Isabel acabó por entender.
– Por eso viajas para encontrarte con Vittorio. Estáis intentando tener un hijo.
Giulia cruzó las manos sobre el regazo.
– Y por lo que nuestros amigos Cristina y Enrico, que quieren tener un segundo hijo, tienen que dejar a su hija con la nonna noche tras noche para poder irse. Y por lo que Sauro y Tea Grifasi se adentran en el campo para hacer el amor en el coche, y después conducen de vuelta a casa. A Sauro lo despidieron de su trabajo el mes pasado por quedarse dormido. Y por eso Anna siempre está triste. Bernardo y Fabiola no pueden hacerla abuela.
– La farmacéutica del pueblo está embarazada. La he visto.
– Vivió durante seis meses en Livorno con una hermana que siempre la criticaba. Su marido iba y venía todas las noches. Ahora se han divorciado.
– ¿Y qué tiene todo eso que ver con la casa y con el viejo Paolo?
Giulia se frotó los ojos.
– Paolo robó la estatua.
– Al parecer, a Paolo no le gustaban los niños -le dijo Isabel a Ren esa tarde mientras estaban en la cocina limpiando de tierra los porcini con trapos húmedos-. No le gustaba que hiciesen ruido, y se quejaba de que tener muchos hijos implicaba muchos gastos en escolarización.
– Un tipo como yo. Así que decidió cortar de raíz el índice de natalidad del pueblo robando la estatua. ¿Y qué parte de tu mente entró en coma para que empezases a creer esa historia?
– Giulia me dijo la verdad.
– No lo dudo. Lo que me cuesta entender es que tú te tomes en serio lo de los poderes de esa estatua.
– Dios actúa de formas misteriosas. -Ren estaba dejando la cocina hecha un desastre, como siempre, y ella empezó a limpiar la encimera.
– Ilústrame.
– Ninguna mujer se ha quedado embarazada en Casalleone desde que desapareció la estatua -dijo ella.
– Sin embargo, yo me cuido mucho de utilizar tus preservativos. ¿No contraría eso un poco tu tesis académica?
– En absoluto. -Llevó unos cuencos sucios al fregadero-. Confirma lo que creo: la mente es muy poderosa.
– ¿Estás diciendo que lo que pasa aquí es una especie de sugestión colectiva, que las mujeres no conciben porque creen que no pueden concebir? -Prefería la historia de la mafia.
– Se sabe que esas cosas pasan.
– Sólo porque había armas de por medio.
Él sonrió y se inclinó para besarle la punta de la nariz, lo que le llevó a seguir hasta su boca, lo que le llevó a seguir hasta sus pechos, y pasaron unos minutos antes de que se detuviese para tomar aire.
– Hora de cocinar -dijo Isabel con un hilo de voz-. He estado esperando todo el día para probar esas setas.
Él gruñó y agarró el cuchillo.
– Le sacaste más a Giulia de lo que yo a Vittorio, lo reconozco. Pero la estatua desapareció hace tres años. ¿Por qué esperaron tanto para cavar en este lugar?
– El cura del pueblo guardaba la estatua en la sacristía…
– ¿No te parece encantadora la coexistencia entre paganismo y cristiandad?
– Todo el mundo sabía que estaba allí -dijo Isabel, enjuagando un cuenco-, pero nadie lo comentaba porque en realidad, según las leyes, debía estar en un museo. Paolo había estado haciendo extraños trabajos para la iglesia durante años, pero nadie lo relacionó con la desaparición de la estatua hasta su muerte, hace unos meses. Entonces la gente empezó a recordar que no le gustaban los niños.
Ren enarcó las cejas.
– Sospechoso, sin duda.
– Marta le defendió. Dijo que su marido no odiaba a los niños. Que sólo estaba imbronciato debido a la artritis. ¿Qué significa imbronciato?
– Malhumorado.
– Afirmó que había sido un buen padre para su hija. Paolo incluso viajó a Estados Unidos cuando nació su nieta. Así que la gente se olvidó de él y empezaron a correr otros rumores.
– ¿Alguno en el que aparezcan armas?
– No, lo siento. -Limpió una pequeña zona de la encimera-. El día antes de que yo llegase, Anna envió aquí a Giancarlo para que se llevase una pila de basuras. ¿Imaginas lo que encontró en el hueco de la pared cuando sacó accidentalmente una piedra del muro?
– Me tienes sin aliento.
– La base de mármol de la estatua. La misma base que había desaparecido el día que robaron la estatua.
