– Volveré antes de que os deis cuenta.
– ¿Cuándo? -Jeremy se había parecido siempre más a Tracy que a Harry. Su hijo mayor no era de trato sencillo, pero bajo la superficie era una personita emocional y muy sensible. ¿Qué le suponía eso a él?
– Os llamaré cada día -dijo Harry, ofreciéndole la mejor respuesta posible.
Brittany se metió el pulgar en la boca y se sacó los zapatos.
– No quiero que te vayas.
Gracias a Dios, Connor seguía dormido. Harry no habría podido resistir la sensación de aquellos confiados bracitos alrededor de su cuello, de aquellos húmedos besos en su mejilla. Todo aquel amor incondicional de parte de un hijo que no había deseado. ¿Cómo podía esperar que Tracy le perdonase cuando ni siquiera él era capaz de ello? Y el nuevo embarazo lo había removido todo otra vez.
Sabía que querría a aquel niño en cuanto naciese. Tracy le conocía lo suficiente para saberlo. Pero odiaba la idea de que sólo los niños, más y más niños, la hiciesen sentir realizada. El no lo había logrado.
Tenía que encontrar a Steffie, pero le atemorizaba decirle que se marchaba. La niña tenía una tendencia natural a preocuparse, como él. Mientras los otros niños intentaban llamar su atención, ella se mantenía al margen, con un leve rastro de preocupación en la frente, como si no supiese si merecía estar con sus hermanos. A veces, a Harry le rompía el corazón. Ojalá supiese cómo reconfortarla.
Jeremy empezó a golpear el banco. Brittany se quitó el vestido. Harry no podía pensar en lo que les estaba haciendo a los dos.
– Id a buscar a Steffie, ¿vale? Volveré en unos minutos.
Les dedicó una sonrisa tranquilizadora y se encaminó hacia la casa de abajo en busca del ex marido de Tracy. Tendría que haberlo hecho un par de días atrás, pero el muy capullo se había mostrado muy esquivo.
Ren estaba en la puerta de la casa y vio cómo Harry Briggs se acercaba. La lluvia había refrescado el ambiente, y Ren se disponía a correr un poco, pero al parecer tendría que esperar.
Siempre había sentido una secreta admiración por los tipos como Briggs, ases de las matemáticas con poderosos cerebros y emociones de baja intensidad. Hombres que no tenían que pasarse el día escarbando en su interior en busca de recuerdos y emociones de los que servirse para convencer al público de que eran capaces de asesinar. O de interesarse sexualmente por los niños.
Ren desechó aquellos pensamientos. Simplemente tenía que encontrar otra manera de enfocarlo. Esa misma tarde se sentaría con una libreta pondría manos a la obra.
Se encontró con Harry junto al Panda de Isabel. Harry llevaba una camisa muy bien planchada, unos pantalones con raya diáfana y unos lustrosos mocasines, pero tenía una mancha en las gafas de sol que parecía la diminuta huella de un pulgar. Ren se apoyó en el Panda con aires de matón para irritarle. Dado que había hecho sufrir a Tracy, no merecía nada mejor, el muy cabrón.
– Voy a regresar a Zurich -dijo Briggs fríamente-. Pero antes de irme, te advierto que te controles. Ahora Tracy se siente muy vulnerable, y no quiero que hagas nada que la moleste.
– ¿Por qué tendría que hacerte caso?
Briggs se tensó.
– Te lo advierto, Gage. Si intentas manipularla en algún sentido, lo lamentarás.
– Me aburres, Briggs. Si tanto te preocupase no le habrías sido infiel, ¿verdad?
Ni siquiera la menor brizna de culpa apareció en su rostro, lo cual no dejaba de ser extraño en un tipo tan estirado como Briggs. Ren recordó que Isabel había mostrado ciertas reservas respecto a la historia de Tracy, y decidió investigar un poco.
– Curioso, ¿no te parece?, el que ella viniese a buscarme en cuanto se sintió herida. ¿Y sabes qué otra cosa resulta curiosa? Tal vez fui un marido de mierda, pero me mantuve alejado de otras mujeres mientras estuve casado. -Bastante alejado, en cualquier caso.
Harry se dispuso a responder, pero fuera lo que fuese lo que iba a decir, se le atragantó cuando oyó los gritos de Jeremy desde lo alto de la colina.
– Papi, hemos buscado por todas partes pero Steffie no aparece.
