Ren le dio un beso en la mejilla.
– Isabel le pidió que viniese. Le dije que no lo hiciese, pero se cree que lo sabe todo.
En su anterior vida, Isabel habría protestado, pero estaba tratando con gente inestable, así que ¿de qué habría servido?
– Está bien -dijo Harry-. He estado intentando hablar contigo todo el día, pero me has eludido.
– Sólo porque me sacas de quicio.
Harry se estremeció pero no se echó atrás.
– Vamos fuera, Tracy. Sólo serán unos minutos. Tengo que decirte algunas cosas, y tiene que ser en privado.
Tracy le volvió la espalda, rodeó con el brazo la cintura de Ren y apoyó la mejilla en su brazo.
– No debería haberme divorciado de ti. Eras un gran amante. El mejor.
Ren miró a Harry.
– ¿Estás seguro de que quieres seguir casado con ella? La verdad, podrías encontrar algo mucho mejor.
– Estoy seguro -dijo Harry-. Estoy perdidamente enamorado de ella.
Tracy alzó la cabeza como un animalillo que olfatease el aire, sólo para comprobar que lo que olía no le gustaba.
– Sí, claro.
Harry hundió los hombros y se volvió hacia Isabel, las sombras bajo sus ojos le hacían parecer un hombre que ya no tenía nada que perder.
– Esperaba hacer esto en privado, pero por lo visto no va a ser así, y como Tracy no quiere escuchar, te lo diré a ti, si no te importa.
Tracy parecía estar escuchando, e Isabel asintió.
– En absoluto.
– Me enamoré de ella cuando me volcó su copa en el regazo. Pensé que había sido un accidente. Sigo sin tenerlo claro. Había un montón de chicos guapos en aquella fiesta intentando llamar su atención, por lo que ni siquiera se me ocurrió intentarlo, no sólo por su belleza física, y Dios sabe que era la mujer más hermosa que había visto en mi vida, sino por una… por una especie de resplandor que tenía. Era energía pura. No podía quitarle los ojos de encima, pero al mismo tiempo no quería que supiese que estaba mirando. Entonces ella me volcó la copa, y yo no encontré las palabras para hablarle.
– Dijo: «Ha sido culpa mía.» -La voz de Tracy les sorprendió-. Yo volqué la copa y el muy idiota dijo «Ha sido culpa mía». Tendría que haberme dado cuenta entonces.
Él no prestó atención a sus palabras y siguió centrado en Isabel.
– No podía pensar. Me sentía como si mi cerebro hubiese recibido una dosis de novocaína. Ella llevaba un vestido plateado con mucho escote y el pelo recogido encima de la cabeza, a excepción de los rizos que le caían por la nuca. Nunca había visto nada igual. Nada igual a ella. -Miró dentro del vaso-. Pero con todo lo hermosa que estaba aquella noche… -añadió con un hilo de voz-. Con todo lo hermosa que era entonces… -Tragó saliva-. Lo siento. No puedo seguir. -Dejó el vaso en la encimera y salió por la puerta del jardín.
Tracy tenía los ojos humedecidos, pero se encogió de hombros como no le importase.
– ¿Veis lo que tengo que soportar con él? En el momento en que parece que por fin está preparado para hablar, cierra la boca. Podría haberme casado con un ordenador y sería lo mismo.
– Deja de comportarte como una gilipollas -dijo Ren-. Ningún tipo querría abrir su corazón delante de un ex marido. Ha estado intentando hablar contigo todo el día.
– Vaya cosa. Yo he estado intentando hablar con él durante anos.
Isabel miró hacia el jardín.
– No parece un hombre que sepa desenvolverse con sus sentimientos.
– Os diré una cosa a las dos -dijo Ren-: ningún hombre sabe desenvolverse con sus sentimientos. Aceptadlo.
– Tú sí -dijo Tracy-. Tú hablas de cómo te sientes, pero Harry sufre una obturación emocional en fase terminal.
– Yo soy actor, así que la mayoría de cosas que salen de mi boca son estupideces. Harry te ama. Incluso un tonto se daría cuenta.
– Entonces soy tonta, porque no lo creo.
– No estás jugando limpio -dijo Isabel-. Sé que te comportas así porque te sientes herida, pero eso no hace que esté bien. Dale una oportunidad para que te explique en privado qué siente. -Isabel señaló hacia la puerta-. Y escúchale con la cabeza cuando le hables, porque tu corazón está demasiado confundido para confiar en él.
– ¡No hay manera! ¿No lo entiendes? ¿Acaso crees que no lo he intentado?
