Dean tenía una sonrisa agradable, de ésas que hacían que te salieran arruguitas en torno a los ojos. Miraba a mi hermana como si fuera un tesoro. Me gustó de inmediato.

– Claire iba a quedarse a cenar -dije yo maliciosamente-. Tú también estás invitado.

Los dos respondieron al mismo tiempo.

– Vale -dijo él.

– No, gracias -dijo ella.

Se miraron y respondieron de nuevo utilizando la respuesta del otro. Los tres nos echamos a reír.

– Relájate -le dije a Claire-. No diré nada que te avergüence. Te lo prometo. Y mantendré a James a raya también.

Lo cierto era que no quería cenar sola con mi marido. Su presencia aliviaría un poco la tensión que había entre nosotros. Cuando estábamos a solas, guardábamos un silencio que no era de enfado, sólo de tristeza. No sabía muy bien qué iba a suceder con nosotros. No teníamos la sensación de que se hubiera acabado. El problema era que no sentíamos mucho de nada.

Claire vaciló durante un momento. Había conocido a algún que otro chico con los que había salido, pero a pesar de lo que fanfarroneaba y me contaba de su extravagante vida amorosa, mantenía oculta casi toda la verdad. Mis hermanas y yo le tomábamos el pelo diciéndole que se avergonzaba de nosotras cuando sabíamos que probablemente no era cierto del todo.

– A mí no me importa -dijo Dean.

Me preguntaba cuánto tiempo llevarían saliendo juntos y qué tipo de hombre empezaría a salir con una mujer embarazada.

– Hay lasaña, Claire. Y pan de ajo.

Ella gimió y se puso una mano en el estómago.

– Eso, hazme chantaje. Mi hermana hace la mejor lasaña del mundo, Dean. Y un pan de ajo para chuparse los dedos.

– Es el único talento que tengo -le dije yo.

Él nos sonrió a las dos.

– A mí me parece un buen plan, ¿no crees?

Claire se mordisqueó el labio inferior y, al final, asintió.

– De acuerdo. Pero nada de pedir a Anne que te cuente historias de cuando era pequeña ni que te enseñe los álbumes de fotos, ¿entendido?

Ninguno de nosotros se dio por aludido ante su amenaza, a pesar de su semblante serio. Dean se pintó una «X» en el pecho con los dedos.

– Te lo juro.

– ¿Anne? -me preguntó, señalándome con un dedo.

– A mi no me mires -dije yo con fingida inocencia-. Ni siquiera recuerdo historias embarazosas sobre ti. A menos que contemos aquella vez…

– ¡Anne!

– Cálmate, hermanita -le dije-. Tus secretos están a salvo conmigo.

Ya me estaba sacando el dedo corazón, pero miró a Dean y lo cambió por el puño cerrado en sentido amenazador. Interesante.

– Voy a darme una ducha rápida. Servíos lo que queráis para beber, chicos -dije mientras me limpiaba las manos.

No fue una ducha tan rápida. Me sentía tan bien debajo del agua caliente que no quería salir Me alivió los nudos de tensión que se me habían formado en los hombros y la espalda, y silenció los sonidos del exterior. No oía nada más que el agua correr. Cuando terminé, el cuarto de baño estaba lleno de vapor

– Hola.

Aunque lo dijo con voz suave, el saludo de James me pilló por sorpresa y me golpeé el codo con el marco de la puerta. Me sujeté la toalla. Debía de acabar de llegar, porque aún no se había cambiado de ropa.

– Hola.

Nos quedamos mirándonos un momento hasta que fui yo quien rompió el contacto visual para acercarse al cajón de la ropa interior. James se quitó la ropa de trabajo y la echó al cesto de la ropa sucia. Yo lo observaba mientras me ponía las bragas y el sujetador.

El verano no había producido muchos cambios en él. Estaba más delgado, más fuerte, un poco más bronceado en los brazos a causa del trabajo al aire libre. Pero seguía siendo el mismo hombre con quien había hecho el amor apasionadamente unos meses atrás. Se movía de la misma forma, olía igual y hablaba igual. Los dos seguíamos siendo iguales, pero distintos al mismo tiempo. En una ocasión lo observé mientras dormía, con el corazón en la garganta, sin poder creer lo afortunada que era de tenerlo. Ahora, observándolo mientras se desnudaba, tuve la misma sensación de caer al vacío, como cuando montaba en la montaña rusa.

James me pilló mirándolo.

– ¿Anne?

Volví a la realidad y me di la vuelta para buscar unos vaqueros y una camiseta.

– ¿Vas a ducharte? La cena estará lista en unos cinco minutos.

– Sí, me hace falta.

