– Es una filosofía con la que intento vivir.
Él soltó una carcajada.
Ella recorrió su columna vertebral con los dedos. Él colocó los labios en su muñeca y contempló su brazalete.
– Siempre lo llevas puesto.
– Es como un recordatorio. -Bostezó y recorrió la silueta de su oreja con el dedo índice-. Lleva grabado la palabra RESPIRA en el interior.
– Ya, algo que te recuerda que tienes que estar centrada. Sigo pensando que suena aburrido.
– Nuestras vidas son tan agitadas que resulta fácil perder la serenidad. Tocar el brazalete me calma.
– Has tenido que tocar algo más que el brazalete para calmarte esta noche. Y no sólo estoy hablando de la última hora que hemos pasado encima de esta manta.
Ella sonrió.
– Los porcini no quedaron mal del todo.
– Más o menos.
Isabel se apoyó en un codo y recorrió con los dedos todo su musculoso pecho.
– Tus espaguetis al porcini son lo mejor que he probado en mi vida.
– Habrían estado mejor una hora antes. Han estado discutiendo durante meses, pero han elegido precisamente esta noche para acudir a una consejera matrimonial.
– Necesitaban ayuda de emergencia. Yo no soy una auténtica consejera matrimonial.
– Seguro que no. Les hiciste jurar por sus hijos que no harían el amor.
– Se supone que no tenías que haber oído eso.
– Era un poco difícil hacerse el sordo estando en la habitación de al lado, me dijeron que no me fuese.
– Teníamos hambre y temíamos que te llevases la cena. La comunicación física es fácil para ellos. Es la comunicación verbal la que les trae problemas, y ahora necesitan concentrarse en eso. Parecían contentos durante la cena, ¿no crees?
– Tan contentos como pueden parecerlo dos personas que no van a enrollarse durante un tiempo. ¿No temes que esas listas de las que les hablaste hagan que se peleen de nuevo?
– Ya lo veremos. Por cierto, hay algo que no tuve oportunidad de comentarte, y creo que te hará feliz… -Le dio un mordisquito en el hombro, no sólo a modo de manipulación, aunque formaba parte de ello, sino porque lo tenía delante y parecía especialmente apetecible-. Vamos a vivir juntos durante un tiempo.
Él alzó la cabeza lo suficiente para mirarla con suspicacia.
– Antes de que me ponga a bailar un tango, cuéntame el resto de la historia.
El candelabro que colgaba por encima de sus cabezas se balanceó con la brisa de la noche. Ella utilizó la punta del dedo para seguir la ondulación de una sombra sobre su pecho.
– Me mudaré a la villa mañana por la mañana. Sólo por unos días.
– Tengo una idea mejor. Yo me mudaré a la casa.
– La cuestión es que…
– ¡No puedes haberlo hecho! -Se incorporó tan rápido que casi la golpeó-. Dime que no les has ofrecido la casa a esos dos neuróticos.
– Sólo por unos días. Necesitan privacidad.
– Yo necesito privacidad. Nosotros necesitamos privacidad. -Volvió a tumbarse sobre el edredón-. Te voy a matar. En serio. Esta vez voy a hacerlo. ¿Sabes cuántas maneras conozco de eliminar una vida humana?
– Unas cuantas, supongo. -Deslizó las manos sobre el vientre de Ren-. Pero espero que encuentres algo más productivo que hacer.
– Soy barato, pero no un chico fácil. -Contuvo el aliento.
– Pareces un chico fácil. -Dejó que sus dedos descendiesen, hasta que alcanzaron una zona especialmente sensible.
Ren gruñó.
– De acuerdo, soy barato y fácil. Pero esta vez preferiría hacerlo en una cama. -Le acarició la cabeza mientras ella le besaba el vientre-. Necesitamos una cama… -Gimió.
Ella acercó la boca a su ombligo.
– No podría estar más de acuerdo…
– Me estás matando, doctora. Lo sabes, ¿verdad?
– Y todavía no te he mostrado mi lado vicioso.
Ren se pasó el día intentando convencer a Harry y Tracy de que no se quedasen en la casa, pero no tuvo suerte. Su única satisfacción consistía en haber sido testigo inadvertido de la charla de última hora que Isabel les había dado.
– Recordad -dijo ella mientras él entraba en la habitación de la villa que, en teoría, iba a ser su estudio-, nada de sexo. Tenéis mucho trabajo que hacer antes de eso. Por esa razón os he ofrecido la casa. Así tendréis tiempo todas las noches para hablar sin interrupciones.
