– Gracias, pero prefiero irme. Éste no es mi sitio.

– Eso debería decirlo yo.

– No tiene que decir nada. Ambos sabemos que es así. Buenas noches, signore.

CAPÍTULO 7

Desde su ventana, Holly oía los murmullos de la fiesta que estaba llegando a su final. Oyó cómo marchaban los coches y entonces todo quedó en silencio.

Debería desvestirse e irse a dormir, pero la noche más emocionante de su vida todavía no había terminado. No tenía sueño y los jardines iluminados por la luna eran muy tentadores. Bajó las escaleras en silencio, salió por la puerta de atrás y siguió uno de los caminos.

Había tantas preguntas por contestar, tanta confusión. Pero la admiración que había despertado esa noche estaba siendo una experiencia tan agradable para ella que incluso esa confusión le producía alegría.

No podía evitar sonreír al recordar algunas de las cosas que le habían dicho y las miradas que le habían lanzado. Y no sólo por parte de los invitados. La verdad es que era Matteo quien más le había llamado la atención. Su belleza, su voz, la mirada de admiración en sus ojos. No dejaba de darle vueltas a lo que había vivido.

Miró hacia la casa y, al ver que la mayoría de las habitaciones estaban apagadas, se dio cuenta de lo tarde que era. Era hora de volver. Tomó el camino más rápido, y para ello tuvo que pasar por delante del despacho del juez. Fue entonces cuando escuchó una voz cargada de malicia y desprecio.

– Has visto cómo ha actuado esta noche, exhibiéndose delante de los hombres.

– Estaba en la fiesta porque yo la invité -respondió Matteo.

Holly reconoció la voz, era la signora Lionello. Se había reprimido toda la noche y ahora estaba dando rienda suelta a sus sentimientos.

– ¡Y se salió con la suya! No sé qué tretas empleó para colarse aquí, pero una criatura como…

– ¿Como qué? No la conoces.

– Conozco a las de su clase, intenta conseguir un novio rico, o incluso un marido. Y después se marchará y dejará a Liza llorando. Deberías librarte de ella antes de que os haga daño.

Holly sabía que no debía quedarse, escuchar a escondidas no era correcto. Pero necesitaba escuchar lo que Matteo diría de ella.

La voz de Matteo indicaba que estaba intentado mantener la calma para no perder los modales.

– Sé que Andrea no es el marido perfecto, pero a él siempre se le han ido los ojos detrás de las mujeres, no ha sido sólo esta noche. No es justo culpar a la signorina Holly.

– La próxima vez se fijará en ti.

– Lo dudo. En cualquier caso, mi corazón tiene una coraza y nada va a cambiar eso. Está aquí por el bien de Liza, ésa es la única razón. Créeme, sé cómo ocuparme de esto.

– ¿Y cómo lo vas a hacer?

Holly se alejó, con curiosidad, pero no preocupada.

Estaba empezando a sentir que ya nada la volvería a asustar.


Para su alivio, no supo nada de Lionello, pero dos días más tarde Tomaso Bandini la llamó y la invitó a salir.

– Que no se te pase si quiera por la cabeza -le dijo Matteo cuando se lo contó-. Es demasiado inmaduro para ti.

– No estoy de acuerdo. Parece divertido. Todavía no he ido a Roma, y ya va siendo hora.

– Claro que sí. Tienes derecho a divertirte. Lo prepararé todo.

– ¿De verdad? ¡Siempre eres tan organizado! Planeas esto, aquello…

– Y voy a planear una maravillosa noche para ti. Como bien dices, soy bueno organizando cosas.

Holly decidió aceptar la invitación de Tomaso de todos modos y le escribió una nota. Él respondió diciendo que sentía mucho no poder cumplir su promesa, pero que le había surgido trabajo y que le era imposible.

A Holly no le extrañó que Matteo pudiera estar detrás de eso y sintió que iba a disfrutar mucho con la segunda parte de la batalla.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, él la informó de que su coche la recogería a las ocho de la tarde. Estuvo a punto de protestar por haber dado por hecho que ella aceptaría, pero entonces lo vio inclinarse hacia Liza y decirle con complicidad:

– Si te parece bien, esta noche le enseñaré a Holly parte de la ciudad.

– Seguro que Liza preferiría que me quedara con ella.

– Pero tú nunca te diviertes -protestó Liza-. Deberías salir.

Holly se rindió.

– ¿Adónde iremos?

– Ya lo verás cuando lleguemos. Pero ponte tu vestido negro.

