– ¡Esto me encanta! -exclamó animadamente.

El le sonrió satisfecho. Estaba impaciente por mostrarle su palacio. Creía que Marrakech era el lugar más romántico en el que había estado, y Arabella estaba de acuerdo con él. A pesar de sus viajes por la India, esto le gustaba más. Arabella cobraba vida en los lugares exóticos de una forma que Blake no había imaginado.

Atravesaron una calle bordeada de palmeras gigantes antes de llegar al hotel La Mamounia, pintado de color melocotón. Arabella había oído hablar de él muchas veces, y siempre había querido ir. Hacerlo con él era un sueño. Les recibieron unos hombres con trajes marroquíes blancos y cinturones rojos. Arabella advirtió la madera tallada y los dibujos de los mosaicos en la parte exterior del hotel. El director salió a saludarlos. Blake se había alojado allí varias veces desde que había adquirido el antiguo palacio. Esta vez había reservado una de las tres lujosas villas privadas del hotel, que pensaba ocupar hasta que terminara la reforma y la decoración de su casa.

Para que Arabella lo viera, entraron en el vestíbulo principal donde se detuvieron sobre el suelo de mármol blanco bordeado de negro, bajo una enorme araña muy elaborada. Para entrar habían cruzado una puerta de vidrieras de colores, en rojo, amarillo y azul. Miembros del personal con bombachos blancos, chaleco gris y tarbush rojo rodearon a Arabella y Blake y los saludaron. Había cinco restaurantes de lujo y cinco bares para los huéspedes. Baños turcos e infinidad de posibilidades de entretenimiento. Cuando el director los acompañó a la villa privada de Blake ya los esperaban varios criados. La villa tenía tres dormitorios, un salón, un comedor, una pequeña cocina para su uso personal y otra más grande aparte, para que un chef les preparara las comidas si no querían cenar en la ciudad o en uno de los restaurantes del hotel. Tenían una entrada privada, jardín y jacuzzi, para que no tuvieran que ver a nadie durante su estancia si no lo deseaban. Pero Arabella estaba ansiosa por ver la ciudad con él, así que Blake había pedido al chófer que esperara. El y Arabella querían salir a explorar la ciudad después de comer algo en el jardín. El simple hecho de estar allí era mágico y exótico.

Se ducharon, se cambiaron y tomaron una comida ligera en la mesa del jardín. Después salieron cogidos de la mano. Pasearon por la gran plaza, manteniéndose a distancia de los encantadores de serpientes, y dieron una vuelta por las murallas de la ciudad con un carruaje. Era tal como Arabella esperaba que fuera. Después de tomar un baño en el jacuzzi de su jardín privado y respirar la intensa fragancia de las flores, se retiraron a su dormitorio e hicieron el amor durante horas, lira casi de día cuando se durmieron el uno en brazos del otro.

A la mañana siguiente, el personal de la villa les tenía preparado un copioso desayuno. Blake mostró a Arabella los planos para el palacio que estaba reformando, y después de desayunar fueron a verlo. Era más impresionante de lo que ella esperaba. Tenía torreones y arcos, y un amplio patio interior con bellos mosaicos antiguos en las paredes. Las habitaciones de la casa eran enormes. Se trataba realmente un palacio, y los ojos de Blake brillaban mientras paseaba por él con el arquitecto y Arabella. Ella hizo algunas buenas propuestas para los colores de las paredes y la decoración. De repente, mientras lo recorrían, Blake supo que quería compartirlo con ella. La abrazó en el balcón con vistas a las montañas del Atlas y la besó con la pasión que había caracterizado su relación desde el principio.

– Quiero que este sea nuestro nido de amor. Será perfecto para nosotros. Podrías pintar aquí.

Se veía a sí mismo pasando largos meses allí cuando estuviera terminado. Era una ciudad pequeña y perfecta, con restaurantes, bazares con mercancías exóticas y la belleza de la naturaleza alrededor. También tenía una vida social muy animada. Arabella tenía varios amigos franceses que se habían mudado a Marrakech, y ella y Blake cenaron con ellos antes de marcharse. Fue un viaje indescriptible.

Dejaron al arquitecto en Londres y se fueron a las Azores, y de allí a Saint-Barthélemy. A Arabella también le gustó aquella casa, y una semana después Blake la llevó a navegar. Era el velero más grande que ella había visto en su vida. Con él fueron a las Granadinas, al norte de Venezuela. Arabella tuvo que reorganizar todas sus sesiones de pintura para viajar con él, pero valía la pena. Pasaban horas tumbados desnudos en cubierta, mientras el barco surcaba las aguas verdes transparentes. Corría el mes de febrero, y para ambos la vida era perfecta. Nevaba por todo el mundo, pero para ellos era siempre verano. Mejor aún, era el verano de su amor.


Maxine andaba bajo la nieve camino de su consulta; estaba más ocupada que nunca. Tenía varios pacientes nuevos, y una serie de tiroteos por todo el país la estaban obligando a viajar a diversas ciudades para asesorar a equipos de psiquiatras y autoridades sobre cómo tratar con los niños que se habían visto implicados.

En su vida personal, le iba bien con Charles. El invierno avanzaba e incluso Daphne se iba adaptando. Ella y Charles nunca serían grandes amigos, pero había dejado de hacer comentarios groseros sobre él; de vez en cuando, incluso bajaba un poco la guardia cuando él estaba delante y se reía un poco. Charles estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano con ellos. Le resultaba más fácil con Jack y Sam, a los que había llevado a varios partidos de baloncesto. Daphne estaba demasiado ocupada con su vida social para acompañarlos, aunque también estuviera invitada.

