Cuando Holly le preguntaba a la niña sobre los dibujos, Liza no respondía, pero su cara mostraba una mirada retraída, la misma que Holly había visto en su padre en otras ocasiones.

Había otras cosas que la extrañaban. Aunque a veces Matteo prácticamente parecía evitar a su hija, Holly lo había visto a menudo caminando por el jardín y observándolas desde la distancia. En una ocasión, le hizo señas y corrió entre los árboles hasta donde pensaba que él estaba, pero sólo tuvo tiempo de llegar y verlo desaparecer a lo lejos.

Lo más duro de todo aquello fue que, cuando volvió, Liza preguntó, ansiosa:

– ¿Era papá?

– No, no era nadie -dijo Holly al instante, incapaz de decirle que su padre las había evitado.

Una mañana, llegó un paquete para ella. Intrigada, lo abrió y miró.

Era el vestido negro de cóctel que había estado tentada a comprar. Y debajo de ése, estaba el vestido carmesí oscuro. La segunda entrega del pedido.

Ella no los había encargado. ¿Quién lo había hecho? Entonces recordó cómo Matteo había estado pasando por detrás de ella mientras hacía el pedido. Lo había visto todo y los había añadido a la lista cuando ella se fue.

Justo en ese momento, apareció Matteo.

– Me alegro de que hayan llegado -dijo él.

– No debería haberlos encargado sin decírmelo -le reprochó, aunque no muy seria.

– Puedes devolverlos si quieres.

– Bueno… puede que lo haga -dijo, aunque sabía que no había sonado muy convincente.

– Mañana por la noche voy a celebrar una fiesta. A mis amigos les gustaría ver a Liza, así que quisiera que estuvierais las dos. Te avisaré cuando todo esté listo.

En ese momento, Liza asomó la cabeza por la puerta.

– Aquí estás. Ya tengo el libro. Prometiste leérmelo -y dirigiéndose a su padre, le explicó-: Está en inglés. Holly me lo lee en inglés, pero se para cuando se está poniendo interesante y entonces yo tengo que leer sola si quiero descubrir lo que va a pasar.

Para sorpresa de Holly, el rostro de Matteo adquirió un semblante frio.

– Sí, es una manera excelente de aprender un idioma. Debo irme. No olvides lo que te he dicho de mañana.

– Vamos a asistir a una cena aquí en casa para ver a los amigos de tu papá -explicó Holly en respuesta a la mirada de curiosidad de Liza.

Liza se mostró encantada e intentó agarrar el brazo de su padre, pero él se apartó.

– Tengo que ir a trabajar.

– Oh, papi, sólo un momentito.

– Estoy ocupado, piccina -dijo bruscamente-. Deja que me vaya.

Holly apartó a la niña con suavidad mientras le sonreía. Su padre se preocupaba mucho por ella, pero Holly tenía la sensación de que él siempre intentaba poner distancia entre los dos.

– ¿Es hoy el desfile, papi?

– No, es mañana. Por eso algunos van a venir mañana a cenar, como todos los años. Y tú también estarás, piccina, así que tienes que comportarte lo mejor que puedas.

– Sí, papi -contestó Liza dócilmente.

Holly estaba furiosa con él. Lo único que su hija le pedía era un poco de atención, y lo único que él la decía era que se comportara bien.

En ese momento, le habría gustado estrangularlo.

– ¿Qué es eso del desfile?

– Pues… tiene que ver con abogados… y tribunales… y… y los jueces desfilan desde el ayuntamiento hasta… bueno, da igual, el caso es que desfilan. Y se puede ver por la tele.

Con esa escueta información, Holly tuvo que esperar impaciente hasta la mañana siguiente. Era la primera vez que veía a Matteo con su toga negra con borlas doradas sobre los hombros.

– Sólo los jueces llevan borlas de oro -dijo Liza-. Los abogados corrientes las llevan de plata.

La manera en que dijo «abogados corrientes» dejaba ver el modo en que veía a su padre. Sólo era una niña, pero los ojos le brillaban de orgullo y admiración al verlo caminar con los otros jueces y destacando en altura y porte sobre los demás.

– Ése es el Juez Lionello. Es tan simpático. Papi dice que es su mentor, pero yo no sé qué es eso.

– Un mentor es alguien que te dice cómo tienes que hacer las cosas.

– Nadie le dice a papi cómo hacer las cosas. Él no lo permitiría.

– Ya me imagino.

El desfile se detuvo y la cámara se posó en Matteo. Holly vio que era más joven que los otros jueces y que destacaba entre la multitud.

