Tras salir de una nueva reunión en el White's, Gyles volvió a casa a tiempo de cambiarse para la cena. Aquella noche celebraban la fiesta familiar de Francesca, su intento de reunir al clan. Esperaba, por ella, que sus parientes se congregaran y asistieran en número suficiente para poder considerar un éxito el acontecimiento. Ella, su madre y Henni habían aunado esfuerzos la semana anterior para organizarlo y encargarlo todo. Aunque Francesca le había ido dando cuenta de los preparativos, no se había enterado de mucho, entretenido como estaba con la búsqueda de Walwyn.
Lo que sí sabía era que la cena de esa noche iba a ser bastante íntima, con la sola presencia de su madre, Henni y Horace, aparte de la de Francesca.
– Eran demasiados para invitarlos a todos, sencillamente -le dijo su madre cuando se reunió con ellos en el salón.
– Desde luego. -Henni retomó el hilo al acercarse él a saludarla-. Aun restringiendo la lista a los cabezas de las distintas ramas, vaya, salían más de cincuenta, más las respectivas esposas; y si hubiéramos hecho una selección entre ellos, pues se habrían producido agravios y rencillas, que es precisamente lo que intentamos limar. Se te ve un poco pálido, querido. ¿Te están dando mucho trabajo tus asuntos parlamentarios?
– Entre otras cosas. -Gyles se volvió hacia Francesca al deslizar ésta la mano por su brazo. Le sonrió. Mientras ella intercambiaba algún comentario con Henni, examinó su aspecto.
Esta noche había optado por vestirse de oro viejo. Su traje era de suntuosa seda de ese tono cálido y profundo que evocaba la idea de tesoros, y le cubría los hombros un chal de seda con un sutil contraste de matices dorados y ocres suaves. El pelo, recogido en un moño alto, le caía ingeniosamente en cascada, rozándole los hombros; los negros rizos ofrecían un dramático contraste sobre su piel ebúrnea. De sus orejas colgaban pendientes de oro, y una sencilla cadena del mismo metal le ceñía la garganta. Y en medio del oro, sus ojos relucían con la intensidad de las esmeraldas.
Ella lo miró.
Gyles se llevó su mano a los labios, dejando que su mirada rozara la de ella.
– Vuestro aspecto es exquisito.
– La cena está servida, milord.
Dieron la vuelta como una sola persona. En unión de lady Elizabeth, Henni y Horace, se trasladaron al pequeño comedor.
Aquella noche, hacia las ocho y media, Gyles estaba más distraído de lo que había estado en toda la semana. Desde su posición junto a Francesca, arriba de las escaleras que bajaban hacia el salón de baile, estiró el cuello para mirar hacia el fondo de la hilera de invitados que aguardaban turno para saludarles.
No alcanzaba a ver el final de la fila.
Francesca le dio un discreto codazo. Él volvió de nuevo la mirada hacia la anciana dama que esperaba para hablar con él. Tomó su mano marchita, apelando a la memoria para recordar su nombre.
– La prima Helen ha viajado desde Merton para estar con nosotros esta noche.
Gyles dirigió una mirada de agradecimiento a Francesca y a continuación murmuró algunas frases corteses a la prima Helen, quien le informó entonces, con una voz que habría hecho justicia a un brigada, de que estaba sorda como una tapia.
Le dio unos golpecitos en la mano y avanzó escaleras abajo. Gyles captó la fugaz sonrisa de Francesca al volverse ella a saludar a sus siguientes invitados.
Debía de haber unos trescientos: trescientos Rawlings, más un surtido de otros. Gyles se sintió aliviado de dar la bienvenida a Diablo y Honoria.
Honoria hizo una majestuosa inclinación de cabeza, diciéndole con el centelleo de sus ojos que era inútil que intentara disimular su asombro.
– Nunca supuse que vendrían tantas personas.
– Subestimasteis el poder de la curiosidad. ¿Qué dama en su sano juicio declinaría una invitación de vuestra flamante condesa?
– Nunca he pretendido comprender la mente de las mujeres.
– Muy sabio. -Honoria echó un vistazo al salón de baile, ahora atestado-. Por lo que Diablo me dijo de vuestro árbol de familia, bien podría ser que hubiera más Rawlings que Cynsters.
Diablo acabó de saludar a Francesca a tiempo de oír esto; miró a su alrededor y asintió.
– Es posible.
– No lo quiera el cielo -murmuró Gyles sotto voce.
Honoria le dirigió una mirada de desaprobación; Diablo sonrió y a continuación, poniéndose serio, captó la mirada de Gyles.
