– Por aquí -dijo.

La efímera ráfaga de euforia de Morwenna se desvaneció con la oscuridad de los bosques circundantes. Mientras trotaba montada a lomos de su yegua detrás de Alexander, oyó unas voces que sonaban por el bosque. En el momento en que pasaban bajo una bóveda andrajosa de árboles desnudos y detrás de la maleza, las voces se hicieron inteligibles. En un pequeño claro encontraron al alguacil, a dos de sus hombres y a Jason, el cazador. Habían desmontado de sus cabalgaduras y estaban inspeccionando la tierra palmo a palmo, en la orilla del riachuelo helado. Los hombres alzaron la vista al oír el ruido de los caballos y se sacaron los sombreros al tiempo que bajaban la mirada.

– Milady -dijo el alguacil cuando descendió del caballo.

– ¿Es aquí donde se encontró al hombre? -preguntó Alexander.

De un salto pisó tierra y Bryanna, también, descendió del caballo.

– Así es, detrás de aquel tronco, cerca de la roca grande.

Jason indicó una roca enorme de superficies planas y bordes pronunciados, así como varias manchas oscuras que fluían en hilos rojizos formando pequeños charcos en el suelo.

Sangre.

En su fuero interno, Morwenna tembló.

Alexander preguntó:

– ¿Habéis descubierto algo?

Payne, el alguacil, negó con su cabeza cana. Tenía unas cejas espesas plateadas, una frente alta y unos párpados que caían sobre las cuencas de los ojos. Aún así, Morwenna pensó que había visto más que la mayoría de la gente.

– No hay mucho que ver. Los restos de una hoguera por ahí -indicó hacia un pequeño hoyo donde se veía madera carbonizada y luego movió la mano hacia un poste de tejo-. Hay estiércol de caballo en esa zona y por supuesto sangre sobre la roca, junto con algunos cabellos negros. Probablemente le estamparon la cabeza contra la roca.

Bryanna dejó escapar un sonido de protesta, pero el alguacil continuó hablando.

– Hay huellas de cascos y pisadas de botas por todos lados.

El alguacil señaló al suelo.

– Muchas de las huellas son confusas, pero… -Se agachó mientras miraba fijamente al suelo-. Parece que hay al menos dos suelas de tamaños diferentes, y se podría conjeturar, por la maleza tronchada, que se produjo una pelea cerca de esta roca.

Miró a la arboleda que cubría el pequeño claro frunciendo el ceño.

– Se han roto las ramas más pequeñas de algunos árboles, pero no podemos estar seguros de que se rompieran durante el combate, aunque ésa es mi suposición.

Se frotó la barba pensativamente y entrecerró los ojos mirando al lugar de la escena, como si estuviera imaginándose los acontecimientos que habían ocurrido.

– Creo que tendieron una emboscada al hombre que Jason encontró aquí tirado, que éste repelió a uno o varios atacantes, perdió la batalla y le dieron por muerto.

– O tal vez la víctima sobreviviera y el hombre que albergamos en la torre sea el criminal. Con lo que sabemos no podemos determinar quién inició la lucha -dijo Alexander pisando sobre la roca y observándola-. El hombre que Jason encontró bien pudo ser el atacante y su víctima pudo haber escapado.

– O todavía no hemos encontrado su cuerpo en el bosque -dijo Payne en voz baja.

Morwenna se estremeció.

– Pero el arma del hombre magullado no tenía ningún rastro de sangre: su daga estaba envainada cuando lo encontraron.

Payne se puso en pie. Al estirar la rodilla notó cómo le crujía.

– Es un misterio. Las mejores respuestas nos las proporcionará el propio preso una vez que hablemos con él.

– No es un preso -replicó Morwenna.

– ¿Es acaso un invitado? -Payne soltó un resoplido que daba a entender lo absurda que consideraba la idea-. Algo ha ocurrido aquí, lady Morwenna, algo violento y criminal.

Al pronunciar esas palabras, una ráfaga de viento sacudió las ramas de un viejo roble, como si del susurro del destino se tratara. La mirada fija de Payne se concentraba con fuerza sobre Morwenna.

– Según he oído, el herido lleva un anillo con el emblema de Wybren, y cabría preguntarse cómo lo consiguió.

Morwenna asintió rígidamente, la identidad del malherido desconocido otra vez le hacía dar vueltas a la cabeza.

