Después de esto, Sam y Charles entablaron una conversación. Daphne miraba a sus dos hermanos como si fueran traidores, y a los veinte minutos se encerró en su habitación. Charles se lo comentó a Maxine mientras ella recogía la cocina, y guardaba las sobras. La cena había sido agradable y Charles había salido airoso. Era evidente que hablar con los niños le exigía un esfuerzo, pero lo intentaba. Para él, todo aquello era nuevo.
– Daphne me odia -dijo él, con expresión preocupada, comiendo otra galleta de la fortuna que había quedado sobre la mesa.
– No te odia. Es solo que no te conoce. Está asustada. Nunca había salido con nadie y no había traído a ningún hombre a cenar. Le da miedo lo que esto puede representar.
– ¿Te lo ha dicho?
Parecía intrigado y Maxine se echó a reír.
– No, pero soy madre y psiquiatra de adolescentes. Se siente amenazada.
– ¿He dicho algo que la haya angustiado? -preguntó Charles con inquietud.
– No, lo has hecho muy bien. -Maxine le sonrió-. Simplemente ha decidido enrocarse. Personalmente no soporto a las adolescentes -admitió Maxine con total tranquilidad. Esta vez él rió, pensando en lo que hacía ella para ganarse la vida-. De hecho, las de quince son las peores. Pero empieza a los trece. Con las hormonas y todo eso. Deberían encerrarlas hasta los dieciséis o diecisiete.
– Muy bonito para una mujer que dedica la vida a ocuparse de ellas.
– Precisamente por eso sé de lo que hablo. A esa edad todas torturan a sus madres. Sus padres son los héroes.
– Me he dado cuenta -dijo Charles, abatido. Daphne se había jactado del suyo el primer día que se habían visto-. ¿Lo he hecho mejor con los chicos?
– Fenomenal -repitió ella, y le miró a los ojos sonriendo cariñosamente-. Gracias por hacer todo esto. Sé que no es lo tuyo.
– No, pero tú sí lo eres -dijo él amablemente-. Lo hago por ti.
– Lo sé -repuso ella en voz baja y, antes de que fueran conscientes de ello, se estaban besando en la cocina.
De repente entró Sam.
– ¡Eh! -exclamó en cuanto los vio. Ellos se separaron de golpe, sintiéndose culpables. Maxine abrió la nevera e intentó parecer ocupada-. Daff te matará si te ve besándolo -advirtió el niño a su madre, y ella y Charles se echaron a reír.
– No volverá a suceder. Lo prometo. Lo siento, Sam -dijo Maxine.
Sam se encogió de hombros, cogió dos galletas y salió de la cocina.
– Qué simpático es -comentó Charles cariñosamente.
– Para ellos es bueno que vengas, y para Daphne también -dijo Maxine-. Es mucho más realista que tenerme para ellos en exclusiva.
– No sabía que estaba aquí en misión educativa -se quejó Charles con un gemido, y ella se rió otra vez.
Se sentaron en el salón y hablaron un rato. Charles se marchó sobre las diez. A pesar de la hostilidad de Daphne durante la cena, había sido una velada agradable. Charles se sentía como si hubiera bajado por las cataratas del Niágara metido en un tonel, y Maxine parecía contenta cuando entró en su habitación y encontró a Sam en la cama, medio dormido.
– ¿Te casarás con él, mami? -susurró, incapaz de mantener los ojos abiertos.
– No, no me casaré. Es un amigo.
– Entonces, ¿por qué lo has besado?
– Porque me gusta. Pero eso no significa que vaya a casarme con él.
– ¿Como papá y las chicas que salen con él?
– Sí, algo así. No es para tanto.
– El también lo dice siempre.
Sam, aliviado, se durmió enseguida. La entrada en escena de Charles sin duda los había alterado un poco a todos, pero ella seguía pensando que era para bien. Para Maxine era divertido tener un hombre con quien salir. No era un delito, ¿no? Los niños tendrían que acostumbrarse. Al fin y al cabo, Blake salía con chicas. ¿Por qué no podía hacerlo ella?
