Tomó una profunda inspiración, se preparó mentalmente para la lucha. Hizo una seca inclinación de cabeza.
– Partiré a Londres por la mañana.
Ella abrió la boca, atónita. Luego su pecho se hinchó; su mirada se incendió.
– ¿Ah, sí? ¿Debo interpretar que estáis invocando nuestro acuerdo?
– Sí. -Las sombras ocultaron su decepción-. Seguiremos cada uno su camino.
– ¡Esperad! -La palabra resonó con furia, caliente esta vez, no fría. El le dio la espalda mientras ella se levantaba como un resorte de la butaca-. ¡Si vos os vais a Londres, también yo!
El contuvo la respiración, buscando el tono adecuado.
– No tenía noticia de que tuvierais contactos en la capital.
– Tengo intención de hacer algunos. -Su voz vibraba de ira. Levantó la barbilla-. Estoy segura de que habrá mucha gente deseosa de entablar amistad con vuestra condesa.
Gyles consiguió no exteriorizar reacción alguna. Consiguió inclinar fríamente la cabeza.
– Lo que digáis.
Creyó oírla rechinar los dientes.
– ¡Sí! ¡Lo digo! -Lanzó los brazos al aire-. Os he ofrecido más de lo que me pedisteis, más de lo que esperabais de nuestro matrimonio. He sido comprensiva y paciente. ¡Qué paciencia he tenido!
Empezó a dar vueltas por la habitación, asaeteándole con palabras.
– No os he reclamado nada, no os he presionado… ¡He esperado, con la máxima discreción de que he sido capaz, a que entrarais en razón! ¿Y lo habéis hecho? ¡No! Trazasteis vuestro camino, diseñasteis exhaustivamente nuestro matrimonio, incluso antes de conocerme. Y aunque sus posibilidades sean mucho mayores de las que imaginasteis, ¿reconsideraréis vuestros puntos de vista? ¡No! ¡Sois demasiado cabezota para cambiar de opinión, aunque sea en vuestro propio interés!
Las faldas le iban haciendo remolinos mientras daba vueltas en círculo alrededor de él, despidiendo llamas por los ojos, gesticulando dramáticamente con las manos.
– ¡Muy bien! ¡Si sois tan insensible como para dar la espalda a lo que podría ser, que así sea! ¡Volved a Londres con vuestras deslumbrantes amantes! Pero no me abandonaréis aquí, enclaustrada en vuestro castillo. Yo también me voy a Londres… y, desde luego, pienso divertirme tanto como me plazca. -Le dirigió una mirada aviesa-. Lo que alimenta al caballo, alimenta a la yegua.
No esperó a obtener una respuesta, sino que se apartó de él. Su furia vibraba en el aire que la rodeaba. Se detuvo, dándole la espalda. De brazos cruzados, se quedó mirando por la ventana.
Gyles dejó pasar un momento -hubiera sido imprudente mostrarse de acuerdo demasiado rápido- y entonces dijo, fría y pausadamente:
– Como gustéis. Daré órdenes para que vengáis conmigo mañana.
Durante toda su filípica, él se había mantenido en las sombras. Había urdido un plan y había conseguido lo que quería, lo que necesitaba… y aparte, bastante más. La historia de su matrimonio.
La oyó sollozar. Sin darse la vuelta asintió, en una altiva manifestación de acuerdo. El, con rostro impasible, cruzó hasta la puerta de su habitación. La abrió y vio a Wallace, que le esperaba, impaciente.
– La señora condesa y yo partiremos a Londres mañana, lo más temprano posible. Tenemos previsto establecer allí nuestra residencia en el futuro inmediato. Ocúpese de ello.
Wallace hizo una inclinación.
– Por supuesto, señor. -Lo pensó durante apenas un momento-. Creo que podemos estar listos para salir hacia las once.
Gyles asintió.
– Puede irse; no le necesitaré más esta noche.
Wallace hizo otra inclinación. Gyles le vio salir y se dio la vuelta… y descubrió a Francesca justo detrás de él. Cerró la puerta.
– ¿Satisfecha?
Estaban muy cerca el uno del otro, cara a cara en la penumbra. Ella se puso de puntillas, acercando aún más sus caras. Su expresión era beligerante; la ira reprimida iluminaba sus ojos.
– Los Rawlings son tan terriblemente testarudos…
Su mirada afilada sostuvo la de Gyles por un instante; luego se dio media vuelta y atravesó la habitación con un silbar de sedas deslizándose.
