Porque de ningún modo podía ser Brent.

Se cubrió los nudillos con una tirita, preparándose mentalmente para luchar por Leah y mandando al infierno las consecuencias que tuviera que sufrir con sus padres y su hermano. Ya se ocuparía de ellos más tarde. Los convencería de que él jamás le haría daño a Leah, de que le era demasiado preciosa y que haría lo que estuviera en su mano para hacerla feliz.

Pero antes tenía que impedir que cometiera el mayor error de su vida. Y mientras cerraba la puerta del taller, rezó porque no fuera demasiado tarde.


Había acabado con Brent, y Leah se sentía más aliviada de lo que nunca hubiera creído posible. También estaba muy agradecida de que Brent se hubiera tomado tan bien la ruptura, aunque su apática reacción corroboraba la sospecha de que no había invertido mucho en la relación, ni emocional ni físicamente.

Sí, se había llevado una decepción, pero le había deseado todo lo mejor y había parecido sincero. El encuentro había sido inquietante, porque ella había visto con toda claridad que no habría sido más que una esposa de conveniencia para él. Acabar la relación era lo mejor que podía hacer, sin duda.

Y tenía que agradecérselo a Jace. Porque él la había hecho darse cuenta de que no podía conformarse con menos de lo que merecía. Ahora, mientras se miraba al espejo del tocador, en ropa interior y pañuelos diáfanos de colores, era un manojo de nervios. Estaba mucho más nerviosa que al romper el compromiso con Brent. Se le había hecho un nudo en el estómago y el corazón le latía desbocado. Y todo porque se había propuesto seducir a Jace para que volviera a su vida de forma permanente. Él era quien le había enseñado hasta donde podía llegar el poder y la sensualidad de una mujer, y no había mejor manera de devolverle el favor que demostrarle la alumna tan aventajada que había sido… interpretando la danza de los siete velos sólo para sus ojos.

Aquella noche, no sólo le entregaría su cuerpo, sino también su corazón y su alma.

Unos golpes en la puerta la sobresaltaron, ya que no esperaba a nadie. Sacó rápidamente una gabardina del armario y se anudó el cinturón. Al escudriñar por la mirilla vio a Jace esperando al otro lado de la puerta.

Sorprendida por la inesperada visita, abrió y se encontró con su fiera expresión. Tenía el pelo alborotado, como si hubiera estado agitándoselo con las manos, y su cuerpo irradiaba una intensa energía varonil.

– Jace -lo saludó con voz débil e insegura-. Estaba a punto de ir a verte.

– Bien, en ese caso te he ahorrado el viaje -replicó él, y entró sin esperar a ser invitado, aunque nunca le hubiera hecho falta invitación para entrar en la vida de Leah.

– Sí, me lo has ahorrado -dijo ella. Cerró la puerta y se apoyó contra la hoja de madera, intentando imaginarse por qué había vuelto Jace. Ninguna respuesta parecía tener sentido, de modo que se lo preguntó directamente-. ¿Qué haces aquí?

Él apoyó las manos en las caderas, adoptando una postura inflexible.

– No puedes casarte con Brent.

Aquello era lo último que Leah esperaba oír, pero el tono posesivo de su orden la dejó aturdida y con el pulso acelerado. Sin embargo, antes de sacar a Jace de su error, necesitaba oír qué razones tenía para exigirle algo semejante.

– ¿Por qué no?

– Porque desde que puedo recordar no he dejado de desearte, y después de este fin de semana no puedo permitir que te cases con otro hombre, y menos con uno que no te valora como mereces.

A Leah se le hizo un nudo en la garganta que le impidió hablar. Pero él parecía tener mucho que decir, así que permaneció inmóvil contra la puerta y se limitó a escuchar.

– He huido de cualquier compromiso emocional desde que era un crío, en primer lugar por el abandono de mi padre, y luego por el rechazo de mi madre. No creía que tuviera lo que hacía falta para entregarme a una persona. Era mucho más fácil permanecer soltero y solo que permitir que nadie se acercara -dio un paso hacia ella, impregnando el aire con su embriagador olor a naranja-. Pero tú siempre has estado ahí -murmuró suavemente-, incluso cuando no me daba cuenta de lo mucho que te necesitaba en mi vida.

Leah sintió que se derretía al oír aquellas palabras.

– Para eso están los amigos.

– Sí, eres mi amiga, pero siempre me has atraído, Leah, y durante años he estado luchando contra el deseo que sentía por ti.

Ella lo miró con ojos muy abiertos.

– ¿En serio?

– Más de lo que puedas imaginar -apoyó un brazo en la puerta y agachó la cabeza para rozarle el cuello con los labios, haciéndola estremecerse por el delicado e íntimo contacto-. Tú comprendes quién soy y de dónde vengo y aceptas la persona en que me he convertido… y lo hiciste incluso antes que yo. A cambio quiero aprender a dar, a ser la clase de hombre que quieres en tu vida. Sólo te pido una oportunidad.

