A pesar de lo desenvuelta y desvergonzada que se había mostrado con él en las últimas horas, no tenía experiencia para enfrentarse a esos buitres desalmados que podían ver a la mujer ingenua que se ocultaba bajo el provocativo vestido. Si a eso se le añadían unas cuantas copas, Leah era el blanco perfecto para que cualquiera se aprovechase de ella.
Se le hizo un nudo en el estómago, y supo que nunca se perdonaría si algo le ocurriera. Ni tampoco lo perdonaría su hermano, pensó con una mueca. Si John descubría que había introducido a su hermana en la indecencia y la obscenidad, no sólo se llevaría una gran decepción, sino que se pondría loco de furia.
Jace continuó buscándola por la discoteca, y finalmente se enteró por el barman de que se había tomado un Sexo Oral y que se había ido a bailar con otro hombre. Aunque el barman se lo dijo en tono jocoso, a Jace no le hicieron ninguna gracia las connotaciones sexuales, y desde luego no le gustó nada que Leah se hubiera marchado tan fácilmente con otro hombre.
Minutos más tarde, mientras una canción daba paso a otra, encontró finalmente a Leah en medio de la pista de baile. Tenía el rostro encendido y los ojos brillantes. Una ligera capa de sudor relucía en su cuello y en el pecho, los mechones mojados se le pegaban a las sienes y estaba riendo con un tipo atractivo que parecía completamente colado por ella. Jace no estaba preparado para la punzada de celos que lo traspasó, pero no se molestó en reprimir esa ola abrasadora y posesiva que lo inundó mientras avanzaba hacia Leah y su ligue temporal. Se colocó entre ellos y la sonrisa de Leah se ensanchó nada más verlo.
– ¡Jace! -exclamó-. Me preguntaba dónde te habías metido.
– Eso mismo me preguntaba yo, cariño -repuso él, y miró a su acompañante, que no parecía en absoluto sorprendido por su intromisión-. Lo siento, amigo, pero está conmigo.
Una sonrisa irónica curvó los labios del hombre.
– Sí, me dijo que había venido con otra persona, pero tenía la esperanza de que te olvidaras de ella y me tocara un golpe de suerte.
Jace apretó la mandíbula, aunque no podía culpar a aquel tipo por admitir su interés por Leah.
– Ni lo sueñes. Es mía y no la comparto con nadie.
El hombre se retiró cortésmente y abandonó la pista de baile en busca de otra mujer disponible. Leah siguió contoneándose provocativamente al ritmo de la música y se acercó a Jace para susurrarle algo al oído.
– Me gusta que seas así de macho.
Él respondió con un gruñido. Nunca en toda su vida se había comportado de aquel modo delante de una mujer. Pero entonces soltó un gemido cuando ella se dio la vuelta y le rozó la ingle con el trasero. Tuvo una erección instantánea, y antes de que ella pudiera girarse de nuevo, le rodeó la cintura con un brazo y extendió la palma sobre su vientre, apretándola contra él hasta que su apetecible trasero se alineó con su pecho, estómago y muslos.
Inmerso en la marea humana que ondulaba en la pista de baile, siguió los movimientos de Leah y pegó las caderas a las suyas, haciéndole sentir hasta el último centímetro de su erección. Tener el pene erecto apretado contra su trasero era una tortura deliciosa.
Ella lo miró por encima del hombro. Los ojos le rebosaban de una energía sexual que casi podía tocarse. Con el brazo rodeándole firmemente la cintura Jace podía sentir su respiración acelerada, cómo crecía la necesidad en su interior, tan fuerte e innegable como la música que los rodeaba. Ella le agarró la mano libre y, lentamente, llevó la palma hasta su muslo desnudo, bajo el borde del vestido, hasta que los dedos tocaron la tela empapada de sus bragas. Una llamarada de fuego líquido le abrasó las puntas de los dedos. Leah estaba tan excitada como él, quien instintivamente aumentó la presión, deslizando la seda entre los labios hinchados de su sexo. Ella echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, mientras su cuerpo entero se estremecía pegado al de Jace. Su orgasmo era inminente, y el movimiento giratorio de sus caderas lo impelían a que le concediera la liberación definitiva.
Pero entonces la locura del momento lo impactó con fuerza y lo devolvió de golpe a la realidad. Por lo visto, el alcohol había barrido las inhibiciones de Leah, y aunque él no deseaba otra cosa que darle lo que su cuerpo pedía, no estaba dispuesto a que tuviera su primer orgasmo en un lugar público.
