– ¿Cómo me encontraste?

– Estuve en el tren, con la policía.

– Y les hablaste de mí.

– Tuve que hacerlo. No tenía elección. Me dieron una paliza.

– No lo creo. No me tomes por tonta, Bruno. Lo hiciste en el pasado, pero ya no lo harás. Escondiste el cuadro en mi equipaje y me traicionaste.

Él suspiró y abandonó su primera estrategia.

– Lo hice porque eras estúpida -dijo, exasperado-. Nada de lo que pasó fue culpa mía.

Él nunca podría tener la culpa de nada. Sólo se preocupaba de sí mismo, de sus necesidades y de sus sentimientos. Holly sintió un escalofrío mientras intentaba calmarse y pensar. Y la frialdad con la que pensó casi la asustó.

– ¿Cómo supiste llegar a esta casa?

– Cuando el tren llegó a Roma, te vi, y reconocí al hombre que iba contigo. Fallucci juzgó a un amigo mío el año pasado y yo estuve en el juicio. Cinco años. Es un hombre sin compasión. Tiene gracia, ¡tú viviendo en su casa! ¿Tardaste mucho en seducirlo?

Reaccionó sin pensar y le golpeó en la cara con tanta fuerza que casi lo tiró al suelo. Él dio un paso atrás, con la mano en la cara, mirándola con asombro.

Holly estaba horrorizada. Nunca antes en su vida había perdido el control. Pero el modo en que la había juzgado había hecho que toda su furia y su resentimiento estallaran en su interior.

Retrocedió, tenía miedo de la persona en la que se había convertido.

– No creo que me mereciera eso -dijo cautelosamente-. Cuando te vi salir de la estación, podría haberte entregado a la policía en ese mismo instante. Pero no lo hice.

– Claro que no. Pensaste que si podías escapar de la policía, podrías encontrarme después…

– Para poder echarme a tus pies…

– Para poder saber dónde estaba la miniatura…

– ¿Por qué tienes que pensar tan mal de mí?

– Adivina.

Él cambió de táctica y la volvió a rodear con sus brazos.

– No nos peleemos. Siento haberte hecho enfadar. No debería haber hecho ese comentario sobre el juez y tú. Pero es que eres tan hermosa que podrías seducir a cualquier hombre. Apuesto a que ya está loco por ti…

– Te lo advierto…

– Está bien, no diré nada más. Sé que me eres fiel.

Resultaba gracioso el modo en que ese chico se estaba engañando a sí mismo. Holly deseaba reírse a carcajadas.

– Has estado brillante -continúo, ignorante-, y ahora lo tenemos todo hecho. Ve a por el cuadro y nos marcharemos de aquí.

– ¿Qué? -no podía creerse lo que estaba oyendo.

– Conseguiremos una fortuna, pero tenemos que volver a Inglaterra -la abrazó con más fuerza-. Sé que estás enfadada conmigo, pero acabarás perdonándome.

¿Cómo podía ser tan presuntuoso? Después de lo que le había hecho, todavía pensaba que sólo con hablarle con dulzura ella volvería a creérselo todo.

Se produjo un leve sonido por detrás de Holly, pero Bruno no oyó nada. Centrado en su actuación, estaba ajeno a todo lo demás. De pronto, ella supo lo que iba a hacer. La ardiente furia que la había invadido antes había pasado a ser una deliciosa sensación de frialdad.

Había llegado el momento de cambiar y dejar de ser un cero a la izquierda.

– Claro que quiero estar contigo -dijo, con una ligera sonrisa.

– Entonces, corre, ve a por el cuadro.

– No puedo. No está aquí. Lo escondí.

– ¿Dónde?

– En Roccasecca. Tenía que esconderlo en algún sitio y encontré una iglesia cerca de la estación. Lo escondí detrás del altar, en un pequeño agujero. Allí seguirá cuando alguien vaya a recuperarlo.

– Descríbemelo exactamente.

Y así lo hizo.

– Tengo que llegar allí enseguida -dijo, intentando apartarse de Holly.

Ella siguió actuando e intentó que no dejara de abrazarla.

– No te vayas todavía. Quédate conmigo un poco. Te he echado tanto de menos.

– Y yo a ti también -dijo, impacientado-, pero no hay tiempo que perder.

– ¿Pero volverás a por mí? -intentó darle a su voz un tono de súplica.

– Claro que sí.

– ¿Lo prometes?

– Lo prometo. Lo prometo. Ahora deja que me vaya.

Bruno se soltó de los brazos de Holly y se alejó por uno de los caminos. Se quedó esperando hasta perderlo de vista y entonces miró por encima de su hombro para ver al hombre que, durante un rato, había sido una sombra ocultada por los árboles.