– La oportunidad es tuya, Jace -dijo ella, y le tomó el rostro en las manos para mirarlo directamente a los ojos-. Yo soy tuya.

Él presionó la frente contra la suya.

– Entonces dile a Brent que no te casarás con él -le pidió con voz desesperada.

Ella sonrió y lo besó en los labios.

– Ya se lo he dicho. Tenía dudas antes de pasar este fin de semana contigo, pero ahora sé que nunca podría casarme con Brent.

Jace se estremeció de alivio.

– Gracias a Dios -murmuró, pero enseguida volvieron a asaltarlo otras dudas-. Tu familia siempre se ha portado muy bien conmigo, y no quiero decepcionarlos por esto.

– Oh, Jace… es imposible que los decepciones. Ellos te quieren tanto como yo, y ya formas parte de la familia.

Él se retiró y le tomó la barbilla en los dedos, clavándole su intensa mirada.

– ¿Tú me quieres?

Ella asintió con vehemencia, sintiendo cómo se le henchía el corazón.

– Siempre te he querido.

– Y yo a ti -respondió él con una radiante sonrisa, y le tiró del cinturón del abrigo, aflojándoselo-. Creo que hemos perdido demasiado tiempo siendo amigos, ¿no te parece?

Un deseo ardiente recorrió las venas de Leah.

– No puedo estar más de acuerdo contigo -dijo, y sintió cómo el aire fresco le acariciaba la piel desnuda cuando Jace le abrió el abrigo.

Él se quedó boquiabierto al ver su atuendo.

– Por Dios, Leah, ¿adonde ibas vestida así?

– A verte. A bailar y desnudarme para ti. A ser tu fantasía. A provocarte y seducirte con todo lo que me has enseñado este fin de semana -lo agarró de la mano y lo llevó al salón, donde lo hizo sentarse en la butaca. Luego, atenuó las luces y encendió el equipo de música, que aún contenía el CD de Enya-. Pero ya que has venido tú a mí, tendré que improvisar.

La música suave y armoniosa llenó la habitación y Leah dejó que el ritmo la imbuyera de sensualidad y estimulara la seguridad que Jace le había infundido. Y entonces empezó a moverse lentamente, girando con exquisita elegancia, asimilando la evocadora cadencia de las notas.

Mientras se perdía en la música y en los ojos ardientes de Jace, se quitó uno de los pañuelos de seda que se había prendido al sujetador de encaje y lo ondeó vaporosamente sobre sus curvas, sobre el vientre y los muslos antes de dejarlo caer al suelo. Entonces volvió a iniciar el proceso, sin dejar de moverse en círculos provocadores, creando un aura de sexualidad con cada pañuelo que se quitaba.

Se quitó también la ropa interior, y sonrió cuando él se despojó de la camisa y los vaqueros para quedarse tan desnudo como ella. Su deseo masculino era perfectamente visible, y Leah fue hacia él sin dudarlo. Se sentó a horcadas sobre sus caderas y hundió el sexo erguido en su interior. Los dos gimieron a la vez, dejando que el placer los barriera poco a poco. Unos maravillosos minutos más tarde, Leah se desplomó sobre su pecho y apoyó la mejilla contra su hombro, exhausta y feliz, deleitándose con los latidos acompasados de sus corazones.

– Ha sido estupendo -murmuró Jace mientras le acariciaba la espalda-.Veo que te he enseñado muy bien.

Ella se echó a reír.

– Desde luego que sí.

Él deslizó los dedos entre los cabellos de su nuca y le hizo apartar la cabeza para mirarla a los ojos.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella al ver su expresión seria y escrutadora.

Jace exhaló un profundo suspiro.

– Creo que como amigos ya sabemos todo lo que podríamos saber el uno del otro, ¿no crees?

– Seguro que nos encontramos con muchas sorpresas por el camino -dijo ella con una sonrisa-. Y me encantan las sorpresas.

– A mí también -afirmó él, y entonces le dio la mayor sorpresa de todas-. Cásate conmigo, Leah. Te quiero, y te juro que haré todo lo que esté en mi mano para hacerte feliz. Quiero tener hijos contigo, quiero formar mi propia familia, quiero…

Ella le cubrió la boca con la mano para poder responderle.

– Sí, Jace -dijo, maravillada del cambio que había dado su futuro gracias a la fantasía erótica de un libro-. Sí, me casaré contigo.

Y cuando él volvió a besarla con pasión, Leah supo que las lecciones no habían acabado. Tan sólo habían empezado. Estaba segura de que les llevaría una vida entera enseñarse mutuamente todo el placer que tenían para dar… en la cama, en la vida y en el amor. Y ella estaba más que dispuesta a vivir esa aventura.

Janelle Denison

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