La fiesta se celebraría dentro de una semana.
– Estoy segura de que a Anna le gustará saberlo.
– Lo de ahí dentro… -Señaló con el mentón hacia la casa-. No te merecías algo así. Es sólo que… Tenías que entenderlo, eso es todo. Lo siento.
Y ella también. Más de lo que él podía imaginar.
22
Los ojos de Tracy se llenaron de lágrimas.
– ¿Te he dado las gracias por devolverme a Harry?
– Muchas veces.
– De no haber sido por ti…
– Lo habríais solucionado igualmente. Lo único que hice yo fue acelerar el proceso.
Ella se enjugó los ojos.
– No estoy segura. Hasta que tú apareciste, no habíamos tenido suerte. ¡Connor, aparta la pelota de las flores!
Connor alzó la vista del balón de fútbol que estaba haciendo rodar por el pequeño jardín de la casa de los Briggs en Casalleone y les sonrió. Uno de los lados del jardín formaba una pendiente hacia una hilera de casas en la calle de abajo, el otro daba a una sección de la muralla romana que había rodeado el pueblo.
– Ren se fue a Roma esta mañana -dijo Isabel, sintiendo un profundo dolor en el hueco que se había formado en su interior-. Quiere apartarme de su lado.
Tracy dejó la andrajosa chaqueta vaquera de color rosa que estaba zurciendo.
– Cuéntame qué ha pasado.
Isabel le contó lo de la fiesta de la noche anterior. Cuando acabó, dijo:
– No lo he visto desde entonces. Anna me dijo que Larry y él se marcharon en coche a eso del mediodía.
– ¿Y qué pasó con los parásitos de Los Ángeles?
– Camino de Venecia. Pamela es simpática.
– Si tú lo dices. -Tracy se acarició la barriga-. Él prefiere tomar el camino fácil, por eso se casó conmigo. El único lugar donde tolera los problemas emocionales es en la pantalla.
– Tal vez eso le resulta más fácil que relacionarse conmigo. -Isabel intentó sonreír, pero apenas consiguió esbozar una mueca.
– Eso no es cierto.
– Sólo lo dices por ser amable. Cree que le juzgo, lo cual es cierto, pero sólo con respecto a su trabajo. He intentado no hacerlo, porque sé que no es justo, especialmente porque yo tengo muchos fallos personales que corregir. La única razón por la que discuto con él es porque me importa. La mayoría del tiempo ocupa un lugar tan elevado en mi escala de valores personal que me sorprende.
– ¿Estás segura que el deseo no ha nublado tu capacidad de juicio?
– Le conoces desde hace tanto tiempo que no ves el estupendo hombre que ha crecido en su interior.
– Mierda. -Tracy se reclinó en la silla-. Realmente, estás enamorada de él.
– No creía que fuese un secreto. -Al menos no lo era para Ren después de abrirle su corazón la pasada noche.
– Sabía que te sentías atraída por él. ¿Qué mujer con sangre en las venas no se sentiría atraída? Y cada vez que te mira parece que tenga rayos X en los ojos. Pero tú conoces a las personas. Creí que entenderías que cualquier relación con Ren no pasará del nivel animal. La única cosa que se toma en serio es su trabajo.
Isabel sintió una patética necesidad de defenderlo.
– Se toma en serio muchas cosas.
– Dime una.
– La comida.
– ¡Vaya por Dios! -exclamó Tracy.
– Me refiero a todo lo relacionado con la comida. Le gusta cocinar, crear platos y servirlos. La comida significa para él comunidad, y tú sabes mejor que nadie lo poco que disfrutó de eso durante su infancia. Adora Italia. Adora a vuestros hijos, lo admita o no. Le interesa la historia, y tiene amplios conocimientos de música y arte. A mí me toma en serio. -Respiró hondo, y su voz perdió la apariencia de seguridad-. No tan en serio como yo lo tomo a él. Se le ha metido en la cabeza la tontería de que él es muy malo y yo soy una santa.
– Ren vive en un universo paralelo, y quizás eso lo convierte en malo. Las mujeres se le echan encima. Los ejecutivos de los estudios cinematográficos casi le suplican que acepte su dinero. La gente no deja de adularle y consentirlo. Eso le da una visión distorsionada del lugar que ocupa en el mundo.
Isabel empezó a decirle que la visión que Ren tenía del lugar que ocupaba en el mundo era bastante lúcida, aunque algo cínica, pero Tracy no la dejó acabar.