Sentí sus ojos clavados en mí mientras me subía los vaqueros y los abrochaba.

– ¿Has visto a Claire y a su amigo?

– Sí. Dean. Parece un chico agradable.

– Sí -contesté yo, tocando una camiseta doblada que no era mía. La dejé y busqué otra.

– ¿Es su novio?

Me la puse y miré a James, cómodo en su desnudez.

– No lo sé.

Me sonrió.

– ¿Vas a preguntárselo?

– Delante de él no. Le he prometido que no la avergonzaría. Y tú tampoco deberías.

– Vale, vale -dijo, levantando las manos al tiempo que se metía de espaldas en el cuarto de baño-. Me comportaré como es debido.

– Bien, porque si no, vas a tener un problema.

Él se detuvo con los ojos brillantes.

– Ooh. ¿Y qué vas a hacer, darme unos azotes?

– Eso es lo que tú querrías -respondí yo con una sonrisa al tiempo que le tiraba mi toalla-. Cuélgala dentro.

Él me hizo una reverencia.

– Tus deseos son órdenes para mí.

– Eso estaría bien -dije yo sin darme cuenta de cómo debió de sonar.

James se irguió, escudándose con la toalla.

– Anne…

– El horno está pitando -le dirigí una rápida sonrisa que pretendía ser tranquilizadora, aunque probablemente no lo consiguió, y salí de la habitación.

Había metido la lasaña en el horno para que se calentara. Sólo quedaba tostar el pan y dar vueltas a la ensalada, tareas en las que Claire y Dean estaban dispuestos a echar una mano. Puse la mesa y serví té con hielo. Cuando James salió de la ducha, la cena estaba lista.

Fue una velada muy agradable. Dean demostró ser un chico educado y divertido. Era interesante observar la dinámica que se traían Claire y él. Claire se mostraba más amable y cariñosa con él, pero no hasta el punto de tratar de cambiar de personalidad. Parecía más bien que estuviera mostrando otro aspecto de ella. James y él hicieron muy buenas migas. Hablaron de deportes, herramientas y otras cosas sobre las que ni Claire ni yo teníamos nada que decir. Aunque a mí no me importaba no tener que hablar mucho.

Pese a haberla convencido para que se quedaran a cenar, no conseguí que se quedaran a ver una película. Me respondió poniendo los ojos en blanco, como era típico de ella. Metió la fuente donde había preparado la lasaña en el agua jabonosa y se secó las manos.

– Aunque quisiera, no -me dijo-. Dean me va a llevar al cine.

– ¿Entonces estáis saliendo como pareja? -miré hacia el cuarto de estar, donde James le estaba enseñando algunos recuerdos de su época de deportista-. Míralos. James. Dean. James Dean.

Y volví a pensar en Alex.

– Muy bueno, Anne -dijo Claire, dándome unas palmaditas en el hombro-. Qué ingeniosa.

Yo asentí y retomé la tarea de fregar los cacharros.

– ¿Qué puedo decir? Soy una persona instruida.

De las palmaditas en el hombro pasó a rodearme los hombros con un brazo.

– ¿Estás bien?

– Sí, claro -sonreí-. ¿No lo estoy siempre?

Me lanzó una frambuesa.

– Mientes muy mal.

– ¿Desde cuándo conoces a Dean?

Se mordió el labio inferior otra vez, una manía que me recordaba a Mary.

– Un par de años.

Me quedé tan sorprendida que la miré con los ojos como platos.

– ¿Qué?

Ella me miró con aire de culpabilidad, otra expresión que no era habitual en ella.

– Me has oído bien.

– Pero… vosotros no…

– ¿Que si habíamos salido juntos? No -sonrió para sí cuando lo miró-. No había funcionado hasta ahora.

– ¿Ahora sí está funcionando? -tuve que preguntar. No sólo era mi hermana menor, era la más pequeña de todas mis hermanas menores.

– Creo que sí. Sí -lo miró de nuevo y su sonrisa se amplió-. Sí.

– Me alegro por ti. ¿Y lo del bebé no le importa?

– La verdad es que sí le importa el bebé, Anne -respondió con ironía-. Y eso es algo a tener en cuenta, ¿no te parece?

– Sí, listilla.

– No voy a casarme con él ni nada por el estilo. No te hagas ilusiones todavía.

– Me gusta verte con alguien que te hace feliz, Claire. Nada más.

La habría abrazado de no tener las manos cubiertas de jabón.

Claire miró hacia el cuarto de estar, a los dos hombres enfrascados en su conversación, y de nuevo me miró a mí.

– Ojalá pudiera decir yo lo mismo de ti.

Asentí al cabo de un momento.

