Cuando volvió a mirar la foto, entendió por qué la piscina le resultaba familiar. Era la misma que había visto en el jardín. Tan brillante y cargada de felicidad entonces, y tan desolada después. Parecía haber sufrido también el cambio que había transformado la casa cuando la mujer que era la esencia de todo aquello había muerto, dejando a su marido y a su hija solos e incapaces de comunicarse.
Al volver a la casa, Berta la abordó.
– El juez está en casa -dijo-. Está con Liza y dijo que no lo molestáramos -miró a su alrededor antes de preguntar en tono de complicidad-: Ese catálogo online que estuvo mirando… ¿tenía vestidos de novia a buen precio?
– Nada estaba a buen precio. Así que, ¿ya ha llegado el momento de elegir un vestido de novia?
Berta no necesitaba que la animaran para empezar a hablar de su prometido. Holly sonreía, pero para ella era una conversación dura de llevar. Hasta hacía muy poco, ella también había estado planeando su boda con un hombre que había hecho a su corazón latir aceleradamente, un hombre que ella pensó que adoraría toda su vida… hasta que él la traicionó de la manera más brutal y egoísta.
Nunca la había querido, de eso se había dado cuenta más tarde. En lugar de amarla, le había tendido una trampa y ella había caído en ella sin el más mínimo aviso.
¿Dónde estaba él ahora? ¿Qué estaba haciendo? ¿Lo volvería a ver?
Matteo estuvo presente en la cena. En varias ocasiones lo encontró observándola con curiosidad, y ella empezó a pensar que algo había ido mal. Sus miedos se confirmaron cuando él se levantó de la mesa y le dijo con voz tranquila:
– Cuando Liza esté dormida, por favor, ven a mi estudio, no importa lo tarde que sea.
Tras un par de horas, salió de la habitación sigilosamente y bajó al estudio.
Al llamar y no recibir respuesta, empujó suavemente la puerta. No lo vio, pero decidió entrar.
Al mirar a su alrededor en busca del juez, vio un periódico sobre el escritorio.
Estaba abierto y alumbrado por la única luz encendida, la de la lámpara del escritorio. Al principio lo miró de arriba abajo y la única palabra con la que se quedó fue Vanelli.
Para amargura suya, conocía ese nombre.
Se sentía como en un sueño, levantó el periódico y, como pudo, empezó a leer. Únicamente retuvo las palabras clave.
Valiosa miniatura (…) valorada en millones (…) reemplazada por una copia barata (…) pareja de ladrones, Sarah Conroy y Bruno Vanelli (…) Vanelli fue arrestado, pero escapó (…) no hay rastro de la mujer…
Se sentó inmediatamente, sentía que el corazón se le salía.
Tenía que pasar. Había estado viviendo en un paraíso, pero eso no podía durar. La brutal verdad la había alcanzado. Lo mínimo que le podía pasar era que la echaran de la casa. Lo peor, que la arrestaran. Tenía que huir. ¿Pero adónde? No había ningún lugar al que pudiera ir.
Había una fotografía de Bruno en el periódico. Sin saber por qué, la acarició. Era como si estuviera viendo por primera vez su encantadora y peculiar sonrisa y el pícaro destello de sus ojos.
Volvió a tocar la fotografía, intentando recordar la primera vez que lo vio. Pero ese recuerdo ya había muerto. Los ojos se le llenaron de lágrimas que comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
– ¿Es una buena foto?
El juez llevaba varios minutos allí de pie, observándola. Se secó las lágrimas a toda prisa.
– Sí, lo es -susurró-. ¿No dejó esto aquí por casualidad, verdad?
– Claro que no. Tenía que saberlo.
– Y ahora que lo sabe, ¿qué va a hacer?
– No estoy seguro. Primero necesito llegar a entender muchas cosas.
– Quiere decir que necesita saber si soy… una criminal. Y si lo niego, ¿me creerá?
– Podría hacerlo.
– Y si no fuera así… ¿Entonces qué? ¿Qué pasaría con Liza?
En la penumbra, lo vio estremecerse.
– He estado hablando con ella. Me habló de ti y de tu madre.
– ¿Mi madre? ¿Qué tiene qué ver mi madre con esto?
– Podría tener mucho qué ver. Sé que estuvo enferma y que tuviste que cuidar de ella.
– Sí. Su enfermedad la estaba consumiendo. Yo sabía que nunca se recuperaría. Los últimos diez años de su vida, necesitó atención constante, así que me quedé en casa para cuidar de ella.
– ¿No había nadie más? ¿Y tu padre?
