– ¡Anda ya! ¿Cuándo? ¿Con quien? -chilló Claire.
Mary miró a su alrededor antes de responder.
– Lo he hecho, ¿vale? He perdido mi virginidad. ¿Que tiene de raro? Todas lo habéis hecho.
– Sí, pero ninguna esperó a marchitarse como una solterona -declaró Claire.
– Yo no soy una solterona, Claire -contestó Mary, todavía roja como un tomate-. Y no todas nosotras nos comportamos como putas desenfrenadas.
– ¡Eh! -exclamó Claire frunciendo el ceño.
– No me habías dicho que tenías novio -dije yo para enfriar los ánimos entre ellas.
Las dos se giraron hacia mí con idéntica expresión de desdén.
– No lo tengo -contestó Mary.
– ¿Quién ha dicho que deba tener novio? -terció Claire exactamente al mismo tiempo.
– Pensé que… da lo mismo.
Mary sacudió la cabeza cuando la camarera nos trajo la comida, pero esperó a que estuviéramos solas para hablar.
– Fue con un hombre desconocido.
– ¿Un desconocido? -Jamás se me habría ocurrido algo así viniendo de Mary, que normalmente se vestía como una monja… y no porque estuviéramos en Halloween-. ¿Perdiste la virginidad con un hombre al que no conocías de nada?
Mary se sonrojó nuevamente. Claire silbó y extendió el brazo hacia la botella del ketchup.
– Así se hace, hermana. Ese es el camino.
– Supongo que pensé que ya era hora -dijo Mary-. Así que salí y me busqué un hombre.
– ¿No se te ocurrió pensar en… las enfermedades? -dije con un ligero estremecimiento-. ¿O algo?
– Lo obligó a ponerse condón. Me apuesto diez pavos -dijo Claire gesticulando con una patata en la mano.
– Por supuesto que lo obligué a ponerse condón -masculló Mary-. No soy idiota.
– Estoy un poco sorprendida, eso es todo.
No pretendía sonar desaprobadora. No era eso, de verdad. Que mi hermana hubiera perdido la virginidad con un desconocido probablemente no habría sido peor de lo que hice yo, que perdí la mía con el chico del instituto que creía que me quería, equivocadamente. Por lo menos Mary se lo había tomado sin expectativas románticas.
– Desembucha. ¿Estuvo bien?
Mary se encogió de hombros y bajó la mirada. El móvil volvía a requerir su atención, pero ella lo ignoró.
– Ah, sí.
– No suenas muy convincente -dijo Claire dándole un codazo.
Mary soltó una carcajada.
– Sí. Estuvo bien. El tío estaba muy bueno. Y supongo que lo hizo bien.
– ¿Supones? ¿Es que no lo sabes? Si no estás segura, Mary, es que no estuvo tan bien.
– Me gustaría saber por qué habríamos de recibir consejo sexual de ti -comenté yo aplastando la hamburguesa repleta, dejando que los jugos cayeran al plato. Iba a comérmela entera, lo sabía, aunque lo lamentara la próxima vez que me subiera a la báscula.
Claire se encogió de hombros y metió el tenedor en su ensalada de col.
– Porque soy la que más lo practica. Ahí lo tienes.
Mary se rió y resopló con desdén.
– Yo en tu lugar no presumiría de eso.
– No presumo, únicamente soy sincera. Joder, me gustaría saber por qué todas vosotras tenéis ese punto de vista tan puritano respecto a lo de follar y yo no. ¿Cómo ocurrió?
– Yo no tengo un punto de vista puritano sobre lo de follar, Claire -dije yo, riéndome.
Mi hermana me miró con incredulidad.
– ¿No me digas? ¿Que es lo más perverso que has hecho?
Silencio.
– Me lo imaginaba.
Es irritante tener una hermana pequeña triunfal y engreída. Le tiré una patata frita que se comió con todo el aplomo del mundo y después se chupó los dedos.
– No se trata de perversiones -comentó Mary-. Por todos los santos, que no dejemos que nos aten o nos azoten no significa que seamos unas puritanas.
Claire echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
– Por favor, los azotes son casi una insignificancia hoy por hoy
– ¿Entonces qué es lo más pervertido que has hecho? -le pregunté yo con toda calma, volviendo las tornas.
Claire se encogió de hombros.
– Cortes.
Mary y yo retrocedimos asustadas.
– ¡Claire, eso es terrible!
Ella se rió.
– Os he pillado.
– Qué horror -repitió Mary, con gesto de espanto-. ¿La gente hace esas cosas?
– La gente hace de todo -dijo Claire como si nada.
