En casa de Blake, en Aspen, el ambiente era menos pacífico que en Vermont. El estéreo estaba a todo volumen, Jack y Sam jugaban con la Nintendo, las visitas de amigos se sucedían y Daphne estaba decidida a amargarle la vida a Arabella. Hacía comentarios groseros y secos, y observaciones malintencionadas sobre la ropa de Arabella. Cada vez que cocinaba ella, Daphne se negaba a comer. Le preguntó si se había sometido a la prueba del sida antes de hacerse los tatuajes. Arabella no tenía ni idea de cómo tratarla, pero le dijo a Blake que resistiría. El insistió en que eran buenos chicos.

Quería que los niños estuvieran contentos. Pero Daphne hacía todo lo posible para que nadie lo estuviera, e intentaba poner a los chicos contra Arabella, aunque por el momento no había funcionado. Les parecía simpática, aunque les diera un poco de grima su pelo y sus tatuajes.

Jack prácticamente no hacía caso a Arabella, y Sam era educado con ella. Le preguntó por el bindi, y su padre le contó que Arabella lo llevaba desde que había vivido en la India; luego añadió que le parecía muy bonito. Sam le dio la razón en esto. Daphne se encogió de hombros y le dijo a Arabella que habían visto entrar y salir tantas mujeres en la vida de su padre que ya no se tomaban la molestia de conocerlas. Le aseguró que su padre la dejaría al cabo de pocas semanas. Fue el único comentario que realmente crispó a Arabella. Blake la encontró en el cuarto de baño llorando.

– Cariño… cielo… Bella… ¿qué te pasa? -Lloraba como si se le hubiera roto el corazón, y si algo no podía soportar Blake era ver llorar a una mujer, y menos si era la que amaba-. ¿Qué ha pasado?

Arabella quería decirle que la culpable era la bruja de su hija, pero se dominó, por amor a él. Estaba sinceramente enamorada, y él también de ella.

Por fin Arabella repitió el comentario de Daphne que la había hecho llorar.

– Me he asustado y, de repente, he pensado que me dejarías en cuanto volviéramos a Londres.

Miró a Blake con sus ojos enormes y se echó a llorar otra vez mientras él la rodeaba con sus brazos.

– Nadie va a dejar a nadie -la tranquilizó Blake-. Estoy loco por ti. No me iré a ninguna parte y, si puedo evitarlo, tú tampoco. En mucho tiempo. No me gusta reconocerlo, pero mi hija está celosa de ti.

Más tarde habló de ello con Daphne y le preguntó por qué se portaba tan mal con Arabella. No era justo y nunca se lo había hecho a ninguna de sus novias anteriores.

– ¿Qué sucede, Daff? He tenido muchas mujeres y, seamos sinceros, algunas eran bastante tontas.

Daphne se echó a reír ante tanta sinceridad. Algunas eran realmente cortas, hermosas pero tontas, y Daphne nunca les había hecho la vida imposible. Ni siquiera se había burlado de ellas.

– Arabella es diferente -dijo Daphne, de mala gana.

– Sí, es más lista y más simpática que cualquiera de las otras, y tiene una edad más cercana a la mía. ¿Cuál es el problema?

Estaba enfadado con ella y se notaba. Le estaba amargando la vida a Arabella sin ningún motivo.

– Precisamente por eso, papá -contestó Daphne-. Es mejor que cualquiera de las otras… por eso la odio…

– Explícamelo. -Blake no entendía absolutamente nada.

Daphne habló en voz baja; de repente, parecía una niña otra vez.

– Me da miedo que no desaparezca.

– ¿Por qué? ¿Qué más te da, si no es mala contigo?

– ¿Y si te casas con ella?

Daphne parecía ponerse enferma solo de pensarlo. Su padre se quedó atónito.

– ¿Casarme con ella? ¿Para qué iba a casarme con ella?

– No lo sé. Es lo que hace la gente.

– Yo no. Ya lo he hecho. Estuve casado con tu madre. Tengo tres hijos maravillosos. No necesito volver a casarme. Arabella y yo solo lo estamos pasando bien. Nada más. No te lo tomes tan en serio… Nosotros no lo hacemos, así que no lo llagas tú tampoco.

– Dice que te quiere, papá. -Daphne lo miraba con sus grandes ojos-. Y te he oído decirle que también la querías. Las personas que se quieren se casan, y yo no deseo que te cases con nadie que no sea mamá.

– Te aseguro que eso no va a pasar -afirmó él, convencido-. Tu madre y yo no queremos estar casados, pero nos apreciamos de todos modos. Y hay suficiente sitio para una mujer en mi vida, con la que no pretendo casarme, y para todos vosotros. No debes preocuparte por eso. Tienes mi palabra, Daff. No volverás a verme casado. Con nadie. ¿Estás mejor?

– Sí. Un poco. -No estaba muy segura-. ¿Y si cambias de opinión?

