Ester torció el gesto.

– A ratos. Recibimos tu carta diciendo que estabas aquí, en la ciudad; yo se la leí a Franni. Muestra siempre tanto interés en saber qué haces… Bueno, pues después de eso se empeñó en que viniéramos a Londres nosotros también, a toda costa. Tenía tantas ganas… íbamos a escribirte, pero luego pensamos que vendríamos sin más. No es difícil encontrar alojamiento en esta época del año. Pero cuando llegamos aquí… -Ester miró a Charles.

– Franni se viene portando de una forma impredecible. Serena un minuto, muy quisquillosa al siguiente. -Charles cogió la mano de Francesca-. Queríamos pasar a visitarte, pero parecía poco prudente, a pesar de que Franni no para de insistir en que quiere verte. Sería irresponsable exponerla a la vida social en que sin duda estás inmersa. -Charles frunció los labios-. Pensamos en escribirte e invitarte a que pasaras tú a visitarnos, pero Franni se puso como loca. Está empeñada en que vayamos a verte a casa de Chillingworth, pero no nos parecía que debiéramos.

Francesca abrió la boca para asegurarle lo contrario; Ester le puso la mano en el brazo.

– Querida, tienes que entender que no se trata sólo del efecto que la vida social pueda tener en Franni, aunque ciertamente es una cuestión que nos inquieta mucho. La verdad es que no podríamos garantizar que Franni se comportara bien. Es impredecible y rebelde, y me temo que además se anda con muchos secretos. -Ester intercambió una mirada con Charles, y luego prosiguió-: Franni se ha escapado sola, sin Ginny, dos veces. Y ya sabes cómo la vigila Ginny. A Charles y a mí nos da miedo dejarla sola, pero a veces no tenemos más remedio. Estamos muy preocupados. -Ester bajó la voz-. Estamos convencidos de que se está cociendo algo, pero no tenemos ni idea de qué es. Puede que tenga algo que ver con el caballero que supuestamente la visitó.

– ¿Llegaron a enterarse de quién era?

Ester negó con la cabeza.

– Ya sabes lo difícil que es hablar cabalmente con Franni cuando ella no quiere.

Charles había reparado en el lacayo.

– Me alegra ver que no vas por ahí tú sola.

Francesca no mencionó al mozo de cuadras que fingía estar mirando las bufandas.

– Es cosa de Chillingworth. -Hizo un ademán quitándole importancia-. Pero tengo una sugerencia, algo que podría ayudarles con Franni. Me dicen que insiste en venir a la calle Green; es posible que se hubiera persuadido de que eso sería lo que harían cuando llegaran a Londres, y que se haya tomado a mal que no fuera así. Entonces, ¿por qué no venir de visita? Tráiganla a cenar esta noche. -Levantó una mano-. Antes de que digan nada, se trataría de una tranquila cena familiar, sólo ustedes tres, Gyles y yo.

Ester y Charles intercambiaron una mirada.

– Pero -dijo Ester- seguro que tienes planes…

– No, ninguno. Esta semana se ha tranquilizado todo bastante; muchos se han ido ya de la ciudad. Habrá unas cuantas fiestas la semana que viene para celebrar el fin de año, y luego nos retiraremos al campo.

Francesca ya tenía ganas, le apetecía ver el capricho nevado.

– Esta noche no hay nada, así que estaremos en casa. Si traen a Franni a cenar, no habrá ajetreo social que la pueda turbar, pero sí podrá ver la casa y hacer la visita que deseaba. Tal vez eso la calme.

Ester y Charles intercambiaron una mirada prolongada.

Francesca recordó súbitamente que Gyles estaría pronto de regreso en la calle Green, y que esperaría encontrarla allí.

– Debo irme. -Tomó a Charles de la mano-. Díganme que vendrán.

Charles sonrió.

– Eres muy persuasiva, querida.

Francesca sonrió, radiante.

– A las siete, pues. Ya sé que a Franni no le gusta esperar.

– Si no es mucho trastorno, querida.

– No, no. A las siete. -Tomando nota mentalmente de que debía avisar a Ferdinando, Francesca se despidió apresuradamente y corrió hacia la puerta.


Estaba en el recibidor dejando que Irving la ayudara a quitarse la pelliza cuando se abrió la puerta de entrada y apareció Gyles. Se la quedó mirando y luego arqueó una ceja.

– ¿No era nuestro carruaje el que acabo de ver dando la vuelta a la esquina?