Ren volvió al pasillo, pero antes vio a Tracy dedicándole a Harry una mirada de anhelo.
– Supongo -le oyó decir-. Pero no tienes ni idea de lo duro que es eso. ¿Crees que…?
– No, no lo creo -repuso Isabel-. El sexo os ha permitido a los dos enmascarar vuestros problemas. Es más fácil hacerlo que hablar.
Ren hizo una mueca. «Anda ya.» ¿Por qué tenía que expresarlo de ese modo? Menos de dos semanas atrás, ella hablaba del sexo como de algo sagrado, pero se había soltado el pelo bastante desde entonces. No es que él se quejase. Adoraba su sensibilidad. Adoraba el modo en que ella disfrutaba de él, en que ambos disfrutaban juntos. Sin embargo, algo relacionado con su actitud empezaba a incomodarle.
No estaba siendo razonable, y lo sabía. Quizás albergaba cierto sentimiento de culpa. El hecho de no haberle explicado los cambios en el guión de Asesinato en la noche le pesaba, y el sentirse culpable le pesaba aún más. Isabel no tenía nada que ver con su carrera, nada que ver con él más allá de unas pocas semanas. Ella había fijado las condiciones, y lo había hecho adecuadamente, como siempre. Era sólo cuestión de sexo.
En pocas palabras, se estaban usando mutuamente. Él la utilizaba por el compañerismo, para entretenerse. La utilizaba para relacionarse con Tracy y para trabajar sobre su sentido de culpa respecto a Karli. Y, Dios era testigo, la utilizaba por el sexo, pero eso no podía clasificarse como pecado en el Libro de Isabel.
No quería herirla, pues él guardaba más pecados en su corazón de lo que ella podía imaginar: drogas, mujeres a las que no había tratado bien, el rastro de basuras que seguía dejando a su paso allá donde fuese. A veces, cuando ella le miraba con aquellos inocentes ojos, deseaba recordarle que no sabía comportarse como un chico bueno, pero nunca lo hacía, porque era un cabrón egoísta y no quería que se apartase de él. Todavía no. No hasta que consiguiese lo que quería y estuviese preparado para dejarla marchar.
Una cosa estaba clara: en cuanto ella supiese que en el nuevo guión Kaspar Street era un pederasta, saldría por la puerta para no volver, y antes de irse seguramente le lanzaría ala cabeza las Cuatro Piedras Angulares.
Después de cenar, Tracy le dijo a los niños que ella y Harry estarían de vuelta para el desayuno y que Marta se encargaría de ellos si necesitaban alguna cosa durante la noche. Ren pasó el resto de la noche sintiéndose resentido. Quería estar con Isabel en un dormitorio tras la puerta del cual no hubiese media docena de personas corriendo de un lado a otro. En lugar de eso, ella pidió disculpas y se fue a su despacho con la excusa de tomar notas para su libro.
Él también se fue a su despacho para intentar estudiar el personaje de Kaspar Street, pero no pudo concentrarse. Levantó pesas durante un rato y después jugó con la GameBoy de Jeremy. Después fue a dar un paseo que no alivió en lo más mínimo su frustración sexual. Finalmente se rindió y se fue a la cama, sólo para golpear la almohada maldiciendo a los miembros adultos de la familia Briggs, que a esas horas estarían metidos en la cama de la casa de abajo, donde deberían estar Isabel y él.
Acabó por cerrar los ojos, pero no durmió mucho rato antes de que algo cálido se deslizase a su lado. Le encantaba tocar el cuerpo desnudo de Isabel mientras dormía. Sonrió y se acercó… pero algo no iba bien. Abrió los ojos de golpe y se incorporó con un chillido.
Brittany frunció el entrecejo.
– Has gritado. ¿Por qué gritas? -Se acurrucó debajo del cobertor, desnuda como un arrendajo.
– ¡No puedes dormir aquí! -gruñó Ren.
– Oí un ruido y me asusté.
Pero no se había asustado ni la mitad que Ren, que se dispuso a salir de un salto de la cama, pero entonces recordó que ella no era la única que estaba desnuda. Agarró una manta y se la colocó alrededor de la cintura.
– Te mueves mucho -protestó ella-. Tengo sueño.
– ¿Dónde está tu camisón? -La envolvió con la sábana hasta hacerla parecer una momia y la alzó en brazos.
– ¡Me estás molestando! ¿Dónde vamos?
– A ver al hada buena. -Se enredó en las mantas y casi cayó-. Mierda.
– Has dicho…
– Sé lo que he dicho. Y silo repites se te caerá la lengua.