– Bueno, eso explica el repentino interés por el muro.
Isabel se secó las manos.
– Todos los del pueblo se volvieron locos. Hicieron planes para desmontar el muro, pero había un pequeño inconveniente.
– Tú.
– Exacto.
– Las cosas habrían sido más fáciles si hubiesen dicho la verdad desde el principio -dijo Ren.
– Somos forasteros, y no tenían motivos para confiar en nosotros. Especialmente en ti.
– Gracias.
– ¿De qué les habría servido encontrar la estatua si nosotros hubiésemos proclamado su hallazgo a los cuatro vientos? -razonó Isabel-. Las autoridades locales cerraron los ojos al hecho de que un objeto etrusco de valor incalculable estuviese en una sacristía, pero los estamentos políticos del resto del país no habrían sido tan caballerosos. Todo el mundo temía que encerrasen la estatua en una urna de cristal en Volterra junto a la Ombra della Sera.
– Que es donde tendría que estar. -Troceó un diente de ajo con el cuchillo.
– He estado fisgando un poco mientras tú trabajabas, y mira lo que he encontrado. -Sacó el sobre amarillento encontrado en una estantería del salón y vertió su contenido sobre la mesa de la cocina. Eran fotografías de la nieta de Paolo, todas con su identificación detrás.
Ren se secó las manos y fue a echarles un vistazo. Ella señaló una de las fotografías en color que mostraba a un hombre mayor en el porche delantero de una pequeña casa blanca con un bebé en brazos-. Ésta es la foto más antigua. Éste es Paolo. Debieron de hacerla cuando fue a Boston poco después de que naciese su nieta. Su nombre es Josie, diminutivo de Josefina.
Algunas fotografías mostraban a Josie en el campo, otras en vacaciones con sus padres en el cañón del Colorado. En algunas aparecía sola. Isabel cogió las dos últimas.
– Ésta es Josie el día de su boda, hace seis años. -Tenía el pelo oscuro y rizado, así como una ancha sonrisa-. En ésta aparece con su marido, poco antes de que Paolo muriese. -Le dio la vuelta para comprobar la fecha.
– No parece la colección propia de alguien que odia a los niños -admitió Ren-. Tal vez Paolo no robó la estatua.
– Él construyó el muro, y también reunió la pila de basuras.
– No puede considerarse una prueba fehaciente. Pero si la estatua no está en el muro, ¿dónde estará?
– En la casa no -dijo Isabel-. Anna y Marta han buscado por todos los rincones. Propusieron buscar en el jardín, pero Marta dijo que se habría dado cuenta si Paolo la hubiese escondido allí, y no lo permitió. Hay muchos lugares cerca del muro o en el olivar, tal vez incluso en el viñedo, donde podría haber cavado un hoyo y escondido la estatua. Le propuse a Giulia que consiguiese detectores de metales.
– Aparatitos. Esto empieza a gustarme.
– Bien. -Se sacó el delantal que llevaba atado a la cintura-. Ya está bien de charla. Apaga el fuego y desnúdate.
Él dio un grito y soltó el cuchillo.
– Casi haces que me corte el dedo.
– Mientras sólo sea el dedo. -Sonrió y empezó a desabotonarse la camisa-. ¿Quién dijo que no podía ser espontánea?
– Yo no. De acuerdo, lo retiro. -Observó los botones abiertos-. ¿Qué hora es?
– Casi las ocho.
– Maldita sea. Va a venir gente dentro de nada. -Tendió los brazos hacia ella, pero Isabel frunció el entrecejo y le esquivó.
– Creía que Giulia y Vittorio habían cancelado la cena.
– Invité a Harry.
– Pero si Harry no te cae bien. -Dio otro paso atrás y empezó a abotonarse la camisa.
Él suspiró.
– ¿Qué te hace pensar eso? Es un buen tipo. ¿Te importaría dejarte abiertos algunos botones? Y Tracy también vendrá.
– Me sorprende que haya aceptado. Ni siquiera ha mirado a Harry en todo el día.
– No le dije que también él estaba invitado.
– Así pues, ¿nos espera una velada un poco incómoda?
– Podría ser -dijo-. Las cosas llegaron a un punto muerto esta mañana, y Tracy ha estado esquivándole desde entonces. Él está bastante decaído.
– ¿Te lo dijo él?
– Los chicos compartimos esas cosas. También tenemos sentimientos, por si no lo sabías.
Ella alzó una ceja.