– Parece una oportunidad excelente de avanzar con nuestras recientes actividades.
A Gyles ya se le había pasado por la cabeza. Probablemente, alguno de los presentes sabría qué era de Walwyn.
– Empieza tú. Yo me uniré a ti cuando esté libre.
– ¿Qué actividades? -preguntó Honoria.
– Ya os dije que estamos buscando apoyos para nuestras proposiciones de ley. -Diablo la condujo escaleras abajo, hacia la pista de baile.
Gyles se volvió a saludar a los siguientes invitados: primos y parientes aún más lejanos habían respondido todos a la invitación de Francesca con una presteza que lo desarmaba y desconcertaba por igual. Como si llevaran tiempo esperando la oportunidad de reemplazar el distanciamiento producido a lo largo de las últimas décadas por un marco de mayor cohesión, un sentido más fuerte de objetivos compartidos basados en lazos de familia.
Más allá de su simple número, ese sentimiento de unión le complacía.
La fila se había acortado bastante cuando un típico varón Rawlings alto y desgarbado, de rostro curtido y cubierto de arrugas, con ropas sobrias y pasadas de moda, se acercó, llevando del brazo a una dama vestida sencillamente. El hombre sonrió a Francesca y le hizo una envarada reverencia, pero de un envaramiento derivado de la falta de costumbre más que de la altanería.
– Walwyn Rawlings, querida mía.
Francesca sonrió y le ofreció su mano.
Gyles se contuvo a duras penas de agarrarla y arrastrarla detrás de sí.
Walwyn prosiguió:
– Permitidme presentaros a mi esposa, Hettie. Nos casamos hace más de un año, pero confieso que todavía tengo pendiente difundir la noticia entre la familia. -Hizo una inclinación de cabeza a Gyles, sonriendo afablemente, y miró luego a la multitud que poblaba el salón de baile-. Parece que esta noche me brindará la ocasión perfecta.
– Estoy tan complacida de que hayan podido unirse a nosotros… -Francesca sonrió a Hettie y se estrecharon la mano-. Viven ustedes en Greenwich, según tengo entendido.
– Sí. -Enderezándose tras su reverencia, Hettie lanzó una mirada a Walwyn. Tenía una voz dulce y suave-. Walwyn es conservador del nuevo museo local.
Walwyn ofreció su mano a Gyles.
– Tema marítimo, ya sabéis…
Gyles tomó la mano de Walwyn y se la estrechó.
– ¿Ah, sí?
Se habían equivocado… en un cierto número de puntos. Gyles dedicó unos minutos a charlar con Walwyn; los suficientes para convencerse, más allá de toda duda razonable. Walwyn era totalmente ajeno a los atentados contra Francesca. Los años de vida dura habían despojado a Walwyn de la menor capacidad para el fingimiento: el hombre era transparente como el cristal. Y estaba perdidamente enamorado de su esposa. Gyles reconoció los síntomas. Donde ni su familia ni la sociedad habían tenido el poder de reformar a Walwyn, el amor, bajo el aspecto de la dulce Hettie, había triunfado.
El sentimiento de culpa (¿o fue la camaradería?) impulsó a Gyles a llamar a Osbert. Le presentó a Walwyn y a su esposa y le encargó que les diera un paseo y les presentara a su madre y otros miembros del clan.
Osbert estuvo encantado de ser de utilidad. Mientras colocaba con gesto protector la mano de su esposa en el pliegue de su brazo, Walwyn captó la mirada de Gyles, y su sentimiento de gratitud era evidente.
Viéndoles bajar por las escaleras, Gyles sacudió para sus adentros la cabeza. Qué idiotas habían sido al no mencionar su búsqueda a sus mujeres. Una simple pregunta a Francesca, Henni o incluso a Honoria habría producido sus resultados hacía una semana.
– ¿Gyles?
Se giró, sonrió y saludó a otro Rawlings.
A su lado, Francesca sonreía y enamoraba, asombrada en su fuero interno. Intrigada. Se había embarcado en sus planes de reunificar a la familia Rawlings por cierto sentido del deber, por la sensación de que, en tanto que condesa de Gyles, era lo que le correspondía hacer. Ahora que había tenido éxito, era a todas luces evidente que la noche estaba generando algo considerablemente más profundo y potente que la conversación sociable.
El sentimiento de familia, redescubierto para algunos, nuevo para otros, incluida ella, estaba surgiendo en forma de una marea tangible que barría la estancia. Una marea en la que sus huéspedes se zambullían y a la que contribuían con un entusiasmo que era una recompensa en sí mismo.