– Yo nunca dejaría que me hicieran heridas -afirmó Mary.
Claire la señaló con una patata.
– No sabes lo que estarías dispuesta a hacer con la persona adecuada, Mary. Nunca digas nunca.
Mary resopló con desdén.
– No me imagino cómo podría ser adecuada la persona que me llevara al extremo de acceder a hacerme cortes.
– Bueno, no tiene por qué ser eso exactamente, podría ser cualquier otra cosa -dijo Claire-. El amor es algo turbio.
– Tenía entendido que no creías en el amor -señaló Mary.
– Para que veas cuánto sabes de mí -respondió Claire-. Sí creo en el amor.
– Yo también -dije yo. Levantamos nuestros vasos y los entrechocamos-. Por el amor. Todo tipo de amor.
– Oooh -comentó Claire-. Anne es una pervertida, después de todo.
Capítulo 3
– Háblame de él -le dije a James cuando nos metimos en la cama, destapados a causa de la ola de calor que sufríamos a pesar de estar a primeros de junio. El ventilador del techo producía un ligero zumbido mientras hacía girar el aire procedente del lago, pero con todo y con eso hacía calor.
– ¿De quién? -preguntó James con voz adormilada. Tenía que madrugar para ir a la obra.
– De Alex.
James emitió una especie de resoplido amortiguado a causa de la almohada.
– ¿Qué quieres saber?
Yo estaba mirando el techo en la oscuridad, imaginando las estrellas.
– ¿Cómo es?
James guardó silencio durante tanto rato que pensé que se había quedado dormido. Al final se colocó de espaldas. No podía verle el rostro, pero lo dibujé mentalmente.
– Es un buen tipo.
¿Qué quería decir con eso? Me puse de lado, de cara a él. Hacía calor entre los dos. Si hubiera extendido la mano, podría haberlo tocado. En vez de eso, la metí debajo de la almohada y noté el frescor de las sábanas.
– Es inteligente. Es…
Esperé, pero no podía soportar su vacilación.
– ¿Divertido? ¿Amable?
– Sí, supongo que sí.
Suspiré.
– Sois amigos desde cuándo, ¿octavo curso?
– Sí -contestó él, que ya no tenía voz adormilada. Tenía voz de querer adormilarse.
– Entonces deberías poder decirme de él algo más aparte de que es inteligente y un buen tipo. Venga, James. ¿Cómo es Alex?
– Es como el lago.
– Explícame eso.
James cambió de postura, agarrando las sábanas con los pies. El colchón cedió con sus movimientos.
– Alex es… un hombre de personalidad profunda para algunas cosas y superficial cuando menos te lo esperas. Creo que es la mejor manera de describirlo.
Consideré sus palabras un momento.
– Una descripción muy interesante.
James no dijo nada. Escuché su respiración. Noté su aliento en mi rostro. Sentí el calor de su cuerpo a escasos centímetros del mío. No nos estábamos tocando, pero lo sentí incorporarse e inclinarse sobre mí.
– Vale, ¿qué te parece esta otra? Alex parece una persona fácil de conocer.
– ¿Pero no lo es?
James tomó aire. Lo soltó. Tomó aire nuevamente. Un patrón lento y regular, aunque no parecía relajado.
– No. Yo no diría eso.
– Pero tú lo conoces, ¿no es así? Me refiero a que fuisteis muy amigos durante mucho tiempo.
James soltó una carcajada y con ella se esfumó la inquietud que sus respuestas habían despertado en mi interior.
– Sí, supongo que lo fuimos.
Estiré el brazo para acariciarle el pelo. James se acercó a mí. Su mano encontró el punto exacto sobre mi cadera, se acomodó en la curva de mi cuerpo. Me alineé contra él.
Guardamos silencio un rato. Me pegué a su cuerpo, mi pecho contra el suyo. Llevaba puestos únicamente los calzoncillos. Yo llevaba una camiseta de tirantes y las bragas. Había mucha piel en contacto. No iba a ser yo la que se quejara, aunque la noche todavía no había empezado a refrescar y el sudor hacía que nos pegáramos.
Se empalmó y yo sonreí. Esperé y al cabo de un momento su mano emprendió un lento ir y venir por mi costado. El pulso se le había acelerado, lo mismo que a mí.
Ladeé la cabeza. Su boca encontró la mía sin esfuerzo. Nos besamos dulce y lentamente, sin apremio.
– ¿No tenías que levantarte mañana temprano?
James condujo mi mano hacía su creciente erección.
– Ya estoy levantado.
