Le colocó la mano libre en su rodilla y le pasó el pulgar por la pierna, demostrando el efecto tan excitante que podía tener una simple caricia. Leah ahogó un gemido, el deseo oscureció sus ojos y las puntas de sus pechos se endurecieron contra la fina seda de la combinación morada.

Satisfecho con la reacción, Jace continuó.

– Los preliminares es lo que te provoca ese hormigueo en el estómago cuando estás excitada, lo que endurece tus pezones y te hace desear el calor de mi boca y el tacto de mi lengua -murmuró, deseando hacer precisamente eso-. Es lo que a ti te pone tierna y a mí, duro.

Aquella descripción la hizo estremecerse, pero él aún no había acabado de estimular su cuerpo y su mente.

– Los preliminares nos llevan al límite y nos hace compartir un placer mutuo antes de llegar al orgasmo -dijo, y fue subiendo lentamente la mano por el muslo, viendo cómo Leah entornaba los ojos y se le aceleraba el pulso-. Y hay maneras distintas de hacerlo.

Una débil sonrisa curvó los labios de Leah.

– Lo que me lleva a preguntar una cosa. ¿Qué te excita a ti Jace? -le preguntó descaradamente.

– Cualquier cosa que te excite a ti -respondió él, negándose a cederle el control. Después de la generosidad que le había brindado aquella tarde, ahora se merecía recibir toda su atención.

Decidió que era el momento de pasar a la siguiente fase y se levantó del sofá para arrodillarse en la alfombra, frente a ella.

– Nada me resulta más sexy que una mujer a la que le guste el placer que su cuerpo tiene que ofrecer y que no reprima sus deseos y necesidades.

– Lo que necesito ahora es que me toques -susurró ella-. Por todas partes.

– Lo haré -prometió él, y le separó las rodillas para colocarse entre sus muslos-. Pero antes quiero que muevas el trasero hasta el borde del sofá.

Ella obedeció y, obligada por la postura, le rodeó la cintura con las piernas hasta presionar el sexo contra el abdomen de Jace, cuyos ojos quedaron a la altura de sus apetecibles pechos.

Jace se quitó la camiseta y la arrojó al suelo, pero se quedó con los pantalones puestos. Ella le puso las palmas en los hombros y bajó con los dedos hasta sus pezones. Jace sabía que no podría aguantar mucho si seguía tocándolo así, de modo que le apartó suavemente las manos y las apretó contra el sofá, a ambos lados de sus piernas.

Ella lo miró confundida.

– Deja las manos quietas por un rato y limítate a sentir -le dijo él.

Leah hizo un gesto adorable con el labio inferior.

– Pero quiero que tú también disfrutes de esto.

– Créeme, disfrutaré tanto como tú -le aseguró con una sonrisa, y se inclinó hacia delante para besarla suavemente en la boca-. Sólo con verte y sentir cómo tu cuerpo responde ya me excito, así que no te reprimas. Y no dudes en decirme si te gusta lo que te hago o lo que quieres que te haga.

Llevó la boca a lo largo de su cuello, y ella echó la cabeza hacia atrás al tiempo que con un gemido lo animaba a seguir.

– Sí, eso es -dijo él, y le dio un mordisco en la curva sensible del hombro, haciéndola gemir otra vez. Deslizó los dedos bajo los tirantes de la combinación y los empujó hacia abajo por los brazos, provocando que la prenda de seda cayera alrededor de su cintura. Deseando verla desnuda, levantó la cabeza y se quedó fascinado por la belleza de aquellos pechos pequeños pero firmes que lo apuntaban con sus pezones rosados, como dos frutos maduros y jugosos.

La boca se le hizo agua, y cuando ella hundió los dedos en sus cabellos y tiró de su cabeza hacia sus pechos, no se molestó en reprenderla por no mantener las manos quietas. Leah rozó uno de los pezones contra sus labios abiertos y él lamió lentamente la cresta hinchada, calentándole la piel humedecida con su aliento.

Ella se agitó con inquietud y apretó los muslos contra sus caderas.

– Tómame… devórame -suplicó.

Él le masajeó los pechos y cerró los labios en torno a la suculenta carne que se le ofrecía. Pero eso no bastó para ninguno de ellos. La avidez con la que lamía, besaba y succionaba sólo consiguió avivar aún más las llamas que los consumían a ambos.

Leah se arqueó contra él, jadeante e impaciente, e intentó tirar de él para colocárselo encima. Pero Jace le presionó la espalda contra el sofá y bajó con la boca hasta su estómago.