Capítulo 11
Los días que pasó Blake en Londres con Arabella antes de Navidad fueron mágicos. Nunca en toda su vida había sido tan feliz ni había estado tan cautivado por alguien. Ella incluso le había hecho un pequeño retrato, desnudo. Adoraba todos los momentos que había pasado con ella. La llevó a Saint Moritz a pasar el fin de semana y esquiaron juntos. Fueron a París tres días a hacer compras de Navidad y se hospedaron en el Ritz. Incluso viajaron a Venecia y se instalaron en el palazzo que Blake tenía allí. Fueron los momentos más románticos que él había compartido con una mujer. Y por supuesto, la invitó a ir a Aspen en Navidad a pasar las vacaciones con él y sus hijos. Celebrarían juntos la víspera de Navidad en Londres. Ella quería que conociera a su familia, aunque él deseaba estar con ella a solas y aprovechar cada momento. No solía gustarle conocer a las familias de sus novias. Cuando lo hacía, ellas empezaban a albergar ciertas esperanzas y todo se torcía. En el caso de Arabella, la quería para él solo, y ella estaba más que dispuesta. Poco después de conocerse, ella se había instalado en la casa de Blake en Londres. Y ya habían salido fotografiados varias veces juntos en la prensa del corazón.
Daphne los había visto en la revista People y se lo había enseñado a su madre con expresión de desaprobación.
– Parece que papá se ha enamorado otra vez.
– Déjale en paz, Daff. Ya sabes que nunca va en serio. Solo se divierte.
Últimamente, Daphne se mostraba intransigente con sus padres, tanto con Blake como con Maxine.
– Dijo que esta vez vendría solo en las vacaciones. -Esto era lo que Daphne quería realmente: estar a solas con él, ser la única mujer de su vida. Conociendo a Blake, Maxine sabía que era muy difícil que esto sucediera; además, le parecía que aquella nueva mujer era muy hermosa. Ella se sentía feliz con Charles, y lo que hiciera Blake no la afectaba. Nunca la había afectado-. Espero que no se presente con ella -insistió Daphne, y Maxine dijo que probablemente lo haría.
Era mejor que su hija estuviera avisada y fuera haciéndose a la idea.
Arabella ya había aceptado la invitación de Blake para ir a Aspen. No había estado nunca, y le encantaba la idea de pasar las vacaciones con los adorables hijos de su novio. Había visto fotografías y Blake le había hablado mucho de ellos. Le acompañó a comprar regalos para Daphne, y juntos eligieron un brazalete de diamantes que Arabella aseguró que sería perfecto para ella. Dijo que era digno de una princesa. Blake volvió a la tienda y compró un regalo que era digno de una vizcondesa, un brazalete de zafiros espectacular. Cuando se lo regaló, Arabella se emocionó. Celebraron juntos la Nochebuena y al día siguiente volaron a Nueva York en el avión de Blake. Llegaron al piso de Nueva York la tarde del día de Navidad, y Blake llamó a Maxine enseguida. Ella y los niños acababan de regresar de celebrar la Navidad en casa de los abuelos, y los chicos estaban a punto para salir al día siguiente. Maxine llevaba dos días preparando las maletas.
– Sé que has estado ocupado -comentó tomándole el pelo-. Daffy y yo te hemos visto en People.
No le dijo que Daphne no estaba contenta.
– Espera a conocerla. Es fantástica.
– No puedo esperar… -dijo Maxine riendo.
Normalmente, las mujeres no le duraban lo suficiente a Blake para que ella llegara a conocerlas. Y con esta solo llevaba unas pocas semanas. Conocía a Blake, y no le creyó cuando él dijo que con esta era distinto. Siempre decía lo mismo. No se lo podía imaginar yendo en serio con nadie. Aunque esta mujer superara la media de edad habitual, solo tenía veintinueve años. Para Maxine era una niña. Entonces le dio su noticia.
– ^Estoy saliendo con alguien.
– Vaya, qué novedad. ¿Quién es el afortunado?
– Un médico internista. Le conocí a través de un paciente.
– Parece perfecto. ¿Es simpático?
– Para mí, sí.
No se puso poética, lo cual era muy propio de ella. Maxine era muy reservada.
– ¿Qué les parece a los chicos? -Blake sentía curiosidad.
– Ah… -Maxine suspiró-. Esa es otra historia. Daphne le odia apasionadamente, Jack no está contento y a Sam creo que le da igual.
– ¿Por qué le odia Daphne?
– Porque es un hombre. Los chicos creen que yo debería tener suficiente con ellos, y tienen razón. Pero está bien para variar. Es agradable hablar con una persona adulta entre tantos pacientes y actividades para los niños.
– A mí me parece estupendo.
Maxine creyó que debía advertirlo sobre la actitud de su hija.
– También está en pie de guerra contigo.
– ¿Ah, sí? -Parecía sorprendido-. ¿Y eso por qué?
Era tan ingenuo que no podía imaginarlo.
