– Seguro que eso te lo puede contar Liza -dijo secamente.

– La verdad es que no. Una niña no puede saberlo todo. Sé que está intentando ver en mí a su madre, pero tarde o temprano tiene que dejar de aferrarse a mí. Si se dice a sí misma que, de algún modo, su mamá ha vuelto… bueno, eso no le haría ningún bien.

– Ese libro que estáis leyendo juntas, pertenecía a Carol. Solía leérselo a Liza. Quería que supiera tanto inglés como italiano.

– Fue inteligente. Hablamos en inglés y en italiano y las dos estamos mejorando. A veces creo que ella me enseña más que yo a ella. Y eso es bueno para subir su autoestima.

– Carol decía exactamente lo mismo. Eres exactamente lo que Liza necesita.

– Pero ella le necesita a usted mucho más que a mí.

– Necesita una madre.

– Necesita a su padre. Liza ha perdido a uno de sus padres y necesita al otro. Yo sólo soy una sustituta, pero usted es su padre. Y le hace más falta que cualquier otra persona.

– Hablas como si yo no estuviera al lado de mi hija.

– Creo que a veces no está… del modo en que ella le necesita. El otro día las dos estábamos en el jardín y estoy segura de que usted estaba allí, entre los matorrales.

Asintió con la cabeza.

– Entonces debió de oír lo que dijo de usted.

– Sí. Lo oí.

– Pero usted se esfumó. Ojalá no lo hubiera hecho. Si se hubiera acercado y la hubiera rodeado con sus brazos y le hubiera dicho lo mucho que la quiere, para ella habría significado un mundo. ¿Por qué nunca hace eso?

– ¿Cómo sabes que nunca lo hago? -preguntó bruscamente-. No estás con nosotros siempre que estamos juntos.

– ¿Es usted más expresivo cuando yo no estoy delante?

– No. No soy un hombre expresivo.

Teniendo en cuenta lo que había visto en las fotografías, Holly no le creyó.

– Espera que una niña de ocho años entienda demasiadas cosas -dijo ligeramente enfadada-. ¿Y qué pasa con lo que quiere ella? ¿Por qué no intenta entenderla? Necesita que le recuerde en todo momento que la quiere. Necesita verle en cuanto se despierta y justo antes de dormirse. Necesita que la abrace de manera espontánea. Necesita mirar hacia arriba y encontrarle sonriéndola. Antes lo hacía, ¿por qué le cuesta tanto? Sé que la adora, todo el mundo lo dice…

– ¿Todo el mundo? ¿Con quién has estado hablando? ¿A quién te refieres con «todo el mundo»? Supongo que hablas de mis empleados.

– No le culpe a ellos. No han estado chismorreando; simplemente me han contado lo mucho que la quiere, y el padre tan entregado que siempre ha sido.

– Seguro que no lo hicieron con mala intención -dijo fríamente-. Dejémoslo estar.

– Pero podríamos…

– No me había dado cuenta de lo tarde que es. Debes de estar deseando irte a dormir y a mí mañana me espera un día duro. ¡Camarero!

No había servido de nada. El camarero les pidió un taxi y en unos minutos ya estaban de vuelta a la villa. Durante el trayecto no hablaron de nada en particular, pero cuando el taxi ya se había ido y las puertas de la villa ya se habían cerrado tras ellos, él dijo en voz baja:

– Lo siento.

– No, yo he metido la pata…

– No, ha sido culpa mía. Me cuesta hablar, e incluso pensar, sobre ciertas cosas, pero no tenía que haberlo pagado contigo.

– ¿Le gustaría seguir hablando ahora?

Aunque su rostro estaba en la penumbra, Holly tuvo la sensación de que, por su expresión, estaba a punto de acceder.

– Matteo -dijo, llamándolo por su nombre por primera vez-. ¿Es que no puedes confiar en mí?

– Claro que sí. Sí que confío en ti… lo sabes…

Él le tomó la mano, como si hubiera encontrado lo que necesitaba.

– Holly… Holly… si al menos…

Le dio un vuelco el corazón al escuchar el tono que adquirió su voz. Él estaba mirando hacia abajo, hacia la mano de Holly, que estrechó con más fuerza. Ella le devolvió el gesto expectante.

– ¡Papi!

Al oír la aguda voz que provenía de arriba, alzaron la vista e inmediatamente separaron sus manos.

– ¡Papi! -gritó Liza, temblando de emoción-. Pensé que no vendrías a casa.

Bajó las escaleras con dificultad. Matteo corrió a ayudarla y la niña se echó a sus brazos.