– Sí. -Llegó rápidamente junto a él, se estiró para besarle en la mejilla y se le colgó del brazo-. Tenía que comprarme guantes nuevos. He ido con un mozo y un lacayo, que no se han separado de mí en ningún momento, así que no ha habido la menor ocasión de peligro. -Lo miró-. ¿Estáis satisfecho?

Él suspiró y la condujo hacia la biblioteca.

– Supongo que tendré que estarlo. -Dudó antes de añadir-: No quiero que os sintáis enjaulada.

Ella sonrió, diciéndole con los ojos que su afán por protegerla ya no le molestaba, y luego se dirigió a la chaise longue.

– Me encontré con Charles y Ester mientras estaba fuera. Les he invitado a cenar con nosotros esta noche; no os importa, ¿verdad?

Gyles se detuvo ante su escritorio y advirtió el resplandor de felicidad de su rostro.

– No… claro que no.

Francesca extendió los dedos ante el fuego.

– Franni está aquí también, por supuesto, de modo que seremos cinco a la mesa.

Gyles dio gracias de que estuviera calentándose las manos y no mirándolo a él. Rodeó el escritorio, se sentó y alcanzó la pila de correspondencia que esperaba su atención.

Francesca se reclinó.

– Les he dicho que a las siete; encargué a Irving que avisara a Ferdinando.

Gyles frunció los labios.

– Me pregunto…

En ese momento llamaron a la puerta; entró Wallace e hizo una reverencia.

– Ferdinando desea saber si sería posible hablar con vos, milady. Sobre la cena de esta noche.

Gyles bajó la vista hacia sus papeles.

Francesca suspiró.

– Lo veré en el salón. Wallace, usted asistirá también a esta reunión.

Wallace hizo una inclinación.

– Iré a buscarlo, milady.

Wallace se retiró. Francesca se puso en pie y se estiró un poco,

– Al menos, tratar con Ferdinando evita que se entumezca mi italiano.

Gyles alzó la vista.

– Antes de que os vayáis…

Francesca se dio la vuelta; él dejó a un lado la carta que había estado leyendo.

– Hicisteis una copia del árbol genealógico de la familia; ¿qué ha sido de ella?

En los ojos de Francesca hubo un destello de algo: ¿inteligencia? Inmediatamente, fue barrido por la curiosidad.

– Vuestra madre, Henni y yo estuvimos completándolo. Añadimos todas las ramas y conexiones que pudimos. ¿Por qué?

– Necesito comprobar el parentesco de algunas conexiones. ¿Puedo ver el fruto de vuestros esfuerzos?

– Por supuesto. -Vaciló-. Pero quisiera que me lo devolvierais, por favor.

– Sólo necesito echarle un vistazo para ver si vuestros conocimientos combinados suman más que el mío.

Ella le dedicó una sonrisa resplandeciente; sus hoyuelos asomaron por un instante.

– Enseguida os lo traigo.

– Después de que hayáis acabado con Ferdinando. -Gyles le señaló la puerta con un gesto-. Tal vez me convenga refrescar mi italiano a mí también.

Ya en la puerta, Francesca le arqueó una ceja.

– Os he enseñado algunas palabras nuevas que domináis bastante bien, pero quizá tengáis razón y sea el momento de impartiros otra lección.

Con una mirada seductora, lo dejó.

Gyles se quedó mirando a la puerta, barajando en su cabeza visiones de esa lección; luego frunció el ceño, cambió de postura, agarró la siguiente carta, se la plantificó delante y se obligó a leerla.

Capítulo 20

Charles, Ester y Franni no se quedaron hasta muy tarde. Después de acompañar a los invitados a la puerta, Gyles y Francesca se retiraron a la biblioteca. Como de costumbre, Wallace había dejado el fuego encendido. Francesca se dejó caer en una butaca con un suspiro de satisfacción.

– La cosa ha ido bien, creo.

Gyles la miró pero no contestó. Miró su escritorio, luego a ella de nuevo, y luego se acercó a la chaise longue. Se sentó y estiró las piernas.

– Charles parecía muy agradecido. ¿Había alguna razón especial para estarlo?

A Gyles no le habían pasado inadvertidas las miradas cómplices, el aire de satisfacción de Francesca y sus tíos.

– Franni les ha estado dando la lata para que vinieran de visita.

– Entiendo. -Gyles miró a Francesca. Con la mirada perdida en las llamas, jugueteaba distraídamente con uno de sus negros rizos. Dejó transcurrir un momento, y luego requirió:

– Habladme de Franni.