– Por tu nueva novia. Últimamente está en plan posesivo con los dos. Dice que les prometiste ir solo con ellos a Aspen. ¿Lo prometiste?
Blake dudó.
– Pues… no… la verdad es que no. Y he invitado a Arabella a que venga con nosotros.
– Me lo imaginaba. Le dije a Daffy que probablemente iría. Prepárate para una pequeña tormenta. Que no te pille desprevenido.
– Bien. Hablaré con Arabella. Se muere de ganas de conocerlos.
– Los chicos se portarán bien. Están acostumbrados a tus mujeres. Solo dile que no se tome demasiado a pecho la actitud de Daphne. Tiene trece años y es una edad difícil.
– Ya veo -dijo Blake, pero estaba convencido de que Arabella podía ganarse a cualquiera, Daphne incluida. No le parecía nada serio-. Los recogeré mañana a las ocho y media.
– Estarán preparados -prometió ella-. Espero que todo vaya bien.
Daphne no había cedido con Charles todavía, pero solo lo había visto brevemente y él se había mantenido alejado durante las vacaciones. No le gustaba la Navidad y no tenía familia propia, así que se había ido a su casa de Vermont. Maxine se reuniría allí con él en cuanto dejara a los niños con Blake. Iría en coche al día siguiente y estaba un poco nerviosa. Sería como una luna de miel para ellos. Hacía mucho tiempo que Maxine no se acostaba con nadie, pero llevaban saliendo seis semanas y no podía seguir retrasándolo. Acostarse con él le parecía un gran paso.
Blake recogió a los chicos por la mañana tal como había prometido, y Maxine no bajó a saludarlo. Dijo a los niños que le dieran recuerdos. No le parecía justo entrometerse entre él y Arabella. Sam se pegó a su madre un momento, y ella le dijo que podía llamarla al móvil en cualquier momento; luego recordó a los dos mayores que lo vigilaran y le permitieran dormir con ellos por la noche. Daphne estaba de mal humor desde que su madre le dijo que Blake llevaría a Arabella. «Lo había prometido…», gimió, hecha un mar de lágrimas, la noche anterior, mientras Maxine le aseguraba que eso no significaba que no la quisiera o que no deseara estar con ella. Le gustaba tener a alguna mujer cerca, eso era todo. Ambas sabían que, fuera quien fuese Arabella, no duraría mucho. Sus mujeres nunca duraban. ¿Por qué debería ser ella la excepción a la regla? Daphne abrazó a su madre y corrió al ascensor donde esperaban Jack y Sam.
Una calma sepulcral invadió el piso después de su partida. Maxine y Zelda recogieron la casa y la niñera cambió las sábanas antes de marcharse a una matinal de teatro. A continuación, Maxine llamó a Charles a Vermont. Estaba ansioso por verla. Ella también deseaba verle pero los planes que habían hecho la ponían nerviosa. Se sentía de nuevo virgen ante la perspectiva de acostarse con él. Charles ya se había disculpado por su «cabaña en las montañas», como la llamaba él, consciente del lujo que había vivido con Blake. Sabía que su casa en Vermont era espartana y muy sencilla. Estaba cerca de una estación de esquí, y él estaba deseando esquiar con ella, pero le dejó claro que no se parecía en nada a Saint Moritz o a Aspen, o a ninguno de los lugares que ella conocía tan bien.
– No te preocupes tanto, Charles -le tranquilizó Maxine-. Si eso fuera importante para mí, seguiría casada con Blake. Recuerda que le dejé. Solo quiero estar contigo. No me importa lo sencilla que sea la cabaña. Voy por ti, no por la casa. -Y lo decía en serio.
Charles se sentía muy aliviado de poder estar con ella a solas para variar. A él seguía causándole ansiedad estar con los niños. Había comprado cedés para todos en Navidad, de grupos musicales que había propuesto su madre, y algunos DVD para Sam. No tenía ni idea de qué les gustaba, y elegir regalos para ellos le había puesto nervioso. Había comprado un pañuelo clásico de Chanel para Maxine, que le había parecido bonito, y que a ella le había encantado. Se lo había dado la última vez que habían cenado antes de que él se marchara a Vermont, cuando aún faltaban cuatro días para Navidad.
Prefería irse de la ciudad antes de que la gente se dedicara de lleno a celebrar las fiestas. No eran para él, aunque a Maxine le pareciera una lástima. Pero para ella resultaba más fácil así, por los niños. Daphne se lo habría tomado muy mal si Charles hubiera participado en su Navidad y hubiera querido estar con ellos, así que finalmente todo salió bien.
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