– ¿Robó el anillo? -prosiguió Payne-. ¿Fue un regalo? ¿Está vinculado de alguna manera a Wybren? Muchos problemas se cernieron sobre esta torre después de que la familia del barón Dafydd fuera asesinada y su sobrino, Graydynn, se hiciera el amo. -Frunció el ceño, su cara expresaba severidad, los orificios de su nariz se ensancharon como si hubiera olido algo putrefacto-. Sugiero que custodiéis al forastero bajo llave, al menos hasta que podamos determinar su identidad.

– Apostaremos un guardia a la puerta.

El alguacil echó un vistazo a la roca manchada de sangre.

– Esperemos que eso sea suficiente.

– Se encuentra a las puertas de la muerte. Dudo mucho que debamos temerle.

– Pero, ¿y su atacante? ¿Qué pasa si vuelve? -preguntó el alguacil meditabundo.

– Eso si fue atacado -replicó Alexander.

– Hay demasiadas preguntas y pocas respuestas. -Payne chasqueó la lengua al tiempo que el viento barrió el bosque con un susurro de lamento-. Muy pocas respuestas.

Capítulo 3

Le dolía cada hueso de su cuerpo como si el padecimiento nunca fuera a remitir. Tenía un dolor punzante en músculos que ni siquiera sabía que existían y sentía la cara envuelta en llamas, como si alguien hubiera cogido un cuchillo romo y lo hubiera despellejado. Oía ruidos… Voces incorpóreas discutían sobre él, como si estuviera realmente muerto, las palabras susurraban a través de su piel ardiente como alas de mariposas. Todavía estaba convaleciente. Sólo podía estremecerse.

Intentó hablar, pero ningún sonido brotó de los labios.

¿Dónde estaba?

Su mente estaba borrosa y oscura, como si estuviera tendido en un bosque cubierto de niebla.

¿Cuánto tiempo llevaba allí?

Trató de abrir un ojo, pero el dolor le cortó el cerebro y poco podía hacer salvo soltar un gemido e intentar combatir la oscuridad que empujaba en los rincones de su conciencia y amenazaba con arrastrarlo a aquel abismo dichoso donde no había espacio para el dolor ni el recuerdo. Tenía un sabor nauseabundo en la boca y la lengua hinchada. Probó a mover una mano.

Un dolor agudo le recorrió el cuerpo.

Hizo otra tentativa de hablar, pero los labios no se movieron y la voz no acertó a emitir un sonido, salvo el murmuro de un gemido. Como si desde la distancia, fragmentos de conversación procedentes de voces a las que no podía poner un rostro perforaran su dolor.

– Se mueve -anunció una anciana.

– No, es sólo el gemido de un hombre que agoniza. Oí que susurraba el nombre de Alena de Heath mientras le metían en la habitación.

«Alena…» Muy en el fondo sintió que algo se avivaba. «Alena».

– Pero entonces no estaba despierto, ni lo está ahora.

– Pero…

– Te digo que no está despierto. Mira. -Sintió que una mano insensible se posaba sobre el hombro y todos los fuegos del infierno le azotaron en una ráfaga dolorosa.

– Todavía no puede moverse. Mira. Está lo más cerca que se pueda estar de la muerte y sería una bendición si se salva.

La mano pesada se levantó de su cuerpo.

– ¿Crees que es un salteador de caminos? -inquirió una voz femenina con signos de preocupación y nerviosismo-. ¿Un proscrito, tal vez?

– Tal vez -fue la respuesta de una voz más segura y estable. La voz de la mujer más vieja.

– Debía ser atractivo. No me importaría que me registrara las faldas.

– Ay, eres terrible -respondió la voz-. ¿Cómo puedes decir eso? Con todas las contusiones e hinchazones que tiene el cuerpo… Más bien parece el cadáver de un cerdo después de que el cocinero haya trinchado la carne para hacer salchichas.

Las dos mujeres siguieron cotorreando y volvió a dormir, para gran alivio.

Más tarde…, no sabía al cabo de cuánto tiempo, su dolor había disminuido y en su estado, medio enajenado, oyó rezos, canturreados de manera monocorde por un hombre que supuso sacerdote. A tenor de sus palabras parecía pensar que el alma estaba a punto de abandonar el cuerpo y de sumergirse directamente en las profundidades del infierno. Por lo tanto, debían de haber pasado algunos días… Varios días, pensó.

Trató de levantar un brazo para comunicar al sacerdote que podía oír, pero los huesos le pesaban demasiado y sólo podía escuchar cómo el sacerdote pedía, sin mucha convicción, que sus pecados fueran perdonados.

Sus pecados.

¿Hubo muchos? ¿O pocos?

¿Y cuáles habían sido? ¿Fueron contra un hombre? ¿Contra una mujer? ¿Contra Dios?