De algún modo, se las ingenió para abrir la puerta, recorrer el pasillo y entrar en el que había sido el dormitorio de Tracy sin perder la manta, pero hizo tanto ruido que Isabel se despertó.
– ¿Qué…?
– Tiene miedo, está desnuda y es toda tuya. -Dejó a Brittany a su lado.
– ¿Quién es? -Steffie sacó la cabeza al otro lado de Isabel-. ¿Brittany?
– ¡Quiero a papá! -exclamó Brittany.
– Está bien, cariño.
Isabel se veía cálida y despeinada. Ren nunca había conocido a una mujer como ella, tan poco consciente de su atractivo sexual, aunque la mayoría de hombres no parecían advertirlo. El hermano de Vittorio, el grasiento doctor Andrea, sí lo había advertido, al parecer. No había engañado a Ren ese mismo día cuando apareció por allí con la absurda excusa de decirle a Isabel que habían conseguido los detectores de metales. «Gilipollas.»
El camisón le resbaló por el hombro, revelando el nacimiento de un pecho que, en ese preciso instante, debería haber estado cubierto por su mano. Ella asintió hacia la manta.
– Bonita falda.
Él recurrió a su dignidad.
– Ya hablaremos de eso por la mañana.
Mientras regresaba a su habitación, recordó que había ido a Italia para alejarse de todo. En cambio, estaba metido en un endiablado enredo familiar y había añadido otra marca negra a su alma.
Antes del amanecer, la cosa empeoró. Abrió los ojos y vio un pie en su boca. Y no era suyo.
Tenía una pequeña uña del pie clavada en su labio superior. Intentó moverse, pero se dio cuenta de que tenía otro pie incrustado en el mentón. Entonces sintió la mancha de humedad junto a su cadera. ¿Podía irle peor en la vida?
El bebé se le arrimó un poco más. Aquello era demasiado incluso para Marta. Ren sopesó sus opciones. Despertar al niño supondría un problema, algo con lo que Ren no tenía ganas de lidiar a las -comprobó la hora- cuatro de la madrugada. Resignado, se desplazó hacia una zona seca y rezó por volver a dormirse.
Pocas horas después, sintió un golpe en el pecho.
– ¡Quiero mi papi!
La luz se filtró entre sus pestañas indicándole que ya había amanecido. ¿Dónde demonios estaba Marta?
– Vuelve a dormirte -farfulló.
– ¡Quiero mi mami, ahora!
Ren se dio por vencido, abrió los ojos y, finalmente, entendió por qué los padres estaban pasando por aquel trance. El bebé era tan mono como el demonio. Sus rizos oscuros salían disparados en todas direcciones, y sus mejillas estaban rosadas debido al sueño. Un rápido repaso del colchón no reveló nuevas manchas de humedad. Lo que significaba…
Ren salió de la cama de un salto, se puso unos pantalones cortos y agarró al niño. Connor soltó un chillido. Ren lo llevó al lavabo como si acarrease un saco de patatas.
– ¡Quiero Jer'my!
– Ya basta de tonterías, muchacho. -Le sacó el pañal con un gesto de desagrado, lo observó un momento, abrió la ventana y lo lanzó fuera.
– Es el momento de ir al váter. -Señaló la taza del lavabo-. Eso es el váter.
Connor se mordió el labio inferior y frunció el entrecejo; tenía el mismo aspecto que su madre durante gran parte de su matrimonio con Ren.
– Váter malo. -Connor hizo una mueca de desagrado-. ¡Quiero mi mami!
Ren subió la tapa del asiento.
– Haz lo que tienes que hacer y luego hablamos.
Connor le miró.
Ren le ofreció una de sus caras de desprecio más desagradables. Connor retrocedió hasta la bañera y se subió a ella.
Ren cruzó los brazos y se apoyó contra la puerta.
Connor abrió el grifo.
Ren se rascó el pecho.
Connor cogió el jabón.
Ren se inspeccionó las uñas.
– Será mejor que dejes de hacer tonterías, chico duro, porque dispongo de todo el día.
Connor le echó un vistazo al jabón, lo dejó, se sacó su cosita y se dispuso a hacer pipí en la bañera.
– ¡Pero bueno! -Ren lo levantó en volandas y le colocó frente a la taza del váter-. Aquí. Ahora.
Connor torció la cabeza para mirarle.
– Ya me has oído. ¿Eres un hombre o una niñita?
Connor necesitó un rato para pensarlo. Se llevó el dedo a la nariz y luego se investigó el ombligo. Después hizo pipí en el váter.
Ren sonrió.
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