– Aún no he acabado contigo -murmuró.

Hundió la lengua en su ombligo, haciéndola retorcerse y gemir de agonía. Desató los lazos del pantalón, aflojando la cintura, y tiró de los extremos hasta desnudarle las piernas. A continuación le quitó la combinación, dejándola sólo con las bragas de encaje. El color morado de las mismas contrastaba eróticamente con su piel pálida. Levantó la mirada y vio sus ojos brillantes a la luz de las velas. Le observó el rostro acalorado, buscando una pizca de modestia, de temor, pero no encontró ninguna.

– Quítamelas -dijo ella, ofreciéndole su último consentimiento y haciéndole saber que quería llegar hasta el final.

Un profundo alivio invadió a Jace, que enganchó los pulgares en la banda elástica de las bragas y retiró aquel trozo de tela empapada y casi inservible. A continuación, le posó la mano sobre el vientre y desplazó la palma muy despacio hacia abajo, hasta que el pulgar pasó por encima del clítoris y se hundió entre sus pliegues carnosos. Estaba caliente y mojada, increíblemente sexy, y toda para él.

Pronto…

Ella cerró los ojos, se aferró a los cojines del sofá y movió las caderas contra su mano. Él la acarició rítmicamente, viendo cómo se despojaba de todas sus inhibiciones e intentaba alcanzar ese orgasmo que él mantenía deliberadamente fuera de su alcance.

– Jace… por favor…

Él le introdujo un dedo y luego otro y sintió cómo sus músculos se contraían al instante.

– Esto son los preliminares, cariño.

Ella soltó un gemido débil y angustioso.

– Es una tortura.

El miembro de Jace le palpitó dolorosamente contra los vaqueros, haciéndose eco de la necesidad de Leah. Pero estaba decidido a ignorar su propio dolor hasta que le hubiera satisfecho por completo.

– Dime lo que quieres y te lo daré.

– Quiero llegar -respondió ella, mordiéndose el labio-. Quiero sentir tu boca.

No podía negarle nada, y su ruego coincidía con lo que él mismo deseaba desesperadamente. Así que retiró los dedos e, ignorando sus gemidos de protesta, la agarró por el trasero y la acercó al borde del sofá. Se colocó sus piernas sobre los hombros y agachó la cabeza, rozándole la cara interna del muslo con la barba incipiente de sus mejillas. Y entonces abrió la boca y empezó a subir con los labios y la lengua hacia la fuente de placer.

Ella se deshizo en jadeos y entrelazó las manos en sus cabellos, y él, aspirando el embriagador olor de su excitación, erró la boca en torno a su sexo y empezó a sorber vorazmente el sabor de su carne dulce y ardiente.

Leah arqueó la espalda y dejó escapar un fuerte gemido entrecortado cuando el climax estalló en su interior. Un deseo salvaje recorrió a Jace, junto a la desesperada necesidad de poseerla del modo más físico y primario posible. El deseo era tan fuerte que lo hacía temblar. No podía esperar más para penetrarla… tan rápida y profundamente como ella permitiera.

Leah jadeaba en busca de aire, todavía sacudida por los temblores del orgasmo, mientras la neblina de sensualidad que la envolvía se disipaba y todo lo que la rodeaba volvía a cobrar forma. Jace estaba arrodillado delante de ella, y observó cómo sacaba un preservativo del bolsillo y cómo se bajaba los pantalones hasta los muslos, liberando su erección. Rasgó el papel de aluminio y apretó los dientes mientras desenrollaba el látex a lo largo de su sexo. Entonces levantó la vista y le clavó la mirada de sus ojos ardientes.

Leah esperaba que la poseyera en el sofá, pero él la hizo bajarse al suelo y le dio la vuelta de modo que estuviera encarando el sofá y con los brazos en los cojines. Le separó las piernas y presionó la ingle contra su trasero. Ella tragó saliva al sentir la cabeza del pene en la entrada a su sexo, y supo que iba a penetrarla de aquella manera tan primitiva. Y era lo que ella también deseaba… Ser poseída por Jace y ser el recipiente de su pasión salvaje. Era muy excitante pensar que lo había llevado a aquel extremo.

La emoción de lo prohibido era irresistible, y lo miró por encima del hombro para hacerle saber que confiaba en él, que le entregaba su cuerpo, su corazón y su alma.