Francesca lo miró.

– ¿Franni?

– Es… -Gyles se debatió por encontrar un término que reflejara la realidad-. Rara.

La forma en que le brillaban los ojos a Franni cada vez que él le hablaba, la forma en que sus dedos habían aleteado cuando le había cogido la mano, la forma en que se le había arrimado un poco más de la cuenta cuando las había escoltado a Ester y a ella a la mesa… Llevaba todo eso indeleblemente grabado en el pensamiento. Durante toda la velada lo había estado mirando como un halcón, pero un ejemplar muy cauteloso: cada vez que uno de los demás la miraba, la pillaba mirando en otra dirección.

Se había sentido acosado, y eso le hacía sentirse ridículo. Franni era exactamente el tipo de mosquita muerta por el que la había tomado en un principio, sólo que más perturbada. Vulnerable e inútil, era alguien insignificante: no podía constituir, desde luego, ninguna amenaza. No obstante, él había evitado en lo posible despegarse del lado de Francesca.

Pero Franni lo había acorralado cuando ya se iban. La intensidad de su mirada, la luz de sus pálidos ojos azules, le había producido un escalofrío. Afortunadamente, Ester se había percatado y había acudido en su rescate, dedicándole una leve sonrisa de resignación. Como pidiéndole comprensión, perdón.

Gyles frunció el ceño.

– Franni no es normal. ¿Qué es lo que le pasa?

Francesca suspiró; volvió la vista a las llamas.

– No lo sé… Nunca lo he sabido. Ha estado así, a veces un poco mejor, a veces peor, desde que la conozco. Siempre me ha parecido algo infantil, y aunque eso le cuadra en muchos sentidos, para según qué otros es muy lanzada. -Miró a Gyles-. Ni Charles ni Ester me lo dijeron nunca, pero sospecho que lo que le ocurre tiene algo que ver con la muerte de su madre. Murió siendo Franni muy joven. Oí decir a los criados que se tiró desde la torre, la madre de Franni, quiero decir. La torre ha estado clausurada con tablas desde entonces. Yo me preguntaba si Franni no lo habría presenciado, y si eso le habría afectado a la cabeza de algún modo.

Gyles miró al corazón del fuego, a las llamas que brincaban en el hogar. Sabía el efecto que podía producir en un niño presenciar la muerte violenta de un progenitor. Podía imaginarse todo tipo de reacciones, podía sentir aún en torno a su corazón un tropel de emociones rememoradas. Aunque, con todo y a la postre, no acertaba a ver qué reacción emocional podía explicar todo lo que había percibido en Franni.

Miró a Francesca y vio que ella le observaba.

– Pero ya hemos terminado con nuestros invitados. -Se incorporó. Un crujido sordo le recordó algo; se llevó la mano al bolsillo del chaquetón-. Había olvidado devolveros esto.

Le tendió su copia anotada del árbol de familia.

Ella la cogió.

– ¿Habéis encontrado lo que buscabais?

– Sí. -Había pasado una hora haciendo su propia copia antes de cenar-. Hay que felicitaros a vos y a vuestras ayudantes: habéis hecho un trabajo excelente.

Francesca dudó un instante, y luego alzó la vista al rostro de Gyles.

– Tenía intención de preguntaros, a propósito de esto… -Levantó el papel-. El motivo por el que lo hicimos era poder hacernos una idea de las dimensiones de la familia. Me preguntaba… ¿Os parecería bien que diéramos una fiesta? Sólo para la familia y un puñado de amigos íntimos y conocidos. Un poco de baile, tal vez, pero más bien una noche para mezclarnos y charlar, para llegar a conocernos mejor.

Él le sostuvo la mirada.

– El año está a punto de terminar.

– Sería algo informal. Había pensado que tal vez a finales de la semana que viene.

Gyles vio la ilusión en sus ojos, y no halló motivos para empañársela. Sospechaba que no iba a contar con mucha aceptación, dada la época del año y dado el carácter de la familia, pero si, en tanto que su condesa, era su deseo ejercer el papel de matriarca…

– ¿El jueves?

Ella puso esa maravillosa sonrisa que quitaba el aliento.

– El jueves. Vuestra madre y Henni me echarán una mano con las invitaciones.

El atesoró su sonrisa, y luego su mirada se deslizó a lo largo de su esbeltez, hasta el leve abultamiento de debajo de su cintura. Era apenas visible, incluso cuando estaba desnuda, pero cuando yacía debajo de él y cohabitaban, él lo notaba.