Harry gritó a su hijo:
– ¿Habéis mirado en la piscina?
– Mamá está allí ahora. ¡Dice que vayamos enseguida!
Briggs echó a correr.
Ren salió tras él.
16
Steffie no estaba en la piscina ni escondida en los jardines. Recorrieron todas las habitaciones de la casa buscándola, incluido el desván y la bodega, pero no la encontraron en ningún sitio. La cara de Harry adoptó un tono ceniciento cuando Ren telefoneó a la policía local.
– Cogeré el coche y recorreré la carretera -dijo Harry en cuanto Ren colgó-. Jeremy, necesitaré otro par de ojos. Te vienes conmigo.
– Yo buscaré en el bosquecillo y en los viñedos -dijo Ren-. Isabel, tal vez Steffie se haya escondido en la casa de abajo. Búscala allí. Tracy, te quedas aquí por si acaso regresa.
Tracy buscó la mano de Harry.
– Encuéntrala, por favor.
Por un momento, simplemente se miraron.
– La encontraremos -respondió.
Isabel tenía los ojos cerrados, por lo que Ren supuso que estaba rezando, lo cual, por una vez, le alegró. Steffie parecía demasiado tímida para vagabundear. Pero si no estaba vagabundeando y no se había producido ningún accidente, eso sólo dejaba una posibilidad. Apartó aquellos desagradables pensamientos que habían empezado a extenderse por su mente. El guión de Asesinato en la noche le condicionaba.
– Ya verás que no le ha pasado nada -le susurró Isabel a Tracy-. Lo sé. -Y tras dirigirle una sonrisa tranquilizadora, se encaminó hacia la casa.
Ren atravesó el jardín húmedo en dirección al viñedo, más tenso a cada paso. El maldito guión… Se recordó que no estaban en la ciudad, donde los depredadores acechan en callejones y se esconden en edificios abandonados, sino en el campo. Pero Kaspar Street encontraba una de sus víctimas en el campo, una niña de siete años que iba montada en bicicleta por un camino de tierra… ¡No es más que una película, maldita sea!
Se obligó a concentrarse en lo real en lugar de lo imaginario dividiendo el viñedo en secciones. Eran casi las tres de la tarde, pero estaba tan nublado que la visibilidad era escasa. El barro provocado por la lluvia de la mañana se le pegó a las zapatillas de deporte en cuanto empezó a recorrer las hileras de parras. Tracy había dicho que Steffie llevaba pantalones cortos rojos. Centró la mirada en busca de un fogonazo de color. Dondequiera que estuviese, esperaba que no encontrase arañas.
Kaspar Street habría utilizado arañas.
Sintió un escalofrío en la espalda. En ningún caso podía pensar ahora en Kaspar Street. Vamos, Steffie. ¿Dónde estás?
Tracy le entregó al policía Bernardo la fotografía de Steffie que llevaba en el monedero cuando éste llegó respondiendo a la llamada de Ren. Luego le pidió a Anna que se quedase a su lado para hacerle de intérprete y evitar malentendidos. De vez en cuando se detenía para tranquilizar a Brittany y coger en brazos a Connor, pero nada aliviaba su terror. Su preciosa hija…
Isabel buscó en la casa, pero la niña no se había escondido allí. Buscó en el jardín y detrás de las glicinas que crecían sobre la pérgola. Finalmente, cogió la linterna y se encaminó hacia una arboleda cerca de la carretera, entre la villa y la casa. Al caminar, cada paso era una oración.
Harry recorrió cada centímetro de carretera, con Jeremy mirando hacia la derecha mientras él miraba hacia la izquierda. Las nubes habían empezado a espesarse en el cielo y la visibilidad empeoraba por momentos.
– ¿Crees que ha muerto, papá?
– ¡No! -Intentó deshacer el nudo de pánico que le atenazaba la garganta-. No, claro que no, Jeremy. Seguro que salió a dar un paseo y se extravió.
– A Steffie no le gusta pasear. Le asustan demasiado las arañas. Algo que Harry había intentado olvidar.
Una ráfaga de gotas cayó sobre el parabrisas.
– No te preocupes -dijo Harry-. Se ha extraviado, eso es todo.
La lluvia arreció con tanta fuerza que Ren no se habría percatado de la puerta del cobertizo si un relámpago no la hubiese iluminado cuando él pasaba por allí. Dos días atrás estaba cerrada con llave. Ahora ni siquiera estaba cerrada.