– Inténtalo de nuevo. -Isabel la llevó hasta la puerta.
Tracy parecía contrariada, pero salió fuera.
– En este momento los mataría a los dos -dijo Ren-, y ni siquiera hemos empezado con los aperitivos.
Harry estaba bajo la pérgola, con las manos en los bolsillos. En la montura de sus gafas se reflejaban los últimos rayos de sol. Tracy sintió el familiar vértigo que había sentido hacía doce años, justo antes de volcarle la copa encima.
– Isabel me ha obligado a salir. -Tracy apreció la hostilidad de su propia voz, pero ya se había rebajado una vez ese día, y no iba a volver a hacerlo.
Él sacó las manos de los bolsillos y las apoyó en la pérgola, sin mirarla,
– Lo que dijiste esta mañana… ¿se trataba de otra de tus cortinas de humo? Lo de tener estrías y estar gorda… cuando sabes de sobra que estás más guapa cada día. Y dijiste que no te amaba, cuando te he dicho miles de veces lo que siento por ti.
Las palabras surgieron en su memoria. Te quiero, Tracy. Sin emoción alguna. Te quiero porque… Simplemente, Te quiero, Tracy. No olvides comprar pasta de dientes cuando vayas al supermercado.
– Una cosa es decirlo y otra creerlo. Son dos cosas distintas. Él se volvió lentamente hacia ella.
– No es mi amor lo que estaba en cuestión desde el principio. Siempre ha sido tu amor.
– ¿Mi amor? ¡Ahí te equivocas! Si hubiese sido por ti, nunca habríamos estado juntos. Te encontré, te perseguí y te pesqué.
– ¡Yo no era una gran pieza que digamos!
Harry nunca gritaba, y la sorpresa dejó sin palabras a Tracy.
Él se apartó de la pérgola.
– Querías tener hijos. Y yo tenía escrito la palabra «papi» en la frente. ¿O no? Para ti, nunca ha sido una cuestión de dos. Todo tenía que ver con tu necesidad de tener hijos. Yo era el padre que tú querías para ellos. En algún lugar de mi subconsciente, siempre supe que eso era lo que andabas buscando, pero no quise verlo. Y resultó fácil cerrar los ojos cuando sólo estaban Jeremy y Steffie. Incluso cuando llegó Brittany pude fingir que seguía siendo cosa de los dos, que me querías por ser quien era. Podría haber seguido fingiendo, pero entonces te quedaste embarazada de Connor, e ibas de un lado a otro con esa sonrisita del gato que quiere comerse al canario. Todo tenía que ver con estar embarazada y tener hijos. Traté de asimilarlo, de seguir fingiendo que yo era el gran amor de tu vida y no sólo la mejor fuente de esperma, pero se hizo más difícil. Me levantaba cada mañana para mirarte y desear que me quisieses como yo te quería, pero tú ni siquiera me veías. Y estabas en lo cierto. Empecé a apagarme. Y fui tirando. Pero cuando te quedaste embarazada por quinta vez, y estabas tan contenta, ya no pude fingir. Quería, pero no podía. -Se le rompió la voz-. Simplemente… no podía.
Tracy intentó comprenderlo, pero no era capaz de ordenar las emociones contrapuestas que crecían en su interior. Alivio. Rabia por tener un marido tan obtuso. Y alegría. Oh, sí, alegría, porque todavía quedaban esperanzas. No sabía por dónde empezar, así que decidió hacerlo de un modo curioso.
– ¿Y qué hay de la pasta de dientes?
Él la miró como si viese un segundo embarazo en su frente.
– ¿Pasta de dientes?
– A veces me olvido de comprar pasta de dientes. Y te vuelves loco cuando no encuentro mis llaves. Me dijiste que si volvía a utilizar mi chequera una sola vez más me la quitarías. ¿Y recuerdas la abolladura en el guardabarros del coche que tú creías que había sido cuando llevaste a Jeremy al béisbol? Fui yo. Connor vomitó en mi coche y no tuve tiempo de limpiarlo, así que cogí el tuyo, y le estaba gritando a Brittany en el aparcamiento de Target cuando choqué contra un carrito de la compra. ¿Qué hay de eso?
Él parpadeó.
– Si hicieses una lista ordenada de la compra, no olvidarías la pasta de dientes.
Como siempre, Harry no lo había entendido.
– Nunca voy a hacer una lista ordenada de la compra, ni voy a dejar de perder las llaves, ni voy a mejorar en todas esas cosas que te sacan de quicio.