– Se me pasará. Se nos pasará. Es sólo un bache, nada más.

Claire se inclinó sobre mí.

– ¿Puede que tenga algo que ver con cierta persona?

Esta vez fui yo quien puso los ojos en blanco.

– ¿Tú que crees?

– Creo que tendrías que encontrar la manera de desligarte de él o los dos vais a ser muy infelices -contestó con toda seriedad.

Agarré un paño y me sequé las manos.

– Lo sé. Créeme. lo sé. Y sería muy fácil echarle la culpa a él de lo que nos está pasando, Claire, pero no es sólo culpa suya.

– ¿Sabes que Alex le dijo a Pats que no iba a cobrarle intereses y que sólo tendría que pagarle unos pocos cientos de dólares al mes hasta que pueda pagar más?

– ¿De verdad? Es muy generoso por su parte. ¿Se supone que eso habría de ayudarme?

Ella sacudió la cabeza.

– No. Lo que digo es que… el día que os pillé en la cocina, ¿recuerdas?

No estaba muy segura de querer hablar de aquel día.

– Sí.

– Nunca te había visto mirar a nadie de aquella forma, eso es todo.

Y yo que pensaba que había tenido cuidado de no mirarlo en absoluto.

– ¿Y?

Se encogió de hombros, miró a James y de nuevo a mí. -Me gusta verte con alguien que te hace feliz. Conseguí sonreír, aunque con cierta amargura.

– Déjà-vu.

– Sí -respondió Claire, riéndose.

– Se ha ido -dije yo con un hilo de voz-. Es mejor así. Me va a costar tiempo, nada más. A veces, las cosas no ocurren como las habías previsto.

Claire se dio unas palmaditas en la barriga.

– Y que lo digas.

Parecía que los chicos estaban dando por terminada su fascinante conversación sobre béisbol o lo que fuera. Levanté la barbilla y tomé aire profundamente.

– Pasadlo bien en el cine.

– Lo haremos -miró a James y a Dean, que volvían charlando a la cocina-. Piensa en lo que te he dicho, Anne.

– Encontrar la manera de desligarme de él. Sí, lo sé. No debería ser tan difícil, Claire, puesto que ya no está.

– Anne -me dijo mi hermana dándome una palmadita en el hombro-, has dado por hecho que me refería a Alex.


Me quedé muy callada cuando mi hermana se fue con su nuevo amorcito. James puso música suave mientras recogía la mesa. Yo me concentré en limpiar a conciencia la fuente de la lasaña, aunque no era necesario que brillara como si fuera nueva.

Desligarme. Dejar marchar a uno de los dos. Una cosa era saberlo y otra muy distinta hacerlo. Dejarlo marchar. ¿Pero a cuál de los dos?

James me acercó la rejilla donde había tostado el pan y la metió en el agua. Me rodeó con sus brazos. Me acarició el cuello con su aliento y, un momento después, me rozó la piel con los labios. Me recliné contra él con los ojos cerrados.

Permanecimos así un buen rato, sin decir nada. Las canciones que salían por los altavoces no eran mis favoritas, pero eran lentas y melodiosas. Nos mecimos un poco. James me puso las manos en las caderas e hizo que me girara sin decir nada. Tal vez no hubiera nada que decir.

En ese momento sonó el teléfono. Los dos lo miramos, pero ninguno se movió pata responder. Saltó el contestador al cabo de dos tonos.

Era él.

– Hola… soy yo. Sólo quería deciros que he terminado lo que vine a hacer a Sandusky. La gente de Cleveland y yo hemos alcanzado un acuerdo. Me voy a encargar de supervisar su filial de Tokyo. Abandono el país otra vez. Sólo quería que lo supierais. Los dos. Y también quería…

Guardó un largo momento de silencio durante el cual James y yo nos quedamos inmóviles, escuchando.

– Quería daros las gracias por el verano -dijo Alex.

Pensé que iba a decir algo más. Mi mente insistía en que no podía limitarse a concluir con un simple «gracias» el verano que habíamos pasado juntos, insistía en que tenía que añadir algo más importante, pero colgó sin más y la grabadora se detuvo.

Abrí la boca para decir algo, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. El aire se me escapó entre los dientes. Miré a James, que tenía la vista fija en el teléfono.

Me soltó y se acercó al teléfono con la luz parpadeante que indicaba que no habíamos recibido el mensaje. Sabía que iba a descolgar y devolverle la llamada a Alex. Estaba segura, igual que lo estaba del color de mis ojos o de lo que dolía golpearse el dedo con la cómoda cuando iba al cuarto de baño a oscuras. Lo supe sin ningún género de dudas.