Los soldados que le sostenían y todos lo que se habían congregado en la habitación profunda y oscura se dieron la vuelta y le miraron con recelo.
Tan imperioso como siempre, Graydynn se rió sin pizca de alegría.
– Desde luego que lo sois.
– No, Graydynn, no lo soy y vos lo sabéis -le acusó con furia candente-. Me reconocisteis. -Con un movimiento rápido de hombros, desarmó a los guardias-. Soy Theron. El hijo de Dafydd. El hermano de Carrick, sí, y me parezco a él, pero no soy Carrick.
– Theron murió en el incendio -dijo Graydynn, pero su voz era menos convincente a medida que estudiaba las marcas que tenía Theron a la cara y escrutaba las heridas y los rasguños que se veían bajo la barba.
– Yo no estaba en Wybren esa noche -insistió Theron, y los recuerdos de su pasado se volvieron nítidos en su mente. Se acercó un poco más a Graydynn-. Me fui de esta torre cuando descubrí a mi esposa en la cama con otro hombre, su amante. Pero el bastardo no era Carrick. -Apenas movía los labios al hablar y todos los presentes en gran salón se quedaron mudos-. El amante era alguien que conocía el castillo de Heath, un hombre enviado por su hermano Ryden para que velara por ella. -Los labios de Theron se torcieron por la ironía, la historia, la traición final de su esposa-. Ni siquiera sé su nombre pero fue él quien murió al lado de mi esposa. Él era la persona que todo mundo supuso que era yo.
– ¡Mentís!
– ¿Eso creéis, Graydynn? Miradme. Miradme con detenimiento. Todos mis hermanos, Byron, Carrick, Owen, y yo, los hijos de Myrnna y Dafydd, éramos tan parecidos que confundíamos a todo aquel que no nos conocía demasiado. Sólo Alyce, nuestra hermana, tiene un gran parecido a nuestra madre. El resto éramos la viva imagen de nuestro padre. Pero vos, Graydynn, deberíais daros cuenta de la verdad cuando esta os mira fijamente a los ojos.
– Es imposible -dijo entre dientes Graydynn por encima de los murmullos de sus hombres, el crepitar y el chisporroteo del fuego, que quedaba en la chimenea.
– ¿Estáis seguro? ¿Cómo sé entonces que robasteis el vino de mi padre sobornando al encargado de la bodega? -inquirió, oliendo el miedo mezclado con el sudor, de Graydynn-. Porque lo hicimos juntos, o estaba allí. Creo que Gin todavía está por aquí. Él puede verificarlo.
– Theron os pudo haber contado lo del vino, Carrick -insistió Graydynn, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua en un gesto nervioso.
– ¿Acaso podría haberle contado a Carrick el secreto que compartíamos vos y yo?
Graydynn ensanchó las narices y las dudas asomaron a sus ojos.
– No sé de qué me estáis hablando.
– Seguro que sí, Graydynn. Lo recordáis. -Theron endureció la mandíbula igual que una piedra-. Os sorprendí robando el cuchillo de Carrick, el que tenía la empuñadura adornada con piedras preciosas. ¿Lo recordáis? Era verano… De eso hace seis años, y Carrick juró que si encontraba al culpable le castraría y se comería los testículos.
Graydynn empalideció visiblemente.
– Veo que recordáis el suceso. Entiendo que conserváis el cuchillo.
– Sois Theron -exclamó uno de los soldados, acercándose a él y clavándole los ojos en la cara del cautivo-. Ahora lo veo.
– Y yo también os reconozco, sir Benjamín -dijo Theron al hombre de barba espesa y pelirroja.
– Sí, yo también os reconozco -coincidió un hombre corpulento-. Estuve al servicio de vuestro padre durante veinte años.
– Yo también.
Otras voces intervinieron, todas corroborando la identidad de Theron. Una lavandera que se limpiaba las manos en el delantal sonrió con los ojos bañados en lágrimas.
– Agradezco a nuestro Señor que estéis a salvo, sir Theron. ¡Gracias al Señor!
Un hombre de pelo castaño ralo y ojos con patas de gallo dio un paso adelante y miró fijamente a Theron durante un buen rato.
– Vos me salvasteis la vida o al menos evitasteis que me encarcelaran -dijo con solemnidad-. Un hombre me había acusado de robar al lord y vos intercedisteis en mi defensa. Una semana más tarde encontraron al verdadero ladrón.
– Sois Liam -dijo Theron moviendo la cabeza-. Vuestra mujer, Katherine… Katie, como la llamabais, tuvo gemelos el año pasado.
– Han pasado casi dos años desde entonces -puntualizó con una sonrisa que cada vez era más amplia.