– Venid. Bajemos.
Los últimos de la larga hilera habían desfilado por fin. Francesca miró a Gyles, guapo a rabiar a su lado. Con una sonrisa, posó la mano en su manga; descendieron juntos para unirse a los invitados: su familia.
Algunos les vieron y se giraron; otros imitaron a éstos. Ella vio sus sonrisas, les vio levantar las manos.
Hubo de reprimir las lágrimas cuando un aplauso espontáneo recorrió la habitación.
Sonrió, graciosamente jubilosa, para todos ellos; luego miró a Gyles, y vio en sus ojos un orgullo manifiesto.
Llegaron a la pista del salón de baile y él alzó la mano de ella y le rozó los dedos con sus labios.
– Son vuestros. -Le sostuvo la mirada-. Como lo soy yo.
Se les acercaron otros y hubieron de darse la vuelta. Más tarde, con una mirada compartida y una inclinación de cabeza, Gyles se separó de su lado. Pero su triunfo aún duró; fue creciendo a medida que la velada avanzaba, como ella, lady Elizabeth y Henni habían deseado, con un aire ligero y festivo.
Gyles se estuvo moviendo entre la multitud, charlando desenfadadamente y recibiendo incontables cumplidos a cuenta de su exquisita esposa. Finalmente, encontró a Horace, y luego a Henni, y les avisó de la presencia de Walwyn y de su descargo.
Diablo torció el gesto.
– De forma que ahora la cuestión es: si no Walwyn, ¿quién, entonces?
– Precisamente. -Gyles miro a su alrededor-. Por más que me esfuerce, no consigo convencerme de que ninguno de los aquí presentes esta noche pueda desearnos daño alguno ni a Francesca ni a mí.
– ¿Ninguna mirada aviesa, ningún gesto de reproche?
– Ni una ni media. Todos parecen alegrarse sinceramente de vernos.
Diablo asintió.
– He estado escuchando y observando, y estoy de acuerdo: no he captado la más mínima muestra de descontento, ni mucho menos de animadversión.
– Eso es lo que echo en falta. No hay ni el menor tufillo de malevolencia.
Diablo iba a asentir, pero se echó a reír y dio a Gyles una palmada en el hombro.
– Lo nuestro es empecinamiento. Aquí nos tienes, fastidiados porque no tenemos a mano a un dragón al que derrotar.
Gyles sonrió.
– Cierto. -Miró a Diablo-. Sospecho que, al menos por esta noche, haríamos mejor en olvidarnos del problema y disfrutar.
Diablo había encontrado a Honoria. Los estaba observando, entre la multitud.
– Y si no lo hacemos, sólo conseguiremos que nos sometan a un interrogatorio severo.
– Eso además. Nos reunimos mañana y vemos en qué punto estamos.
Se separaron, Diablo para cruzar la habitación y reunirse con Honoria, y Gyles para dar vueltas hasta encontrarse al lado de Francesca. Estaba de pie junto a ella, consciente de su orgullo y de algo más primario, cuando Charles, que había llegado a última hora, se acercó a presentarles sus respetos.
– He venido solo. -Sonrió a Francesca-. Esto no va con Franni, como sabéis, pero yo no podía perderme la ocasión.
– Estoy muy contenta de que haya venido. -Francesca le apretó la mano-. ¿Está bien Ester?
– Se ha quedado con Franni, desde luego.
– ¿Y Franni?
A Charles se le ensombrecieron los ojos.
– Está… Bueno, es difícil decirlo. Su comportamiento es errático…, problemático. -Forzó una sonrisa-. Pero en términos generales, sí, está bien.
Una dama abordó a Francesca; con una última sonrisa para Charles, hubo de dejarles.
Charles se puso al lado de Gyles.
– Ha venido una cantidad considerable de gente. Debéis estar satisfecho.
– Desde luego; Francesca ha obrado maravillas.
– Siempre supe que lo haría.
– Recuerdo, en efecto, que estaba usted muy seguro de sus capacidades. Por eso, y por su sabio consejo en agosto pasado, cuenta con mi gratitud imperecedera.
– Oh, bueno. -Charles observó a Francesca-. Tengo la impresión de que se hizo la elección acertada, de todas todas.
Gyles casi pudo escuchar al destino carcajeándose.
Charles se volvió hacia él.
"Todo sobre la pasión" отзывы
Отзывы читателей о книге "Todo sobre la pasión". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Todo sobre la pasión" друзьям в соцсетях.