El no pudo evitar reír ante esa imagen. En ese momento pasó Mick Jagger y saludó a la chica, al igual que otros invitados. Todos parecían conocerla excepto Blake, que no entendía por qué no la había visto nunca antes. Pasaba mucho tiempo en Londres.
Le habló con entusiasmo de la casa de Marrakech y ella convino que parecía un proyecto fabuloso. La chica le explicó que había estado a punto de estudiar arquitectura, pero decidió no hacerlo porque no se le daban bien las matemáticas. Dijo que sacaba muy malas notas en el colegio.
Entonces aparecieron amigos de Blake que querían saludarlo, y también amigos de ella, y cuando se dio la vuelta buscándola, la chica había desaparecido. Blake se sintió frustrado y decepcionado. Le había gustado hablar con ella. Era excéntrica, inteligente, poco convencional, diferente y lo bastante guapa para seducirlo. Más tarde preguntó por ella a Mick Jagger, que se rió de Blake.
– ¿No la conoces? -se sorprendió-. Es Arabella. Es vizcondesa. Se dice que su padre es el hombre más rico de la Cámara de los Lores.
– ¿A qué se dedica?
Daba por sentado que no trabajaba, pero por otro lado algo que había dicho ella le había hecho pensar que tenía un empleo o una profesión.
– Es pintora. Pinta retratos. Es muy buena. La gente le paga una fortuna por un retrato. También les pinta sus caballos y perros. Está como una cabra, pero es muy simpática. Es el prototipo de inglesa excéntrica. Creo que estuvo comprometida con un francés muy guapo, un marqués o algo así. No sé qué ocurrió, pero no se casó con él. En lugar de eso se fue a la India, tuvo una aventura con un hindú muy importante y volvió con un montón de joyas maravillosas. Me parece increíble que no la conozcas. Tal vez estuviera en la India cuando tú estabas aquí. Es muy divertida -confirmó.
– Sí que lo es -coincidió Blake, bastante impresionado con lo que le había contado Jagger. Ahora la entendía mejor-. ¿Sabes dónde puedo encontrarla? No he conseguido pedirle el teléfono.
– Claro. Dile a tu secretaria que llame a la mía mañana. Tengo su teléfono. Como todo el mundo. Media Inglaterra se ha hecho retratar por ella. Siempre puedes utilizarlo como excusa.
Blake no creía necesitar ninguna, pero sin duda era una posibilidad. Se fue de la fiesta, fastidiado porque ella se hubiera marchado antes que él. Al día siguiente su secretaria le consiguió el teléfono. No fue difícil en absoluto.
Blake se quedó mirando el papel un minuto y después llamó. Contestó una mujer y él reconoció la voz de la noche anterior.
– ¿Arabella? -dijo, intentando aparentar seguridad, pero sintiéndose raro por primera vez en mucho tiempo.
Parecía más un torbellino que una mujer, y era mucho más refinada que las chicas con las que salía normalmente.
– Sí, yo misma -dijo ella, con su acento británico aspirado.
Y se echó a reír incluso antes de saber quién era él. Eran las mismas campanillas de hadas que había oído la noche anterior. Desprendía magia.
– Soy Blake Williams. Nos conocimos anoche en Kensington Palace, en el bar. Te marchaste antes de que pudiera despedirme.
– Estabas ocupado y me fui. Eres muy amable por llamar.
Parecía sincera y contenta de hablar con él.
– De hecho, preferiría decirte hola en vez de adiós. ¿Estás libre para almorzar?
Fue directo al grano y a ella le hizo gracia.
– No, no lo estoy -dijo con pesar-. Estoy pintando un retrato, y mi modelo solo puede venir a mediodía. Es el primer ministro y tiene una agenda muy apretada. ¿Qué te parece mañana?
– Me gustaría mucho -dijo Blake, sintiéndose como si tuviera doce años. La chica tenía veintinueve años, y aunque él tenía cuarenta y seis, se sentía como un niño con ella-. ¿Te parece bien en el Santa Lucia a la una?
Había sido el restaurante preferido de la princesa Diana y el de todo el mundo desde entonces.
– Perfecto. Allí estaré -prometió Arabella-. Hasta mañana.
Colgó enseguida. No hubo ninguna conversación banal. Solo lo justo para quedar para almorzar. Blake se preguntó si se presentaría con el bindi y el sari. Se moría de ganas de verla. No estaba tan entusiasmado con una mujer desde hacía años.