– ¡Por todos los santos, pensé que habíais muerto! -exclamó otro soldado.
– Mi señor -dijo aún otro hombre, haciéndole una reverencia. Otros tantos le secundaron, jurando lealtad al hijo de Dafydd, el legítimo señor.
– ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Todos! -vociferó Graydynn apuntando al techo como si quisiera que todos los vasallos se pusieran de pie.
Todavía blandía la espada y trazó con ella un amplio arco hasta apuntar finalmente al cielo.
– ¡Eso es… eso es absurdo! ¡Ese hombre es Carrick! ¡Un traidor! ¡Un asesino!
– ¡Mentís! -intervino Benjamin.
Y con un movimiento diestro se apoderó de la espada de Graydynn.
Theron fulminó con la mirada a su primo.
– Liberadme de las ataduras -ordenó Theron, pero antes de que Lord de Wybren pudiera reaccionar, Benjamin, usando la espada de Graydynn, cortó las ataduras y la mordaza de su cuello.
Liam se puso de pie.
– Disculpadme por haber tomado parte en vuestra captura, milord. Debería haberos reconocido.
– ¡Él no es el señor! -A Graydynn se le torció el gesto de rabia y de miedo-. ¡No lo liberéis! ¡No lo hagáis! ¡No sabemos por qué está aquí!
– ¡Ha venido porque pertenece a este lugar! -gritó un hombre.
Y el resto le secundó con las armas en alto.
– Vine porque perseguía la verdad. Quería enfrentarme a vos. -Su voz era casi imperceptible porque intentaba controlar su furia, que se cocía en su interior a fuego lento-. Y vine para vengar a mi familia. -Estaba tan enfadado que temblaba por dentro, era todo cuanto podía hacer para no retorcerle el pescuezo a ese bastardo-. Los matasteis a todos.
– Mentira.
– Pensasteis que yo estaba en mis aposentos con Alena y que habíais acabado con todos, de modo que teníais el camino libre para reclamar la baronía como propia, como heredero legítimo, el primogénito del hermano de mi padre. Sólo Carrick sobrevivió, y después de que escapara, o hiciera el trabajo sucio, le cargasteis la autoría del incendio.
– No, Theron… -Graydynn palideció al oír su propia voz llamándole por su nombre, traicionando su versión-. No… No tuve nada que ver con la muerte de vuestra familia.
– ¡Mentiroso! -bramó Theron-. No sé cómo os aliasteis Carrick y vos. Quizá los dos erais cómplices. No era ningún secreto que Carrick despreciaba a nuestro padre, pero lo que no entiendo es cómo pudo confiar en una serpiente como vos.
– ¡Os lo juro! ¡No tuve nada que ver con el incendio!
– Demostradlo.
– No tengo por qué. ¡Soy el señor de este lugar!
– Pero no deberíais serlo, cuando uno de los hijos del barón de Dafydd está vivo -señaló Benjamin.
Una docena de ojos rabiosos se concentraron en Graydynn. La sala quedó sumida en un silencio sepulcral. Sólo el crepitar y el siseo del fuego cortaron el mutismo general.
El sudor resbalaba por la frente de Graydynn.
– Escuchad -le interpeló, cuadrando los hombros y quedándose totalmente rígido-. Cada uno de vosotros me ha jurado lealtad, ha prometido dar la vida por el rey y su país. Soy vuestro señor, así que llevad a este hombre al calabozo o seréis acusados de traición.
– Juramos lealtad al heredero legítimo de Wybren -espetó un hombre con los labios apretados.
– El rey me ha reconocido como tal.
– Pero el rey no sabe lo que habéis maquinado.
– ¡No hice nada! -El pánico estranguló las palabras de Graydynn antes de que pudiera recuperar la compostura. La cólera tomó las riendas de sus emociones. Irradiaba furia y una vena roja le palpitaba en la sien-. Si hacéis lo que os digo, olvidaré este amago de rebelión. Si no, seréis encarcelados. Así que daos por enterados y enteraos bien. Llevaos al preso. Encerradlo entre rejas. Mañana decidiré qué hago con él.
– ¡Esperad!
Una voz aguda cruzó la sala, y un soldado arrastró a un hombre pequeño y enjuto. Lo había sometido con ayuda de otro hombre.
Theron sintió que el corazón se le aceleraba al reconocer al hombre que estaba al acecho tras la puerta de su habitación en Calon, a quien se reconocía como Dwynn, el tonto.
