– ¿Realmente sabes cocinar o los estabas engañando? -preguntó Isabel.

– Soy italiano. Por supuesto que sé cocinar. -Salieron a la calle-. Y esta noche te voy a preparar una cena estupenda.

– Sólo eres medio italiano. El resto pertenece a una adinerada estrella de cine que creció en la Costa Este rodeada de sirvientes.

– Y una abuela de Lucca sin nietas a las que poder ofrecerles el legado de las viejas costumbres.

– ¿Tu abuela te enseñó a cocinar?

– Quería mantenerme ocupado para que no persiguiese a las criadas.

– No eres tan malo como quieres hacerme creer.

Él le dedicó una de sus sonrisas.

– Nena, todo lo que has visto hasta ahora es mi lado bueno. -Vale ya.

– El beso de antes te ha hecho caer en barrena, ¿a que sí?

– Oh, sí. -Él rió, lo cual la irritó aún más y le hizo recordar las palabras de Michael-. Soy esquizofrénica en lo que respecta al sexo. A veces me dejo llevar, y otras veces estoy deseando acabar cuanto antes.

– Bien.

– No es divertido.

– ¿Por qué no te relajas? No va a pasar nada que tú no quieras que pase.

Exactamente lo que ella temía.

12

Ren subió las escaleras para librarse de su disfraz. Isabel acabó de guardar la comida y se puso a ordenar el lío que él había organizado al levantarse. Fue hasta la puerta del jardín y echó un vistazo. Los trabajadores ya no estaban en el olivar, y Marta parecía haberse ido al pueblo. Era un buen momento para buscar la llave del cobertizo.

Miró en los cajones y armarios de la cocina, después pasó al salón, donde finalmente descubrió una cesta de mimbre con media docena de viejas llaves unidas por un alambre.

– ¿Qué haces?

Dio un respingo cuando Ren apareció a su espalda. Se había puesto unos vaqueros y un ligero suéter de algodón color avena. El agua caliente, ella ya lo sabía, había regresado misteriosamente.

– Espero que una de estas llaves sea la del cobertizo.

Él la siguió por la cocina y salieron al jardín.

– ¿Hay alguna razón para hacer esto?

Un par de cuervos graznaron a modo de protesta cuando se dirigían al olivar.

– Creía que todo el mundo quería echarme de aquí para que Marta no tuviese que compartirla casa, pero ahora todo parece un poco más complicado.

– Al menos en tu imaginación.

Se adentraron en la arboleda y ella empezó a buscar marcas de excavación. No le costó demasiado darse cuenta de que la tierra cercana al cobertizo estaba más pisoteada que el día anterior.

Ren observó las pisadas.

– Recuerdo que rondaba por aquí cuando era niño. Me gustaba que hubiesen construido el cobertizo en la ladera de la colina. Creo que lo utilizaban para guardar vino y aceite.

Ella probó las llaves. Acabó encontrando una que encajaba y la hizo girar en la vieja cerradura de hierro. La puerta de madera se resistió a abrirse cuando ella empujó, y Ren se puso a su lado para echarle una mano. Entraron en el húmedo y oscuro interior y vieron viejos barriles, cajas de embalaje con botellas de vino vacías, y unos pocos y extraños muebles contra la pared. Cuando los ojos de Isabel se acostumbraron a la tenue luz, se percató de las marcas en el suelo de tierra.

Ren también las vio y rodeó una mesa rota para mirarlas de cerca.

– Alguien apartó las cajas de la pared -dijo-. ¿Por qué no vas a la casa a buscar una linterna? Quiero ver mejor.

– Toma. -Ella le tendió una pequeña linterna que llevaba en el bolsillo.

Enfocó la linterna hacia la pared, deteniéndose para estudiar los lugares donde las piedras habían sido reforzadas con cemento.

– Mira eso.

Ella se acercó y apreció arañazos en las piedras, como si alguien hubiese intentado arrancarlas.

– Bueno, bueno… ¿Qué opinas ahora de mi imaginación? Él recorrió las marcas con los dedos.

– Explícame de qué va todo esto.

Isabel le echó un vistazo a aquel oscuro lugar.

– ¿No intentaste matar a alguien una vez en un sitio como éste?

– Sí, a Brad Pitt. Tuve mala suerte, porque al final él acabó conmigo. Pero en un enfrentamiento entre tú y yo, Fifi, me llevaría yo el gato al agua, por si te interesa saberlo.

Apartó con la mano una telaraña y caminó hacia la pared opuesta para estudiarla.