Tenía que reconocer que Arabella era muy guapa, lista y divertida. En muchos sentidos, parecía perfecta para él y eso era lo que aterrorizaba a Daphne.

– Si cambio de opinión, hablaré contigo primero. Te doy permiso para hacer lo que te parezca oportuno, y para convencerme de lo contrario. ¿Trato hecho? Pero ahora no debes ser mala con Arabella. No es justo. Es nuestra invitada y lo está pasando realmente mal.

– Lo sé -dijo Daphne con una sonrisa victoriosa.

No se había esforzado tanto porque sí.

– Entonces ya está bien. Puedes ser amable con ella. Es una buena chica. Y tú también.

– ¿Tengo que hacerlo, papá?

– Sí, tienes que hacerlo -dijo él con firmeza.

Se estaba temiendo que a partir de ahora Daphne hiciera lo mismo con todas sus mujeres. También había hecho algunos comentarios mezquinos sobre Charles. Parecía que quisiera que sus padres permanecieran solos, y eso no era muy realista. Blake estaba contento de que por fin Maxine hubiera conocido a un hombre. Merecía un poco de consuelo y compañía en la vida. No se lo echaba en cara. Pero, evidentemente, Daphne lo hacía, y estaba dispuesta a poner todas las trabas posibles. No le gustaba que su hija se comportara de ese modo. Se había convertido en una bruja de la noche a la mañana, y empezaba a preguntarse si Maxine tendría razón cuando lo atribuía a su edad. No le apetecía nada la perspectiva de tener que soportar esa conducta cada vez que la llevara de vacaciones. El siempre invitaba a una mujer y no se le pasaba por la cabeza que no pudiera hacerlo.

– Quiero que a partir de ahora hagas un esfuerzo con ella. Por mí -la conminó.

Daphne aceptó sin mucho entusiasmo.

Los resultados de esta conversación no fueron evidentes la primera noche, pero dos días después, la situación había mejorado ligeramente. Daphne respondía cuando Arabella le dirigía la palabra, y dejó de hacer comentarios maliciosos sobre su pelo y sus tatuajes. Algo era algo. Arabella hacía días que no lloraba por culpa de Daphne. El viaje había acabado por ser angustioso para él. Antes, unas vacaciones con sus hijos nunca lo habían sido, y empezó a lamentar haber llevado a Arabella, más por ella que por sus hijos.

Una tarde que estaba esquiando tranquilamente con Arabella tuvo que reconocer que era agradable estar sin los niños un rato. Se pararon varias veces, para recuperar el aliento en las pistas más difíciles, y él aprovechó para besarla. Aquella tarde volvieron a la casa para hacer el amor. Arabella le confesó que se moría de ganas de regresar a Londres, aunque se alegrara de haber conocido a sus hijos. Pero se le estaba haciendo largo y tenía la sensación de que Blake estaba organizando cosas para ellos constantemente. También era evidente que ella y Daphne nunca se harían amigas. Lo máximo que podía esperar era una tregua precaria, que era lo que tenían por ahora. Aunque la mejora en el comportamiento de Daphne era enorme en comparación con los primeros días, Blake no envidiaba a su ex mujer si aquello era lo que tenía que soportar cada vez que se presentaba su novio. No entendía cómo ese hombre podía aguantarlo. Sospechaba que Arabella no habría resistido mucho tiempo, si Daphne no hubiera rectificado.

Por primera vez, fue un alivio devolver sus hijos a Maxine en Nueva York. Ella acababa de llegar de Vermont cuando Blake se los dejó en el piso. Arabella le esperaba en el ático, y por la noche se marchaban a Londres.

Con un grito de alegría, Sam echó los brazos al cuello de su madre en cuanto la vio y casi la tiró al suelo. Jack y Daphne también parecían contentos de estar en casa.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó Maxine a Blake, en un tono muy relajado.

Veía en sus ojos que había sido cualquier cosa menos perfecto, y que esperaba a que Daphne saliera de la habitación para contestar.

– No tan bien como siempre, la verdad -confesó con una sonrisa triste-. Vigila a Daff, Max, o te quedarás para vestir santos.

Maxine rió divertida. Era la menor de sus preocupaciones; lo había pasado de maravilla con Charles en Vermont. Había vuelto relajada y feliz, y se sentía más cerca de él de lo que se había sentido de nadie en años. En muchos aspectos se parecían; ambos eran médicos meticulosos, pulcros y organizados. Sin nadie más alrededor, era perfecto. El problema sería ver cómo evolucionaba la situación ahora que estaban todos en casa otra vez.

– ¿Ha aflojado un poco? -preguntó Maxine, refiriéndose a su hija.

Blake negó con la cabeza.

– La verdad es que no. Dejó de hacer los comentarios mezquinos que hacía al principio, pero se las arreglaba para amargarle la vida a Arabella de formas más sutiles. No entiendo cómo se ha quedado, la pobre.

