– Así se hace, tío.

Connor también le sonrió, pero de pronto su expresión cambió.

– ¡Caquita!

– Joder, chaval… ¿Estás seguro?

– ¡Caquita!

– Que me aspen si… -Ren lo alzó en brazos, bajó el asiento del lavabo y lo depositó encima.

– ¡Caquita!

Cuando el niño acabó, Ren lo lavó con el grifo de la ducha y después regresaron al dormitorio, donde encontró un imperdible grande y sus calzoncillos más pequeños, que, según recordó, le gustaban a Isabel. Se los colocó al niño lo mejor que pudo y le miró fijamente.

– Estos calzoncillos son míos, y si los mojas me enfadaré. ¿Lo has entendido?

Connor se metió el pulgar en la boca, inclinó la cabeza para mirarse y lanzó una satisfecha carcajada.

Los calzoncillos siguieron secos.


Los siguientes días fueron rutinarios. Harry y Tracy aparecían a la hora del desayuno para atender a los niños. Ren e Isabel pasaban parte de la mañana en la casa de abajo, donde ayudaban a la gente del pueblo en la laboriosa tarea de rastrear el terreno con detectores de metales. Más tarde, Isabel se iba con su cuaderno y Ren se encontraba con Massimo en el viñedo.

Massimo había cuidado de los viñedos toda su vida, y no necesitaba supervisión, pero a Ren le gustaba pasearse entre las sombreadas hileras de parras y sentir la dura tierra de sus ancestros bajo sus pies. Por otra parte, le convenía alejarse de Isabel. Estar con ella le gustaba demasiado para su propio bien.

Massimo le pasó una uva para que la apretase.

– ¿Puedes juntar los dedos?

– No.

– Eso es que aún no tiene suficiente azúcar. Tal vez dos semanas más, y entonces estaremos preparados para la vendemmia.

A última hora de la tarde, cuando Ren regresaba a la villa, invariablemente encontraba a Jeremy esperándole. El niño nunca decía nada, pero Ren sabía que deseaba practicar sus movimientos de artes marciales. Jeremy era listo y tenía buena coordinación, por lo que a Ren no le importaba enseñarle.

Harry y Tracy solían estar a esa hora encerrados con Isabel para su consulta diaria, pero si la sesión acababa a tiempo, a Harry le gustaba unirse a ellos.

A Ren le encantaba ver a Jeremy enseñarle a su padre lo que había aprendido. A veces se sorprendía preguntándose cómo habría sido su vida si hubiese tenido un padre como Harry Briggs. A pesar de su éxito, no había logrado la aprobación de su padre. Ser actor, en particular uno con mucho éxito, era algo demasiado público, demasiado vulgar; y eso según el hombre que se había casado con la frívola cabeza de chorlito de su madre. Por suerte, había dejado de preocuparse por la opinión de su padre hacía mucho tiempo. No tenía nada de especial la aprobación de un hombre que él nunca había respetado.

Anna empezó a darle la tabarra con lo de organizar una fiesta después de la vendimia.

– Venía celebrándose desde que era niña. Todo el mundo que participaba en la vendemmia venía a la villa el primer domingo después de la recogida de la uva. Había mucha comida y mucha diversión. Pero tu tía Filomena decidió que era un engorro y acabó con la tradición. Ahora que vives aquí, podemos retomarla, ¿verdad?

– Sólo vivo aquí temporalmente. -Llevaba cerca de tres semanas en Italia. Tenía que ir a Roma la semana siguiente para encontrarse con Jenks durante unos días, y el rodaje daría comienzo un par de semanas después. No había comentado nada de eso con Isabel, ni el encuentro en Roma ni cuánto mas iba a quedarse en la villa, pero ella tampoco le había preguntado. Y por qué debería haberlo hecho? Ambos sabían que se trataba de una relación a corto plazo.

Tal vez la invitase a ir con él. Ver cosas conocidas a través de sus ojos le aportaría a Ren una nueva perspectiva. Sin embargo, no podía invitarla. Ni todos los disfraces del mundo podrían evitar que algún paparazzo les viese, y eso acabaría con lo poco que quedaba de su reputación de chica buena.

Por otra parte, estaba el hecho de que ella rechazaría ir con él cuando descubriese de qué iba realmente Asesinato en la noche.

Su malhumor volvió a salir a la superficie. Ella nunca entendería lo que ese papel significaba para él, tal como se había negado a entender que no era el acarrear con una imagen distorsionada de sí mismo lo que le llevaba a querer interpretar a los malos. Simplemente, no podía identificarse con los héroes, y eso no tenía nada que ver con haber vivido una infancia desquiciada. Bueno, no mucho, en cualquier caso. Y, habida cuenta de que ella había contratado a un contable estafador y que se había comprometido con un gilipollas, ¿tenía derecho a juzgarle?

