– Mira quién ha venido -dijo Ren.
Ella enfocó sus binoculares y vio a Vittorio entrando en el jardín con Giulia. Se unieron a un grupo que estaba retirando las piedras del muro una a una.
– No debería sentirme decepcionada por ellos -dijo Isabel-, pero lo estoy.
– Sí, yo también.
Marta sacó a empellones de su rosal a uno de los muchachos más jóvenes.
– ¿Qué estarán buscando? ¿Y por qué han esperado a que me instalara en la casa para intentar encontrarlo?
– Tal vez antes no sabían qué buscar -aventuró Ren, y dejó los prismáticos a un lado para meter la basura en una bolsa-. Creo que es el momento de pasar ala acción.
– No estás autorizado a utilizar nada con filo o gatillo.
– Sólo como último recurso.
La sujetó por el brazo mientras descendían camino del coche. Tardaron unos pocos segundos en colocarlo todo dentro y arrancar. Ren pisó el acelerador del Panda.
– Les atacaremos por sorpresa -dijo mientras rodeaban Casalleone en lugar de cruzar el pueblo-. Todo el mundo en Italia tiene teléfonos móviles, y no quiero que nadie sepa que volvemos.
Dejaron el coche en una carretera cercana a la villa y se aproximaron entre los árboles. Él le quitó una hoja del pelo cuando estaban atravesando el olivar en dirección a la casa.
Anna fue la primera en verlos. Dejó en el suelo los cántaros de agua que estaba acarreando. Alguien apagó una radio en la que sonaba música pop. Poco a poco, el rumor de las conversaciones se fue apagando, y la gente empezó a moverse. Giulia se acercó a Vittorio y le cogió la mano. Bernardo, vestido con su uniforme de poliziotto, estaba al lado de su hermano Giancarlo.
Ren se detuvo en el linde de la arboleda, le echó un vistazo al lío que habían formado y después a la multitud. Jamás había parecido hasta tal punto un asesino nato como en ese momento, y todo el mundo captó el mensaje.
Isabel dio un paso atrás para dejarle libertad de movimientos.
Ren se tomó su tiempo, y fue posando sus ojos de actor en todos y cada uno de los presentes, dándoselas de chico malo como sólo él sabía hacerlo. Cuando el silencio se hizo insoportable, habló. En italiano.
Ella tendría que haber supuesto que la conversación no sería en inglés, pero no había pensado en ello. Se sintió tan frustrada que quiso gritar.
Cuando Ren dejó de hablar, todos quisieron responder al mismo tiempo. Fue como observar a una brigada de directores de orquesta hiperactivos. Gestos hacia el cielo, hacia la tierra, hacia sus propias cabezas o sus pechos. Sonoros gritos, encogimientos de hombros. Le fastidiaba no saber qué estaban diciendo.
– En inglés -dijo ella en un susurro, pero él estaba demasiado ocupado abroncando a Anna como para prestarle atención.
El ama de llaves se colocó al frente de la multitud y le respondió con los dramáticos aires de una diva representando un aria.
Él la cortó y dijo algo ala multitud. Tras sus palabras, empezaron a dispersarse, murmurando.
– ¿Qué han dicho? -preguntó Isabel.
– Más tonterías sobre el pozo.
– Encuentra su punto débil.
– Ya lo he hecho. -Se adentró en el jardín-. Giulia y Vittorio, vosotros no vais a ninguna parte.
14
Vittorio y Giulia, incómodos, se miraron y a su pesar regresaron al jardín. Anna y Marta desaparecieron, dejándolos solos a los cuatro. Ren parecía dispuesto a matar.
– Quiero saber qué está pasando en mi propiedad. Y no me insultéis con más tonterías sobre problemas con el agua.
Vittorio parecía tan inquieto que Isabel casi sintió lástima por él.
– Es muy complicado -dijo.
– Simplifícalo para que podamos entenderlo -replicó Ren.
Vittorio y Giulia se miraron. Pudo apreciarse un deje de contrariedad en el gesto de la mujer.
– Tenemos que contárselo, Vittorio.
– No -dijo-. Vete al coche.
– ¡Vete tú al coche! -Giulia gesticuló-. Tú y tus amigos no habéis sido capaces de hacerlo. Ahora me toca a mí.
– Giulia… -le advirtió Vittorio, pero ella lo ignoró.
– Esto… esto se remonta a… Paolo Baglio, el hermano de Marta -dijo ella.
– ¡Basta! -Vittorio tenía la expresión desolada de un hombre que está presenciando un desastre y no sabe cómo detenerlo.
Giulia le hizo a un lado y encaró a Ren.
– Él era… él era el representante local de… de la Familia.
– La Mafia. -Ren se sentó en el muro, aliviado de saber que se trataba del crimen organizado.
