– No sabes lo poco que me gusta darte esto…

Ella se lo puso por la cabeza mientras él se enfundaba el pantalón de un pijama de seda gris. Después se acercó a la puerta, dejó escapar un largo y sufrido suspiro, y descorrió el cerrojo.

– ¿Has leído el guión? -le preguntó mientras volvía meterse en la cama.

– Sí -contestó ella.

– Ya sabes que voy a hacerlo, ¿verdad?

– Lo sé.

– Caray, Isabel…

– No puedes rechazarlo.

– ¿Pero interpretar Jesús?

– Admito que será un cambio. Era célibe y proclamaba la no violencia. Pero los dos amáis a los niños.

– Especialmente a los nuestros.

Ella sonrió.

– Los gemelos son unos diablos. Tenías toda la razón.

– Son diablos pero hacen sus necesidades en el orinal. He cumplido mi parte del trato.

– Eres muy bueno en eso…

La acalló con un beso, su manera favorita de solucionar los conflictos. Se abrazaron. Mientras el viento aullaba en la chimenea y las contraventanas temblaban, se dijeron entre susurros una vez más lo mucho que se amaban.

Estaban empezando a dormirse cuando la puerta se abrió de golpe y dos pares de pequeños pies cruzaron la alfombra, escapando de los monstruos que vivían en la oscuridad. Ren estiró los brazos y metió a los invasores en el cálido lecho. Su madre los atrajo hacia sí. Durante las horas siguientes, la paz reinó en la Villa de los Ángeles.

Susan Elizabeth Phillips


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