– ¿Y la pelea entonces?
– La tuvimos. Me pegó un puñetazo en la cara y me llamó «puto marica de mierda». Nos golpeamos con la mesa y él se cortó. Lo llevé a Urgencias. El resto es igual.
– Y luego te fuiste a Singapur.
– Fui a casa de los Kinney una vez más antes de irme -me dijo-. Quería saber qué tal estaba. La señora Kinney me dijo que no era digno de pisar el suelo que pisaba Jamie y que no volviera por allí, porque no era bienvenido. Sabía que yo no le gustaba, pero no me había dado cuenta hasta entonces de que me odiaba. No sé qué le diría Jamie, pero estaba hecha una furia.
Le retiré el pelo de la cara.
– Alex, lo siento muchísimo.
– Yo quería asistir a vuestra boda. Podría haberlo hecho. Podría haber sacado el tiempo sin problemas. Pero cuando llegó el momento, pensé que no podría soportar volver a verlo después de tanto tiempo caminando hacia el altar. Así que esperé y envié un regalo.
– Fue muy bonito. Todavía lo tenemos -le dije con una sonrisa.
Él también sonrió.
– Le envié una tarjeta. Mantuvimos el contacto. Terminé aquí. Y volví a joderlo todo una vez más.
– No es verdad.
Me puso la mano en la nuca para acercarme un poco más a él. Nuestras frentes se tocaron. Cerré los ojos, esperando un beso que no llegó.
– No contaba contigo.
Se me escapó un pequeño sollozo.
– Pensé que tú…
– Shhh -dijo, rodeándome con el brazo. Era una postura extraña e incómoda, pero no me habría movido ni por un millón de dólares.
– ¿Qué vamos a hacer? -le susurré.
– Nada.
– Tenemos que hacer algo -dije, echándome hacia atrás para poder mirarlo, y ahuequé la mano contra su mejilla-. Esto es algo.
Él se echó hacia atrás también.
– Lo que Jamie y tú tenéis es algo. Esto no… es nada, ¿recuerdas? Tan sólo una aventura de verano. Me iré y lo olvidarás.
– No lo olvidaré. Y él tampoco.
Alex sonrió de medio lado.
– Te sorprendería lo que es capaz de olvidar Jamie cuando quiere.
– Yo no lo olvidaré -insistí yo con los ojos llenos de lágrimas-. No lo olvidaré nunca.
Me dio un beso en la frente.
– Sí que lo harás.
– ¿Y tú?
Cuando todo cambia nos damos cuenta de quiénes somos en realidad. De lo que verdaderamente importa. De lo que verdaderamente queremos. La verdad se nos aparece en momentos de desorden emocional.
Mi corazón aguardaba para quedar hecho pedazos.
Volvió a besarme en la frente, con más ternura esta vez.
– Anne, yo ya lo he hecho.
Entonces se levantó y me dejó sola.
Capítulo 15
Las cosas buenas, por su naturaleza, no duran para siempre. Eso es lo que nos produce una pena indeleble. Alex se fue a la mañana siguiente. La única señal de que hubiera estado allí era el montón de toallas usadas en el cesto de la ropa sucia y su olor en las almohadas de la habitación de invitados. James ya se había ido a trabajar. La casa estaba en silencio. Nadie me oiría aunque llorara, pero aun así, me tapé la cara con una almohada para silenciar el llanto. Aspiré su aroma durante largo rato antes de deshacer la cama y lavar las sábanas, borrar la última huella de su presencia.
Pedí comida china para cenar y la dejé en la encimera para que la viera James cuando llegara. Me fui a la cama pronto, exhausta después de haberme pasado el día fregando los suelos de rodillas, limpiando con lejía la cubierta de madera de la terraza, limpiando el frigorífico. Me había entretenido en hacer las tareas que llevaba posponiendo desde hacía semanas. No sirvió de nada.
No podía dormir. James se acostó un poco después, en una cama que olía solamente a suavizante de la ropa. Se acababa de duchar y estaba aún un poco mojado. Me rodeó con los brazos, vacilante, y yo rodé hacia él, apoyando el rostro en su cómodo torso desnudo.
– ¿Qué ocurrió anoche? -me preguntó en un susurro, como si temiera que algo pudiera romperse si hablaba demasiado alto.
– Le dije que tenía que irse -mentí con la misma facilidad con que decía otras mentiras-. Y se ha ido.