Aquélla era una fantasía que no tenía intención de compartir con nadie.
Masculló en voz baja y la agarró de la muñeca.
– Vámonos de aquí -gruñó, y tiró de ella nacía la salida sin darle oportunidad a negarse.
Aunque no creía que Leah fuera a protestar. Un vistazo fugaz a su sonrisa le dijo que estaba tan ansiosa como él por estar a solas y culminar la seducción que flotaba tácitamente entre ellos.
Capítulo 3
El camino de regreso al apartamento de Leah fue tan enloquecedor como el baile erótico en la discoteca. Leah no podía mantener quietas las manos ni la boca, y mientras Jace aferraba fuertemente el volante, ella se inclinó hacia él y le lamió y mordisqueó el cuello de la forma más tentadora posible.
Jace sintió su cálido y dulce aliento cuando le dio un beso húmedo en la comisura de los labios, mientras sus dedos intentaban desabotonarle la camisa. Una vez que lo consiguió, deslizó la mano y le acarició el pecho desnudo, tocándole los pezones endurecidos y bajando la palma hacia el abdomen. Los músculos de Jace se contrajeron y soltó un áspero gemido.
La mano de Leah se detuvo.
– ¿Puedo tocarte? -le preguntó con inseguridad.
– Cariño, ya me estás tocando -respondió él con una sonrisa.
– Quiero… -la voz se le quebró y tragó saliva antes de intentarlo de nuevo con más determinación-. Quiero tocarte como me tocaste tú a mí en la pista de baile.
A Jace se le aceleró el pulso y la sangre le palpitó en la ingle, reconociendo el placer inherente a la petición de Leah. Había accedido a enseñarle cómo satisfacer a un hombre, pero nunca imaginó que su curiosidad afloraría mientras él intentaba conducir un coche. Aun así, no podía negarse a su deseo, porque se moría por sentir las manos de Leah sobre él… por todo el cuerpo.
Le levantó la mano y le puso la palma sobre el bulto de sus pantalones, haciéndole cerrar los dedos alrededor de su erección.
– Esto es lo que me haces -dijo. Quería asegurarse de que Leah fuera consciente del efecto que ejercía sobre él.
Ella lo miró a los ojos absolutamente fascinada. Jace tuvo que devolver la vista a la carretera, pero aquel atisbo de embelesamiento estuvo a punto de acabar con él, así como el apretón vacilante que Leah le dio en la entrepierna. Al principio parecía insegura, pero sólo hizo falta un gemido bajo y alentador de Jace para animarla a ser más decidida… y acariciarle la rígida erección en toda su longitud con la palma, aprendiendo el tamaño y la forma del miembro viril confinado en el pantalón.
Cuando llegaron a su destino, a Jace le hervía la sangre en las venas, respiraba con rapidez y estaba a punto de explotar. Apagó el motor, retiró la mano de Leah de su regazo y la miró a los ojos.
La luna llena brillaba en el cielo nocturno e iluminaba el interior del vehículo, tiñendo los cabellos de Leah de una tonalidad plateada y perfilando su rostro con un halo angelical. Salvo que en aquel preciso instante no parecía en absoluto un ángel. Tenía los labios mojados y ligeramente separados, sus ojos ardían de inagotable lujuria y su expresión anhelante lo estaba matando de deseo.
La chica modesta y conservadora a la que había conocido durante años se había transformado en una mujer cuyo único propósito era derribar sus defensas. ¡Y casi lo había conseguido!
– ¿Quieres subir? -le preguntó ella con voz ronca y sensual.
Jace le había prometido un fin de semana lleno de pasión y seducción sin límites, pero deseaba que Leah recordara de modo especial la primera vez que hicieran el amor, y por tanto no estaba dispuesto a aprovecharse de su estado ebrio. Sin embargo, había otras muchas lecciones que impartir y que no incluían la consumación del acto sexual. Además, tenían que acabar lo que ella había empezado en la pista de baile. Al menos podría aliviar el deseo que Leah estaba conteniendo. En cuanto a él, tendría que consolarse en solitario más tarde.
– Sí, subiré contigo -dijo, y se abrochó la camisa antes de salir del coche.