Puesto que yacía presa del dolor en la oscuridad, no lo sabía, no podía recordarlo, no le preocupaba. Sólo quería que el dolor que aún sentía se marchara y cuando el sacerdote le dejó a solas, se preguntó si no sería preferible lanzarse a los brazos de la muerte que resistir.

Los momentos en que recobraba el conocimiento eran, gracias a Dios, breves y éste no fue una excepción. Cuando empezaba a sentir que las fuerzas se le desvanecían, oyó el chirrido de una puerta al abrirse y luego unos pasos silenciosos.

– ¿Cuál es su estado?

Era la voz de una mujer. Susurrante, para no molestarlo, supuso él, pero clara y llena de una autoridad subyacente. Una voz que tocó un recoveco de su memoria, una voz que él supo instintivamente que debería reconocer.

– Más o menos el mismo, milady -le respondió una áspera voz masculina.

«¿Milady? ¿Será la esposa del lord? ¿O la hija?» Tuvo que luchar para impedir caer en la oscuridad de la inconsciencia.

Ella suspiró pesadamente y el delicado perfume de las lilas alcanzó el olfato del hombre postrado.

– Me pregunto quién es y por qué lo encontraron tan cerca del castillo, luchando entre la vida y la muerte.

¿Qué había en su voz que le resultaba tan familiar? ¿La conocía?

«¡Piensa, maldita sea! ¡Recuérdalo!»

– Haremos todo lo que esté en nuestras manos -dijo el hombre.

Más pasos. Cortos. Apresurados. Casi frenéticos.

– ¿Se ha despertado?

Otra mujer, más vieja, pensó él, con un hilo de inquietud a través de sus palabras.

– No, todavía no -contestó de nuevo el sacerdote.

– Por la gran Madre, confío en que no lo haga.

– Sí, Isa, lo sabemos todos -dijo el hombre.

«La mujer más vieja es Isa». Trató de retener su nombre en la memoria y su creencia en los viejos espíritus mientras luchaba para que la oscuridad no se apoderara de su mente.

– Ya lo has dicho.

La mujer más joven otra vez.

– Lady Morwenna, está recobrándose. Tal vez ahora podamos trasladarlo a la prisión -sugirió la mujer más vieja.

«¿Morwenna?»

¿Por qué ese nombre le resultaba familiar?

«Intenta recordar, la mujer más joven, la que parece ostentar alguna autoridad aquí, es Morwenna».

– Mírale, Isa. ¿Te parece que podría hacerle daño a alguien? -preguntó Morwenna.

– A veces las cosas no son como parecen.

– Lo sé pero por ahora no trataremos a este hombre como a un prisionero.

«¿Un prisionero?» ¿Qué había hecho para que alguien pensara que debía ser encerrado lejos?

Más pasos. Más fuertes. Más pesados.

Luchó por mantenerse despierto, para saber más sobre su difícil situación.

– Milady -dijo un hombre bruscamente.

Y con él llegó el olor a agua de lluvia y de caballos, un ligero rastro de tabaco, y notó que el vello de los brazos se le erizaba, como si aquel desconocido de voz grave fuera un enemigo.

– Sir Alexander.

La voz de la mujer más joven. La voz de Morwenna. Dios mío, ¿por qué era tan familiar? ¿Por qué resonaba ese nombre en su mente? ¿Por qué demonios no podía recordarlo?

– ¿Cómo está? -preguntó Alexander, sin mostrar un ápice de interés en su voz.

«Él es el enemigo. ¡Ten cuidado!»

– Más o menos igual. Aún no ha despertado, aunque el médico dice que se está curando y, como podéis ver, sus heridas se han cubierto de costras y la hinchazón ha remitido. Nygyll dice que no hay un solo hueso roto, que la mayor parte de las heridas son superficiales y, puesto que no ha empeorado, concluye que ningún órgano fue dañado considerablemente.

«Qué buenas noticias», pensó él irónicamente suponiendo que Nygyll era el médico. Otro nombre que debía grabar en la memoria.

– ¿No deberíamos enviar a un mensajero a Wybren y notificárselo a lord Graydynn?

«¿Wybren?» Supo al instante que estaban hablando de un castillo. ¿Lord Graydynn? No le sonaba bien. ¿Por qué no? ¿Graydynn? Sí…, seguramente había conocido a un tal Graydynn… ¿Lo había conocido? Un nudo de dolor se le formó en el estómago y sintió que algo iba mal, muy pero que muy mal. ¡Graydynn! Intentó evocar el rostro del hombre, pero de nuevo fracasó y le quedó un gusto ácido en la parte posterior de la boca, peor que antes.