Era un milagro que su aventura no se hubiese ido apagando, aunque resultaba difícil imaginar que algo se fuese simplemente apagando si Isabel estaba involucrada. No, cuando su aventura acabase, lo haría con una explosión. La idea resultaba tan deprimente que le llevó unos segundos percatarse de que Anna seguía hablándole.

– … Pero ahora es tu hogar, el hogar de tu familia, y volverás. Así pues, celebraremos la fiesta este año para retomar la tradición, ¿verdad?

No podía imaginarse regresando, no si Isabel no estaba allí, pero le dijo a Anna que lo organizase todo.


– Tú no eres de esas personas que piensan que las embarazadas no necesitan hacer el amor, ¿verdad? -Tracy miró a Isabel de forma acusadora-. Porque de ser así, échale un vistazo a este hombre y dime si cualquier mujer, embarazada o no, podría resistirse.

Harry parecía incómodo y satisfecho al mismo tiempo.

– Yo no sé mucho del tema… -dijo-. Pero de verdad, Isabel, no creo que sea necesario esperar más tiempo. Definitivamente, no es necesario. Hemos pasado mucho tiempo hablando, y las listas que nos pediste que hiciésemos han sido de mucha utilidad. No me había dado cuenta… No sabía que… -Una ancha sonrisa ocupó su rostro-. Nunca imaginé las muchas maneras en que ella me ama.

– Y yo no sabía que él admirase tantas cosas de mí. ¡De mí! -Tracy sintió un escalofrío de satisfacción-. Creía que lo sabía todo sobre él, pero sólo había rascado la superficie.

– Esperad un poco más -dijo Isabel.

– ¿Qué clase de consejera matrimonial eres tú? -le recriminó Tracy.

– De ninguna clase. Improviso sobre la marcha. Os lo dije desde el principio. Vosotros insististeis en esto, ¿lo recordáis?

Tracy suspiró.

– Vale, no queremos volver a meter la pata -admitió.

– Entonces hablemos de las listas de hoy. ¿Habéis anotado los veinte atributos del otro que os gustaría tener?

– Veintiuno -dijo Tracy-. He incluido su pene.

Harry rió y se besaron, y la punzada de envidia que sintió Isabel incluso le dolió. El matrimonio tenía sus recompensas para aquellos que conseguían sobreponerse al caos.


– ¡Rápido! Se han ido.

A Isabel se le cayó el bolígrafo cuando Ren entró en el salón trasero de la villa, donde ella se había sentado en un hermoso escritorio del siglo XVIII para escribirle una carta a un amigo de Nueva York. Dado que la familia Briggs había ido a comer a Casalleone, no tuvo que preguntarle a Ren a quiénes se refería.

Se inclinó para recoger el bolígrafo, pero él la hizo levantar de la silla antes de que pudiese cogerlo. Últimamente había estado de un humor cambiante, en un momento parecía querer cortarle la cabeza, y al siguiente ponía cara de pillín, como ahora. Cuanto más tiempo pasaba con él, con mayor claridad apreciaba la batalla que tenía lugar en su interior entre la persona que creía ser y la que ya no se sentía cómoda bajo la piel de chico malo.

Ren señaló la puerta.

– Vamos. Supongo que tenemos un par de horas antes de que vuelvan.

– ¿Algún lugar en concreto?

– La casa.

Corrieron ladera abajo, cruzaron la puerta y subieron al piso de arriba. Cuando estuvieron en la habitación, ella señaló la cama pequeña y dijo:

– Sábanas limpias.

– Van a dejar de estarlo bien pronto.

Ella se quitó la ropa mientras él cerraba la puerta con llave, atrancaba las contraventanas y encendía una lámpara. Los escasos vatios de la bombilla inundaron de sombras la habitación.

Él vació sus bolsillos en la mesita de noche y se desnudó. Ella ya estaba tumbada en la estrecha cama y le hizo sitio. Ren acercó la boca a su cuello y le quitó el brazalete.

– Quiero que estés completamente desnuda para mí. -Los pezones de Isabel se erizaron ante el tono rasposo y posesivo de aquella voz. Cerró los ojos al tiempo que él posaba los labios en la palma de su mano. Habló sobre su piel-. Desnuda a excepción de esto…

Alargó la mano hacia la mesilla de noche. Segundos después, un aro de metal se cerraba alrededor de su muñeca. Ella abrió los ojos de golpe.

