Asestó un golpe a las telarañas que encontraba a su paso y sus pensamientos se orientaron hacia las cuestiones que lo habían atormentado desde el momento en que había despertado. Si él no era Carrick, entonces, ¿quién era? ¿Por qué lo abandonaron, golpeado, casi muerto, cerca de los muros de ese castillo? ¿Se dirigían a Calon y le tendieron una emboscada? ¿O lo arrastraron hasta allí después del ataque y luego lo abandonaron? ¿Habían espantado a su atacante antes de que pudiera acabar su trabajo? ¿Y quién diablos era él? ¿O ella? El ataque que había sufrido, ¿tenía algo que ver con el misterioso visitante que había llegado hasta él utilizando este pasadizo o la emboscada estaba relacionada de alguna manera con Morwenna?
¡Si pudiera tan sólo recordar!
Sintió que si se enteraba de algo más, si encontraba una pieza más de ese rompecabezas que era su vida, todo se pondría en su lugar y recuperaría la memoria.
«¿Es eso lo que quieres? -se quejó su voz-. ¿Y qué pasa si, de verdad, eres Carrick? ¿Qué harás entonces? ¿Entregarte? ¿Enfrentarte a Morwenna? ¿Volver a Wybren?»
– Por los clavos de Cristo -susurró, sus labios agrietados, su voz chirriante.
No tenía sentido hacerse preguntas. Lo averiguaría con la suficiente antelación.
Sus pies desnudos se deslizaron sobre las piedras frías, se movía silenciosamente a lo largo del estrecho pasadizo hasta llegar a una bifurcación. Hizo otra señal negra sobre la pared para indicar cuál era el camino que había seguido, cambió de dirección hacia un conjunto de peldaños y empezó a subir hasta que alcanzó otro pasillo. Tal vez ese pasillo oculto se abría hacia una torre y se imaginó abriendo de par en par una puerta y sintiendo el aire frío y fresco y la fragancia de la lluvia sobre su piel. Parecía que habían transcurrido décadas desde la última vez que había estado a campo abierto, oliendo el bosque, sintiendo la humedad de la niebla en sus mejillas. Anduvo con cuidado y pronto llegó al lugar más amplio del pasillo. Se detuvo, sintió una ligera ráfaga de aire y colocó su mano en el espacio que se abría entre las piedras. Concluyó que las hendiduras eran para la ventilación pero inclinó su cara hacia la abertura. Descubrió una cámara amplia con tapices vibrantes colgados de las paredes, un fuego que crepitaba y ardía intensamente en la chimenea, una cama grande en el centro de los aposentos, y una mujer…
Su corazón se detuvo.
Inspiró con fuerza al reconocerla.
Morwenna de Calon. La señora de la torre. Yacía medio desnuda bajo las sábanas.
Dormida y sin saber que…
La parte posterior de la garganta se le secó cuando ella suspiró y se volvió, y la colcha se deslizó lo suficiente para que pudiera ver la circunferencia oscura de su pezón antes de recoger las sábanas y cubrirse hasta la barbilla.
El corazón de Carrick tronó. Se mordió el labio inferior y examinó la cama.
La ropa de cama estaba arrugada, como si estuviera pasando una mala noche y no pudiera conciliar el sueño. Un perro moteado se acurrucaba hecho un ovillo sobre la cama junto a ella y no hizo más que mirar hacia arriba mientras Carrick observaba.
La miró otra vez. Dios, qué hermosa era. Se sintió conmovido en lo más hondo de su ser y se maldijo en silencio por el deseo que ardía en su interior. ¿Qué había en esa mujer que él encontraba tan intrigante, exasperante y francamente irresistible? ¿Y por qué ahora, cuándo su propia vida dependía de su antojo, fantaseó con entrar en su cámara, deslizarse por bajo las sábanas y apretar su cuerpo contra el de ella? Imaginó la sensación de sus zonas más suaves cediendo a la presión apacible. Casi podía oír su gemido de rendición, sentir el rastro de sus dedos a lo largo de su piel mientras trepaba por las costillas…
«¡Para! ¡Para ahora mismo! ¡No hay tiempo para esto!»
Su mirada se demoró todavía un segundo más antes de que se obligara a dar vuelta atrás. Suspiró, limpió su mente de imágenes prohibidas para refrescar el fuego que ardía por sus venas.
¡Piensa, hombre, piensa! Tienes que concentrarte y recopilar información. Es imprescindible trazar un plan. No puedes distraerte por culpa de Morwenna ni por ninguna mujer.