– ¿Lo ha oído todo?

CAPÍTULO 6

– Lo suficiente -dijo Matteo al salir de entre las sombras.

– Temí que fuera a aparecer antes y lo estropeara todo.

– No lo habría estropeado por nada. ¿Cuándo supiste que estaba allí?

– Sólo al final, pero habría actuado igual, tanto si hubiera estado usted como si no.

En la oscuridad, no pudo ver la mirada de curiosidad que el juez estaba dirigiendo hacia ella, pero no le hizo falta. La sentía con todo su cuerpo y la llenaban de satisfacción.

– ¿Qué va a hacer ahora? -preguntó, aparentando indiferencia.

– Debería avisar en casa para que lo detuvieran en la puerta… o tal vez debería llamar a la policía…

– No -dijo enseguida-. Déjele ir.

– ¡Mio Dio! -dijo enfadado-. ¿Todavía sientes compasión por él después del modo en que te traicionó? ¿Estás loca?

– ¿Compasión? -dijo, indignada-. Ya vio lo que hice.

– Sí, nunca he visto a una mujer pegarle a un hombre tan fuerte, con tanta pasión…

– Con tanta ira.

– ¿Acaso hay diferencia? ¿No son las dos caras de la misma moneda? Sólo mencionó que podrías haberte fijado en otro hombre y ya querías matarlo.

Pero ese «otro hombre» era Matteo. Sintió un calor por todo el cuerpo, como si todo él se estuviera ruborizando. Si llegara a pensar que ella estaba intentando atraerlo, se moriría de la vergüenza.

Para refrescarse, se acercó al monumento, hundió las manos en el agua y se mojó la cara. Entonces descubrió que, una vez más, su corazón estaba latiendo con una misteriosa emoción que no tenía nada que ver con Bruno.

– De todos modos, habría querido matar a Bruno -dijo, forzándose a sonar cortante-. No estoy suspirando por él.

– Yo creo que sí. No te aferres a una ilusión, Holly. Es una debilidad que no puedes permitirte. Líbrate de él ahora mismo.

– ¿Y piensa que es tan fácil? Déjeme hacerlo a mi manera.

– ¿Tu manera es dejándole escapar?

– Según yo lo veo, él nunca escapará. Usted dijo que él no sabía que habían encontrado la miniatura.

– Sí, escuché que le decías dónde estaba… -dijo despacio, comenzando a entenderlo todo-. Irá allí… le encontrarán con las manos en la masa, buscando algo que nunca hallará porque la policía ya lo tiene.

– Si piensa que debería llamar a la policía, hágalo. Personalmente, preferiría imaginármelo simplemente buscando… y buscando…

– Buscando en vano -murmuró él-. Podría estar así toda la vida.

– Eso es lo que yo estaba pensando.

Se quedó de pie delante de ella y la miró bajo la plateada luz de la noche. Ella le devolvió una mirada desafiante.

– ¡Maria Vergine! -susurró en un gesto de admiración-. Así que tú también utilizas un estilete.

– ¡Ah! ¿Ya no utilizo una maza?

– Supongo que él sí que habrá notado el ataque con una maza, pero tú has empuñado tu puñal con asombrosa destreza. Seguro que el término vendetta te es familiar.

– Venganza. Sí, sé lo que significa vendetta. Al menos, hasta esta noche creía que lo sabía.

– Pero ahora lo has descubierto por ti misma. Y la realidad es dulce, ¿no crees?

– Oh, sí -murmuró mientras asentía con la cabeza-. Es muy dulce.

– No se trata sólo de pagar con la misma moneda, sino de hacerle ver a tu enemigo que él tiene más que temerte a ti que tú a él. Ésa es la auténtica vendetta, y hasta esta noche no había visto una muestra más cruelmente efectiva. Mis felicitaciones, Holly. Creo que por tus venas debe de correr algo de sangre italiana.

– O puede que usted haya juzgado mal a los ingleses.

– Eso también es posible. Dime, ¿no tuviste ningún reparo a la hora de tramar tu venganza?

– Ninguno -dijo fríamente-. En absoluto. Es verdad que dudé durante un momento…

– ¿Cuándo te besó?

– Subestima el poder del abrazo de un hombre, signore.

– Todos los hombres lo hacemos, o eso me han dicho. Todos creemos que lo único que tenemos que hacer es sonreír y pronunciar palabras de amor y que automáticamente la mujer caerá bajo nuestro hechizo. Pero la verdad, por supuesto, es que esa mujer nos desprecia.

– Fue su beso lo que me mostró la realidad. La magia se había ido y pude ver al verdadero hombre que se escondía tras él.

