera una respuesta, que tomara la decisión por ellas. Yo no quería hacerlo. No quería ese tipo de responsabilidad.

– Anne -dijo Claire finalmente-. Estaremos todas allí. Todo saldrá bien.

Yo asentí una vez, con firmeza, tanta que me hice daño en el cuello.

– Sí, claro. Cerveza, vino, champán. James se encargará de preparar todas las bebidas fuera y de hacer las copas. Le gusta.

De nuevo se hizo el silencio. Me pareció sentir el alivio de mis hermanas por no haber tenido que ser ellas las que tomaran la decisión, pero tal vez fuera sólo mi imaginación.

– De acuerdo entonces. ¿A quién vamos a invitar? -dije con voz firme cuando por fin me hice cargo de la situación.

Guardar las apariencias.


Yo quería que James se negara a que la fiesta se celebrara en nuestra casa, pero, por supuesto, le pareció una idea magnífica. Estaba delante de la barbacoa con una cerveza en una mano y las pinzas cuando le saqué el tema. Su delantal tenía dibujada una mujer sin cabeza vestida únicamente con un biquini. Sus pechos se expandían cada vez que James levantaba los brazos.

– Me parece estupendo. Podríamos alquilar una carpa por si hace malo. También puede servirnos para darnos sombra.

El olor de los filetes a la brasa debería haberme hecho la boca agua, pero tenía el estómago demasiado revuelto como para agradecerlo.

– Será mucho trabajo.

– Contrataremos a alguien para que nos ayude. No te preocupes -James les dio la vuelta a los filetes con habilidad y levantó la tapa del recipiente en el que estaba cocinando el maíz.

Sonreí al verlo allí, el maestro delante de su megafabulosa barbacoa. James necesitaba que le indicaran paso a paso cómo preparar los copos de avena en el microondas, pero se creía el paladín de la cocina al aire libre.

– Aun así.

James me miró entonces al darse cuenta de lo que me pasaba verdaderamente.

– Anne, si no quieres hacerlo, ¿por que no lo dices?

– Mis hermanas han ganado en la votación por mayoría. Todas quieren que preparemos carne de buey en una barbacoa de hoyo, y eso únicamente se puede hacer aquí. Además, seguirá siendo más barato que celebrarlo en una de esas salas para fiestas con catering, aunque tengamos que alquilar una carpa y traer gente para que nos ayude a servir y a limpiar -reconocí-. Y… tenemos una casa muy bonita.

Miré a mi alrededor. Nuestra casa y los alrededores eran más que bonitos. Vivíamos delante de un lago y teníamos nuestra playa privada, un lugar íntimo y apartado, rodeado de pinos. La casa había pertenecido a los abuelos de James, y era una de las primeras que se construyeron a lo largo de la carretera de la playa. Había otras en la misma carretera que se estaban vendiendo por muchos de miles de dólares, pero nosotros no habíamos pagado nada por ella. Se la habían dejado a él en su testamento. Era pequeña y usada, pero estaba limpia y era muy luminosa, y lo más importante, era nuestra. Puede que mi marido se dedicara a construir mansiones de lujo para otros, pero yo prefería nuestra pequeña casita llena de toques personales.

James sirvió los filetes en una fuente y los llevó a la mesa.

– Depende de ti, cariño. A mí no me importa. Lo que decidas estará bien.

Habría sido mucho más fácil que sí le hubiera importado. Que hubiera expresado su opinión con firmeza y me hubiera exigido que celebráramos la fiesta de aniversario de mis padres en otra parte. Que hubiera tomado la decisión por mí. Podría haberle echado la culpa por hacer lo que en realidad yo quería.

– Sí -dije con un suspiro mientras me dejaba la enorme porción de carne en el plato-. Celebraremos la fiesta aquí.

El filete estaba muy rico, y el maíz, fresco y dulce. Yo había preparado una ensalada con fresas de temporada, aliñada con una vinagreta, y panecillos crujientes. Comimos como reyes mientras James me hablaba de la nueva obra en que estaba trabajando, de los problemas que estaba teniendo con algunos de los hombres de la cuadrilla, de los planes de sus padres de ir de vacaciones todos juntos en plan familiar.