– De acuerdo, tal vez esté un poco desesperado y yo sea el único de por aquí con el que puede hablar -admitió Ren-. Ese hombre es un completo desastre en lo que a mujeres se refiere, y si no le echo una mano, van a quedarse aquí para siempre.
– Ese hombre, ese desastre total, se las ha arreglado para permanecer casado once años y ser padre de cinco hijos, mientras que tú…
– Mientras que yo he tenido una idea que creí te gustaría. Una idea, por descontado, que no tiene nada que ver con las peleas de los Briggs, sino con el hecho de que tendremos que librarnos de ellos para llevarla a cabo.
– ¿Qué clase de idea? -Se agachó para recoger algunas setas que habían caído al suelo.
– Una pequeña pieza sexual costumbrista. Pero necesitamos la villa para interpretarla bien, lo que significa que toda la familia y sus niñeras tendrán que irse.
– ¿Una pieza costumbrista? -Dejó que las setas cayeran de nuevo al suelo.
– Una pieza sexual costumbrista. Estoy pensando en una noche. La luz de las velas. Una tormenta, si tenemos un poco de suerte. -Cogió su vaso e hizo girar una seta entre los dedos-. Al parecer, el poco escrupuloso príncipe Lorenzo se ha fijado en una vivaracha campesina del pueblo, una mujer de la que no puede decirse que sea del todo joven…
– ¡Eh!
– Lo cual la hace mucho más atractiva a sus ojos.
– Eso está mejor.
– La campesina es conocida en los alrededores por su virtud y sus buenas obras, por lo que se resiste a sus propuestas, a pesar de que él es el hombre más guapo de la región. Qué demonios, de toda Italia.
– ¿Sólo Italia? Aun así, yo apostaría por la mujer virtuosa. Ese hombre no tiene posibilidades.
– ¿He mencionado que el tal príncipe Lorenzo es también el hombre más inteligente de la región?
– Oh, bueno, eso complica un tanto las cosas.
– Lo que él hace es amenazar con quemar el pueblo si ella no se somete a su voluntad.
– Qué canalla. Naturalmente, ella dice que antes se matará.
– Pero él no lo cree ni por un instante, pues las buenas católicas no se suicidan.
– Has dado en el clavo.
Ren dibujó un arco con el cuchillo.
– La escena da comienzo la noche que ella acude a la desierta villa, iluminada por candelabros. La misma villa, curiosamente, que está en lo alto de la colina.
– Sorprendente.
– Ella llega luciendo el vestido que él le ha enviado esa misma tarde.
– Puedo verlo. Sencillo y blanco.
– De un rojo brillante y provocativo.
– Lo cual no hace sino dejar patente con más intensidad su virtud.
– Él no pierde el tiempo con preliminares. La lleva escaleras arriba…
– La alza en volandas y sube con ella las escaleras.
– A pesar de que ella no es lo que se dice un peso pluma… Pero, por suerte, él lo consigue. Y una vez la tiene dentro del dormitorio, la obliga a desvestirse muy despacio… mientras la contempla.
– Naturalmente, él está desnudo mientras mira, porque hace mucho calor en la villa.
– Y aún más calor en el dormitorio. ¿Te he dicho lo guapo que es?
– Creo que lo has mencionado.
– Así pues, llega el momento en que ella se ve obligada a someterse a su voluntad.
– Me temo que no va a gustarme esa parte.
– Eso es porque estás obsesionada con el control.
– Y, curiosamente, ella también.
– Bien. Justo cuando se dispone a entregarse a aquel hombre, ¿qué es lo que ve con el rabillo del ojo? Unas esposas.
– ¿Esposas en el siglo XVIII?
– Grilletes. Un par de grilletes a su alcance.
– Qué adecuado.
– Mientras la lujuriosa mirada de Lorenzo se pierde en algún lugar indefinido -la mirada de Gage estaba perdida en su escote-, ella estira los brazos, coge los grilletes y se los coloca…
– He llamado a la puerta, pero no ha respondido nadie.
Se volvieron y vieron a Harry en el umbral con aspecto desolado.
– Nosotros hacíamos esas cosas con unas esposas -dijo con tristeza-. Era genial.
– Ah. -Isabel se aclaró la garganta.
– Podrías haber llamado a la puerta -gruñó Ren.
– Lo he hecho.
Isabel cogió una botella de vino.
– ¿,Por qué no la abres? -le dijo a Harry-. Te traeré un vaso.
Apenas se había servido el vino cuando apareció Tracy. Su hostilidad se hizo patente al ver a su marido.
– ¿Qué hace él aquí?
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