– Lo sé. También sé que hay miles de hombres que harían cola para tener la oportunidad de comprarte la pasta de dientes y dejar que estrellases su coche contra un carrito de supermercado.
Tal vez sí lo había entendido.
Isabel le había dicho a Tracy que pensase con la cabeza en lugar de dejarse llevar por el corazón, pero era difícil hacerlo cuando se trataba de Harry Briggs.
– Sabía que serías un buen padre, y tal vez fue una de las razones por las que me enamoré de ti. Pero te habría seguido amando aunque sólo hubieses sido capaz de concebir un hijo. Contigo me sentía completa. No es que quisiese tener más hijos porque tú no eras suficiente para mí. Quería tener más hijos porque mi amor por ti era tan grande que necesitaba diversificarlo.
La esperanza brilló en los ojos de Harry, pero seguía pareciendo triste. Ella se percató de que sus inseguridades eran incluso más profundas que las suyas. Ella siempre le había visto como el hombre más inteligente del mundo, así que le resultaba difícil asimilar la idea de que tal vez la más lista de los dos era ella.
– Es cierto, Harry. Palabra por palabra.
– Es un poco difícil de creer. -Parecía estar embebiéndose de su rostro, a pesar de conocer todos y cada uno de los poros de su piel-. Míranos. Soy la clase de hombre con el que podrías cruzarte por la calle una docena de veces sin darte cuenta. Pero tú… Los hombres se convierten en buzones de correos cuando te ven.
– Nunca he conocido a un hombre tan fascinado por las apariencias. -Se olvidó de pensar con la cabeza y le dio un golpecito en la mandíbula para llamar su atención-. Me encanta tu aspecto. Puedo quedarme contemplándote durante horas. Estuve casada con el hombre más guapo de la galaxia y lo pasamos fatal. Y sí, tienes razón: podría haber conquistado a cualquier hombre de los que estaban en aquella fiesta, pero ninguno de ellos me atraía. Y cuando te volqué la copa encima, te aseguro que no pensaba en ti como el padre de nadie.
Tracy advirtió que su marido empezaba a distenderse, pero no todo estaba hecho.
– Algún día seré vieja y, si miras a mi abuela, comprenderás que para cuando tenga ochenta años seré fea como el demonio. ¿Dejarás de quererme entonces? ¿La apariencia es lo único que te importa? Porque de ser así, tenemos un problema mayor del que yo creía.
– Por supuesto que no. Yo no… Yo nunca…
– Hablando de cortinas de humo. Siempre he creído que eras una persona de pensamiento claro, pero incluso en un día malo soy capaz de pensar con más claridad que tú. Dios, Harry, a mi lado pareces un cubo de basura emocional.
Eso le hizo reír, y su aspecto era tan ridículo que ella se dio cuenta de que finalmente estaban avanzando. Quería besarle para borrar todos sus miedos, pero ella tenía que seguir lidiando con sus propios miedos, y sus problemas no desaparecerían a base de besos. No quería tener que pasar el resto de su matrimonio tranquilizándolo. Tampoco le gustaba lo importante que era para él su aspecto. El rostro que él tanto amaba mostraba ya signos de desgaste. ¿Cómo se sentiría Harry cuando todo su cuerpo empezase a marchitarse?
– Tras tantos años de matrimonio, podría pensarse que nos comprendíamos mejor el uno al otro -dijo Harry.
– No puedo seguir viviendo así. Tenemos que arreglar de manera definitiva lo que se ha roto entre nosotros.
– No sé cómo vamos a hacerlo.
– Acudiendo a un buen consejero matrimonial, así lo haremos. Y cuanto antes lo hagamos, mejor. -Se puso de puntillas, le dio un beso y se volvió hacia la casa-. ¡Isabel! ¿Podrías salir un momento?
18
Isabel y Ren estaban tumbados desnudos sobre el grueso edredón, dándose calor mutuamente en la fresca noche. Ella alzó la vista para observar las chispeantes velas del candelabro que colgaba del magnolio. Ren le rozó el pelo con los labios y dijo:
– ¿Demasiado fuerte para ti?
– Mmm… Dame un minuto. -No dejaba de ser curioso, pero estar tumbada a su lado no la incomodaba en absoluto. Era extraño sentirse tan a salvo al lado de un hombre tan peligroso.
– Sólo para que conste en acta. Esos problemas sexuales que tenías… Creo que podemos decir que son cosa del pasado.
Ella sonrió contra su cabello.
– Sólo intentaba ser amable.
– ¿Con el prójimo?
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