– ¿Quieres que te ayude a hacer las maletas? -repitió, con el paciente tono que empleaba cuando tenía que reñir a algún niño.
– No me voy, Harry, así que no necesito hacer las maletas.
– Sí te vas. No vas a quedarte aquí. -Su cara no evidenciaba emoción alguna. No había dolor en su voz, ni cariño, no había otra cosa que sentencias frías y directas de un hombre comprometido con su deber.
Ren estaba justo detrás de Harry, y frunció el entrecejo. Ella sabía que no la querían allí, pero si él decía una sola palabra al respecto delante de Harry, ella nunca le perdonaría.
Los ojos de Harry siguieron clavados en ella incluso cuando le habló a Ren.
– Me sorprende que quieras que se quede aquí. Aparte de estar embarazada de siete meses y medio, sigue tan caprichosa e irracional como cuando estaba casada contigo.
– ¿Y eso es lo opuesto a ser un bastardo tramposo y controlador? -replicó Ren.
En la mandíbula de Harry se apreció la tensión de un músculo.
– Muy bien. Haré yo mismo las maletas de los niños. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Los niños y yo estaremos bien sin ti.
A ella se le encendieron las mejillas y su aliento se transformó en un silbido.
– Si has pensado durante un solo segundo que podrás llevarte a mis hijos…
– Eso es exactamente lo que voy a hacer. -Por encima de mi cadáver.
– No entiendo por qué te opones. No has hecho nada por ellos, excepto quejarte, desde que llegamos a Zurich.
Aquel injusto comentario casi le bloqueó la garganta.
– ¡No he descansado ni un minuto! Estoy con ellos día y noche. ¡Y también todo el fin de semana, mientras tú te revuelcas con tu novia anoréxica!
Su rabia ni siquiera rozó a Harry.
– Tú elegiste venir conmigo, no fue idea mía.
– Vete al infierno.
– Si eso es lo que quieres, me voy. Me llevaré a los cuatro hijos que tenemos. Puedes quedarte con el próximo.
Tracy sintió como si le hubiese dado un bofetón. Éste es el peor momento de mi vida, pensó. Oyó cómo Isabel dejaba escapar un leve gruñido de disconformidad.
– No te vas a llevar a nadie de aquí, colega -dijo Ren.
La mandíbula de Harry se tensó de un modo que Tracy conocía de sobra. Sabía que Ren podía tumbarle sin demasiado esfuerzo, pero él era Harry, y se volvió para entrar en la casa.
Ren intentó bloquearle el paso. Tracy fue a gritar, pero Isabel se le adelantó.
– ¡Vosotros dos, quietos ahí!
Isabel habló con la autoridad que Tracy empleaba para reprender a los niños cuando éstos se rebelaban, pero nunca se había sentido tan agradecida por la intercesión de nadie.
– Ren, por favor, hazte a un lado. Harry, vuelve aquí, hazme el favor. Tracy, será mejor que te sientes.
– ¿Y tú quién eres? -preguntó Harry con fría hostilidad.
– Soy Isabel Favor.
Tracy no tenía claro cómo lo había conseguido Isabel, pero Ren se había hecho a un lado, Harry había retrocedido y la propia Tracy había vuelto a sentarse.
Isabel añadió suavemente pero con firmeza:
– Vosotros dos tenéis que dejar de insultaros y empezar a hablar de lo ocurrido.
– Creo que nadie ha pedido tu opinión -dijo Harry, cortante como el acero.
– He sido yo -se oyó decir Tracy-. Yo se la he pedido.
– Pues yo no -añadió Harry.
– Entonces hablaré en nombre de vuestros hijos. -Isabel proyectaba una confianza que Tracy no pudo sino envidiar-. Aunque no soy una experta en comportamiento infantil, creo que estáis haciéndole mucho daño a cinco pequeñas vidas.
– Los padres se divorcian constantemente -insistió Harry- y los niños lo sobrellevan.
El dolor creció en el corazón de Tracy. Divorcio. Por mal que les hubiese ido, ninguno de los dos había pronunciado la palabra divorcio hasta ese momento. Pero ¿qué otra cosa esperaba? Ella lo había dejado, ¿no? Aun así, no se lo había imaginado. Simplemente quería dar un toque de atención a Harry. Quería cortar la capa de hielo que había formado un bloque alrededor de su marido, tan grueso que ella no sabía qué hacer para atravesarlo.
Harry ya no parecía tan distante, pero era difícil decir qué sentía. Solía mantener sus emociones a buen recaudo hasta que le resultaba conveniente tratar con ellas. Ella, por otra parte, hacía gala de sus emociones a la vista de todo el mundo.