Gyles la observó marchar afilando él mismo la mirada, repitiéndose mentalmente sus palabras; entonces cayó en la cuenta. Ella también era una Rawlings, había nacido Rawlings. Soltó el pomo de la puerta y la siguió hasta su cama.
Había apostado mucho a que un hombre obstinado cambiara de parecer.
Sentada en el carruaje, al día siguiente, mientras avanzaban traqueteando, Francesca tuvo tiempo de sobra para reflexionar sobre ese hecho. Para considerar todo lo que había arriesgado: su felicidad futura; su vida, de hecho, pues ya se había comprometido demasiado a fondo para echarse atrás. Había puesto su corazón en la balanza al permitirse enamorarse de él; aquello estaba hecho y no podía deshacerse.
Tampoco se trataba sólo de su futuro, sino del de él también, aunque él se resistiera a reconocerlo. Estaba segura de que él comprendía la verdad, pero conseguir que lo admitiera, que actuara en consecuencia… Ahí estribaba la dificultad.
¿Cómo conseguir que cambiara de actitud? La cuestión la tuvo absorta mientras los kilómetros se sucedían. Todo parecía girar en torno a quién de los dos era más tozudo… o a si ella estaba dispuesta a arriesgarlo todo para conquistar su sueño.
Trató de prever el desarrollo de los acontecimientos, de prepararse imaginando las distintas posibilidades. Constantemente se interferían recuerdos de la noche anterior. Pero no quería pensar en eso.
En cómo él había cerrado una mano en torno al pelo de su nuca y la había hecho volverse hacia él. En cómo le había echado la cabeza hacia atrás y la había besado como si estuviera muerto de hambre. En cómo sus manos le habían corrido por encima, arrancándole las sedas, hambriento de su piel, de su carne, de su cuerpo. La sensación de tenerle encima de ella, alrededor de ella, dentro de ella, duro e imperioso, exigente. La había deseado y tomado, despiadado como un conquistador, y ella le había seguido el juego en todo momento. Provocativa, desafiante, complaciéndose por su parte en el ánimo posesivo de él, animándole temerariamente a seguir.
Reteniéndole junto a ella mucho tiempo después, cuando la tempestad había pasado dejándoles exhaustos.
Le miró por el rabillo del ojo, estudiando brevemente su perfil. Con un codo apoyado en el antepecho de la ventanilla y la barbilla en esa misma mano, observaba sucederse el paisaje de las calles de Londres.
Se había despertado aquella noche y lo había encontrado hecho un ovillo en torno a ella, con el pecho contra su espalda y una mano extendida, en actitud protectora, sobre su estómago. Al volver a despertarse por la mañana -la había despertado la bulliciosa actividad de las doncellas-, él ya no estaba. El caos de la mañana no le había dejado tiempo para pensar, ni mucho menos reflexionar, hasta que salieron sobre ruedas del parque y Jacobs hubo enviado su equipo hacia la capital.
Horace había centrado sus pensamientos mientras atravesaban Berkshire a toda velocidad. Horace, que había sido para Gyles la figura paterna durante sus años de formación: los años en que un muchacho aprendía por la observación el modo en que los hombres se comportaban con las mujeres. Era evidente que Horace le profesaba a Henni una sincera adoración, pero esa percepción se debía más a la serena felicidad de Henni que a un comportamiento manifiesto por parte de Horace.
Horace había enseñado a Gyles a ser un caballero, y Horace evitaba cualquier exteriorización clara de afecto o amor hacia su mujer, al margen de cuáles fueran sus verdaderos sentimientos.
Mirando a Gyles de reojo, Francesca repasó mentalmente el catálogo que había reunido de las acciones y los pequeños gestos, casi enterrados bajo su actividad cotidiana, que le habían permitido mantener vivas sus esperanzas.
Él había intentado, deliberadamente, hacer añicos esas esperanzas, llevarla a creer que renegaba completamente de ella, negar cualquier posibilidad de que sus sueños se transmutaran en realidad, y, no obstante, sus acciones habían dicho en todo momento otra cosa.
No sólo sus acciones en el lecho compartido, aunque el tenor de éstas, ciertamente, no respaldaba la imagen exterior que él pretendía proyectar: la de un amante experto que permanecía, con todo, emocionalmente indiferente a ella. Reprimió una exclamación desdeñosa: él nunca había sido emocionalmente indiferente a ella. ¡Qué idea!