Vittorio se alejó, como si las palabras de su mujer le resultasen demasiado dolorosas para oírlas.
Giulia parecía estar calculando cuánto contar.
– Paolo era… era el responsable de que nuestros comerciantes locales no cayeran en desgracia. ¿Sabe a qué me refiero? Que nadie rompiese los escaparates de las tiendas por la noche o que no desapareciese el camión del reparto de flores.
– Dinero a cambio de protección -dijo Ren.
– Llámalo como quieras. -Movió las manos, que eran pequeñas y delicadas, con una alianza de matrimonio en un dedo y anillos más pequeños en los otros-. Sólo somos un pueblo rural, pero todo el mundo sabe cómo funciona esto. Los comerciantes pagaban a Paolo el primer día de cada mes. Gracias a eso, nadie rompía los escaparates, el florista hacía su reparto y no había problemas. -Hizo girar su alianza en el dedo-. Pero entonces Paolo sufrió un ataque de corazón y murió. -Se mordió el labio-. En un principio, todo fue bien… excepto para Marta, que le añoraba mucho. Pero justo antes de que llegases tú, Isabel, vinieron algunos hombres de la ciudad. No eran hombres buenos. Hombres de Nápoles. -Apretó los labios, como si notase en la boca un sabor amargo-. Fueron a por… a por nuestro alcalde. Fue terrible. Pero al hacerlo comprendimos que Paolo había sido un insensato. Les había mentido acerca del dinero que recolectaba y se había guardado para sí muchos millones de liras. -Respiró hondo-. Nos dieron un mes para encontrar el dinero y devolvérselo. De no ser así… -Dejó colgando aquellas palabras.
Vittorio se acercó. Ahora que Giulia había empezado, parecía resignado a acabar la historia.
– Marta está segura de que Paolo escondió el dinero en algún lugar cercano a la casa. Sabemos que no lo gastó, y Marta recuerda que estaba trabajando en el muro cuando murió.
– El plazo está a punto de acabarse -dijo Giulia-. No queríamos mentiros, pero qué otra cosa podríamos haber hecho. Era peligroso para vosotros veros involucrados, y sólo deseábamos protegeros. ¿Entiendes ahora, Isabel, por qué queríamos que te trasladases al pueblo? Temíamos que esos hombres se impacientasen y viniesen aquí. Y si te encontraban en su camino… -Hizo un claro gesto indicando su cuello.
– La cosa está muy mal -dijo Vittorio-. Tenemos que encontrar el dinero, lo cual significa que tenemos que desmontar el muro lo antes posible.
– Sí. Esos hombres son muy peligrosos.
– Interesante. -Ren se puso en pie-. Necesito algo de tiempo para pensar en esto.
– Por favor, no tarde demasiado -suplicó Giulia.
– Lamentamos mucho haber tenido que mentirles -dijo Vittorio-. Y otra cosa, Isabel. También lamento lo del fantasma de la otra noche. Era Giancarlo. De haberlo sabido, habría impedido que lo hiciese. Vendréis a cenar a casa igualmente la semana que viene, ¿no?
– Y a recoger setas -dijo Giulia a Isabel-. La próxima vez que llueva.
– Por supuesto -respondió Isabel.
Cuando la pareja se fue, Isabel suspiró y se sentó sobre el muro. Por un instante, se dejó envolver por la paz del jardín, después miró a Ren.
– ¿Les crees?
– Ni una palabra.
– Yo tampoco. -Empezó a mordisquearse la uña del pulgar pero se detuvo a tiempo-. De una cosa sí estoy segura: hay algo escondido aquí.
– Toda esta zona está plagada de objetos enterrados bajo tierra. -Se palpó el bolsillo trasero de los vaqueros y se dio cuenta de que ya había fumado el cigarrillo del día-. Cuando se encuentra un objeto, incluso si se trata de un terreno privado, se convierte en propiedad del gobierno. Tal vez la buena gente de Casalleone está sobre la pista de algo tan valioso que no quiere entregarlo.
– ¿Y crees que todo el pueblo participa en la conspiración? Bernardo es policía. No parece tener demasiado sentido.
– Los policías son conocidos por su falta de honradez. ¿Tienes una idea mejor? -Miró hacia las colinas.
– Tiene que ser un objeto muy especial. -Una hoja cayó sobre el muro, a su lado, y ella la apartó-. Creo que tenemos que profundizar en esto.
– Estoy de acuerdo. Intentaré estar aquí cuando retiren la última piedra del muro.
– Yo también. -Uno de los gatos se acercó para restregarse contra sus piernas. Ella se inclinó para levantarlo.
– Necesito tu coche para subir a la villa por un rato. Que Dios me proteja.
– Bien. Yo tengo que trabajar y tú me distraes.
