– ¿Qué estás haciendo aquí?
– No creerías que iba a quedarme allí arriba, ¿verdad? -exclamó indignado.
– Bueno, no puedes mudarte aquí.
– Reza por mí. -Y se marchó.
Ella salió de la cama, con su bata de seda ondeando a su espalda, y le siguió.
Él lanzó la bolsa sobre la cama de la habitación de al lado, más pequeña que la de ella pero igualmente sencilla. Los italianos no gastaban dinero en decorar espacios de soledad como los dormitorios, pudiéndolo gastar en lugares de reunión como las cocinas y los jardines. Cuando ella apareció, él dejó de deshacer su bolsa lo suficiente como para ver el canesú de encaje color marfil y la delicada camisa que le llegaba hasta la mitad de los muslos.
– ¿Tienes delfines debajo de eso?
– No es asunto tuyo. Ren, tu villa es enorme, pero esta casa es pequeña. No puedes…
– No lo bastante enorme. Si crees que podría quedarme bajo el mismo techo que una mujer embarazada y sus cuatro hijos psicóticos, estás más loca que ellos.
– Pues entonces vete a otro sitio.
– Eso es exactamente lo que estoy haciendo. -Sus ojos le dieron otro repaso. Ella esperaba que él dijese algo provocativo, pero la sorprendió-. Aprecio que te quedases conmigo esta noche, aunque podría haber pasado sin tus consejos.
– Me amenazaste con cortarme la electricidad si me iba.
– No puedes culparme, doctora. Te habrías quedado de todas formas, porque adoras arreglar los problemas de los demás. -Sacó de la bolsa unas camisetas arrugadas-. Tal vez por eso te guste pasar el rato conmigo, aunque en mi caso se trate de una batalla perdida.
– No me gusta pasar el rato contigo. Me he visto forzada a pasar el rato contigo. De acuerdo, tal vez me guste un poco. -Alargó el brazo para recoger una de las camisetas que habían caído al suelo, pero se arrepintió-. Puedes dormir aquí esta noche, pero mañana volverás a la villa. Tengo que trabajar, y tú sólo me distraerías.
Él apoyó un hombro contra el marco de la puerta, recorriendo con la mirada el cuerpo de Isabel, de los muslos a los pechos.
– Una distracción demasiado grande, ¿eh?
Ella sintió cómo se le calentaba la piel. Era el demonio hecho carne. Así era como arrastraba a las mujeres a la perdición.
– Digamos que necesito concentrarme en lo espiritual -replicó.
– Hazlo. -Le dirigió su sonrisa más siniestra-. Y no te preocupes por lo que le sucedió a Jennifer López cuando durmió en la habitación contigua a la mía.
Ella replicó con una mirada que dejaba a las claras lo infantil que lo consideraba, y después le dio la espalda. Cuando iba por la mitad del pasillo, se percató de la pequeña lámpara encendida sobre el aparador que había justo enfrente. E incluso antes de oír su maligna risa, supo que él la estaba viendo al contraluz.
– Ya veo que no tienes delfines. Me matas, Fifi.
– Es una posibilidad.
A la mañana siguiente, Isabel se preparó un zumo de naranja, salió fuera y se sentó en una silla en una zona soleada cerca de la casa. Sobre las ramas de los olivos todavía pendían finos retazos de neblina en el valle. Rezó una corta oración de gratitud -era lo menos que podía hacer- y bebió el primer sorbo de zumo justo cuando Ren salía de la casa.
– Tenía que madrugar si quería correr un poco antes de que hiciese demasiado calor -dijo entre bostezos.
– Son casi las nueve.
– Pues eso.
Ella observó cómo empezaba a hacer estiramientos. Se le marcaban los abdominales, y una línea de vello oscuro desaparecía bajo los pantalones negros de deporte. Contempló cada centímetro de su cuerpo: mejillas, barba incipiente, pecho de atleta, y todo lo demás…
Él la pilló mirándolo y cruzó los brazos, disfrutando.
– ¿Quieres que me dé la vuelta para que puedas apreciar mi espalda?
Ella replicó con tono profesional.
– ¿Crees que quiero que te des la vuelta?
– Oh, sí.
– Debe de ser difícil ser alguien tan deslumbrante. Nunca puedes saber si la gente quiere estar contigo por tu personalidad o tan sólo por tu apariencia.
– Sin duda, por la apariencia. Carezco de personalidad.
No podía dejar pasar la oportunidad.
– Tienes una personalidad muy fuerte. Gran parte de la misma está mal ubicada, eso es cierto, pero no toda.
– Gracias por nada.