Mientras se regañaba mentalmente, supervisó el pequeño espacio donde estaba en ese momento. Más amplio que el resto de los pasillos, sin duda estaba construido para ver la cámara de abajo.
«¿Por qué? ¿Y para quién? ¿Los centinelas? ¿Un marido celoso? ¿Espías en la torre?»
Frunció el ceño al observar el polvo del suelo. Huellas recientes. Por consiguiente no era el primero en mirar hacia abajo, hacia los aposentos de la dama. Una sensación misteriosa le recorrió la nuca. No cabía duda de que quienquiera que lo hubiera visitado la otra noche también había estado en ese lugar y había observado a Morwenna mientras dormía, se vestía o se bañaba. Quienquiera que fuera había escuchado las conversaciones más íntimas, la había visto cuando ella hubiera pensado estar completamente a solas. Quienquiera que fuera, presumía, era el enemigo. Cualquier pensamiento persistente de que ella conociera los pasadizos secretos se había desvanecido y se dio cuenta de que no si él, sino también ella, tenían enemigos dentro de los muros del castillo de Calon.
Se estaba tramando una traición y de alguna manera le implicaba.
Los dos habían sido observados por alguien, tal vez manipulados el mismo enemigo sombrío.
Morwenna soltó un suspiro largo y suave y no pudo ayudarse a mismo de otra manera que inclinándose para volver a mirarla mientras dormía pacíficamente. El pelo oscuro le caía alrededor de la cara y por detrás de la espalda, la respiración era suave y uniforme, tenía los ojos cerrados, las pestañas rizadas reposaban sobre sus mejillas. La boca de Morwenna estaba ligeramente abierta y él recordó el beso y la confesión de ella de que no creía que fuera un asesino.
Pero alguien lo es. Probablemente alguien en quien ella confía.
Pensó en todas las voces que había oído, las miradas de los hombres que lo habían observado. El administrador, los guardias, el sacerdote y el médico, todos ellos habían estado presentes. ¿Y la anciana que parecía odiarle tanto?
No tenía respuestas todavía, pero averiguaría quién estaba detrás… Le tendería una trampa al bastardo, eso es.
Su cabeza se adelantaba a los acontecimientos. De alguna manera tenía que sacar de su escondrijo al enemigo. El primer paso era conocer su guarida, eso ya lo había hecho.
Utilizó la antorcha para iluminarse, se inclinó más abajo y examinó con atención las huellas… La mayoría estaban esparcidas y no había nada distintivo en ellas; su tamaño era del de un hombre del montón, similar al pie del propio Carrick. Y aunque las aberturas del muro no estaban al mismo nivel, las huellas apuntaban a una que resultaba más cómoda para una persona de su propia estatura. No vio nada más que le ayudara a desenmascarar al mirón, ningún trozo de tejido, ningún cabello suelto sobre los bordes afilados del candelabro, aunque no se utilizara por temor a que la luz brillara a través de las rendijas del muro, ya que habría advertido a cualquiera que estuviera abajo que alguien estaba observando desde arriba.
Entonces, ¿quién la había estado mirando?
Sin obtener respuesta, se adentró a lo largo del estrecho pasillo. Había otros espacios amplios entre las piedras y pudo ver a otra mujer, con una mata de pelo rojizo oscuro desparramada sobre su almohada mientras dormía. Imaginó que debía de ser la hermana. Siguió avanzando hacia delante hasta llegar a lo que parecía ser el solario, que en ese momento estaba vacío, y luego pasó ante la habitación vacía con la cama arrugada, vacía, la cámara que le había albergado como un invitado cautivo. Adivinó que esa área de visión se encontraba situada directamente sobre la entrada oculta que había utilizado para entrar en el pasadizo. ¿Habría entradas en todas las habitaciones? ¿Y en la de Morwenna?
Buscó otras puertas ocultas y pestillos a lo largo del tramo de la escalera estrecha y del suelo donde estaban los aposentos de las damas, el mismo piso donde se localizaba la habitación que él había ocupado y la puerta secreta, pero no acertó a descubrir ninguno. También revisó el polvo del suelo del pasillo buscando signos de perturbación. Aunque había huellas que conducían a todas partes, parecía que había una mayor cantidad concentrada en el punto de mira sobre los aposentos de Morwenna.
Quienquiera que hiciera uso de esos pasadizos secretos los conocía bien y los utilizaba en secreto para observar a la dama de la torre.
Carrick sintió una rabia sorda invadiéndole la sangre, en absoluto diferente a las emociones que experimentaba cuando pensaba en la boda de Morwenna con lord Ryden, un acontecimiento del que se había enterado a causa de los cuchicheos de los criados.