Se enjugó la lluvia de los ojos. Era poco probable que una niña que tenía miedo de las arañas quisiese entrar allí, no al menos de manera voluntaria. Recordó que la puerta abría con dificultad debido a la tierra. Steffie no habría tenido fuerza suficiente para abrirla y entrar…
Kaspar Street ocupaba su mente. Se acercó a la puerta. Al empujarla, se dio cuenta de que abrirla no costaba tanto como antes. La lluvia tal vez hubiese arrastrado algo de tierra. Se abrió sobre las bisagras.
Dentro reinaba la oscuridad y una humedad de mil demonios, incluso con la puerta abierta. Al rodear una pila de cajas deseó tener consigo una linterna.
– ¿Steffie?
No hubo más respuesta que el sonido de la lluvia. Golpeó con la espinilla contra una caja de embalaje. Avanzó por el suelo de tierra, haciendo ruido suficiente como para confundirse.
El sonido de un gemido.
O quizá sólo eran imaginaciones suyas.
– ¿Steffie?
Nada.
Resistiéndose al impulso de lanzarse contra el batiburrillo de cosas, se quedó inmóvil y al cabo de unos segundos volvió a oírlo, un sorbido de nariz a su espalda, a su izquierda.
Se volvió. No sabía qué iba a encontrar, y si no tenía cuidado podría asustarla aún más. Dios, no quería asustarla.
No quieres asustar a las pequeñas. No hasta que sea demasiado tarde para que puedan escapar.
Dio un respingo. Sólo había leído el guión una vez, pero tenía buena memoria, y demasiadas líneas de diálogo le habían impresionado.
– ¿Steffie? -dijo suavemente-. Tranquila, pequeña.
Oyó un susurro, pero no hubo respuesta.
– Tranquila -dijo-. Puedes hablar conmigo.
Un leve y temeroso susurro atravesó la oscuridad:
– ¿Eres un monstruo?
Él entrecerró los ojos. Ahora no, cariño, pero dame un mes más.
– No, cariño -dijo muy despacio-. Soy Ren.
Esperó.
– P-por favor, vete.
Incluso aterrorizada, la niña recordaba sus buenas maneras.
Las niñitas educadas son las víctimas más fáciles, decía Street en el guión. Su deseo de complacer supera su instinto de supervivencia.
Estaba frío y húmedo debido ala lluvia, pero empezó a sudar. ¿Por qué había tenido que ser él quien la encontrase? ¿Por qué no su padre o Isabel? Se movió tan despacio como pudo.
– Todo el mundo te está buscando, cariño. Tus padres están preocupados.
Oyó que algo se movía en la oscuridad. Ella también se movía, demasiado asustada, sospechaba él, para dejarle acercar. ¿Pero qué le asustaba?
Odiaba sentirse como un acosador. Es más, odiaba haber incorporado de manera casi automática aquella emoción al basurero interior que conformaba su bagaje de actor, el lugar al que acudía cuando tenía que echar mano de lo más bajo de la condición humana. Todo actor tenía una de esas reservas, pero sospechaba que la suya era más vil que la de la mayoría.
Sólo un acto de desesperación podía haber llevado a la niña hasta allí. A menos que no tuviese otra opción…
– ¿Estás herida? -preguntó con voz tranquila-. ¿Alguien te ha hecho daño?
El susurro de Steffie se transformó en un suave y temeroso hipido.
– Hay… hay montones de arañas aquí.
En lugar de dirigirse hacia ella, temiendo asustarla aún más, Ren se desplazó hacia la puerta para que no tuviese oportunidad de escurrírsele por un lado.
– ¿Has venido… has venido por tu propia cuenta?
– La p-puerta estaba abierta y me colé.
– ¿Sola?
– Me asusté de un trueno. Pero no sabía que estaría tan… oscuro.
Ren no podía desprenderse de la sombra de Kaspar Street.
– ¿Estás segura de que no viniste con nadie?
– Sí. Vine sola.
Él se relajó un poco.
– La puerta es muy pesada. ¿Cómo pudiste sola?
– Empujé muy fuerte con las dos manos.
Ren respiró hondo.
– Tienes que ser muy fuerte para hacer eso. Deja que aprecie tus músculos.
Nacía un tonto cada minuto, pero ella no estaba incluida en ese grupo.
– No, gracias.
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