Su único defecto era su belleza. Era demasiado guapo para ser un juez. Era como una incitación a infringir la ley.

Matteo se giró hacia el Juez Lionello y le sonrió de un modo que dejo a Holly sin aliento. Nunca antes lo había visto sonreír de esa manera tan cálida, afectiva y generosa. Por un momento, dejó de lado su frialdad y distancia y mostró su verdadero atractivo.

Así era él en realidad. Pero lo guardaba en secreto porque no confiaba en nadie, a excepción de otro juez. Sin embargo, además de esa admiración sentía un sentimiento de hostilidad hacia él que no lograba entender. Le debía todo, desde su seguridad hasta las suaves prendas que acariciaban su piel. Pero aun así, ese sentimiento de hostilidad estaba allí, desconcertante pero innegable.

El desfile prosiguió la marcha y la sonrisa de Matteo se desvaneció. Pero había visto algo que jamás olvidaría.

Esa noche, Liza y ella observaron desde una ventana del piso de arriba cómo las limusinas llegaban a la casa. Había algunas mujeres, pero la mayoría de los asistentes eran hombres.

A Liza le habían dejado prescindir de su silla de ruedas para la ocasión y estaba emocionada. Llevaba un precioso vestido azul que le llegaba a los pies, para cubrirle su pierna dañada.

Holly no se había dejado tentar por los vestidos de cóctel y había elegido unos pantalones azules oscuros y un top de seda blanco. Estaba impecablemente peinada. Cuando Matteo las mandó a buscar, Holly deseó dar la impresión de una mezcla entre elegancia y sobriedad.

Cuando la presentó a los invitados, lo hizo diciendo que guardaba lazos familiares con su esposa, cosa que generó una lluvia de cordiales saludos. Todos saludaron a Liza, encantados. Después de vigilarla durante unos minutos y ver que estaba encantada rodeada de tanta gente, Holly pudo relajarse.

– Por favor, permítame traerle una copa de vino -le dijo un apuesto joven-. Y después charlaremos en inglés porque estoy deseando mejorar los idiomas que he estudiado, como debe hacer todo buen abogado.

Dado que su inglés ya era perfecto, quedó claro que lo había usado como un pretexto para flirtear con ella. Pero como le resultó encantador, Holly se rió y aceptó la copa de vino.

– Me llamo Tomaso Bandini -dijo con una pequeña reverencia-. Y creo que vamos a ser grandes amigos.

– No si me causa problemas con mi jefe. Estoy aquí para cuidar de Liza.

– Pero Liza está encantada con los mimos del signor y la signora Lionello. Así que estás libre y puedes atenderme a mí.

Pero no tuvo esa suerte. Otros hombres la estaban admirando. Intentó eludirlo educadamente y no lo habría logrado de no ser porque Matteo acudió a su rescate y la apartó del gentío.

– Gracias -dijo ella-. No sé muy bien qué ha pasado…

– Creo que puedo hacerme una idea de lo que estaba pasando -dijo secamente-. Liza debería irse a dormir ya.

Las despedidas se prolongaron un buen rato, ya que todos querían seguir hablando con Liza y algunos de los hombres insistían en darle las buenas noches a Holly.

– Compórtate, Tomaso -le ordenó Mateo con un tono propio de un chiste macabro.

– Yo sólo estaba…

– Ya. Suéltale la mano a Holly. Puede que la necesite para algo más que para agarrarte a ti.

– Es cierto -dijo el juez Lionello, que tomó su mano y la besó con tanto respeto que ella no pudo negarse.

– Debería darte vergüenza a tu edad -le dijo Matteo.

– Y me da vergüenza. Mucha. Signorina Holly, tiene que pasarse por el tribunal para que se lo enseñe. ¿Qué tal si…?

– ¿Qué tal si mi hija se va a dormir? -preguntó Matteo.

El juez Lionello suspiró y soltó la mano de Holly. Pero antes de hacerlo, le guiñó un ojo. Ella se echó hacia atrás rápidamente, al ver cómo la miraba la esposa del juez.

Arriba, Berta acababa de llegar después de pasar el día eligiendo su ajuar y ayudó a Holly a desvestir a la niña. Liza intentaba no dormirse, pero los ojos se le cerraban inevitablemente.

– Ha sido una fiesta preciosa -susurró.

– Sí, ¿verdad?

– ¿Lo has pasado bien, Holly?

– De maravilla. Ahora, duérmete.