– ¿Qué estás haciendo?

– Te detengo. -Agarró ambas muñecas, la que estaba libre y la esposada, y las alzó por encima de su cabeza.

– Bien, ¡para ahora mismo!

– Me temo que no. -Pasó las esposas por detrás de una barra del cabezal y cerró el otro extremo en la otra muñeca.

– ¡Me has esposado a la cama!

– Soy tan canalla que a veces me sorprendo a mí mismo.

Isabel intentó decidir cuán enfadada estaba, pero no podía evitar que le hiciese gracia.

– Son esposas auténticas -dijo.

– Me las han traído por FedEx. -Deslizó los labios por el antebrazo de Isabel hasta llegar a la axila. Cuando tiraba de las esposas, unas deliciosas oleadas recorrían su piel.

– ¿No crees que hay ciertas reglas para el bondage? -dijo con un gemido cuando él atrapó uno de sus pezones con la boca y chupó-. ¡Hay un… protocolo!

– Nunca le he prestado demasiada atención al protocolo.

Siguió abusando de su pobre e indefenso pezón, pero ella no pensaba sucumbir a aquel delicioso temblor hasta darle su opinión.

– Se supone que no tienes que utilizar esposas de verdad, sino algo que pueda desatarse con facilidad. -Contuvo un gemido-. Al menos, tienen que estar acolchadas. Y tu pareja tiene que estar de acuerdo con que la aten… ¿Te lo había comentado?

– Creo que no. -Se acuclilló, le separó las piernas y la miró.

Ella se lamió los labios.

– Bueno, pues lo hago ahora.

Ren jugueteó con su vello púbico.

– Tomo nota.

Ella se mordió el labio con suavidad al tiempo que él la abría.

– Yo… ah… hice un trabajo de investigación cuando estudiaba el máster.

– Ya veo. -El erótico tono de su voz vibró en las terminaciones nerviosas de Isabel. El movimiento de su lengua era como una pluma cálida y húmeda.

– También es necesario… establecer una palabra… ahhh… por si las cosas traspasan el límite.

– Eso está bien. Incluso tengo un par de ideas al respecto. -Dejó de acariciarla de repente, ascendió por su cuerpo y le susurró al oído aquellas palabras.

– Se supone que no han de ser palabras eróticas. -Deslizó la rodilla por el interior del muslo de Ren.

– ¿Y qué gracia tiene eso? -Sopesó sus pechos, sobándolos con suavidad.

Isabel se agarró a las barras del cabezal.

– Se supone que han de ser palabras como «espárrago» o «carburador». O sea, Ren… -Se le escapó un irreprimible gemido-. Si digo… «espárrago», querrá decir que tú… ahh… has ido muy lejos y tienes que parar.

– Si dices «espárrago» querré parar porque no puedo pensar en algo menos excitante. -Se apartó de sus pechos-. ¿No podrías decir algo como «semental» o «tigre»? O… -Una vez más, le susurró al oído.

– Eso es erótico. -Movió el muslo ligeramente para rozarle el miembro. Estaba tan excitado que ella sintió un escalofrío. Él le acarició la axila e hizo otra sugerencia. Ella tiró de las esposas-. Eso es muy erótico.

– ¿Y esto? -Su susurro se hizo un ronroneo.

– Eso es obsceno.

– Perfecto. Utilicémoslo.

– Yo voy a usar «espárrago» -se obstinó ella, y arqueó las caderas.

Sin mediar palabra, él se echó hacia atrás sobre los talones y sus cuerpos dejaron de tocarse. Esperó.

A pesar del brillo diabólico de su mirada, a Isabel le llevó unos segundos entender su acción. ¿Cuándo iba a aprender a mantener la boca cerrada? Intentó mostrar algo de dignidad, pero no resultaba sencillo dada su vulnerable posición.

– Vale por esta vez -cedió.

– ¿Estás segura?

¿Acaso no era él don Engreído?

– Estoy segura.

– ¿De verdad? Porque estás desnuda, esposada a la cama y no hay posibilidad de rescate, sin contar que estás a punto de ser violada.

– Uh-uh. -Flexionó una pierna hacia arriba.

Él recorrió los suaves rizos con el pulgar, disfrutando de la vista. Ella sentía su deseo, tan fuerte como el suyo, y apreció su tono oscuro y rasposo cuando Ren habló.

– No sólo me gano la vida violando mujeres, ya sabes. Soy una amenaza para todo aquel que represente la verdad, la justicia y el estilo de vida americano. Y no es que quiera insistir en ello, pero estás indefensa.