– ¿Pero qué haces levantada a esta hora? -la reprendió dulcemente-. Deberías estar dormida.

– Os estaba esperando a Holly y a ti.

– Estoy aquí -dijo Holly, subiendo las escaleras.

– Oh, bien.

La niña se acurrucó con satisfacción en los brazos de su padre y Holly dio gracias por lo que estaba viendo. ¿Estaría él viendo lo mucho que su hija lo quería y lo necesitaba?

Pero mientras se abrazaban y él miraba a la distancia, Holly se dio cuenta de que nunca antes había visto tanta desesperación en la cara de un hombre.

CAPÍTULO 8

Pareció que Matteo no había hecho mucho caso a las cosas que Holly intentó decirle, pero la primera señal de que la escuchó fue verlo a la mañana siguiente llamando a la puerta de Liza:

– ¿Ya te has levantado?

El grito de alegría de Liza fue la respuesta a su llamada. Cuando Holly le abrió la puerta, Liza extendió los brazos para que él la levantara. A continuación la sentó en la silla de ruedas, que él mismo bajó. El desayuno fue un gran acontecimiento feliz y, antes de marcharse a trabajar, Matteo miró a Holly como en busca de aprobación.

Más tarde, la llamó.

– Deberíamos intentarlo otra vez para ver si se nos da mejor.

Su corazón le dio un vuelco y fue entonces cuando entendió lo aburrido y oscuro que habría sido su mundo sin la esperanza de volver a salir con él.

En lugar de mandar un coche, él mismo la recogió y la llevó a un pequeño y discreto restaurante situado en una colina, desde donde podían ver Roma. La vista era mágica, el ligero brillo del río Tíber y la cúpula iluminada de San Pedro flotando a lo lejos.

En esa ocasión, evitaron temas peligrosos y disfrutaron de la cena y charlaron.

– ¿Otro café?

– Sí, por favor, me…

Se calló al ver que un hombre estaba saludando a Matteo a lo lejos. Y entonces se alarmó.

– ¡La policía!

– No pasa nada -le aseguró-. Es Pietro, le conozco mucho porque fue mi guardaespaldas. Bien, se aleja, es demasiado diplomático como para molestarnos.

Cuando el hombre uniformado ya se había ido, Holly dijo:

– ¿Guardaespaldas?

– Hace unos años presidí el juicio de un hombre llamado Fortese. Era un tipo repugnante que me amenazó en varias ocasiones. Por eso tuve protección policial durante un tiempo, hasta que terminó el juicio. Lo condené a treinta años y sigue encerrado desde entonces.

– ¿Te amenazó de muerte? -preguntó, horrorizada.

– Supongo que pensó que eso era mejor que una condena larga -dijo con una de sus pocas sonrisas-. Olvídalo. Siempre pasa lo mismo. Aquí somos así, muy dramáticos. Lanzamos amenazas, pero luego no pasa nada.

Desde que había llegado a Italia había estado rodeada de peligro, de algún tipo u otro, y ahora se enteraba de lo de las amenazas. Inglaterra parecía muy tranquila, en comparación.

Tal vez lo más sensato sería volver, pero no deseaba hacerlo. Estaba viviendo con una intensidad desconocida para ella hasta ese momento, y parte de esa intensidad era ese hombre sentado enfrente de ella, que hablaba de las amenazas que había sufrido con una serenidad increíble.

Así era Italia, no sólo una tierra de maravillosos paisajes y lugares con historia, sino también un lugar donde todo se vivía con una fuerte pasión, tanto el amor como el odio. Y lo más extraño de todo es que ella se sentía como en casa. Se había convertido en italiana aquella noche en los jardines con Bruno, aquella noche en la que descubrió los placeres de la vendetta.

– ¿En qué piensas?

– En muchas cosas distintas. Pienso en todo esto desde que llegué a este país. Me está empezando a gustar. Aquí nunca nada es lo que parece.

– Sobre todo tú.

– Sí, supongo que tienes razón. Ni siquiera yo me conozco a mí misma.

– Me pasa lo mismo. Me tienes confundido.

– ¿En qué modo te confundo?

– El día que nos conocimos… simplemente me pareciste útil.

– Sí -dijo, sonriendo-. Ya me di cuenta.

– Es mi forma de ser. Hago lo necesario por conseguir lo que quiero y ser juez me da ese poder… un poder que probablemente no es bueno para nadie.

– No me quejo. Me salvaste.

– Pero ahora que tengo lo que quería, no puedo evitar pensar que tal vez no hice lo correcto.

– Siempre es mejor pensar que te has equivocado cuando ya has conseguido lo que querías.

– ¿Te estás riendo de mí?