– Se supone que Massimo y Giancarlo están cavando un pozo en el olivar, pero esto a mí no me parece el olivar.

– Sin duda es un extraño lugar para un pozo.

Siguieron buscando más pruebas, pero no encontraron nada sospechoso. Ella le siguió al exterior, donde él apagó la linterna.

– Voy a tener una charla con Anna -dijo.

– Se pondrá a la defensiva y lo negará todo.

– Ésta es mi propiedad, y si está pasando algo quiero saber de qué se trata.

– No creo que enfrentarse a ella sea la mejor manera de conseguir información.

– ¿Se te ocurre algo mejor? Qué pregunta más estúpida. Por supuesto que sí.

Ella ya había pensado en ello.

– Sería más útil actuar como si no nos hubiésemos dado cuenta de nada extraño, y después observar qué está pasando.

– Quieres decir espiar. Pues bien, eso implicaría violar las Cuatro Piedras Angulares y muchas otras cosas en las que ni siquiera habrás pensado en tu vida.

– Eso no es del todo cierto. La piedra angular de las Relaciones Personales dice que persigas con ahínco tus objetivos, y la piedra angular de la Responsabilidad Profesional anima a pensar de manera alternativa. Además, aquí parece estar ocurriendo algo deshonesto, y la piedra angular de la Disciplina Espiritual aboga por la total honestidad.

– Y espiar, por descontado, es la mejor manera de ponerla en práctica.

– Reconozco que las Cuatro Piedras Angulares no dan demasiado margen de movimiento.

Él rió.

– Lo estás convirtiendo en algo demasiado complicado. Hablaré con Anna.

– Adelante, pero te digo que no sacarás nada en claro.

– ¿Tú crees? Bueno, olvidas una cosa, señorita Sabelotodo.

– ¿El qué?

– Hay muchas maneras de hacer hablar a la gente.

– Inténtalo.

Por desgracia, sus maneras no tuvieron efecto en Anna Vesto y Ren regresó a la casa esa tarde con la misma información con la que se había ido.

– Te lo dije -le dijo Isabel para castigarlo por la tarde que había pasado sentada en la pérgola pensando en el beso que se habían dado en el viñedo en lugar de empezar su libro sobre la superación de las crisis personales.

Él no quiso replicar.

– Me ha dicho que ha habido pequeños corrimientos de tierra y que los hombres no podrán empezar a cavar hasta que la tierra de la colina se asiente.

– Es extraño que hayan entrado en el cobertizo, sin duda la parte más estable de la vertiente, para reforzar las paredes.

– Eso es exactamente lo que yo pienso.

Estaban en la cocina, donde Ren había empezado a preparar la cena. Él se movía de un lado al otro, liándolo todo, y ella no podía hacer nada para impedirlo.

Bebió un sorbo de vino y se apoyó en la encimera para observar cómo sacaba del refrigerador el pollo que había comprado. Ren cogió un cuchillo de aspecto siniestro que había encontrado en un cajón.

– Cuando le dije a Anna que el almacén no parecía el lugar más lógico para colocar refuerzos, se limitó a encogerse de hombros y sugerir que los trabajadores italianos saben más sobre desplazamientos de tierra y correctas excavaciones que una ociosa estrella de Hollywood.

– Supongo que habrá sido algo más delicada.

– No mucho más. Entonces apareció corriendo la pequeña exhibicionista de cinco años y se desnudó delante de mí. Juro que no volveré a subir ahí arriba sin guardaespaldas… o sea tú.

– Brittany sólo intenta llamar la atención. Si todo el mundo ignorase su comportamiento negativo e insistiese en el positivo, dejaría de hacerlo.

– Eso es fácil de decir. A ti no te acosa.

– Tú lo haces con las mujeres. -Sonrió y bebió otro sorbo de vino-. Cómo les va a Tracy y Harry?

– Ella no estaba, y Harry me ignoró. -Dejó a un lado un plato con las peras compradas en el mercado-. De acuerdo. Vamos a solucionar el asunto de la siguiente manera. Le diremos a todo el mundo que nos vamos a pasar el día en Siena. Lo metemos todo en el coche y partimos. Después damos la vuelta y yo busco un lugar en el olivar desde donde observar sin ser visto.

– Interesante plan. De hecho, ése era mi plan.

– La cuestión es que eso es lo que voy a hacer yo. -Cortó la pechuga de pollo-. Tú te quedarás en el coche e irás a Siena.

– De acuerdo.

Él alzó una de aquellas cejas de ídolo de la pantalla.

– En las películas, en este momento la mujer liberada le dice al héroe macho que está loco si cree que va a llevar a cabo la peligrosa misión sin ella.