– No le gusta hacer daño a las mujeres, pero, de algún modo, es lo que acaba haciendo. Por favor, Isabel, no te impliques demasiado.
Buen consejo, pero llegaba un poco tarde.
Isabel intentó mantenerse ocupada, entre otras cosas fregando una y otra vez el mismo plato. Cuando se dio cuenta de que no dejaba de dar vueltas por la casa esperando una llamada telefónica, se enfadó tanto consigo misma que cogió su agenda y empezó a planificar cada minuto de su futuro. Luego visitó a Tracy, jugó con los niños y pasó unas horas en la villa ayudando a preparar la fiesta. Su estima hacia Anna creció a medida que aquella mujer mayor le contaba historias acerca del pasado de la villa y la gente de Casalleone.
Pasaron tres días sin noticias de Ren. Isabel se sintió perdida, dolida y cada vez más abatida por el curso que su vida estaba tomando. No sólo había fallado en lo tocante a encontrar una nueva dirección, sino que había logrado hacer prácticamente inviable la anterior.
Vittorio y Giulia la llevaron a Siena, pero, a pesar de la belleza de la ciudad, el viaje no tuvo éxito. Cuando pasaban frente a algún niño pequeño, la tristeza de Giulia se hacía casi palpable. A pesar de haberlo intentado con denuedo, no haber encontrado la estatua la había hundido. Vittorio hacía todo lo posible por levantarle el ánimo, pero la tensión empezaba a pasarle factura.
Al día siguiente, Isabel se ofreció voluntaria para cuidar a Connor en la casa mientras Tracy acudía a su cita con el doctor y Marta iba a la villa para ayudar a Anna con la comida. Mientras caminaban por el olivar, se concentró en el feliz parloteo del niño y consiguió olvidarse del dolor que le provocaba el vacío creado en su interior. Después jugaron con los gatos y cuando empezó a hacer frío lo llevó dentro y lo puso a dibujar en la mesa de la cocina con los lápices de colores que le había comprado.
– ¡He dibujado un perro! -Connor alzó su dibujo para que ella lo admirase.
– Un perro perfecto.
– ¡Más papel!
Ella sonrió y sacó uno de sus cuadernos sin estrenar de la pila de papeles que tenía sobre la mesa. Connor, no tardó en comprobarlo, no creía en lo de conservar los recursos naturales. Era un niño encantador. Isabel nunca había pensado en tener hijos, había relegado aquel tema a un futuro indefinido. Había tratado con tanta ligereza las cosas importantes de la vida… Parpadeó para contener las lágrimas.
Tracy llegó justo cuando Connor empezaba a mostrarse inquieto. Lo cogió en brazos y le besó. Se sentó en la mesa con él en su regazo mientras Isabel preparaba té.
– Definitivamente, el doctor Andrea es un monumento. Todavía no estoy segura de si es recomendable que te haga una exploración un médico tan guapo. ¿Tú qué crees?
– Es un ligón.
– Cierto. ¿Ha llamado Ren?
Isabel miró la fría chimenea y negó con la cabeza.
– Lo siento.
Un rescoldo de rabia surgió entre su dolor.
– Soy demasiado para él. Soy demasiado en todo. Demasiado fuerte. Ojalá no regresase nunca.
Tracy frunció el entrecejo.
– Yo no creo que seas demasiado. Él se ha comportado como un estúpido.
– ¡Caballo! -gritó Connor desde la puerta, alzando otro dibujo.
Mientras Tracy se volvía para admirar el dibujo, Isabel intentó tomar aire, pues el rescoldo de rabia había encendido una llama que estaba consumiendo todo el oxígeno.
Tracy recogió las cosas de Connor y antes de marcharse abrazó a Isabel.
– Él se lo pierde -le dijo-. No podrá encontrar una mujer mejor que tú, incluida yo. No permitas que te vea llorar.
De nuevo, tarde, pensó Isabel.
Cuando Tracy se fue, Isabel se puso una chaqueta y salió fuera para intentar calmarse. La rabia era más llevadera que el dolor. La habían dejado dos veces con sólo dos meses de diferencia, y le enfermaba pensarlo. Sin duda, que Michael la apartase de su lado había sido una bendición, pero Ren era otra clase de cobarde. Dios les había puesto ante las narices un hermoso regalo, pero sólo uno de ellos había tenido arrestos para aceptarlo. ¿Y qué si ella era demasiado en todo? Que así fuese. Cuando lo viese, se lo dejaría bien en claro.