– ¿Te molestaría mucho si fuera así?

– No, si fueras tú. Pero es que no estoy acostumbrado.

– No creo que últimamente hayas tenido muchas risas en tu vida.

– No, pero siempre ha sido así. No destaco por mi sentido del humor, como habrás podido observar.

Entonces recordó la foto en la que aparecía con su mujer y su hija, riéndose, llenos de alegría. Pero ese hombre ya no existía.

– ¿Por qué siempre te menosprecias? Todos tenemos una parte mala.

– Pero en algunos esa parte mala predomina sobre las demás, y ése es mi caso. Por razones que no te puedo contar, en estos momentos no tengo muy buena opinión de mí mismo.

– No intento entrometerme, pero tal vez podría ayudarte.

Lo dijo con el corazón. Algo le decía que había algo más aparte de la muerte de su esposa. Deseaba abrazarlo y calmar su dolor.

– Algún día. Hay muchas cosas que me gustaría contarte.

– De acuerdo.

– Bueno… la otra noche celebramos tu libertad. ¿Qué tienes pensado hacer con ella?

– La voy a utilizar para quedarme aquí. No tengo motivos para volver a Inglaterra tan rápido. No tengo familia directa. No tengo trabajo. Allí no hay nadie que me necesite tanto como Liza. Creo que ésa es mi debilidad… me gusta sentir que me necesitan. Es mi necesidad, que alguien dependa de mí, como dependía mi madre.

– Tienes una fuerza que hace que los demás nos acerquemos a ti. Al principio no me di cuenta porque eras tú la que necesitaba ayuda, pero Liza sí que vio en ti algo que la ayudaba.

– Me gustaría saber algo más sobre tu esposa… aunque por supuesto entiendo que no quieras hablar de ella. Sólo han pasado ocho meses y todavía estás sufriendo.

– ¿Y tú todavía estás sufriendo por Bruno Vanelli?

– Sólo sufro por la persona que pensé que era. La felicidad que viví con él ya está muerta, al igual que lo está el hombre que creía que era.

– Vivías engañada. Es cuestión de suerte el tiempo que puedas vivir engañado.

– Bueno, supongo que es algo fugaz.

– No, puede durar años.

– ¿En tu caso duró años?

Por un momento pensó que había ido demasiado lejos. Pero él, en lugar de enfadarse, asintió.

– Ya veo que quieres saber más sobre mi esposa.

– Necesito saber las cosas que Liza sabe… por ejemplo, ¿cómo os conocisteis?

– Estaba aquí de vacaciones y fue a visitar las cortes con un grupo de turistas. Entró en el tribunal, y yo estaba llevando la acusación de un caso. En cuanto la vi, comencé a tartamudear, hice el ridículo y perdí el caso. Antes de que se marchara, la alcancé. Se rió de mí. Estaba deslumbrado. Esa misma noche supe que tenía que casarme con ella. Estaba enamorado. Nos casamos al mes siguiente. Y unos meses después, nació Liza. Me sentía el hombre más feliz del mundo.

– ¿No quisisteis más niños?

– Sí, pero no vinieron. Perdió al siguiente bebé y sufrió tanto que no le pedí que volviéramos a intentarlo. Además, teníamos a Liza.

No pudo evitar que se le escapara una sonrisa. Y Holly se sintió feliz al verlo; ya tenía lo que había esperado tanto tiempo poder ver.

– Seguro que era un bebé precioso.

– Era la más bonita. No había otro bebé como ella. Caminó y habló antes que cualquier otro niño. Y siempre sonreía, quería que todo el mundo fuera su amigo. Pero yo fui el primero al que sonrió, incluso antes que a su madre. Si la hubieras visto…

– La he visto. Liza me enseñó un álbum con fotos de los tres. Parecías una familia muy feliz.

– Y lo éramos.

– Al verlas, hasta sentí envidia porque yo no conocí a mi padre. Me habría encantado tener fotografías de él en las que me mirara con tanto orgullo y tanto amor. Poder guardar recuerdos de ese tipo es una bendición.

Él no respondió. Parecía inmerso en un sueño.

– ¿Nunca miras esas fotografías? -preguntó Holly.

– No.

– Tal vez deberías hacerlo… así recordarías…

– Tal vez no quiero recordar.

– No tengo derecho a darte ningún consejo.

– Ninguna mujer se ha detenido por eso -dijo, sonriendo-. Además, yo te he hecho partícipe. Venga. Déjame oír ese consejo.

– Los dos queríais a Carol y los dos estáis sufriendo. Pero deberíais superarlo juntos y hablar y recordar lo maravillosa que era.