– La gente se divorcia -dijo Isabel-. Y a veces resulta inevitable. Pero cuando hay cinco niños implicados, ¿no crees que los padres tienen que esforzarse un poco y hacer todo lo posible por arreglarlo? Sé que es tentador en estos momentos, pero hace mucho tiempo que ambos perdisteis la posibilidad de salir corriendo y seguir vuestro libre albedrío.
– Ésa no es la cuestión -replicó Tracy.
La expresión de Isabel se hizo más empática.
– ¿Ha habido agresiones? ¿Ha habido abuso físico?
– Por supuesto que no -espetó Harry.
– No. Harry ni siquiera pondría una ratonera.
– ¿Alguno de los dos ha abusado de los niños?
– ¡No! -exclamaron a un tiempo.
– ¡Entonces todo tiene solución!
La amargura de Tracy salió a la luz.
– Nuestro problema es demasiado grande para resolverlo. Traición, Adulterio.
– Inmadurez. Paranoia -contraatacó Harry-. Y resolver problemas requiere lógica. Lo cual imposibilita a Tracy.
– También requiere un leve conocimiento de las emociones humanas, y Harry no sabe lo que es una emoción desde hace años.
– ¿Os estáis escuchando? -Isabel meneó la cabeza, y Tracy no pudo evitar sentirse avergonzada-. Sois adultos, y es obvio que queréis a vuestros hijos. Si vuestro matrimonio no funciona del modo en que os gustaría, entonces arregladlo. No huyáis de él.
– Es demasiado tarde para eso -dijo Tracy.
La expresión de Isabel siguió siendo empática.
– Ahora mismo no podéis deshaceros de vuestra relación. Tenéis responsabilidades sagradas, y no hay orgullo que valga para justificar el rechazarlas. Sólo los padres más egoístas e inmaduros usarían a sus hijos como armas en una lucha de poder.
A Harry nunca le habían llamado inmaduro, y parecía como si hubiese tenido que tragarse un sapo. Tracy tenía más experiencia en eso, así que no le sentó tan mal.
Isabel insistió.
– Es el momento de que dejéis de discutir y centréis las energías en descubrir cómo vais a vivir juntos.
– Aparte del hecho de que estás completamente equivocada -dijo Harry-, ¿qué tipo de vida sería crecer con unos padres que no quieren vivir juntos?
Aquellas palabras casi hicieron llorar a Tracy. Él estaba tirando la toalla. Harry Briggs, el más trabajador, terco y decente de todos los hombres que ella había conocido, estaba tirando la toalla.
– Podéis vivir juntos -dijo Isabel con firmeza-. Sólo tenéis que descubrir cómo hacerlo. -Señaló a Harry-. Tienes que asumir algunas prioridades. Llama a la gente para la que trabajas y diles que no vas a estar disponible durante unos días.
– Estás malgastando saliva -dijo Tracy-. Harry nunca dejaría de ir a trabajar.
Isabel ignoró su comentario.
– Hay muchos dormitorios en la villa, señor Briggs. Instálate en uno y deshaz la maleta.
Ren alzó las cejas.
– ¡Eh!
Isabel ignoró la protesta de Ren.
– Tracy, necesitas algo de tiempo para ti. ¿Por qué no sales un poco? Harry, tus hijos te han echado de menos. Puedes pasar la tarde con ellos.
Harry parecía indignado.
– Espera un momento. Yo no voy a…
– Oh, sí vas a hacerlo. -Físicamente, Isabel podía verse pequeña junto a aquella piscina, pero ahora estaba enfadada, y eso la hacía crecer-. Vas a hacerlo porque eres decente y porque los niños te necesitan. Y si eso no fuera suficiente -dijo mirándolo fijamente-, lo harás porque te lo digo yo. -Le sostuvo la mirada durante lo que pareció una eternidad, después se volvió y se fue.
Ren, que odiaba las manifestaciones emocionales tanto como Harry, no pudo seguirla de lo rápida que iba.
Harry maldijo entre dientes. Estar a solas con él era más de lo que Tracy podía tolerar en ese momento, así que se dirigió hacia la casa. Isabel estaba en lo cierto: tenía que estar sola un rato.
Las campanas de una iglesia sonaron en la distancia, y el corazón de Tracy estaba tan dolorido que casi le costaba respirar. ¿Qué nos ha pasado, Harry? Se suponía que nuestro amor era para siempre.
