Los ojos oscuros de Alexander brillaron con desconfianza al mirar al hombre que había yacido en la cámara de Tadd, reponiéndose de las heridas, el hombre que pensaba que era Carrick. Morwenna, Alexander, Theron y Payne se dirigieron a la torre de entrada para ver al difunto sacerdote con sus propios ojos. Dejaron en el gran salón a los demás, incluyendo a lord Ryden con sus protestas airadas y a la esposa del alguacil, ahora más aliviada, con instrucciones al personal para mantenerlos en calor, alimentados y bajo control.
– Pero Theron murió en el incendio -dijo Alexander cuando pasaban por el pozo.
Dos muchachos arrastraban los cubos de agua al gran salón, salpicando con el agua cuando se apresuraban en la dirección opuesta.
– Evidentemente sobreviví -dijo Theron con los labios apretados.
Los prisioneros habían asegurado a Morwenna que los proscritos de Carrick no les habían maltratado, pero estaba claro que esta declaración buscaba convencerla de su habilidad en la asunción de sus obligaciones y no le parecía fidedigna.
– Deberíais haber sabido que yo no era Carrick si mi hermano era el líder de la maldita banda que os capturó -señaló Theron.
– Él no estaba allí -protestó Alexander.
– Eso es cierto -confirmó Payne-. No vimos al cabecilla. ¿Y dónde está ahora?
Morwenna lanzó una mirada a Theron.
– Custodiado en la torre del homenaje. En la habitación que vos ocupasteis. La captura de sir Alexander y Payne era sólo un ardid para distraer a nuestra guardia que aprovechó Carrick para introducirse dentro.
– Habéis hablado con él al fin -dijo Theron.
– Sí.
– No basta con tenerlo vigilado en la habitación -soltó Alexander con ira-. Si éste fue capaz de escapar -y señaló furioso con un dedo a Theron-, entonces el maldito Carrick también puede hacerlo.
– No lo creo -contestó ella.
Pero su mente descendió por un camino oscuro. La última impresión de Carrick era la de un hombre que penetrando por la entrada oculta, le cerraba el paso. ¿Quién sabía lo que planeaba realmente? Ella había acordado ayudarle por el momento, pero ahora dudaba de sus intenciones, y el estómago se le revolvió al pensar que no sólo le había devuelto la libertad sino que, tal vez, le había facilitado el camino hasta Bryanna. ¿En qué otra parte podía estar sino en los pasadizos secretos?
«Él no le hará daño. Nunca le hizo ninguno, ¿verdad?»
Aventuró una mirada en dirección a sir Alexander y vio la hinchazón y la decoloración de la cara. Payne también mostraba los signos de una paliza severa. No los había golpeado el mismo Carrick, pero había instigado el ataque. La emboscada había sido un plan.
Ella alzó la mirada hacia el hombre que amó… y le sorprendió la emoción que la embargaba. Afloró, que amaba a Theron de Wybren. Su corazón se rompió al mirarle. Y pensar que ella había creído fervientemente una vez que había amado a Carrick.
«Vaya serpiente. Pues ¿no estaba Carrick detrás de todo? Sí, sostiene que no provocó el fuego, que no mató a Isa ni a Vernon… pero ¿cómo puedes estar segura de que no lo hizo? ¡Mentiras, mentiras, mentiras! Tal vez no los matara con sus propias manos, pero sí lo ordenara… A ese Hack, con sus ojos de lagarto vacíos de emoción y una marca en la mejilla, ¿no le crees capaz de las acciones más viles? Sin embargo habían jurado lealtad a Carrick…»
Trató de apartar esos pensamientos horribles y buscó consuelo en el hecho de que Carrick le había dado su palabra.
«La palabra de un mentiroso. Peor, la de un asesino, al menos la de un ladrón y un hombre que tiene en poco que su hermano recibiera un ataque y le golpearan hasta dejarle sin sentido. Ah, no le quiso muerto, según dijo, pero eso fue después. Él sabía de lo que eran capaces esos matones, sus cómplices».
Le recorrió un frío glacial por el cuerpo. Deslizó sus dedos por los de Theron.
Carrick no podía hacer daño a nadie en los pasadizos secretos.
«¿Estás loca? Allí puede cometer la peor de sus fechorías. Entrar y salir de las habitaciones sin ser visto».
Sintió una gran angustia en su interior.
«¿Qué pasará si encuentra a Bryanna por casualidad? Recuerda que, incluso si Carrick parece inocente, ahora está atrapado e incluso un animal enjaulado ataca a su amo si se siente amenazado».