– Nunca lo conocí. Mis padres estaban casados y, cuando ella se quedó embarazada, él desapareció. Nunca conocí a nadie de su familia. Y tampoco conocí a mucha gente de la familia de mi madre. Creo que se avergonzaban de ella, y nunca la ayudaron. Así que durante años, estuvimos las dos solas y fuimos felices. Cuando vio que tenía talento para dibujar, me apuntó a clases especiales, aunque eran muy caras. Tuvo dos, y hasta tres, trabajos para ganar dinero extra. Soñaba con mandarme a una escuela de arte, lo deseaba incluso más que yo, pero antes de que pudiera marcharme comenzó a aparecer su enfermedad. Así que, en lugar de la escuela de arte, estudié magisterio. Cuando terminé los estudios, conseguí un trabajo en una escuela cercana, pero sólo pude estar dos trimestres antes de tener que dejarlo para estar con ella.
– Debió de ser duro para ti el tener que cortar con tu vida.
– Nunca lo vi de ese modo. La quería. Quería estar con ella, como ella había estado conmigo. Pero ¿por qué le estoy contando todo esto? ¿Qué tiene que ver con…?
– Limítate a responder mis preguntas -dijo de manera cortante-. Estoy empezando a imaginármelo. Debió de ser una vida muy restringida. ¿Salías por ahí? ¿Tuviste novios?
– La verdad es que no. Los novios no querían saber nada de mamá.
– ¿Y cómo es que fuiste a Portsmouth?
– Una amiga mía vivía allí. La conocí durante la carrera. Solía invitarme todos los años y mamá insistía en que me tomara unas vacaciones.
– ¿Y durante cuánto tiempo fue eso?
– Hasta el año pasado, cuando ella murió.
La voz se le quebró en esas últimas palabras y se quedó en silencio. Él también permaneció en silencio y no mostró compasión hacia ella.
– ¿Y entonces? -preguntó finalmente con voz tranquila, casi delicada.
– Hice un curso de reciclaje para volver a trabajar como profesora y fue cuando conocí a…
– Bruno Vanelli.
– Sí.
– Y te creíste todo lo que te dijo porque eras demasiado ingenua y no habías vivido lo suficiente. No lo entendí hasta que no hablé con Liza y descubrí que las experiencias que habías vivido te habían enseñado poco sobre el mundo y sobre los hombres. Pero ¿por qué no me lo dijiste tú misma?
– ¿No quedamos en que le contara lo menos posible?
– Es cierto.
Ella sonrió amargamente.
– De todos modos, no hay mucho qué contar. Él se fijó en mí. Era guapo y yo me sentí halagada. Y además me parecía muy romántico el hecho de que fuera italiano. Así de estúpida era yo.
– Ah, sí. Ésa es la imagen que tenemos -murmuró irónicamente.
– Si hubiera sido un poco más despierta, habría sabido que la verdad era diferente… que no tiene nada qué ver con amore.
– ¿Y cuál crees que es la verdad?
– La verdad es como un estilete -dijo amargamente-, una fina daga, lo suficientemente pequeña como para pasar desapercibida hasta el último momento. Y entonces te atraviesa lenta, suave y cruelmente. Y la víctima nunca la ve venir hasta que ya es demasiado tarde.
Matteo estalló en risas.
– Eso puede ser cierto en ocasiones, signorina, pero no siempre. El italiano puede ser el pobre loco que resulta engañando y el inglés, el enemigo que engaña y tortura. Donde nosotros clavamos esa daga, vosotros golpeáis con una maza, pero al final la destrucción es la misma.
Holly lo miró y cayó en la cuenta de que lo que había dicho no era una simple conjetura. Estaba hablando desde el más profundo sufrimiento, tan profundo como el suyo propio.
– ¿Tiene usted un enemigo inglés?
Vio cómo se detuvo en tensión y se controló antes de decir:
– Sigue hablándome de Bruno Vanelli.
– Lo siento. Yo no pretendía…
– He dicho que continúes -su tono se volvió grave. Algo había ocurrido. Holly no sabía seguro el qué, pero la tensión era patente-. Continúa -volvió a decir, más calmado-. Necesito escuchar el resto.
Ella se giró en un intento de escapar de su poderosa presencia. Tenía que enfrentarse a la parte más dura de la historia, y podía sentir cómo su valor se desvanecía poco a poco. Vivirlo ya había sido lo suficientemente doloroso. Recordarlo era más de lo que podría soportar.
– Cuéntamelo todo -ordenó.
– No -le costaba hablar-, no todo.