Al día siguiente, Blake llegó al Santa Lucia puntualmente a la una, y se quedó en el bar esperándola. Arabella llegó veinte minutos tarde, con los cabellos rojizos en punta, una minifalda, botas de piel marrón de tacón alto y un abrigo enorme de lince. Parecía un personaje de una película, y no se veía el bindi por ninguna parte. Parecía milanesa o parisina, y sus ojos eran del azul intenso que él recordaba.
– Qué amable eres invitándome a almorzar -dijo como si fuera la primera vez que la invitaban, aunque era evidente que no era el caso.
Era muy glamurosa y, al mismo tiempo, poco pretenciosa. A Blake le encantó. Se sentía como un cachorrillo a sus pies, lo que era extraño en él, mientras el camarero les acompañaba a su mesa y se desvivía tanto con Arabella como con Blake.
La conversación fluyó con naturalidad durante la comida. Blake le preguntó por su trabajo y él le habló de su experiencia en el mundo de la alta tecnología puntocom, que ella encontró fascinante. Conversaron sobre arte, arquitectura, navegación, caballos, perros y sobre los hijos de Blake. Intercambiaron ideas sobre cualquier cosa que se pueda imaginar y salieron del restaurante a las cuatro. Blake dijo que le encantaría ver su obra, y ella le invitó a su estudio al día siguiente, después de su sesión con Tony Blair. Le dijo que aparte de eso tenía la semana bastante desocupada y que, por supuesto, el viernes se marchaba al campo. Todo el mundo que pretendía ser alguien en Inglaterra se marchaba al campo el fin de semana, a su casa o a la de algún otro. Cuando se separaron en la calle, Blake se moría de ganas de volver a verla. De repente estaba obsesionado con ella, así que aquella tarde le mandó flores con una nota ingeniosa. Ella le llamó en cuanto las recibió. Le había enviado orquídeas y rosas, mezcladas con lirios del valle. Había ido a la mejor floristería de Londres, y había mandado lo más exótico que había podido imaginar, porque le parecía lo más adecuado para ella. Blake creía que era la mujer más interesante que había conocido y le resultaba increíblemente sexy.
Al día siguiente fue a verla al estudio, inmediatamente después de que Tony Blair se marchara, y se quedó asombrado por el aspecto de Arabella. Era una mujer de múltiples rostros, exótica, glamurosa, infantil, una niña abandonada, ahora una reina de la belleza, ahora un elfo. Cuando le abrió la puerta del estudio llevaba unos vaqueros ajustados, unas deportivas Converse rojas altas, y una camiseta blanca, con un brazalete de rubíes enorme en un brazo, y de nuevo el bindi. Todo en ella era un poco exagerado, pero enormemente fascinante para él. Le mostró varios retratos a medias, y algunos antiguos que había hecho para sí misma. También había algunos hermosos retratos de caballos. El del primer ministro le pareció extraordinario. Estaba tan dotada como Mick Jagger le había dicho.
– Son fabulosos -dijo-, absolutamente maravillosos, Arabella.
Ella descorchó una botella de champán, para celebrar la primera visita de Blake al estudio, y dijo que esperaba que fuera la primera de muchas. Brindaron. Blake bebió dos copas a pesar de la aversión que sentía por el champán. Habría bebido incluso veneno con ella. A continuación propuso que fueran a su casa. El también quería mostrarle sus tesoros. Tenía obras de arte muy importantes, y una casa absolutamente espectacular que adoraba y de la que estaba orgulloso. Encontraron un taxi fácilmente y, media hora después, estaban paseando por la casa de Blake, mientras ella profería exclamaciones de admiración por las obras de arte que veía. Blake descorchó otra botella de champán para ella, pero esta vez él bebió vodka. Subió el volumen del sistema de sonido y le enseñó la sala de proyecciones que había montado. Se lo mostró todo, y a las nueve estaban en su enorme cama, haciendo el amor desenfrenada y apasionadamente. Nunca había tenido una experiencia igual con una mujer, ni siquiera bajo el efecto de las drogas, con las que había experimentado un poco en cierta época, aunque nunca le gustaron. Arabella era como una droga para él, y se sentía como si hubiera viajado a la luna y hubiese regresado. Mientras estaban en la bañera después de hacer el amor, ella se puso encima de él y empezó de nuevo. Blake gimió de placer y se vació dentro de ella, por cuarta vez aquella noche. Oyó el sonido mágico de su risa. El duendecillo inverosímil que había descubierto en Kensington Palace lo había llevado al límite de la cordura. No sabía si lo que sentía era amor o locura, pero, fuera lo que fuese, no quería que acabara nunca.