Una vez que entraron en el apartamento y cerraron la puerta, Leah encendió la lámpara del salón y se quitó las sandalias. Se apoyó contra la pared con un lánguido suspiro y una maliciosa sonrisa en los labios, y, alargando los brazos, agarró a Jace por la camisa y tiró de él hasta obligarlo a apoyar las manos en la pared a ambos lados de su cabeza para no aplastarla con su cuerpo.
Ella lo miró fijamente a los ojos. Su apetecible boca quedaba a escasos centímetros por debajo de la de Jace.
– Tengo que confesar que ese Sexo Oral estaba de rechupete.
La insinuación sexual del comentario fue como una larga caricia en su miembro, inspirándole lúcidas y excitantes imágenes de Leah ofreciéndose carnalmente a él. Sus insinuaciones lo pillaban siempre desprevenido, pero le gustaba aquella faceta improvisadora de Leah, y estaba más que dispuesto a seguirle el juego.
– ¿Qué sabes tú del sexo oral?
– Sé que sabe muy bien -murmuró ella, humedeciéndose los labios-. Muy, muy bien. Compruébalo tú mismo.
Lo agarró por la nuca y tiró de él hacia ella, besándolo con la boca abierta y compartiendo el dulce sabor a licor de café que aún impregnaba su lengua.
Minutos después, Leah se apartó y él le sonrió.
– Es verdad que sabe muy bien -corroboró-. Y ahora dime, ¿qué sabes realmente del sexo oral? Y no estoy hablando de la bebida.
Aunque se lo preguntó en tono jocoso, estaba extremadamente interesado en oír su respuesta.
Ella parpadeó, fingiendo confusión.
– ¿Qué quieres decir?
Oh, Jace estaba convencido de que sabía muy bien lo que quería decir, y después de haber visto su comportamiento desvergonzado en la discoteca, no estaba dispuesto a que eludiera el tema escudándose en una falsa modestia.
– Quiero decir sexo oral, cariño. Darle placer a un hombre con tu boca y viceversa. ¿Cuánta experiencia tienes en eso?
– No mucha -respondió ella, poniéndose colorada. Apartó la mirada por un breve instante, antes de volver a mirarlo desafiante a los ojos-. De acuerdo, estoy mintiendo. No tengo ninguna experiencia en el sexo oral.
Jace se echó a reír por su indignación y le tocó la boca con los dedos, acariciándole el labio inferior con el pulgar.
– Ahh… así que eres virgen, al menos en ese terreno -dijo, fascinado y ridículamente complacido por saberlo.
– Sí, lo soy -admitió ella, con más naturalidad esa vez-. Pero quiero aprender. ¿Me enseñarás?
Su ruego casi lo hizo caer de rodillas frente a ella, lo que lo habría dejado en una posición perfecta para adorarla con la boca, la lengua y los dedos y ofrecerle una lección personalizada sobre el placer oral. Pero por mucho que esa idea lo excitara, no estaba seguro de que el estado de Leah fuera el más adecuado para un acto tan íntimo. De modo que decidió improvisar.
– Prometí que enseñaría lo que quieras saber -dijo, y la llevó al sofá del salón-. Así que, si estás preparada para una lección de sexo oral, eso es lo que haremos.
Ella se sentó cual abnegada alumna y él se acomodó a su lado, asegurándose de que estuviera cómoda y relajada contra los cojines.
– Empezaremos por ti -dijo, porque de ningún modo podría aguantar si la boca de Leah le tocaba cualquier parte de su anatomía.
La agarró de la mano y le acarició la piel entre el pulgar y el dedo índice.
– Imagina que estos pliegues son los labios de tu sexo -su explicación no pareció asustarla, aunque sí se estremeció cuando volvió a rozarla.
– Es una zona muy sensible.
– Debería serlo -dijo él, y la mordió suavemente justo debajo del pulgar, haciéndole ahogar un gemido-. Imagina lo sensible que eres entre las piernas, en la entrada a tu sexo. Cuando esa zona se humedece con la lengua, como un beso francés, la sensación es increíble -le atrapó con la boca el pliegue de la piel entre los dedos, simulando la técnica y lamiéndola suavemente.
El brazo de Leah quedó flácido y sus ojos se entornaron al tiempo que un gemido ronco se le escapaba de la garganta.
– Jace…
Pronunció su nombre con un deseo tan palpable que Jace estuvo a punto de perder el control. Pero aún no había terminado aquella lección. No hasta que ella hubiera aprendido a dedicarle el mismo tipo de atención erótica.
Le soltó la mano y llevó el dedo índice a sus labios, donde ejerció una presión suave pero constante.
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