Besó a Liza en la frente y miró encantada cómo la pequeña se acurrucaba dormida. Después, se dirigió a la ventana y miró abajo, sonriendo al recordar a Tomaso y sus estúpidos chistes. No es que le gustara, pero había sido una compañía divertida.

– Bella Holly.

La voz venía desde abajo. Al mirar, vio a Tomaso de pie, alzando su copa hacia ella.

– La mia piu bella Holly -suspiró.

– No soy tu Holly -le respondió con una sonrisa.

– No, no eres de ningún hombre. Estás ahí, lejana, fuera de mi alcance, como lo están el sol y la luna, mientras tu esclavo te anhela.

– Compórtate -dijo, riéndose.

– ¡Ah! Me partes el corazón. No rechaces la pasión que siento hacia ti.

– Esa pasión viene de la copa de vino que te estás bebiendo.

Como respuesta, comenzó a llorar exageradamente. Los invitados se acercaron a ver qué pasaba. Cuando los hombres vieron a Holly, también la saludaron, alzando sus copas.

– Nos has abandonado -gritó uno de ellos.

– Estamos desolados -gritó otro.

Matteo salió de la casa y miró hacia arriba.

– ¿Ya ha vuelto Berta? -gritó.

– Sí, está aquí con Liza.

– Entonces baja y únete a nosotros -al verla dudar, añadió-: una buena anfitriona siempre atiende los deseos de sus invitados. Por favor, baja.

– Vaya -dijo Berta-. Yo me quedaré con Liza.

Riéndose, bajó las escaleras. Matteo la estaba esperando en la puerta que daba al jardín y, al verlo, ella dijo muy segura:

– Sólo me quedaré un momento.

– Te quedarás tanto como queramos -dijo, sonriendo.

– ¿Pero no vais a hablar de asuntos legales?

– No, después de la segunda botella. Te lo prometo. Sólo te diré que tengas cuidado con Tomaso, es joven y se entusiasma con todo demasiado al principio.

– Es lo que pensaba.

– Y cuidado con mi viejo amigo Andrea Lionello, que debería haber aprendido hace mucho tiempo. Pero sobre todo, cuidado con la signora Lionello.

– Bueno, ella merece toda mi simpatía, dado el marido que tiene.

– Hagas lo que hagas, que ella no note que le tienes compasión. De ser así, desenfundaría su estilete.

– Gracias por la advertencia.

Holly fue el alma de la fiesta. Sólo tomó una copa de vino y disfrutó durante un momento de ser una triunfadora por primera vez en su vida.

Pero no se lo tomó demasiado en serio. El éxito que había tenido era simplemente una extensión de la nueva mujer en la que se estaba convirtiendo. La sensual ropa interior, su encuentro con Bruno, el gran descubrimiento de que ella era capaz de rechazarlo y vencerlo… todos esos pasos la habían conducido al punto en el que encontraba ahora. Por primera vez, los hombres suspiraban por ella y besaban su mano. Nunca antes le había ocurrido y estaba decidida a disfrutar recuperando el tiempo perdido.

Con gracia, declinó el flirteo con Lionello.

– No, no beberé más -dijo, riéndose pero manteniéndose firme-. No me fío de vosotros.

Eso produjo una gran ovación entre los asistentes. Detrás de ella, alguien preguntó:

– Me pregunto de quién desconfías más.

Sin saber quién había hablado, respondió coquetamente:

– Por supuesto de ti -dijo, y se giró con una sonrisa que desapareció al ver de quién se trataba.

– Siempre he sabido que no confiabas en mí -dijo Matteo.

– Bueno, es mutuo -dijo, intentando quitarle importancia.

– Te prometo que lo es -respondió él en el mismo tono-. Aunque creo recordar que una vez fuimos aliados…

– Claro que sí -se rió-. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Pero cuando mi enemigo no está delante…

– Entonces, habría que reconsiderarlo todo. Te aconsejo que no estés tan segura de que tu enemigo ya no está. Algunos tienen la terrible costumbre de reaparecer.

– ¿Eso cree…?

– Lo único que digo es que tengas un poco de cuidado. Y si llegara el momento -encogiéndose de hombros, añadió-, aquí estaré para que me utilices si me necesitas.

Inclinó su cabeza a modo de pequeña reverencia y se alejó, dejándola pensativa.

Holly se quedó un rato más, pero fue lo suficientemente lista como para irse pronto, a pesar de dejarlos a todos decepcionados.

– No tienes por qué irte -dijo Matteo en voz baja-. Eres bienvenida, si quieres quedarte.