– Disculpadme, milord -el soldado, ruborizado por la confusión y respirando a fondo, presentó sus disculpas a Graydynn, puesto que no había seguido el hilo de la historia-. Después de notificaros que teníamos al espía, el preso huyó por una puerta trasera camino de la cuadra. -Hizo un gesto hacia otro centinela-. Tuvimos que atraparle de nuevo. -Lanzó a su prisionero una mirada de enojo-. Primero le vi ocultarse cerca del pozo. Creo que le estaba siguiendo -dijo señalando a Theron.
Entonces se detuvo, la expresión de su cara era cómica ante la confusión de la escena, al verlo despojado de sus ataduras.
– ¿Qué sucede aquí?
Graydynn entornó los ojos y miró a Theron.
– ¿Trajisteis aliados con vos?
– No.
– ¡Vengo de Calon! -dijo Dwynn, sacudiendo la cabeza desesperadamente.
– Parece que discrepa -advirtió Graydynn.
– Puede que me haya seguido, pero yo no sabía nada.
– Vengo solo. ¡Hay… hay problemas en la torre! -exclamó Dwynn, clavó la mirada en Theron durante unos segundos y bajó la vista de nuevo-. Ella necesita ayuda.
– ¿Quién? -preguntó Theron, aunque conocía la respuesta. La imagen de Morwenna le atravesó la mente. Se le heló la sangre-. ¿Qué tipo de problema? -preguntó.
Parecía que su corazón fuera a estallar sólo pensando que pudiera estar herida o algo peor.
– Ella…
– ¿La señora? ¿Morwenna?
Dwynn afirmó con la cabeza.
– Está en peligro.
– ¿Cómo?
– El hermano -aclaró Dwynn, evitando la mirada de Theron.
Se mordió el labio e interpretó que si desvelaba el secreto sería castigado por ello.
– Carrick -resolvió Theron-, ¿Carrick ha vuelto?
Pero Dwynn enmudeció de repente y no dijo una palabra más.
– ¡Decídmelo! -le exigió Theron, agarrando el hombre más menudo por los hombros-. ¡Maldita sea, Dwynn!
– ¡El hermano!
Era inútil. Frenético, Theron desvió su atención hacia Benjamin.
– Necesito cinco hombres y caballos frescos. Iremos a Calon.
Diez soldados dieron un paso adelante.
– Bien.
Pensaba rápido, planificando en su mente, y se percató de que Graydynn buscaba las caras de los hombres que no se habían ofrecido. Le dijo a su primo:
– Tendré cuidado con mi hermano, Graydynn, no os preocupéis. Pero mientras tanto creo que vuestra idea de la mazmorra es buena. Sugiero que paséis la noche allí y consideréis lo que habéis hecho.
– No hice nada -protestó Graydynn-. No podéis…
Su mirada barrió la habitación, las palabras se extinguieron en su garganta cuando presintió que todos los hombres estaban dispuestos a seguir las órdenes de Theron.
– ¿No? -La risa de Theron era fría como el hielo-. Entonces, lord Graydynn, no tendréis ningún miedo a la venganza o al castigo, ¿verdad? -Miró a sir Benjamin y añadió-: Cerradlo a cal y canto.
Capítulo 29
El Redentor deslizó los dedos por el cuchillo. Estaba listo. Ansioso. Tenía los nervios tensados hasta el límite.
Desde su lugar oculto tras la cortina del balcón, había observado cómo capturaban a Carrick y le arrastraban hasta el gran salón, y se cercioró de que el canalla era realmente Theron.
Al Redentor se le removieron las tripas al pensarlo. Suponía que Theron había muerto en el incendio y, al saber que no sólo Carrick había escapado de las llamas del fuego, de manera que acabara la estirpe de Wybren, sino también Theron, se sintió indigno.
Pero ahora sabía la verdad y conocerla le hacía sentirse poderoso.
Peor aún, había visto cómo arrastraban a Dwynn, aquel idiota, hasta el gran salón y cómo un estúpido decía más de la cuenta en lugar de callar. Pensando en que todos los planes que había urdido al detalle podían malograrse por ese tonto patético, montó en una cólera irracional. Dwynn, también, tendría que pagar un precio con su vida.
Theron y su grupo de soldados iban camino de Calon, otro motivo de irritación con el que tendría que lidiar. Pero antes de nada, Graydynn.
Había conseguido deslizarse desde el balcón hasta los calabozos, varios pisos más abajo: un lugar horrible, húmedo y sombrío que sólo engendraba pestilencia y desesperación. Sólo ocupaban las celdas los roedores, los insectos y las serpientes, que se arrastraban a través de las barras oxidadas. El agua goteaba en algún punto y los olores a moho, orina, suciedad y paja podrida se mezclaban en un hedor que abrasaba las fosas nasales.
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