Ni siquiera se molestó en discutir. Además, en el fondo estaba deseando ponerse ese vestido.

Cuando se lo vio puesto, Holly supo que había elegido bien. La sugerente seda vestía perfectamente su esbelta figura y la hacía sentirse bien consigo misma. Nunca antes se había sentido así. Su maquillaje era discreto, no necesitó más. Toda ella estaba resplandeciente.

Carlo, el chofer, llegó puntual y la ayudó a entrar en el elegante coche negro. De camino a Roma, le preguntó:

– ¿Le gusta la ópera, signorina?

– ¿Vamos a la ópera?

– Podría decirse que sí. El juez la está esperando en las Termas de Caracalla.

– ¿Las termas?

– El Emperador Caracalla construyó unos baños públicos hace unos dos mil años. Ahora están en ruinas, pero todos los veranos se representan óperas.

Cuando entraron en la ciudad, estaba anocheciendo y vio las impresionantes ruinas iluminadas con luz artificial. Cuando aún no había salido de su asombro, vio a Matteo, alto y elegante, de pie en la cuneta, esperándola. Iba vestido de esmoquin y llevaba una pajarita negra. Su impresionante presencia destacaba de entre la multitud.

– Tómate la noche libre -le dijo al chofer al extender su mano para ayudar a Holly a salir del coche.

Entraron a un pequeño bar que había cerca.

– Tenemos tiempo para tomar algo antes de la representación.

Mientras se sentaba, se dio cuenta de que él la estaba mirando con aprobación.

– Veo que al final no lo devolviste. Me alegra. Cuando los vi pensé que el negro te quedaría mejor que el rojo.

– ¿Se refiere a la primera noche? ¿Cuánto tiempo lleva planeando esto?

Se encogió ligeramente de hombros.

– Ningún buen abogado se deja sorprender por hechos inesperados.

– Así que ya lo tenía todo preparado cuando aparecí en su compartimento del tren.

– Bueno… casi todo.

Ambos se rieron por el chiste compartido.

– ¿Qué ópera vamos a ver?

– Esta noche hay un concierto. Creo que te va a gustar. Empieza a las nueve, así que deberíamos irnos ya.

Se impresionó al ver las Termas de Caracalla.

– Pensé que serían una especie de piscina -dijo, mirando al enorme escenario bajo las estrellas, flanqueado por dos columnas clásicas.

– Era mucho más que una piscina. Había un gimnasio, una sauna, baños calientes, templados y helados. Después, podías ir a la piscina, leer en la biblioteca o pasear por los jardines. Ahora lo único que queda son ruinas…

– Pero menudas ruinas -dijo, mirando a su alrededor-. ¿Toda la gente importante se bañaba aquí?

– No sólo la gente importante. Este lugar era para todo el mundo. Nosotros, los romanos, hacemos las cosas como es debido.

– «Nosotros los romanos». Hace que suene como si eso siguiera ocurriendo.

– Y así es. Mira a tu alrededor.

Miró y vio cómo la gente no paraba de llegar, cómo las luces hacían que las ruinas parecieran estar vivas. Después de casi dos mil años ese lugar tenía más vida de la que muchos edificios nuevos jamás tendrían.

Y lo mismo le pasaba al hombre que tenía enfrente y que la miraba con intensidad.

El concierto fue una selección de música ligera, arias populares, animadas oberturas y valses de Strauss. Se dejó llevar por la música y supo que la elección de Matteo había sido perfecta. Se sentía como en un maravilloso sueño.

Entonces creyó haber entendido su plan. Estaba intentado cautivarla, incluso haciendo que se enamorara un poco de ella, para así tenerla sólo para Liza y para él.

Pero sabía que él no tendría ni idea de cómo devolverle su amor. Lo había oído decir: «Mi corazón tiene una coraza y nada va a cambiar eso». Lo hacía simplemente para que los demás hombres no se fijaran en ella. Intentaría que se enamorara de él y luego le diría: «¡Quédate donde estás!», igual que le diría a su mascota.

Pensó que era un caradura, pero al menos sabía lo que tramaba y en ese caso no la haría daño. Además, ella ya había descubierto que ella también sabía jugar.

– ¿Por qué sonríes?

– ¿Sonreía? No lo sé.

– Eso lo hace todavía más intrigante. Estabas pensando en algo, algo que te tiene fascinada. ¿Es que estás tramando algo? -dejó de hablar y ella se quedó en silencio, sonriendo ligeramente-. Ya veo. Pretendes despertar mi curiosidad.