Me pregunté si querría saber algo más, si me lo discutiría. Lo único que hizo fue suspirar y abrazarme más fuerte. Yo no dije nada más. Al cabo de unos minutos, sus caricias dejaron de ser vacilantes para pasar a ser posesivas. Las caricias que tan bien conocía me resultaban extrañas. Con un solo par de manos, una sola boca, un solo cuerpo a mi lado, tenía la sensación de que faltaba algo.
Hicimos el amor de la forma más torpe. Nada exótico ni complicado, nada nuevo, y aun así nos movíamos con torpeza. Buscó mi boca con la suya y yo volví la cabeza. James me penetró de forma tan profunda que empezó a escocerme. Mis quejas involuntarias podrían haberse confundido con grititos de placer, de no ser porque brotaban entre mis dientes apretados, y cuando le clavé las uñas en la espalda no fue llevada por la pasión. Se corrió dentro de mí con un gruñido, se derrumbó sobre mí y aguardó unos minutos antes de levantarse.
Yo esperé a oír el ritmo de su respiración que indicaba que se había dormido para rodar hacia el otro lado. Me quedé mirando la oscuridad de la noche, deseando que hubiera sido yo la que le hubiera dicho a Alex que se fuera.
Claire miró a su alrededor en la sala de espera mientras yo me sentaba. Dio una vuelta al revistero lleno de folletos sobre servicios sociales en la ciudad, adopción, pruebas médicas que se hacían durante el embarazo y otros temas relacionados. Se detuvo en un folleto arrugado del centro de adopciones Lamb's Wool, y al final lo sacó de un tirón.
Se sentó a mi lado y lo abrió.
– ¿Cómo es que la mayoría de las organizaciones de adopción son religiosas?
– No sé. Tal vez porque no aprueban el aborto y prefieren ofrecer una alternativa a las mujeres.
Yo había elegido una revista de cotilleos antigua, pero los artículos no me interesaban mucho.
Claire resopló y pasó la página.
– Aquí dice que colocarán a tu «pequeña bendición» con una «familia cristiana» de la zona. ¿Y que pasa con las familias que no lo son? ¿No merecen el derecho a adoptar un niño?
Dejé la revista en su sitio y me volví hacia mi hermana.
– Creía que ibas a tener a tu bebe. ¿Por qué te importa cómo funcionen los servicios de adopción?
– No me importa -dijo ella, devolviendo el folleto a su sitio-. Era para hablar de algo.
Me di cuenta de que estaba nerviosa y trataba de disimularlo. Echaba rápidas ojeadas a la sala, aunque nadie le hacía caso. Se puso las manos sobre el vientre, un gesto aparentemente inconsciente pero muy revelador.
– Vas a entrar conmigo, ¿verdad?
– Si tú quieres, sí.
Había estado antes en el ginecólogo, en una clínica gratuita de planificación, pero yo la había convencido para que fuera a ver a la doctora Heinz. Era su primera visita. Suponía que tendrían que hacerle algún tipo de pruebas, posiblemente una ecografía. Yo también habría querido que alguien me acompañara.
Cuando la llamaron, Claire levantó la vista. Por un momento creí que no se iba a levantar. Le tiré de la manga al tiempo que me ponía de pie.
– Vamos, Claire. Ya verás como la doctora Heinz te cae muy bien.
Ni siquiera la bravuconería de mi hermana pudo ocultar el nerviosismo de su risa.
– Tú primero.
Seguimos a la enfermera a la misma sala en la que había estado yo dos meses atrás. Habían cambiado las láminas de la pared por otras nuevas de otro laboratorio farmacéutico distinto. Las revistas seguían siendo las mismas. Claire se desnudó y se colocó en la camilla cubierta de papel mientras yo esperaba detrás de la cortina.
– ¿Qué te parece? -me preguntó, señalando la parte delantera de la bata floreada-. ¿Esta soy yo?
– Un nuevo aspecto -dije yo, sonriendo para darle ánimos-. Relájate.
Tomó aire profundamente y lo expulsó.
– ¿Tú sabes cuántas complicaciones pueden darse en un embarazo?
No lo sabía, al menos por experiencia.
– Todo saldrá bien, Claire.
– Seguí bebiendo hasta que me enteré de que estaba embarazada. Eso puede ser malo para el bebé.
Decirle que todo iba a salir bien era como mentirle, pero se lo dije de todos modos. Inspiró profundamente de nuevo y me pareció más joven de lo que era. Me acordé de cuando era un bebé con el pañal caído, que me seguía a todas partes. Había dejado de teñirse el pelo y se le empezaban a notar las raíces de color rubio
Vio que la estaba mirando y se tocó la cabeza con timidez.
– Parezco una mofeta.