Llegaron hasta la torre de entrada, donde todas las velas de junco estaban encendidas y el fuego crepitaba en la chimenea. Aun así Morwenna sintió un frío de muerte y luego se frotó los brazos, cuando vio al sacerdote.
El cadáver del padre Daniel yacía sobre una mesa que habían cubierto con una sábana. La sangre de la herida del abdomen y el horrible corte dentado en la parte delantera del cuello habían manchado la sotana. La piel era blanca, como si toda la sangre hubiera reculado del cuerpo, y los inexpresivos ojos miraban fijamente al techo.
Payne extendió la mano y los cerró con suavidad.
– Ojalá estuviera Nygyll aquí -dijo ella, pero tan pronto como las palabras salieron de su boca, sintió que un temblor se propagaba columna abajo-. ¿Dónde está?
El alguacil examinó las heridas del Padre Daniel.
– ¿Hace cuánto que partió?
– Desde la noche en que mataron a Isa, tanto Dwynn, como el Padre Daniel y Nygyll han estado ausentes. Tampoco sabemos dónde está Bryanna.
– ¿Bryanna? -La cabeza de Alexander se movió al instante-. ¿Qué ha pasado?
Morwenna soltó una bocanada de aire. Dirigió la mirada a Theron.
Pudo haber encontrado la entrada oculta. La que usasteis vos.
– ¿Qué entrada oculta? -preguntó Alexander, encarando a Theron.
– La que creo que utilizó el asesino. Conecta con cámaras y pasadizos ocultos y conduce al exterior. Así es como entra y sale.
– ¿Y Carrick se encuentra en la habitación donde está la entrada a os pasadizos? -rugió Alexander.
– Sí -admitió Morwenna.
Theron agarró Morwenna por el brazo. Sus dedos se cerraron fuertes, su mandíbula parecía cincelada en piedra.
– No me digáis que está al corriente de la maldita entrada.
– Sí -asintió de nuevo, sintiéndose como una tonta.
¿Cómo pudo haber confiado en Carrick otra vez? ¿Cómo?
– Entró antes de que llegarais.
– ¡Maldito infierno sangriento! -Alexander echó un vistazo a Theron-. ¿Sabéis dónde está la entrada a los pasadizos?
– La entrada de algunos de ellos.
– Entonces, ¡vamos! -El capitán de la guardia fulminó a Morwenna-. Sólo espero que no lleguemos tarde.
Sintió otra presencia. Alguien más en su dominio.
El Redentor escuchó atentamente, percibió el suspiro más leve. Una voz femenina. Cantando.
Sus entrañas se revolvieron. ¿Quién se atrevía a entrar en su dominio? Se prometió inmediatamente que le mataría, quienquiera que fuera…, y luego reconoció la voz.
Los rezos entrecortados no eran los tonos profundamente seductores de Morwenna, sino los de su hermana. Rememoró cuando la vigilaba en su cámara: la cabellera rizada que brillaba con un castaño rojizo con el fuego, los pechos más pequeños pero firmes con sus pezones rosados, la mancha de vello donde se unían las piernas, otra vez con la misma tonalidad rojiza erótica.
Su miembro reaccionó al imaginarla durmiendo inquieta, desnuda sobre la ropa de cama, con la necesidad obvia de sentir dentro la estocada de su miembro viril.
Al recordarlo, su miembro se endureció y se lamió los labios al pensar lo que le haría.
Debería morir, al final.
Ella no era la escogida.
Pero ahora, con todo lo que había conseguido en su búsqueda, ¿no podía permitirse un poco de placer?
«Es un pecado. Ella no es la escogida…»
Pero ella era una virgen. ¡Ningún hombre había estado con ella y, ah, sentir su rebeldía alrededor de él, experimentar cómo perdía la virginidad, oír el jadeo de placer y horror cuando la penetrara una y otra vez, embistiéndola, calándola, exigiéndole…!
Cerró los ojos, se dio cuenta de que tenía la respiración jadeante y dificultosa, que su miembro viril estaba duro como una roca y su corazón latía descompasadamente, y las venas le bombeaban la sangre con una rapidez que le impedía pensar.
«¡Para! No pierdas la clarividencia. Esta mujer sólo será un flirteo…»
Pero no sería capaz de contenerse.
Había sido tan largo…
Primero la joven, la virgen. La reclamaría y luego la mataría, y luego… Morwenna.
El canto se interrumpió, como notando que hubiera alguien.
Pero no importaba. Sabía dónde estaba. Los sonidos provenían de la cámara donde escondía los disfraces. De sus labios arrancó una sonrisa diabólica y avanzó infalible hacia allí.
