– Nos vemos a las siete -prometió Blake.

Maxine colgó y fue a hablar con los chicos.

Tenían una hora para descansar y coger lo que quisieran llevarse para estar con su padre. Sam no parecía muy contento, pero Maxine le aseguró que todo iría bien.

– Puedes dormir con Daffy si quieres -le recordó, y eso pareció tranquilizarlo.

Maxine lo comentó con Daphne unos minutos después y le encargó que cuidara de Sam y que le dejara dormir con ella. A Daphne no le importaba.

Una hora después los cuatro estaban en un taxi, camino del piso de Blake. Solo entrar en el ascensor ya se sintieron en una nave espacial. Se necesitaba un código especial para subir al ático. Ocupaba dos plantas enteras y, desde el momento en que se abría la puerta, todo era Blake y el mundo mágico en el que vivía. La música en el extraordinario sistema de sonido era ensordecedora; las obras de arte y la iluminación eran asombrosas; la vista era más que espectacular, con paredes exteriores de cristal, ventanas panorámicas y tragaluces enormes. Las paredes interiores estaban revestidas de espejo para reflejar la vista, los techos tenían nueve metros de altura. Había comprado dos plantas y las había convertido en un solo piso con una escalera circular en medio, y tenía todos los juegos, aparatos, estéreos, televisores y dispositivos posibles. Había una película en marcha en una pantalla que ocupaba toda una pared, y le dio a Jack unos auriculares para que la mirara. Los besó y abrazó a todos, le regaló a Daphne un móvil nuevo en esmalte rosa con sus iniciales grabadas, y le enseñó a Sam cómo funcionaba la nueva silla de videojuegos y el ping-pong que había hecho instalar durante su ausencia. Cuando todos estuvieron ocupados con sus juguetes y aclimatándose a sus habitaciones, Blake tuvo finalmente un momento de tranquilidad para sonreír a su ex esposa y rodearla cariñosamente con el brazo.

– Hola, Max -dijo tranquilamente-. ¿Cómo estás? Perdona el jaleo.

Estaba irresistible como siempre. Se le veía muy bronceado, lo que hacía que destacaran más todavía sus ojos azul eléctrico. Llevaba vaqueros, un jersey negro de cuello vuelto y unas botas de piel de cocodrilo que le habían hecho a medida en Milán. No se podía negar, se dijo Maxine, que resultaba increíblemente guapo. En él todo parecía atractivo durante unos diez minutos. Entonces te dabas cuenta de que no podías contar con él, que nunca aparecía, y que por muy encantador que fuera, nunca crecería. Era el Peter Pan más guapo, listo y adorable del mundo. Era fantástico si querías ser Wendy; de lo contrario, no era el hombre adecuado. A veces tenía que recordárselo a sí misma. Estar bajo el efecto de su aura era una experiencia embriagadora. Pero ella sabía mejor que nadie que Blake no se comportaba como un adulto responsable. A veces tenía la sensación de que era su cuarto hijo.

– Les encanta el jaleo -le tranquilizó ella.

Estar con él era estar en un circo de tres pistas. ¿A quién no le gustaba eso a la edad de los niños? Aunque para ella era más difícil de soportar.

– Estás fantástico, Blake. ¿Cómo fue en Marruecos, en París, o donde sea que estuvieras?

– La casa de Marrakech quedará impresionante. He estado allí toda la semana. Ayer estuve en París.

Maxine rió ante el contraste de sus vidas. Ella había estado en Silver Pines, visitando a Jason, en Long Island. Estaba muy lejos del glamour de la vida de su ex esposo, pero no se habría cambiado por él por nada del mundo. Ella ya no podría vivir así.

– Tú también estás estupenda, Max. ¿Tan ocupada como siempre? ¿Visitando a un millón de pacientes? No sé cómo te las arreglas.

Sobre todo teniendo en cuenta los casos dolorosos que trataba. Admiraba el trabajo que hacía ella, y que fuera tan buena madre. También había sido una gran esposa. Siempre lo decía.

– Me gusta -dijo Maxine, sonriendo-. Alguien tiene que hacer este trabajo, y me alegro de ser yo. Me gusta ocuparme de los niños.

El asintió, sabiendo que era cierto.

– ¿Cómo ha ido Acción de Gracias con tus padres?

El siempre se agobiaba en aquellas celebraciones, pero al mismo tiempo, por contradictorio que fuera, le encantaban. Ellos eran como deberían ser las familias, y no había muchas que fueran así. Hacía cinco años que no celebraba una de esas fiestas.