– No está tan mal. Un poco punk.
Claire sonrió y se miró en el armario de metal de la pared.
– ¿De verdad te lo parece? Por lo menos es mejor que teñirte de rubio y que se te vean las raíces negras. Esto parece que me lo he dejado así a propósito.
Unos discretos golpecitos en la puerta interrumpieron nuestra conversación. La doctora Heinz esperó a que Claire le dijera que pasara y asomó la cabeza antes de entrar por completo. Sonrió y le tendió la mano a Claire.
– ¿Señorita Byrne?
Supongo que no se le ocurrió que Claire fuera mi hermana. Tenía un montón de pacientes y yo ya no llevo el apellido Byrne. Así que cuando cayó en la cuenta de que era yo quien estaba sentada a su lado, las tres nos echamos a reír.
– Anne es mi hermana. Ella me recomendó que viniera -dijo Claire, cuya voz no traicionaba el nerviosismo de antes. Hablaba como una mujer madura. Centrada. Estrechó la mano de la doctora con firmeza.
– Me alegro de verte, Anne -dijo la doctora con una cálida sonrisa antes de dirigir nuevamente su atención sobre Claire-. Y ahora, veamos que te ocurre.
Yo no tenía mucho más que hacer aparte de proporcionar apoyo moral. Escuché en silencio desde mi sitio en un rincón la descripción que la doctora hizo a Claire sobre las distintas etapas del embarazo y el parto, así como sobre las pruebas y los cambios que experimentaría su cuerpo. Claire le preguntó de forma inteligente, demostrando que se había estado informando. Me sentí orgullosa de ella. Puede que no se hubiera quedado embarazada a propósito, pero por la forma en que respondía a las preguntas de la doctora estaba claro que se estaba tomando su responsabilidad en serio.
Había visto imágenes de las ecografías de Patricia, pero la tecnología cambia. La imagen que aparecía en la pantalla de la diminuta criatura que nadaba dentro del vientre de Claire emitía una especie de burbujeo gutural.
– Es increíble -dije yo.
La doctora movió el transductor sobre el abdomen desnudo de Claire.
– Ahí está la cabeza, y estos son los brazos y las piernas.
– ¡Pero si tiene dedos! -exclamó Claire, admirada.
Diminutos dígitos unidos casi, pero dedos al fin y al cabo. Y ojos. Orejas. Boca, nariz… era un bebé. Un bebé de verdad, aunque fuera muy pequeño.
Yo estaba de menos de tres meses cuando perdí a mi hijo. En aquel momento me alegré. Loca de contento, en realidad. Inmensamente aliviada. Me alegré al ver la sangre y saber que la vida que crecía en mi interior había dejado de existir sin que yo hubiera tenido que hacer nada. No lloré la pérdida de mi bebé entonces.
Frente a frente con la realidad de lo que había perdido, lloré la pérdida en ese momento.
Me excusé para salir un momento al baño y me lavé la cara con agua una y otra vez, hasta que sentí que me escocían las mejillas. Me aferré a la fría porcelana del lavabo. No sabía si tenía ganas de vomitar, aunque la verdad es que no había nada en el estómago que echar. Humedecí una toalla de papel, me la puse en la nuca y cerré los ojos hasta que se me pasó el mareo.
¿Cómo habría sido mi vida si no hubiera perdido el bebé? ¿Cómo habría sido si hubiera conseguido el dinero y reunido el valor para llevar a término el embarazo, o si hubiera decidido tenerlo? ¿Cómo habría sido si, de una forma u otra, hubiera sacado fuerzas para tomar una decisión en vez de dejar que el destino la tomara por mí?
¿Habría conocido y me habría casado con James si hubiera tenido a mi hijo? Lo más probable es que no. Mi vida habría tomado otro rumbo de haber sido madre, aunque lo hubiera entregado en adopción. Mi vida habría cambiado y nunca me habría casado con James.
Nunca habría conocido a Alex.
Se reducía a eso. La sensación de pérdida se multiplicó por dos al instante. Tenía la impresión de que habían tomado la decisión por mí. El destino había determinado el curso de mi relación con Alex igual que había determinado lo que había de ocurrirle a mi embarazo, único hasta la fecha. Me había dado lo que quería, para luego arrebatármelo.
A solas en el cuarto de baño no tenía que fingir. No tenía que poner cara de alegría para evitar que los demás supieran cómo me sentía en realidad. Estaba desgarrada, destrozada, hecha pedazos. Llevaba los moretones por dentro, pero no por ello dolían menos que si los llevara en la piel.
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