Pero ese siempre parecía haberlos dejado atrás.
Ren siguió a Isabel a través del jardín de la villa y sendero abajo hacia el viñedo. El suave balanceo de su cabello bajo el sombrero de paja iba al compás de su decidida zancada. Ren no solía sentirse atraído por las diosas de la guerra, pero nada de la atracción que sentía por ella había sido normal desde el principio.
¿Por qué no le había alquilado la casa una mujer normal? Una mujer agradable que entendiese que el sexo era sólo sexo, y que no desease explicarle a todo el mundo cómo tenía que vivir su vida. Es más, una mujer que no rezase cuando estaba con él. Ese día había tenido la clara impresión de que rezaba por él, y ¿qué chorrada era ésa cuando lo hacía la mujer con que querías acostarte?
Se puso a su altura.
– Acabo de ver las Cuatro Piedras Angulares en acción, ¿no es así?
– Los dos están heridos, pero tienen que superarlo. La responsabilidad personal es el centro de toda vida bien llevada.
– Recuérdame que no me meta nunca contigo. Eh, espera, ya lo he hecho. -Resistió el impulso de destrozar aquel estúpido sombrero. Las mujeres como Isabel no tenían que llevar sombrero. Tenían que enfrentarse al mundo con la cabeza descubierta, con una espada en una mano, un escudo en la otra y un coro de ángeles cantando el Aleluya a su espalda-. ¿Han sido imaginaciones mías o has llamado a esos pequeños monstruos del infierno «hermosos niños»?
En lugar de sonreír, ella pareció aún más atribulada.
– Crees que tendría que haberme mantenido al margen, ¿verdad? Que he sido avasalladora y prepotente. Sin duda me he mostrado dura, dominante y exigente, ¿no es así?
– Me has quitado las palabras de la boca. -En realidad no lo había pensado. Ella había estado genial con ellos. Pero si cedía un dedo, ella se tomaría el brazo-. ¿No te enseñaron en esas clases de psicología a no entrometerte en la vida de los demás a menos que te pidiesen consejo?
A medida que ralentizaba el paso, Isabel volvía a parecer enfadada.
– ¿Desde cuándo está bien la idea de que un matrimonio sea para usar y tirar? ¿Es que a la gente no se le ocurre pensar que no es fácil? El matrimonio es un trabajo duro. Requiere sacrificio y compromiso. La pareja requiere…
– Él le es infiel.
– ¿En serio? No me parece que Tracy sea una fuente muy fiable. Y por lo que he visto hoy, nunca han hablado seriamente de ninguno de sus problemas. ¿Les has oído a alguno de los dos mencionar la palabra «asesoramiento»? Porque yo no. Lo que he visto es orgullo herido envuelto en todo tipo de hostilidades.
– Lo que, corrígeme si me equivoco, no parece la mejor manera de llevar adelante un matrimonio.
– No si la hostilidad es genuina. Crecí con eso y, créeme, ese tipo de guerras envenenan todo lo que tocan, especialmente a los niños. Pero Tracy y Harry no juegan en la liga de mis padres.
A él no le gustaba pensar que Isabel había sido una niña rodeada de hostilidad. Había aprendido a desconectar de ciertas cosas, era su manera de protegerse. Ella se preocupaba con demasiado empeño por las personas que la rodeaban, y eso la hacía más vulnerable.
La expresión de Isabel se hizo más grave.
– Odio cuando la gente tira la toalla sin luchar. Es cobardía emocional, y viola lo más sagrado de nuestras vidas. Se amaban lo suficiente como para concebir cinco criaturas, pero ahora bajan los brazos y toman el camino fácil. ¿Es que ya nadie tiene agallas?
– Eh, no me fastidies. Yo sólo soy tu compañero sexual, ¿recuerdas?
– No eres mi compañero sexual.
– Vale, no en este momento, pero hay probabilidades de que así sea el futuro. Aunque tienes que dejar esas tonterías de los rezos. Me saca quicio. Tú, sin embargo, me pones a cien.
Ella alzó la cara al cielo.
– Por favor, Dios, no le lances un rayo a este hombre, a pesar de que se lo merezca.
Él sonrió, contento de haberla hecho sonreír finalmente.
– Me deseas. Admítelo. Me deseas tanto que apenas puedes controlarte.
– Las mujeres que te desean acaban muertas y enterradas.
– Sólo los fuertes sobreviven. Desabróchate la camisa.
Ella entreabrió la boca y abrió los ojos como platos. Al menos de momento, Ren había logrado que se olvidase de los Briggs.
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