– ¿En el libro sobre la crisis?-Sí. Y no digas una sola palabra.
– Así que te distraigo, ¿eh?
Ella se apretó el pulgar cerrando el puño.
– Eso he dicho, Ren. No te molestes en volcar tus ardores sobre mí, porque no pasará nada mientras no hablemos.
Él dejó escapar un suspiro de resignación.
– Podemos cenar juntos esta noche en San Gimignano. Y hablaremos.
– Gracias.
Ren esbozó una sonrisa de engreimiento.
– Pero en cuanto acabes de hablar, pondré mis manos donde quiera. Y ponte algo sexy. Preferiblemente con escote y sin ropa interior.
– Los adolescentes me alucináis. ¿Alguna otra orden?
– No, creo que eso es todo. -Se puso a silbar mientras se alejaba, con el aspecto de un guapo gandul más que del psicópata preferido de Hollywood.
Ella se dio un rápido baño y se dispuso a tomar notas de algunas ideas para su libro, pero su cerebro no funcionaba, así que dejó el papel a un lado y se encaminó a la villa para ver qué hacía Tracy.
– Paso el rato. -La ex mujer de Ren estaba tumbada en una hamaca junto a la piscina, con los ojos cerrados-. Harry y los niños me odian, y el bebé me provoca gases.
Isabel había visto a los niños bajar del coche de Harry con las caras manchadas de helado.
– Si Harry te odiase, no creo que siguiese aquí.
Tracy tiró hacia arriba del respaldo de la hamaca y se puso las gafas de sol.
– Es sólo porque se siente culpable por los niños. Se irá mañana.
– ¿Habéis intentado hablar?
– De hecho, hablé yo y él se mostró condescendiente.
– ¿Por qué no lo intentáis otra vez? Esta noche, después de que los niños se vayan a dormir. Sírvele una copa de vino y pídele que haga una lista con tres cosas que tú podrías hacer para que se sintiese feliz.
– Eso es sencillo. Elevar mi coeficiente intelectual veinte puntos, ser organizada en lugar de estar embarazada y cambiar mi personalidad por completo.
Isabel se echó a reír.
– Estamos mostrándonos un poco autocompasivas, ¿no?
Tracy la miró por encima de las gafas de sol.
– Eres una psicóloga un tanto extraña.
– Lo sé. Piensa en ello, ¿de acuerdo? Pregúntaselo, y sé sincera. Sin sarcasmo.
– ¿Sin sarcasmo? Me dejas sin nada. Pero háblame de Ren y tú.
Isabel se recostó en la silla.
– Prefiero no hacerlo.
– La buena doctora puede hablar de los demás pero no de sí misma. Me gusta ver que no soy la única mujer que se arruga por aquí.
– No, sin duda. Y lo único que puedo decir es lo obvio: he perdido la cabeza.
– Él provoca ese efecto en las mujeres.
– No estoy en mi terreno.
– Sin embargo, tienes una baja tolerancia a las tonterías, así que sabes perfectamente dónde te estás metiendo. Eso te da ventaja respecto a otras mujeres.
– Supongo que sí.
– ¡Mammmiii! -Connor apareció con sus anchos pantalones cortos azules bamboleándose mientras corría.
– ¡Eh, muchachote! -Tracy se puso en pie, lo alzó en brazos y cubrió su cara manchada de helado con un montón de besos. Él miró a Isabel por encima del hombro de su madre y sonrió, mostrando sus brillantes dientecitos.
Algo afligió el corazón de Isabel. La vida de Tracy tal vez fuese un desastre, pero seguía teniendo sus recompensas.
Ren recogió el ansiado sobre de FedEx, que le esperaba en la consola del vestíbulo de la villa, y corrió hacia su dormitorio. Echó el pestillo de la puerta para evitar la intrusión de los pequeños y se sentó en un sillón junto a la ventana. Al ver la portada del guión con las palabras Asesinato en la noche escritas con letras sencillas, sintió una emoción indescriptible. Howard había acabado finalmente el guión.
Sabía, debido a las conversaciones mantenidas con Howard, que su intención era proponerle al público una pregunta fundamental: ¿Kaspar Street era simplemente un psicópata o bien, lo cual era más inquietante, el fruto de una sociedad que necesitaba la violencia? Incluso santa Isabel habría aprobado ese mensaje. La recordó tal como estaba hacía menos de media hora, con el sol brillando en su pelo y aquellos preciosos ojos. Le encantaba cómo olía, a especias, sexo y bondad humana. Pero no podía pensar ahora en ella, pues su carrera estaba a punto de dar un giro radical. Se arrellanó en el asiento y empezó a leer.
"Toscana Para Dos" отзывы
Отзывы читателей о книге "Toscana Para Dos". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Toscana Para Dos" друзьям в соцсетях.