Con un rugido casi animal, Jace la agarró por la cintura y la penetró de una sola embestida, haciendo que Leah echara la cabeza hacia atrás con un fuerte gemido. Y entonces comenzó una delirante escalada de placer, fricción y calor, en la que él empujaba cada vez más fuerte y rápido y ella giraba sinuosamente las caderas, apretándose contra él por instinto y siguiendo el ritmo frenético de sus acometidas.

Él se inclinó sobre ella, cubriéndola por detrás, y le hincó los dientes en el cuello para añadir un dolor exquisito a la espiral de sensaciones eróticas que se arremolinaba en su interior. Los movimientos se hicieron más rápidos y apremiantes. Jace llevó las manos hasta sus pechos, amasándolos y deslizando los pezones entre los dedos, y luego bajó hasta su vientre y más abajo, donde sus cuerpos se unían.

Una embestida más, una caricia más, y el orgasmo golpeó de lleno a Leah, haciéndola contraerse alrededor del miembro de Jace. Las convulsiones y el prolongado gemido que le cortó la respiración barrieron los restos de resistencia de Jace, cuyo cuerpo se puso rígido por unos segundos y luego se estremeció violentamente al sucumbir a su propio orgasmo.

Se derrumbó sobre ella, exhausto y tembloroso. Sin sacar su sexo, le acarició el cuello con los labios y la besó en la mejilla.

– No puedo creer que te haya tomado como un animal.

Ella lo miró por encima del hombro y vio su expresión de arrepentimiento. Intuyó que estaba a punto de suplicarle su perdón, por lo que se apresuró a negarle la oportunidad.

– No te atrevas a disculparte por el mejor sexo que he tenido en mi vida -le dijo con toda la firmeza que pudo.

Jace se echó a reír, agradecido de que Leah se abriera a la improvisación sexual.

– De acuerdo. No pediré disculpas, porque para mí también ha sido la mejor experiencia que puedo recordar.

Eso quería decir mucho de la mujer que estaba con él. Había tenido buenas experiencias con anterioridad, pero nunca había perdido el control como le había pasado con Leah. Y aunque acababa de tener un orgasmo, no estaba ni mucho menos saciado. Temí a que le haría falta toda una vida para saciarse de ella.

Por desgracia, sólo le quedaba aquella noche para satisfacer todo el deseo que sentía por Leah. Y no quería desaprovechar ni un minuto.

A pesar de que Leah le asegurara que no le importaba ver su lado más agresivo en lo referente al sexo, él no quería dejarla con una impresión tan basta de sí mismo.

– Al menos permíteme que te haga el amor en una cama, en vez de estar arrodillado en el suelo de tu salón.

Ella suspiró y le dedicó una sonrisa tan íntima como un beso.

– Ésa es una oferta que no puedo rechazar. Las rodillas están empezando a escocerme.

Minutos más tarde, después de que Leah hubiera apagado todas las velas y él hubiera hecho una rápida visita al cuarto de baño, se encontraron en el dormitorio. Ella lo esperaba en la cama, desnuda y con el pelo alborotado. Con un brillo sensual en los ojos, se acarició el vientre con la punta de los dedos y subió hasta los pechos, excitándose a sí misma con suaves caricias.

Fascinado, Jace se acercó a los pies de la cama. La lámpara de la mesilla le permitía contemplar cada curva, cada línea, cada ondulación de su cuerpo. Y sólo de mirarla los músculos se le tensaron dolorosamente, desde el pecho hacia abajo.

– Pareces muy contento de verme -dijo ella, bajando la mirada hasta su erección, que casi transcurría paralela a su estómago.

– Eres preciosa -murmuró él, grabando aquel momento en su mente para las largas y solitarias noches venideras.

– Y tú también -respondió ella con el mismo tono reverencial.

Jace había llevado consigo el resto de preservativos que guardaba en el bolsillo de sus vaqueros, y los arrojó todos menos uno sobre la almohada, junto a Leah, sabiendo que los habría usado todos antes de que acabara la noche.

Se enfundó el miembro y se subió a la cama. Empezando por los tobillos de Leah, fue subiendo centímetro a centímetro, usando la boca y las manos para aumentar lentamente la excitación. Le separó las piernas y le acarició el interior del muslo con los labios y el aliento, y la lamió suavemente antes de seguir avanzando. Deslizó las palmas sobre las caderas mientras la besaba en el vientre, antes de rendir pleitesía a los pechos y sorber de sus abultados pezones. Y al ver cómo se retorcía supo que estaba preparada para recibirlo.