– ¿Qué le hace pensar que lo que estoy pensando tiene algo qué ver con usted?

– Espero que sí tenga algo qué ver.

– Entonces es usted un engreído. Le pido disculpas. Dado que me ha traído para divertirme con usted, ha sido de mala educación por mi parte haberme puesto a pensar en otro hom…, quiero decir, en otra… en otra cosa.

Holly pensó que había actuado bastante bien. Y él también lo debió de pensar, porque sus ojos reflejaban reconocimiento.

– Al menos prométeme que no pensabas en Bruno. Me decepcionaría pensar que todavía añoras a esa basura.

– No pensaba en Bruno, lo prometo. Pensaba en Tomaso -suspiró-. Me pregunto cómo hice para que perdiera interés por mí tan pronto. Pero usted, que es su amigo, podría ayudarme a ganarme su corazón otra vez.

– Magnífico. Tus tácticas son perfectas.

– Tan perfectas como mi estrategia -le aseguró.

– ¡No me digas que he conocido a una mujer que conoce la diferencia entre tácticas y estrategia!

– Utilizas una estrategia cuando el enemigo no está cerca, y las tácticas, cuando lo tienes justo enfrente de ti.

– ¿Y yo soy el enemigo?

– No lo sé. ¿Lo es?

– Todavía no lo he decidido.

Holly se echó hacia atrás en el asiento, mirándolo con una gran sonrisa.

– Yo tampoco.

En la segunda parte del concierto, una soprano de renombre cantó sobre el amor traicionado. Era una fantástica intérprete y logró emocionarla. Su corazón ya no se resentía, eso pertenecía al ayer, y estaba dispuesta a mirar hacia delante.

Cuando salieron de las termas, él dijo:

– Es sólo medianoche. Nos da tiempo a cenar un poco.

En un principio, pareció una decisión espontánea, pero a ella no le sorprendió en absoluto ver que, cuando llegaron al restaurante, tenían una mesa reservada.

Él pidió la comida y le preguntó:

– ¿Te apetece algún vino en especial?

– Preferiría beber champán, por favor. Tengo una razón especial.

Les sirvieron inmediatamente y entonces Matteo preguntó:

– ¿Qué estamos celebrando?

– Mi libertad -dijo, alzando su copa y dando un suspiro de felicidad-. No estaba segura hasta esta noche, pero ahora lo sé.

– ¿Por qué esta noche? ¿De qué se trata? Holly, ¿por qué te ríes? ¿Me estoy perdiendo algo?

– En absoluto. Es sólo que estamos aquí, en público. Si te arriesgas a que te vean conmigo, entonces debo de estar a salvo.

– No creo que tengas nada más de qué preocuparte. Bruno no será ningún problema siempre que se esfume, y parece que eso es lo que ha hecho. Olvídate de él. Estás aquí para divertirte. ¿Cuánto hacía que no te divertías? Supongo que desde la última vez que lo viste.

– No -dijo, y entonces se dio cuenta-. Estar con Bruno fue una experiencia embriagadora y emocionante, pero estaba demasiado tensa como para pasarlo bien. Supongo que ya entonces notaba que algo más estaba pasando -dijo con una media sonrisa-. Y por ahí comienza la sabiduría, ¿no? Por saber que algo más está pasando.

– Quizás no siempre.

– Bueno, yo creo que sí. Y normalmente ocurre con la última persona que te podías esperar.

– Pero según tú, te lo puedes esperar de cualquiera.

– He aprendido de la experiencia.

– Es cierto.

– No puedo recordar ninguna noche en la que me haya divertido tanto. Es como si me hubiera presentado un mundo nuevo. Tiene razón. Ésta era una gran idea. Y muy práctica, por supuesto.

– ¿Práctica?

– Sin duda. Tenemos que hablar de Liza y en casa es difícil porque ella es muy aguda y siempre se quiere enterar de qué está pasando. Por eso, prepararlo todo para vernos fuera de casa fue una idea muy inteligente por su parte.

– Ya veo. Así que soy muy inteligente, ¿eh?

– Oh, sí. Por supuesto, ayuda el hecho de que sea juez… es usted muy eficiente.

La observó con ironía y ni siquiera intentó pensar en una respuesta. Holly, por su parte, tuvo claro que ese punto se lo había llevado ella.

– Ahora hablemos de Liza -dijo Holly-. Creo que por mí sola he avanzado bastante, pero necesito que usted me cuente mucho más, no sobre ella, sino sobre su madre.