– Hasta el último detalle que recuerdes -dijo sin piedad.
Al ver que no hablaba, se le acercó por detrás y la agarró de los brazos para girarla hacia él, pero ella se resistió.
– No puedo ayudarte a superar el dolor que sientes -dijo-. Lo único que puedo decirte es que resistas y que no te dejes vencer. Es el único modo de sobrevivir.
Algo en su voz la hizo relajarse, incluso en contra de su voluntad. La giró hasta que estuvieron cara a cara y ella se quedó allí de pie, demasiado consternada para moverse. Él la observaba con atención y parecía que, en lugar de sus manos, eran sus oscuros ojos los que la estaban agarrando con fuerza.
– Sí -dijo ella en voz baja-. Es el único modo.
– Entonces, cuéntamelo -repitió-. Cuéntamelo todo.
CAPÍTULO 5
Holly finalmente aceptó y él la llevó a una silla y la ayudó a sentarse. Él se quedó de pie junto a la pared. Pasado un momento, ella comenzó a hablar.
– Me sacaba a cenar, estábamos juntos todo el tiempo. Parecía que lo único que quería era estar conmigo.
Se mantuvo en silencio mientras los recuerdos la invadían.
«Cuando estoy contigo, amor mío, siento que estoy vivo. Siempre estás en mis sueños. No pienso en nadie más».
– Ésas eran el tipo de cosas que me decía -susurró-. Eran maravillosas…
– Pero las palabras no significan mucho -dijo él-, Todos lo sabemos, pero no queremos creerlo, porque si lo hacemos… entonces no nos queda nada.
– Bueno, puede que no tener «nada» no sea tan terrible -dijo casi enfadada-. Puede que incluso sea lo mejor.
– Eso depende de lo que tuvieras o creyeras tener antes.
– Sí, supongo que sí. Ahora sé que me eligió porque soy buena haciendo réplicas de obras. Me enseñó una fotografía de una miniatura que, según él, pertenecía a su familia y me pidió que dibujara una copia. Dijo que la original se encontraba en un banco porque tenía mucho valor. Entonces me invitó a venir a Italia con él para conocer a su familia, en un pueblecito cercano a Roma llamado Roccasecca. Nunca había oído hablar de ese lugar, pero en cuanto llegué me enamoré de él. Era como todas las pinturas románticas que había visto de pueblecitos italianos. Tendría que haberme dado cuenta de que todo era demasiado perfecto para ser verdad. Cuando llegamos allí, la familia parecía haber desaparecido. Siempre había alguna razón para posponer el encuentro, aunque él les enseñó el dibujo y me dijo que les había encantado. Supongo que fue entonces cuando empecé a desconfiar, pero intentaba ignorarlo. Estaba siendo como un sueño y no podía enfrentarme al hecho de que se acabara… no, no podía acabarse. Nunca había empezado. Había sido una farsa desde el principio. Me había tomado por una imbécil, y ¡qué imbécil fui! -soltó una carcajada, mirando al frente, recordando-. Era el amor de su vida, su ángel, su amada. Me lo creí todo. Ansiaba por creérmelo. Me decía: «amore», «mia bella per l’eternitá», mientras su cabeza no dejaba de hacer cálculos.
Holly se detuvo otra vez y alargó una mano para poder apartarlo en caso de que se atreviera a insultarla mostrándole su compasión. Pero él no se acercó, simplemente se quedó mirándola.
– Debí haberme dado cuenta entonces, pero deseaba permanecer ciega ante la verdad un poco más de tiempo. Después de todo, no había nada concreto, tan sólo eran ligeras sospechas. Entonces me dijo que me fuera a casa y que él se reuniría conmigo más tarde. Mi vuelo salía de Roma y tenía que tomar el tren desde Roccasecca. Bruno me acercó a la estación de tren, pero no se quedó, a pesar de faltar dos horas para que partiera el tren. Supongo que estaba deseando alejarse de mí. Mientras esperaba, recordé algo que creía que me había dejado en la habitación. Comprobé mi equipaje y entonces lo encontré.
– ¿La miniatura original?
– ¿Cómo lo sabía?
– Estaba muy claro cómo iba a acabar esta historia. Como dices, él estaba buscando a una artista con talento para hacer réplicas. Escogió Inglaterra porque allí nadie lo conocía y porque así le serías útil para sacar la obra original de Italia.
– Suena tan evidente -dijo con un suspiro.
– Evidente para mí, tal vez, pero no tienes por qué ser tan dura contigo misma. ¿Qué hiciste luego?
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