– Muy bien. Adoran a los niños y son un encanto. Están los dos en muy buena forma para la edad que tienen. A los setenta y nueve años, mi padre sigue operando, aunque no tanto, y da clases y visita pacientes todo el día.

– Tú también lo harás -dijo Blake, sirviendo champán en dos copas y dándole una.

Siempre bebía Cristal. Maxine cogió su copa y tomó un sorbo, admirando el panorama. Era como volar por encima de la ciudad. Todo lo que él poseía o tocaba adquiría esa mágica cualidad. Era aquello que las personas soñaban ser si algún día tenían un golpe de fortuna, pero pocas tenían el estilo de Blake y la capacidad de conseguirlo.

Le sorprendió que esta vez no le acompañara una mujer, pero pocos minutos después él le explicó el motivo con una sonrisa avergonzada.

– Acaban de dejarme -dijo.

Era una supermodelo de veinticuatro años, que se había largado con una importante estrella de rock, porque según Blake tenía un avión más grande. Maxine no pudo evitar reírse por la forma como lo decía. No parecía apenado, y ella sabía que no lo estaba. Las chicas con las que salía únicamente eran compañeras de juegos para él. No tenía ningún deseo de sentar la cabeza y no quería más hijos, así que al final las chicas tenían que buscar a otro para casarse. El matrimonio nunca era una posibilidad con él, pues no había nada más lejos de su pensamiento. Mientras charlaban en el salón, entró Sam y se sentó en las rodillas de su madre. Se quedó mirando a Blake con interés, como si fuera un amigo de la familia y no su padre, y le preguntó por la novia que tenía el verano anterior. Blake lo miró y se echó a reír.

– Te has perdido a dos desde entonces, chaval. Se lo estaba contando a tu madre. La semana pasada me dejaron. O sea que esta vez estoy solo.

Sam asintió y miró a su madre.

– Mamá tampoco tiene novio. No sale nunca. Nos tiene a nosotros.

– Debería salir -dijo Blake sonriendo-. Es una mujer muy guapa, y uno de estos días vosotros os haréis mayores.

Era exactamente lo que había dicho el padre de Maxine después del almuerzo. A Maxine le quedaban doce años antes de que Sam fuera a la universidad. No tenía ninguna prisa, por muy preocupados que pareciesen los demás. Blake preguntó a Sam por el colegio, ya que no sabía muy bien qué decirle, y el niño le contó a su padre que había sido un pavo en la función de la escuela. Max había enviado fotos a Blake por correo electrónico, como siempre hacía con los acontecimientos importantes. Le había mandado montones de Jack jugando sus partidos de fútbol.

Los niños entraban y salían, hablando alegremente con sus padres y acostumbrándose a Blake otra vez. Daphne lo miraba con adoración y, cuando esta salió de la habitación, Maxine contó a Blake el incidente de la cerveza, para que estuviera enterado y no permitiera que se repitiese mientras Daphne estuviera con él.

– Vamos, Max -le reprochó Blake cariñosamente-, no seas tan severa. Solo es una niña. ¿No crees que castigarla durante un mes es un poco exagerado? No va a volverse alcohólica por dos cervezas.

Era el tipo de reacción que esperaba de él, y no precisamente la que más le gustaba a Maxine. Pero no le sorprendía. Era una de las muchas diferencias que había entre ellos. A Blake no le agradaban las normas, para nadie, y menos que nadie para sí mismo.

– No, es verdad -dijo Maxine tranquilamente-. Pero si dejo que beba cerveza en las fiestas ahora, a los trece, ¿qué pasará cuando tenga dieciséis o diecisiete años? ¿Fiestas con crack mientras yo estoy visitando pacientes? ¿O heroína? Tiene que haber unos límites, y debe respetarlos; de lo contrario, dentro de unos años tendremos problemas. Prefiero tirar del freno ahora.

– Lo sé -admitió él suspirando y mirándola tímidamente con sus ojos más brillantes que nunca. Parecía un niño que su madre o su maestra acabara de regañar. Era un papel que a Maxine no le apetecía nada, pero que había representado con él durante muchos años. Ahora ya estaba acostumbrada-. Probablemente tengas razón. Es solo que a mí no me parece que sea para tanto. Hice cosas peores a su edad. A los doce robaba el whisky de mi padre del bar y lo vendía en la escuela con grandes beneficios.

Se rió y Maxine también.

– Eso es diferente. Son negocios. A esa edad ya eras un emprendedor, pero no un borracho. Estoy segura de que no te lo bebías.

Blake no solía beber en exceso, y nunca había tomado drogas. Era alocado en todos los demás sentidos y alérgico a todo tipo de límites.