¿No era increíble cómo una buena noche de sueño podía incrementar la capacidad de incordio de una mujer? Ella imitó su torcida sonrisa.
– ¿Te importaría ponerte de lado para poder apreciar tu perfil?
– No te hagas la listilla. -Se dejó caer en una silla a su lado y se bebió de un trago el zumo que ella había tardado diez minutos en exprimir.
Isabel frunció el entrecejo.
– Creía que ibas a correr -le dijo.
– No me Fastidies. Dime que ninguno de los pequeños monstruos de Tracy rondan por aquí.
– Todavía no.
– Son unos cabroncetes muy listos. Nos encontrarán. Y tú te vas a quedar conmigo allí arriba hasta que consiga solucionar este asunto, así podrás estar presente cuando hable con ella. He decidido decirle que te estás recuperando de una crisis y que necesitas paz y tranquilidad. Después los meteré a todos en el Volvo de ella y los enviaré a un buen hotel, con todos los gastos pagados.
De algún modo, Isabel no creía que fuese tan sencillo.
– ¿Cómo te encontró?
– Conoce a mi agente.
– Es una mujer interesante. ¿Cuánto tiempo dijiste que estuvisteis casados?
– Un miserable año. Nuestras madres eran amigas, así que crecimos juntos, nos metimos juntos en problemas y nos las apañamos para que nos expulsasen de la universidad a la vez. Como no queríamos prescindir del sustento familiar y tener que ganarnos el pan trabajando, decidimos que si nos casábamos distraeríamos su atención. -Dejó el vaso vacío en el suelo-. ¿Tienes idea de lo que sucede cuando dos niños mimados se casan?
– Nada agradable, supongo.
– Portazos, rabietas, tirones de pelo. Y ella era incluso peor. Isabel rió.
– Volvió a casarse dos años después de nuestro divorcio. La he visto un par de veces en Los Ángeles, y hablamos cada tanto.
– Una relación inusual para una pareja de divorciados.
– Durante varios años no cruzamos palabra, pero ninguno de los dos tiene hermanos o hermanas. Su padre murió y su madre es una chiflada. Supongo que la nostalgia que sentimos por nuestras respectivas infancias conflictivas hace que mantengamos el contacto.
– ¿Nunca habías visto a sus hijos o a su marido?
– Vi a los dos mayores cuando eran muy pequeños. Nunca he visto a su marido. Es uno de esos ejecutivos. Al parecer, un auténtico gilipollas. -Sacó un papel del bolsillo de sus pantalones cortos y lo desdobló-. He encontrado esto en la cocina. ¿Quieres explicarme de qué trata?
Isabel debía de tener un deseo subconsciente de ser torturada, pues de no ser así no habría permitido que aquel papel se quedase allí.
– Dámelo.
Él lo mantuvo a distancia.
– Me necesitas más de lo que creía. -Empezó a leer la hoja de la agenda que ella había escrito el primer día de su llegada-. «Levantarse a las seis.» ¿Por qué demonios tendrías que hacerlo?
– No lo hago, porque me levanto las ocho como muy pronto.
– «Oración, meditación, agradecimiento y afirmaciones diarias» -prosiguió-. ¿Qué es una afirmación diaria? No, no me lo digas.
– Las afirmaciones son declaraciones positivas. Una manera beneficiosa de controlar los pensamientos. Por ejemplo, uno cualquiera: «No importa cuánto me moleste Lorenzo Gage, tengo que recordar que él también es una criatura de Dios.» Tal vez no la mejor, pero…
– ¿Y qué es esta chorrada de «No olvides respirar»?
– No es una chorrada. Es un recordatorio para mantenerme centrada. Significa permanecer en calma. No sentirme abofeteada por cada ráfaga de viento que sople en mi dirección.
– Suena aburrido.
– A veces lo aburrido es bueno.
– Oh, oh. -Señaló el papel-. «Lectura inspiradora.» Por ejemplo, ¿la revista People?
Dejó que él se divirtiese a su costa.
– «Ser impulsiva.» -Alzó una de sus exquisitas cejas-. Eso sí va a suceder. Y, de acuerdo con esta agenda, deberías estar escribiendo.
– Eso tenía planeado. -Jugueteó con uno de los botones de su blusa.
Él agitó la lista ante los ojos de Isabel con una mirada perspicaz.
– No tienes ni idea de qué vas a escribir, ¿no es así?
– He empezado a tomar notas para un nuevo libro.
– ¿Cuál es el tema?
– Superación de las crisis personales. -Fue el primer pensamiento que le vino a la cabeza, y parecía tener lógica.