– Por eso tú, el chico malo, puedes matar a esas cabezas de chorlito.

– No creo que tengas que preocuparte por Massimo o Giancarlo, no van a liquidarte. Confiésale al padre Lorenzo la verdad. No quieres comprometer tus principios espiando y prefieres que el trabajo sucio lo haga yo.

– Buena teoría, pero incorrecta. Si me das a escoger entre pasar el día bajo el sol ardiente o recorrer las sombreadas calles de Siena, bueno, ¿qué crees que voy a elegir? -Por otra parte, pasear por Siena no representaba la misma tentación que pasar las horas a solas con Ren. Aunque podía decirse que había decidido tener una aventura con él, quería darse otra oportunidad para recuperar la cordura.

– Eres la mujer más imprevisible que jamás haya conocido.

Ella tomó una aceituna del cuenco que había sobre la encimera.

– ¿Por qué tienes tantas ganas de enviarme a Siena?

Él cortó un muslo de pollo con el cuchillo.

– ¿Estás chiflada o qué? En cuanto llevemos cinco minutos vigilando, te pondrás a arrancar malas hierbas y a amontonar hojas secas. Y cuando acabes con eso, empezarás a arreglarme la ropa y tendré que dispararte.

– Sé cómo relajarme. Puedo hacerlo si me concentro.

Él soltó una carcajada.

– Así que has planeado quedarte aquí entreteniéndome, o quieres aprender a cocinar?

Ella sonrió a su pesar.

– He pensado asistir a algunas clases de cocina.

– Para qué ir a clases teniéndome a mí? -Lavó el pollo bajo el grifo del fregadero-. Lava esas verduras y corta el pimiento.

Ella observó el pollo que él acababa de desmembrar.

– No estoy segura de querer hacer algo contigo que esté relacionado con cuchillos.

Él rió, pero cuando la miró su alegría desapareció. Por un momento pareció preocupado, pero entonces inclinó la cabeza y, muy despacio, la besó. Ella apreció el sabor del vino en sus labios, y algo más que era distintivo de Lorenzo Gage: fuerza; astucia y un velado impulso lascivo. O quizá fue ella la que añadió este último detalle intentando por última vez negar lo que quería hacer con él.

Ren se tomó su tiempo y luego se apartó.

– ¿Estás preparada para hablar de cocina o sigues intentando distraerme? Ella acercó la libreta con anilla de espiral que había dejado en la mesa.

– Adelante.

– ¿Qué es eso?

– Una libreta.

– Déjala, por Cristo bendito…

– Se supone que va a ser una clase, ¿no? En primer lugar necesito entender los principios.

– Oh, apuesto lo que quieras a que lo harás. De acuerdo, aquí tienes un principio: quien trabaja, come. Quien escribe notas en una libreta, se queda sin comida. Ahora líbrate de eso y empieza a trocear esas verduras.

– Por favor, no utilices la palabra «trocear» cuando estemos solos. -Abrió un cajón-. Necesito un delantal.

Él suspiró, agarró un trapo de cocina y se lo ató a la cintura. Pero cuando acabó de hacerlo, dejó las manos en sus caderas y su voz sonó más grave.

– Quítate los zapatos.

– ¿Por qué?

– ¿Quieres aprender a cocinar o no?

– Sí, pero no sé… Oh, de acuerdo. -Si protestaba, él le diría que era una persona rígida, así que se quitó las sandalias.

Él sonrió al ver cómo las dejaba bajo la mesa, pero ella no vio nada extraño en dejar un par de zapatos en un sitio donde nadie pudiese tropezar con ellos.

– Ahora, ábrete el último botón.

– Oh, no. No vamos a…

– Quieta. -Alargó las manos para hacerlo él. La camisa se abrió lo suficiente para revelar el nacimiento de sus pechos, y él sonrió-. Ahora pareces una mujer con la que un hombre querría cocinar.

Ella pensó en volver a abrocharse el botón, pero había algo embriagador en el hecho de sentir la fragante cucina toscana, con una copa de vino en la mano, el pelo alborotado, con el botón abierto, descalza, rodeada de hermosas verduras y de un hombre más hermoso todavía.

Puso manos a la obra. Mientras cortaba las verduras, era consciente de las gastadas y frías baldosas bajo sus pies y de la caricia del aire de h tarde sobre sus senos. Tal vez había algo significativo en parecer una mujer desinhibida, pues él la miraba encantado. Resultaba extrañamente gratificante que la apreciasen por su cuerpo y no por su mente.