– Tienes razón. -Blake volvió a reírse al recordarlo-. No bebí hasta los catorce. Prefería mantenerme sobrio y emborrachar a las chicas con las que salía. Me parecía un plan mucho mejor.

Max sacudió la cabeza, riendo con él.

– ¿Por qué será que me parece que eso no ha cambiado?

– Ya no me hace falta emborracharlas -confesó él con una sonrisa descarada.

Mantenían una relación extraña, más como grandes amigos que como dos personas que habían estado casadas diez años y tenían tres hijos. El era como un amigo tarambana al que veía dos o tres veces al año, mientras ella era la amiga responsable, que criaba a los hijos e iba a trabajar cada día. Eran la noche y el día.

La cena llegó puntualmente a las nueve, y para entonces todos estaban hambrientos. Blake la había encargado en el mejor restaurante japonés de la ciudad. La prepararon delante de ellos, con todo tipo de florituras y detalles exóticos, y un chef que le prendía fuego a todo, cortaba las gambas, las lanzaba al aire y las recogía en el bolsillo. A los niños les encantó. Todo lo que Blake hacía u organizaba era espectacular y diferente. Incluso Sam parecía tranquilo y feliz cuando Maxine se marchó. Ya era medianoche y los niños estaban viendo una película en la sala de proyección. Maxine sabía que estarían levantados hasta las dos o las tres. No les haría ningún daño, no quería escatimarles ni un solo minuto de los que pasaban con él. Ya dormirían en casa, cuando estuvieran con ella.

– ¿Cuándo te vas? -preguntó mientras se ponía el abrigo, temiendo que dijera «mañana», ya que los niños se pondrían tristes.

Querían pasar al menos unos días con él, sobre todo porque no sabían cuándo volverían a verle, aunque Navidad estaba cerca y él solía encontrar tiempo para estar con ellos en vacaciones.

– No antes del domingo -dijo él y enseguida vio el alivio en la cara de ella.

– Muy bien -asintió Maxine cariñosamente-. No les gusta nada cuando te marchas.

– A mí tampoco -dijo él con tristeza-. Si te parece bien, me gustaría llevarlos a Aspen después de Navidad. Todavía no he hecho planes, pero Año Nuevo es una buena época para ir.

– Les hará mucha ilusión.

Le sonrió. Siempre los echaba de menos cuando se iban con él, pero quería que estuvieran con su padre y no era fácil organizarse. Tenía que aprovechar la ocasión cuando él estaba dispuesto a hacer planes con los niños.

– ¿Quieres cenar con nosotros mañana por la noche? -le ofreció mientras Maxine entraba en el ascensor.

A él le gustaba estar con ella, como siempre. Habría seguido casado con ella para siempre. Fue Maxine la que quiso separarse, y no la culpaba. Desde entonces se lo había pasado muy bien, pero seguía gustándole que su ex mujer estuviera en su vida, y se alegraba de que no lo hubiera apartado por completo. Se preguntaba si aquello cambiaría cuando encontrara a un hombre con el que salir en serio, porque no dudaba de que algún día lo encontraría. Le sorprendía que tardara tanto.

– Tal vez -dijo Maxine, con despreocupación-. Veamos cómo va con los chicos. No quiero entrometerme.

Necesitaban pasar tiempo a solas con su padre, y ella no quería interferir.

– Nos encanta que vengas -la tranquilizó.

La abrazó y le dio un beso de despedida.

– Gracias por la cena -dijo Maxine desde el ascensor, y se despidió con la mano mientras las puertas se cerraban.

El ascensor bajó a toda velocidad las cincuenta plantas. A Maxine le zumbaban los oídos mientras pensaba en él. Era extraño. No había cambiado nada. Seguía queriéndole. Siempre le había querido. Nunca había dejado de hacerlo. Pero ya no deseaba estar con él. No le importaba que saliera con chicas de poco más de veinte años. Era difícil definir su relación. Pero fuera lo que fuese, y por rara que pareciera, a ellos les funcionaba.

Al verla salir del edificio, el portero le paró un taxi. Camino de su casa, Maxine pensó que había pasado un día maravilloso. Le pareció raro entrar en su piso y encontrarlo tan silencioso y oscuro. Encendió las luces, fue a su dormitorio y pensó en Blake y los niños en su apartamento absurdamente lujoso. El piso en el que vivía ella le pareció más bonito que nunca. No había ninguna parte de la vida de Blake que todavía deseara. No necesitaba para nada tanto exceso y autocomplacencia. Se alegraba por él, pero ella ya tenía lo que quería.