Lo que no sabía era cómo podía esperar él que ella se lo creyera.
Sobre todo cuando había otras mil cosas que le delataban. Como su forma de preocuparse cuando se detuvieron a comer en una posada. ¿Estaba bien abrigada, seguro que no tenía frío? ¿Estaban suficientemente calientes los ladrillos puestos a sus pies? ¿Era de su agrado la comida?
¿La tomaba por ciega?
Él sabía que no lo estaba. Esto la desconcertaba. Era como si él aceptara que ella sabía, o al menos sospechaba, que sentía algo más por ella, pero a la vez deseara, o incluso esperara, que ella fingiera que no lo sabía.
Eso, para ella, no tenía sentido y, sin embargo, no resultaba -estaba segura de ello- un resumen inexacto de su situación actual.
Él decía una cosa, pero quería decir, y deseaba, otra distinta. Había dicho que seguirían cada uno su camino: le sorprendería sobremanera que eso llegara a ocurrir.
¿Pretendía que representaran de puertas afuera algún tipo de mascarada, como Horace y Henni? ¿Esperaba que se aviniera a eso? ¿Podía ella hacerlo?
Con total sinceridad, ella dudaba que pudiera. Su temperamento no se prestaba a ocultar sus emociones.
¿Era por ahí por donde él deseaba que se encaminaran?
Y en tal caso, ¿por qué?
Ella le había hecho una pregunta la noche anterior, y se había negado a contestarle. No tenía sentido volverle a preguntar, aunque el contexto no fuera exactamente el mismo. En el fondo, era la misma pregunta… La misma pregunta con la que se tropezaba una y otra vez… Siempre la misma.
Así que tendría que seguir tirando hacia delante, hallar la forma de avanzar, sin la respuesta. Era como si estuviera librando una batalla en un campo oscurecido por la niebla; luchando por su futuro, y el de él, sin saber qué obstáculos se interponían en su camino, ni dónde. Si él pensaba que se iba a desanimar, a rendirse, y a conformarse con menos que el amor declarado y duradero que había anhelado siempre, y más ahora que sabía que podía ser, con sólo que él permitiera que fuera, iba a tener que volvérselo a pensar. Rendirse en la batalla no era su fuerte.
Desgraciadamente, tampoco el de él.
Le dirigió de soslayo una mirada calculadora. Ya lo verían.
El carruaje aminoró la marcha y giró por una esquina. Un parque inmenso apareció a su derecha.
Gyles la miró.
– Hyde Park. Donde los de la sociedad elegante acuden para dejarse ver.
Ella se inclinó para mirar más allá de él.
– ¿Y debería yo dejarme ver por allí?
El vaciló, y luego dijo:
– Os llevaré un día a dar una vuelta en coche por la avenida.
Ella volvió a reclinarse en el asiento mientras el carruaje daba la vuelta a otra esquina. Casi de inmediato, aminoró la marcha.
– Hemos llegado.
Francesca echó un vistazo al exterior y vio una fila de elegantes mansiones. El coche se detuvo ante una de ellas; el número 17 brillaba sobre la mampostería que flanqueaba la puerta.
Se abrió la puerta del carruaje. Gyles pasó junto a ella y descendió, y luego le tendió la mano para que bajara a la acera. Ella levantó la vista y contempló la puerta pintada de verde, la reluciente aldaba dorada.
Detrás de ella, Gyles musitó:
– Nuestro hogar de Londres.
La condujo escaleras arriba hasta el resplandeciente recibidor. Los sirvientes les estaban esperando, puestos en fila para saludarla, con Wallace a la cabeza y Ferdinando algo más adelante. Habían viajado en la calesa de Gyles, por delante del carruaje principal. Wallace le presentó a Francesca a Irving el Joven, y a continuación se quedó atrás mientras Irving le presentaba a la señora Hart, el ama de llaves, una mujer delgada de aspecto algo ascético, oriunda de Londres a juzgar por su acento. Entre los dos, Irving y la señora Hart, le presentaron a todos los demás; luego la señora Hart musitó:
– Me atrevo a suponer que estaréis deseando descansar, milady. Os mostraré vuestra habitación.
Francesca echó un vistazo alrededor. Gyles estaba de pie bajo la araña, observándola.
Ella se dirigió hacia él, volviéndose a mirar a la señora Hart.
"Todo sobre la pasión" отзывы
Отзывы читателей о книге "Todo sobre la pasión". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Todo sobre la pasión" друзьям в соцсетях.