Capítulo 10
El siguiente viernes por la noche, Charles y Maxine salieron de nuevo a cenar a La Grenouille como dos adultos. Ambos tomaron langosta y un risotto de trufa blanca tan exquisito que era casi un afrodisíaco. Una vez más, Maxine disfrutó de la comida, esta vez quizá incluso más. Le gustaba su conversación inteligente y madura, y Charles ya no le parecía tan serio como al principio. Por lo visto, también tenía sentido del humor, aunque un poco escondido. En él nada parecía fuera de control. Decía que prefería tener una vida planificada y bien organizada, moderada y previsible. Era el tipo de vida que Maxine había querido siempre, y que había sido imposible con Blake. Tampoco era totalmente factible para ella, con tres hijos, y los consiguientes factores imprevisibles, y su consulta, donde lo inesperado sucedía con regularidad. Pero sus personalidades se complementaban bien. Charles estaba mucho más cerca de lo que Maxine deseaba que Blake, y se dijo a sí misma que aunque Charles era menos espontáneo, en cierto modo también eso era tranquilizador. Sabía lo que podía esperar de él. Y era una buena persona, lo cual también la atraía.
Estaban volviendo a casa en taxi después de su segunda cena en La Grenouille. Charles le prometió que la próxima vez irían a Le Cirque y quizá otro día al Daniel o al Café Boulud, sus locales favoritos, que quería compartir con ella, cuando sonó el móvil de Maxine. Ella dio por sentado que uno de sus hijos la necesitaba. Aquel fin de semana la sustituía Thelma Washington. Sin embargo, era su servicio de llamadas, que intentaba localizarla en nombre de la doctora Washington. Maxine sabía que eso significaba que a uno de sus pacientes le había ocurrido algo grave. Solo en ese caso la llamaría Thelma durante el fin de semana. Normalmente ella se encargaba de todo, excepto de las situaciones que sabía que Maxine preferiría manejar personalmente. El servicio le pasó a Thelma.
– Hola. ¿Qué ocurre? -dijo Maxine enseguida.
Charles pensó que hablaba con uno de sus hijos. Esperaba que no fuera una urgencia. Lo estaban pasando tan bien que no quería que nada estropeara la velada. Maxine escuchaba atentamente, con el ceño fruncido y los ojos cerrados; aquello le pareció un mal augurio.
– ¿Cuántas unidades de sangre le habéis administrado?
Hubo un breve silencio mientras escuchaba la respuesta.
– ¿Puedes llamar a un cirujano cardiotorácico enseguida? Prueba con Jones… Mierda… bueno… voy enseguida.
Se volvió hacia Charles con expresión preocupada.
– Lo siento. Detesto hacerte esto, pero acaban de ingresar a una de mis pacientes en Urgencias. ¿Puedo pedirle al taxista que me lleve al Columbia Presbyterian? No tengo tiempo de volver a casa a cambiarme. Puedo dejarte en casa por el camino, si quieres.
No podía pensar en otra cosa que en las palabras de Thelma. Se trataba de una chica de quince años que llevaba visitando hacía tan solo unos meses. Había intentado suicidarse, y se hallaba al borde de la muerte. Maxine quería estar allí para tomar las decisiones que fueran necesarias. Charles se puso serio inmediatamente y dijo que por supuesto iría con ella en el taxi.
– Te acompaño. Puedo esperarte y darte apoyo moral.
Solo podía intentar imaginar lo duros que debían de ser esos casos, y la carrera de Maxine estaba llena de ellos. No se veía a sí mismo afrontándolos cada día, y la admiraba por ello. Médicamente, era mucho más interesante que lo que hacía él, aunque más angustioso y más importante en cierto modo.
– Puede que me lleve toda la noche. Al menos es lo que espero.
La única razón de que no fuese así sería porque su paciente muriera, que en aquel momento era una posibilidad muy real.
– No te preocupes. Si me canso de esperar me marcharé a casa. Yo también soy médico, y esta situación no es nueva para mí.
Maxine le sonrió. Le gustaba tener esto en común con él. Era un vínculo muy fuerte que tuvieran la misma profesión. Dieron la dirección del hospital al taxista, que giró hacia el norte, mientras Maxine le explicaba la situación a Charles. La chica se había cortado las venas y se había clavado un cuchillo de cocina en el corazón. Lo había hecho francamente bien y solo porque, por puro milagro, su madre la había encontrado lo bastante rápido todavía existía la posibilidad de salvarla. Los enfermeros habían llegado enseguida a la casa. Por el momento le habían administrado dos unidades de sangre, su corazón se había parado dos veces por el camino, pero lo habían reanimado otra vez. Su vida pendía de un hilo, pero estaba viva. Era su segundo intento.
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