Alto ahí. No iba a decirle nada. Ya le había dado una oportunidad. No volvería a hacerlo, y no por orgullo. Si él no podía llegar a esas conclusiones por cuenta propia, ella no lo quería a su lado.
El viento soplaba del norte, frío y desagradable, cuando Isabel regresó a la casa. Encendió la chimenea. Cuando el fuego prendió, fue a la cocina para preparar té, aunque no le apetecía. Mientras esperaba a que el agua hirviese, se entretuvo arreglando los papeles que Connor había dejado desparramados encima de la mesa. Al niño no le gustaba dibujar más de una figura en cada hoja, según comprobó. Cuando acabó con eso, empezó con las cartas de los admiradores que aún no había leído.
Se llevó el té y las cartas al salón. Siempre había sido diligente a la hora de responder la correspondencia, pero tuvo ganas de tirar aquel fajo a la chimenea. ¿Qué sentido tenía responder?
Recordó el enfado de Ren cuando ella le dijo que eran pocas cartas. Salvar almas se basa en la cantidad, no en la calidad, ¿no es eso? Observó las escasas cartas como otro símbolo de la enormidad de su caída, pero también apreció algo más.
Se reclinó en el sofá y cerró los ojos. Las cartas eran cálidas al tacto, como si estuviesen vivas. Abrió la primera y leyó. Cuando acabó, leyó la segunda y después la tercera, hasta que las leyó todas. El té se enfrió. El fuego crepitaba. Se acurrucó en el sofá y, lentamente, empezó a rezar. Sostuvo las cartas en sus manos y rezó por quienes las habían escrito.
Después rezó por sí misma.
La noche cayó sobre la casa. El fuego de la chimenea había menguado bastante. Rezó la oración de la pérdida.
Déjame encontrar el camino.
Pero cuando abrió los ojos, todo lo que pudo ver fueron sus colosales errores.
Había creado las Cuatro Piedras Angulares como un sistema para combatir sus propias inseguridades. En algún lugar de su interior, la niña asustada que había crecido al amparo de unos padres inestables seguía exigiendo estabilidad, hasta el punto de que había construido un conjunto de reglas para sentirse segura.
«Haz esto y lo otro, y todo irá bien. Tu dirección no cambiará cada mes. Tus padres no estarán tan borrachos que se olviden de darte de comer. Nadie gritará palabras malsonantes o se marchará en mitad de la noche, dejándote sola. No te sentirás mal. No te harás mayor. Nunca morirás.»
Las Cuatro Piedras Angulares le habían aportado una ilusión de seguridad. Cualquier cosa que sucediese fuera de sus límites, ella simplemente lo arrastraba a otro edificio para intentar apuntalarlo. Finalmente, la estructura había crecido tan rígida que cayó sobre su cabeza. Había vivido una vida de desesperación, y todo por intentar controlar lo incontrolable.
Se levantó del sofá y contempló la oscuridad al otro lado de la ventana. Las Cuatro Piedras Angulares combinaban la psicología, el sentido común y la sabiduría espiritual de los maestros. Había escuchado demasiados testimonios para ignorar lo útiles que eran. Pero ella quería creer que eran más que eso. Quería creer que eran una especie de patas de conejo que ofrecían protección de los peligros que entraña la vida. Si sigues estas reglas siempre estarás a salvo.
Pero la vida se negaba a seguir regla alguna. Todos los objetivos, estrategias y reglas del mundo no podrían meter la vida al completo en una caja. Ni siquiera Mil Piedras Angulares, por muy bien concebidas que estuviesen.
Fue entonces cuando lo oyó. Un hilo de voz que surgía de su interior. Cerró los ojos y aguzó el oído, pero no discernía las palabras. Frustrada, se quedó inmóvil con los ojos cerrados y la mejilla apoyada en el marco de la ventana, pero no funcionó. La voz se había desvanecido.
Aunque el ambiente en la habitación era cálido, los dientes empezaron a castañetearle. Se sintió perdida, sola y muy enfadada. Todo lo había hecho bien. Bueno, casi todo, teniendo en cuenta que se había enamorado de un cobarde sin agallas. Lo había hecho todo demasiado bien. Había estado tan ocupada poniendo orden en su vida que no había tenido tiempo para vivir. No hasta que llegó a Italia. Y en menudo lío se había convertido todo desde entonces.
Una vez más, la voz susurró en su interior, pero tampoco en esta ocasión discernió las palabras, sólo el latido de su corazón.
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