«¿Celos?»
Apretó la mandíbula. No tenía derecho al sentimiento posesivo por ella. Según la dama, él había despreciado su amor, la había abandonado estando estaba embarazada.
Sacudió con la mano una telaraña y frunció el ceño. ¿Qué tipo de hombre había sido? ¿Un hombre que mató sin piedad a su familia? ¿Un hombre que dio la espalda a su mujer y a su hijo por un flirteo con la esposa de su hermano?
No era de extrañar que alguien hubiera tratado de acabar con él.
Moviéndose furtivamente, encontró por casualidad una pequeña habitación cuya dimensión no era mayor a la de un armario. Cuando su antorcha iluminó la diminuta habitación, descubrió cómo la persona que caminaba por esos pasadizos podía entrar o salir del castillo pasando inadvertida: unos hábitos de monje, una oscura capucha y una capa, el uniforme de un soldado, la humilde túnica de un campesino y un gorro…, disfraces, y armas. Encontró dos cuchillos, una espada, un hacha y varios instrumentos de carpintería. Quienquiera que utilizara esos aposentos lo había planeado al detalle.
Eso haría él. Se enfundó la túnica de soldado y se colocó los bombachos, el cinturón y la cartuchera que formaban parte del uniforme bajo el brazo. Luego, creyendo a duras penas en su ángel de la guarda, tomó el cuchillo más pequeño y lo ocultó en la manga.
Después prosiguió explorando durante tanto tiempo como pudo y descubrió varios túneles, uno que conducía directamente a la capilla, otro a la celda de la mazmorra, que estaba vacía, y cuya puerta oxidada estaba cerrada. Vio diversas bifurcaciones de los pasadizos pero no tenía tiempo de explorarlos. El tiempo transcurría y, aunque quería examinar cada palmo de ese laberinto secreto, las fuerzas le empezaban a fallar. De repente, se sintió muy cansado, los músculos le dolían después de haberlos utilizado tan repentinamente.
Por el temor a que se descubriera su fuga, y que en la búsqueda consiguiente se descubriera el pasadizo que necesitaba utilizar como medio de escape, se movió poco a poco hacia atrás.
Rehaciendo el camino hasta su cámara con el cuchillo en la mano, procuró no hacer ruido y sus oídos se aguzaron para escuchar el sonido más leve, por no tropezar con la persona que caminaba por esos pasadizos con facilidad y sabiduría.
Limpió las marcas de carbón de cada bifurcación del vestíbulo de modo que quien utilizara regularmente los pasillos secretos no notara nada raro y, en cambio, marcó las piedras del suelo. Apuntando mentalmente los pasos que se bifurcaban de lo que parecía la arteria principal, se dirigió hacia la habitación donde había pasado tantos días. La exploraría de nuevo, si tenía oportunidad. Seguramente habría más habitaciones por donde entrar y salir, tal vez más túneles que condujeran a otros edificios del castillo.
Había muchas cosas que podía hacer.
Pero primero, necesitaba descansar. La fatiga había hecho mella en él, sus músculos protestaban. Se desnudó ante la puerta de su habitación y metió su ropa recién descubierta en un pasillo oscuro y mohoso que apareció sin marcas de huellas y con profusión de telarañas, lo que indicaba que raras veces se utilizaba. Conservó el cuchillo y lo ocultó en su cuerpo, luego se dirigió otra vez a su habitación.
Pensó en la huida mientras abría el pestillo de la puerta y avanzaba desnudo hacia la cámara donde había estado tendido durante dos semanas.
Tenía que marcharse antes de que Morwenna cumpliera la amenaza de enviarle a Wybren.
Capítulo 18
«¡Ayúdame!»
Esas palabras le retumbaban en la mente desde la tarde anterior, cuando había visitado a Carrick.
No podía ahuyentarlo del recuerdo ni obviar la desesperación que oyó cuando él habló por fin. Su súplica la perseguía incluso ahora que se apresuraba a lo largo de las baldosas mojadas que atravesaban el jardín y conducían a la capilla.
Carrick la había agarrado por los brazos, la había mirado directamente a los ojos y le había pedido que le ayudara, luego cayó desplomado sobre las almohadas. ¿La había reconocido o había sido parte de su delirio? Sus palabras la habían acompañado durante todo el día, y aunque había ido a verlo dos veces no se había vuelto a levantar. Le mencionó al médico que le había parecido que se había despertado, pero Nygyll examinó a Carrick y negó con la cabeza.
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