Morwenna y Theron entraron por el pasaje secreto de la habitación de Tadd, mientras que Alexander situaba a sus hombres donde le indicaba Theron, incluyendo los jardines y el solario. También lord Ryden, aunque visiblemente molesto, ordenó a sus hombres participar en la búsqueda. Y Dwynn, que seguía hablando sobre el «hermano», insistió en ayudar. Todos ellos estaban bajo las órdenes de Alexander.
Morwenna no podía moverse lo suficientemente rápido por los pasadizos secretos. Sospechaba que Bryanna la esperaba en algún sitio. En algún sitio donde corría peligro.
«Podría estar muerta o moribunda, abandonando el alma el cuerpo en esos pasillos oscuros y desolados».
Theron tomó una antorcha para introducirse por el increíble laberinto. Había insistido en no avisar a Bryanna ni a Carrick de que avanzaban con sigilo por el laberinto en busca de su paradero, y Morwenna accedió a su plan a pesar de que su corazón se rasgaba por dentro. «Bryanna, ah, hermana mía, ¿dónde estás? ¿Dónde?» A cada paso, su temor se acrecentaba y se esforzaba por detectar cualquier ruido, una pisada apagada, un sollozo ahogado, una respiración asustada, pero todo lo que escuchaba era el latido acelerado y desacompasado de su propio corazón.
Morwenna sólo podía imaginarse lo peor. ¿Qué encontrarían en esos lóbregos pasadizos y cámaras secretas? ¿Más cuerpos sangrientos y mutilados? ¿Bryanna? «Oh, Dios, por favor, no. ¡Por favor, tenla a salvo!»
Theron le mostró la zona desde donde se podía espiar su cámara, el solario, la habitación de Bryanna y, por supuesto, la habitación de Tadd, donde Theron y ella habían hecho el amor.
Ella se preguntó si la horrible criatura que habitaba los pasillos húmedos y oscuros había presenciado su unión con Theron, su galanteo salvaje y estimulante y, ah, tan privado. El estómago le ardía al pensarlo pero le resultaba difícil extraviar la mente. Ante todo tenía que encontrar a su hermana.
Ahora pensaba que Carrick, fiel a su naturaleza oportunista, había utilizado la búsqueda de Bryanna como estratagema que cubriera su fuga. «Bueno, que así sea». Mientras su hermana estuviera sana y salva, Morwenna no se preocupaba por lo que él hiciera, con lo que le quedaba de miserable vida. Que hubiera jugado con Morwenna como un idiota otra vez tenía pocas consecuencias. Lo que importaba era Bryanna.
Oyó pasos.
«Morrigu, gran Madre, poneos de mi parte esta noche».
Una pisada suave pero nítida.
«Isa, si puedes oírme, soy tu mensajera de la muerte. Te vengaré».
Y por la entrada a esa cámara secreta, Bryanna vio una luz parpadear, olió el aroma de las velas que ardían.
Ya estaba cerca.
«Fata Morgana, dadme fuerza. Ayudadme a derrotar a este bandido y librar al mundo de él».
Pensó en todos los inocentes a los que había segado la vida, los estragos que había originado, el dolor que había causado con sus manos. Aspiró en silencio, imaginándose la cara de Isa, oyendo su voz, sintiendo la fuerza que le insuflaban los amuletos y las velas apagadas que había desplegado a su alrededor. Dibujó runas en el polvo, aguzó el oído…, esperó…
Ya estaba cerca.
Sus nervios se estremecieron. Se mordió el labio inferior.
Una sombra apareció en el vestíbulo.
Su corazón casi se detuvo. Clavó la mirada en la pequeña entrada a la cámara de aire viciado.
«Por favor, por favor, dadme la fuerza».
Una silueta oscura apareció delante de ella. Cuando levantó la luz para poder distinguir en la oscuridad, Bryanna se abalanzó con el cuchillo de Isa en mano.
– ¡Muere, bastardo! -gritó, sumergiendo la hoja hasta el fondo-. ¡Y si hay un infierno, ve allí y no vuelvas nunca!
Theron se quedó aterido cuando la voz de Bryanna retumbó por los pasillos.
– ¡Por aquí! -instó a los demás, guiando a Morwenna por un pequeño tramo de escalera.
– ¡Bryanna! -gritó ella, incapaz de estar callada por más tiempo-. ¡Bryanna!
Seguía a Theron a ciegas por los pasadizos estrechos. El miedo la impulsaba hacia delante, el terror palpitaba dentro de su corazón. ¡Seguramente su hermana estaba a salvo! «Dios en el cielo, no le dejéis morir. ¡Por favor, por favor, no le dejéis morir!»
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