– Imagino que no tiene hijos. Eso siempre ayuda -dijo Maxine, meneando la cabeza.

– Probablemente se hará una ligadura de trompas después de esto. No me extrañaría. Y me parecería estupendo -dijo con una risotada.

Maxine gruñó, comprensiva.

– Pobrecilla… No sé qué vamos a hacer. En las niñas de trece años es muy habitual este tipo de comportamiento. Y la cosa va a empeorar.

– Llámame cuando acabe la universidad -bromeó Blake, preparándose para marcharse.

Pasó por todas las habitaciones para besar a los niños y despedirse de ellos, y después se quedó un minuto en la puerta con Maxine.

– Cuídate, Max. Espero que ese tipo sea bueno para ti. Si no lo es, dile que tendrá que vérselas conmigo.

– Dile lo mismo a Arabella -dijo Maxine. Le abrazó, lamentando que Daphne le hubiera estropeado las vacaciones-. ¿Adónde vas ahora?

– A Londres durante algunas semanas, y luego a Marrakech. Quiero ponerme a trabajar en la casa. Bueno, no es una casa, es más bien un palacio. Tienes que ir a verlo algún día.

Maxine no tenía ni idea de cuándo podría ser.

– A finales de enero probablemente estaré en Saint-Barthélemy. Saldré a navegar un poco con el barco.

Maxine conocía la canción. Probablemente, los niños no le verían durante mucho tiempo. Estaban acostumbrados, pero a ella la entristecía un poco. Necesitaban estar con Blake más a menudo.

– Ya te llamaré.

A veces la llamaba y a veces no, pero normalmente ella sabía dónde encontrarle si lo necesitaba.

– Cuídate mucho -dijo, abrazándole en el ascensor.

– Tú también -respondió él, abrazándola con fuerza antes de marcharse.

Maxine siempre tenía una sensación extraña cuando se despedía de él. Le hacía pensar cómo habría sido la vida si hubieran seguido casados. El habría estado ausente constantemente, tal como hacía ahora. Para ella, no era suficiente tener un marido solo sobre el papel. Lo que necesitaba era lo que por fin había encontrado: un hombre como Charles, que estaría a su lado. Era la personificación de la responsabilidad.

Capítulo 13

Cuando Blake y Arabella llegaron a Londres, ambos tenían mucho que hacer. El tenía reuniones y dos casas en obras, y ella el encargo de un retrato. Pasaron dos semanas antes de que pudieran salir de la ciudad. Cuando lo hicieron, a Blake le apetecía mucho. En Londres hacía un frío glacial y estaba cansado del invierno. En Aspen y en Nueva York hacía frío, aunque al menos en Aspen podía esquiar. Estaba deseando ir a Marruecos. Arabella no había estado nunca y quería que descubriera el país con él. El día que se marcharon ella estaba tan emocionada como él. Se alojarían en La Mamounia. Blake se llevaba a su arquitecto, que ya tenía los planos de la casa; era fabulosa. El proyecto duraría al menos un año, pero eso no le molestaba en absoluto. Lo mejor de todo era la planificación, y la emoción de ver cómo tomaba forma. Con el sentido artístico de Arabella, sería divertido compartir el proyecto con ella. Charlaron sin parar durante todo el viaje. En cuanto aterrizaron, la belleza del lugar dejó a Arabella sin habla. Llegaron al atardecer, con un brillo suave sobre las montañas del Atlas.

Un coche los esperaba para llevarlos al hotel y Arabella se quedó deslumbrada al contemplar la ciudad. El impresionante minarete de la Koutoubia fue la primera vista de Marrakech que le llamó la atención; luego cruzaron la plaza central de Jemma el Fna, al atardecer. Parecía el decorado de una película. Ni siquiera en sus viajes por la India había visto algo tan exótico. Había encantadores de serpientes, bailarines, acróbatas, vendedores ambulantes que servían bebidas, muías guiadas por sus dueños, hombres con chilaba por todas partes. Era una escena digna de Las mil y una noches. Blake le estaba diciendo que quería llevarla a los zocos, sobre todo al Zoco de Zarbia, de la Medina, en la ciudad amurallada, y a los jardines de la Menara, que según él era el lugar más romántico del mundo. El ambiente era embriagador y Arabella bajó la ventanilla de cristal ahumado para ver mejor. El aroma de las especias, las flores, las personas y los animales se mezclaba creando la impresión de un aura propia. El tráfico era una locura. Había motos y motocicletas esquivando los coches, de forma muy caótica y desorganizada; las bocinas sonaban y las personas gritaban, y los músicos callejeros se añadían a la cacofonía de sonidos. Arabella miró a Blake con una sonrisa amplia y feliz y los ojos brillantes. Era incluso mejor que en la India, porque esta vez estaba con él.