– ¿Y entonces…?

– Y entonces… -dijo, despacio-: ven-de-tta.

– Rezo para no ser nunca víctima de tu cólera.

– No se preocupe. Estoy en deuda con usted.

Sin prisas, caminaron juntos hacia la casa, como si se trataran de dos conspiradores que habían dado un golpe maestro y que sabían que juntos se podían encontrar cómodos y seguros.

Ya en su estudio, sirvió un vaso de vino y lo alzó.

– Magnifico -dijo él.

Holly se rió y brindó con él, todavía sin creerse lo que estaba viviendo.

– ¿Qué pasa? -preguntó él-. ¿Por qué me miras así?

– Sólo intento entender qué he aprendido de usted.

Eso le incomodó, y ella se alegró.

– ¿Qué… qué has aprendido de mí?

– Acabo de hacer algo cruel; algo que nadie con corazón de mujer podría haber hecho. Hace muy poco tiempo, yo amaba a ese hombre, pero esta noche me he vengado y lo he metido en un agujero negro. Y he disfrutado cada segundo mientras lo hacía.

– Ya me doy cuenta.

– Y usted me ve con mejores ojos ahora. No intente negarlo.

– No quiero negarlo. Esta noche, en sólo una hora, has crecido y aprendido más que en varios años. Te felicito por ello. Y no has sido cruel. Te has defendido con armas afiladas y él se merecía ese castigo. Tampoco es que sea un castigo demasiado terrible. Cuando deje de buscar, se marchará. No habrá ganado nada, pero tampoco habrá perdido mucho y encima saldrá impune. Pero eres una principiante. Con el tiempo aprenderás a hacerlo bien. Y ahora, no estropees este momento culpándote.

– Es que no estoy acostumbrada a esto del «ojo por ojo».

– No te preocupes. Has empezado muy bien.

– ¿Y cómo es que usted se presentó en ese momento?

En cuanto terminó de pronunciar las palabras, recordó, demasiado tarde, que él visitaba la tumba de su mujer cada noche.

– Fue pura casualidad. Estaba tomando el aire. Me alegro de haber estado allí. La conversación que mantuviste con tu enemigo fue muy esclarecedora. No malgastes tus lágrimas en él, ni en nadie. Es mejor que te acostumbres a ello. Así te sentirás más segura.

– ¿Nunca perdona a sus enemigos?

– Nunca. Mi enemigo es mi enemigo eterno. Yo no tendría ningún reparo por nada que hubiera hecho.

– Pero eso es peligroso. ¿Y qué pasa con el inocente que se queda entre dos fuegos?

Fue un comentario al azar, pero a él le produjo gran asombro. Dio un paso atrás y su rostro palideció visiblemente.

– Mio Dio. Sabes bien dónde hacer daño. ¿Es que tus ojos ven todos mis secretos?

– No -dijo ella, desconcertada-. No puedo ver sus secretos. No es mi intención curiosear. Lo único que quiero decir es que no se puede simplemente dar rienda suelta a la venganza. Sería demasiado cruel.

– Y esto me lo dice una mujer que acaba de mandar a su amado a una búsqueda infructuosa.

– Lo merecía. Pero yo me echaría atrás antes de hacer daño a nadie.

– Entonces eres distinta a la mayoría de las mujeres que no se preocupan de a quién hieren -vio cómo Holly lo miraba con mal gesto y rápidamente dijo-: Creo que es hora de irnos a dormir. Ya hemos tenido bastante por esta noche.

– Sí. Buenas noches.

Fue un alivio quedarse sola. Mientras subía las escaleras, supo que algo había ocurrido esa noche y que necesitaba tiempo para pensar sobre ello.

La voz de Matteo resonaba en su cabeza.

«Todos creemos que lo único que tenemos que hacer es sonreír y pronunciar palabras de amor y automáticamente la mujer caerá bajo nuestro hechizo. Pero la verdad, por supuesto, es que esa mujer nos desprecia».

De pronto se dio cuenta de quién era la mujer a la que se había referido.

Se trataba de su propia esposa muerta.


Holly no tardó en descubrir que Liza era buena pintando y las dos pasaban buenos ratos entre lápices y blocs de dibujo. Era un placer enseñar a una niña que aprendía tan rápido.

Liza tenía un don para dibujar figuras y Holly acabó dándose cuenta de que la niña hacía el mismo dibujo una y otra vez. En él, aparecía una familia feliz formada por una madre, un padre y una niña pequeña. En algunos, la madre y la niña aparecían juntas y, en otras, el padre y la niña. Pero lo que nunca dibujaba era a los dos padres juntos.