– Ya lo veo -apreté un poco los dedos a su alrededor, tentativamente-. ¿Y qué puedo hacer yo con esto?
– A mí se me ocurren algunas cosas -contestó él, empujando contra mi mano al tiempo que deslizaba los dedos entre el borde de mi camiseta y la cinturilla de mis bragas-. ¿Por qué no me la chupas?
– Qué sutil -dije yo con tono seco, aunque estaba sonriendo en realidad.
– No pretendía ser sutil -masculló James, bajando la cabeza para lamer mi garganta.
Contuve el aliento. Bajé la mano. James gimió. Yo sonreí. Lo empujé hacia atrás lo justo para meterme debajo de él y sacarle la erección de los calzoncillos. No me hacía falta ver para conocer cada curva, cada ondulación de sus músculos. Cerré los dedos alrededor de su verga y me incliné para lamer el sensible glande.
James emitió un suspiro feliz y se tumbó boca arriba. Me puso una mano en la cabeza, no para empujarme ni para meterme prisa, tan sólo para acariciarme el pelo suavemente. Sus dedos tiraban y se enredaban en mi pelo, aunque la sensación de incomodidad era tan leve que no podría describirse como dolor.
Yo chupaba, notando el sabor salado y almizclado. Aun recién salido de la ducha, aquella parte de su anatomía siempre tenía un sabor y un olor particulares, distintos de cualquier otra parte, como el codo o la barbilla. La región de los genitales, el vientre y la cara interna de los muslos conservaban un halo delicioso que sólo podría describir como varonil. Y único. Con los ojos cerrados tal vez me costaría identificarlo por la elevación de su nariz o de sus músculos, no así con aquel olor y sabor.
– Si tuviera que encontrarte en una habitación oscura llena de hombres desnudos, podría hacerlo sin problemas -murmuré pasando a continuación la boca por su pene erecto.
– ¿Fantaseas alguna vez con estar en una habitación llena de hombres desnudos, Anne? -James elevó las caderas para empujar su pene dentro de mi boca. Yo se la sujeté con firmeza por la base para controlar hasta dónde podía meterla.
– No.
James soltó una carcajada breve y entrecortada.
– ¿No? ¿Nunca? ¿No es ésa tu fantasía?
– ¿Qué iba a hacer yo con tanto hombre desnudo?
Él suspiró mientras se la chupaba. Tomé en una mano sus testículos y los acaricié suavemente con el pulgar.
– Podrían… hacerte… cosas…
Utilicé la boca y la mano al mismo tiempo hasta que le arranqué un gemido en voz alta, y después se la froté un rato con la mano, arriba y abajo, para que mi mandíbula pudiera descansar un poco.
– No. Soy chica de dos entradas máximo. James. No me serviría de nada tener a tantos hombres.
Volví a meterme su pene en la boca hasta donde pude. Ésta empezó a palpitar contra mi lengua. El sedoso líquido preseminal se mezcló con mi saliva facilitándome la labor de chupar y lamer.
James me puso la mano en la cadera y tiró de mí con suavidad, hasta que me di la vuelta sin dejar de chupársela y me puse a horcajadas sobre su cara. Me llegó el turno de gemir cuando me sujetó las nalgas y me chupó el clítoris con la lengua. Empezó jugueteando con la punta de la lengua. En aquella posición yo podía controlar la distancia a la que mi cuerpo estaba del suyo, podía sostenerme por encima de sus labios y su lengua, mover la pelvis, frotarme contra su boca. Me encantaba aquella postura.
Mi orgasmo llegó en cuestión de minutos. Me resultaba difícil concentrarme en chupársela cuando él me chupaba a mí. Nos volvimos un poco torpes. Creo que no nos importaba demasiado a ninguno. Los dos nos corrimos casi al mismo tiempo, gimiendo al unísono en medio de la oscuridad. Después, cuando retomé la posición normal en la cama y posé la cabeza en la almohada, me di cuenta de que el aire se había enfriado lo justo para querer taparme.
Tiré de las sábanas para cubrirnos, aunque James ya tenía aquella respiración que indicaba que estaba a punto de empezar a roncar, y que a mí me resultaba a un tiempo entrañable e insoportable, dependiendo de lo cansada que estuviera. Resopló contra la almohada. Yo me puse de espaldas, cansada pero no lo bastante como para dormirme.
– ¿Por qué os peleasteis? -susurré en mitad de la oscuridad.
El sonido de su respiración cambió. Contuvo un poco el aliento. Silencio. James no respondió y, al cabo de unos minutos, ya no volví a preguntar, inmersa ya en mis sueños.
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