– Estás bromeando. -Su suspicaz expresión la espoleó.
– Sé algo al respecto. Por si no te has dado cuenta, estoy superando una crisis.
– Debo de haberme perdido esa parte.
– Ése es tu problema: te pierdes demasiadas cosas.
La irritante simpatía de Ren volvió a aparecer.
– No me presiones tanto, Isabel. Tómate tu tiempo y no intentes forzarlo todo. Relájate y pásalo bien para variar.
– ¿Y cómo tendría que hacerlo? Ah, sí, ya me acuerdo. Acostándome contigo, ¿verdad?
– Ésa sería mi opción, pero supongo que cada uno tiene su propia idea de entretenimiento, así que puedes elegir la tuya. Bien pensado, sería mejor para los dos si me dejases que te llevase a la cama.
– Pierdes el tiempo si sigues por ese camino.
Él se removió en la silla.
– Has pasado por muchas cosas en los últimos seis meses. ¿No crees que te mereces un pequeño respiro?
– Hacienda acabó conmigo. No puedo permitirme demasiados respiros. Tengo que volver a poner mi carrera en marcha para poder pagarme un techo, y la única manera de conseguirlo es trabajando. -Mientras lo decía sentía las punzadas de pánico abriéndose paso en su interior.
– Hay muchas maneras de trabajar.
– Sugieres que me tumbe de espaldas, ¿no?
– Puedes ponerte encima, si lo prefieres.
Ella suspiró.
Él se puso en pie y se volvió hacia el olivar.
– ¿Qué están haciendo Massimo y Giancarlo allí abajo?
– Algo relacionado con los desagües o con un pozo, dependiendo de la traducción.
Él bostezó de nuevo.
– Voy a correr un poco. Después hablaremos con Tracy. Y no te niegues, a menos que quieras cargar sobre tu conciencia con la muerte de una mujer embarazada y sus cuatro odiosos hijos.
– Oh, no voy a negarme. No querría perderme ver cómo te subes por las paredes.
Él frunció el entrecejo y se fue.
Una hora después Isabel estaba cambiando las sábanas de su cama cuando le oyó regresar y entrar en el baño. Ella sonrió. No tardó demasiado en oírlo aullar.
– Se me olvidó decírtelo -dijo con dulzura-. No tenemos agua caliente.
Tracy estaba en medio del dormitorio que había ocupado. Maletas, ropa y todo un surtido de juguetes se extendían por el suelo a su alrededor. Mientras Ren se apoyaba en la pared mirándolas a ambas con ceño, Isabel empezó a separar la ropa sucia de la limpia.
– ¿Entiendes ahora por qué me divorcié de él?
Tracy tenía los ojos enrojecidos y parecía cansada, pero aun así estaba atractiva con un albornoz color cereza. Isabel se preguntó cómo sería disponer de semejante belleza sin esfuerzo alguno. Tracy y Ren eran tal para cual.
– Es un hombre frío. Un cabrón sin sentimientos. Por eso me divorcié de él.
– Sí tengo sentimientos. -Ren sonó totalmente falso-. Pero ya te he dicho que, dado el delicado estado de los nervios de Isabel…
– ¿Estás mal de los nervios, Isabel?
– No, a menos que tengas en cuenta una grave crisis vital. -Dejó una camiseta en la pila de la ropa sucia y se dedicó a seleccionar la ropa interior limpia. Los niños estaban en la cocina con Anna y Marta pero, al igual que Ren, habían dejado rastro de su paso por todas partes.
– ¿Te molestan los niños? -preguntó Tracy.
– Son estupendos. Estoy disfrutando mucho con ellos. -Se preguntó si Tracy entendería que los problemas en el comportamiento de sus hijos se debían a la tensión reinante entre sus padres.
– Ésa no es la cuestión -terció Ren-. La cuestión es que te has presentado aquí sin avisar…
– ¿Podrías pensar en alguien más que en ti mismo por una vez? -Tracy tiró al suelo un GameBoy, interrumpiendo el meticuloso trabajo de recogida de Isabel-. No podré cuidar a cuatro niños tan activos en una habitación de hotel.
– ¡Suite! Te he reservado una suite.
– Tú eres mi amigo de toda la vida. Si el amigo de toda la vida no quiere ayudar a su amiga de toda la vida cuando tiene problemas, ¿quién lo hará?
– Los amigos más recientes. Tus familiares. ¿Qué tal tu prima Petrina?
– Detesto a Petrina desde nuestra puesta de largo. ¿No recuerdas que intentó pegarte? Además, ninguna de esas personas está ahora en Europa.
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