Maxine se tomaba muchas molestias para que sus hijos no se enteraran de que Charles y ella se acostaban. El no se quedaba nunca en el piso, excepto cuando los niños dormían en casa de amigos. Y ella intentaba pasar un par de noches con él en su piso, pero siempre volvía antes de que los chicos se levantaran para ir a la escuela. Eso les dejaba unas noches muy cortas y pocas horas de sueño para ella, pero consideraba importante hacerlo así. De vez en cuando se marchaban un fin de semana. Era lo máximo que podían hacer.

El día de San Valentín llevaban dos meses y medio juntos, y Charles había hecho una reserva en La Grenouille. Era su restaurante preferido para cenar. Lo denominaba «su cafetería» y le gustaba ir con ella al menos una vez a la semana. También se había convertido en un invitado habitual en sus cenas familiares de domingo, e incluso había cocinado para ellos alguna vez.

Maxine se conmovió al recibir en la consulta una docena de rosas rojas de él para San Valentín. La tarjeta decía sencillamente: «Te quiero. C.». Era un hombre encantador. Su secretaria se las llevó con una amplia sonrisa. También le caía bien Charles. Maxine se compró un vestido rojo para la ocasión. Cuando Charles la recogió le dijo que estaba fantástica. Sam hizo una mueca cuando la besó, pero también se estaban acostumbrando a eso.

Fue una velada perfecta y Charles subió después al piso con ella. Se sirvió una copa de brandy y se sentaron en el salón, como hacían a menudo, para hablar de cosas de su vida. Charles estaba fascinado con el trabajo de ella y con que, tras los últimos tiroteos en algunas escuelas, la hubieran citado para hablar de nuevo en el Congreso. Esta vez él quería asistir. Le dijo que estaba orgulloso de ella, y le cogió la mano. Los niños estaban durmiendo.

– Te quiero, Maxine -dijo cariñosamente.

Ella le sonrió. Ella también se había enamorado de él y lo aceptaba, sobre todo al ver que Charles hacía tantos esfuerzos para llevarse bien con los niños.

– Yo también te quiero, Charles. Gracias por este precioso día de San Valentín.

Hacía años que no disfrutaba de uno así. Su relación funcionaba perfectamente para ella. Ni demasiado, ni demasiado poco, no monopolizaba su tiempo, pero podía contar con verlo varias veces a la semana. Seguía teniendo mucho tiempo para su trabajo y sus hijos. Era exactamente lo que quería.

– Estos últimos dos meses han sido maravillosos -dijo él con calma-, los mejores de mi vida, creo.

Tenía más en común con ella que con la que había sido su esposa durante veintiún años. Se había dado cuenta de que Maxine era la mujer que había esperado toda su vida. En las últimas dos semanas había tomado una decisión, y pensaba comunicársela esa noche.

– Para mí también han sido estupendos -dijo Maxine, inclinándose para besarlo.

Habían dejado las luces del salón apagadas, porque era más relajante y romántico. Maxine sintió el sabor del brandy en los labios de él.

– Quiero pasar más tiempo contigo, Maxine. Ambos necesitamos dormir más -dijo en broma-. No puedes seguir levantándote a las cuatro cuando pasamos la noche juntos.

Aquella noche habían decidido no hacer el amor porque Maxine tenía pacientes a primera hora al día siguiente y él también. Escuchándole, Maxine temió que le propusiera ir a vivir con ella. Sabía perfectamente que eso traumatizaría a sus hijos. Por fin se habían acostumbrado a verla salir con él. Vivir juntos sería demasiado, y no era su estilo. Le gustaba tener su piso y que él tuviera el suyo.

– Creo que de momento nos va bien así -dijo suavemente.

Pero él negó con la cabeza.

– No para mí. A la larga no. No creo que a ninguno de los dos nos baste salir y nada más, Maxine. Creo que somos bastante mayores para saber qué queremos y cuándo. -Maxine abrió mucho los ojos, desconcertada. No sabía qué decir, ni qué quería decirle él-. Lo supe inmediatamente. Somos como dos gotas de agua… gemelos… ambos somos médicos. Tenemos la misma opinión sobre muchas cosas. Me encanta estar contigo. Me estoy acostumbrando a tus hijos… Maxine… ¿quieres casarte conmigo? -Maxine jadeó sobresaltada y se quedó en silencio un largo minuto mientras él esperaba, observándola a la tenue luz que entraba por las ventanas. Veía el miedo en su mirada-. Todo saldrá bien. Lo prometo. Sé que saldrá bien.

Pero Maxine no estaba tan segura. El matrimonio era para siempre. Con Blake también lo había creído y no había durado. ¿Cómo podía estar segura de que con Charles duraría?

– ¿Ahora? Es demasiado pronto, Charles… solo llevamos juntos dos meses.

– Dos meses y medio -corrigió él-. Ambos sabemos que esto funciona.

Ella también lo creía, pero aunque fuera así, era demasiado pronto para sus hijos. De eso estaba segura. No podía decirles que se casaba con Charles. Todavía no. Se pondrían hechos una furia.

– Creo que los niños necesitan más tiempo -dijo cariñosamente-. Y nosotros también. Para siempre es mucho tiempo, y ninguno de los dos quiere cometer un error. Ya lo hemos hecho antes.

– Pero tampoco queremos esperar toda la vida. Quiero vivir contigo -dijo él-, como marido. -Era lo que deseaban muchas mujeres, un hombre que quisiera casarse al cabo de unos meses y que hablaba en serio. Sabía que Charles no bromeaba. Pero ella debía pensar del mismo modo y todavía no había llegado a ese punto-. ¿Qué quieres hacer?

Maxine pensaba aceleradamente. Le sorprendía darse cuenta de que no quería rechazarlo, aunque no estuviera dispuesta a casarse con él todavía. Tenía que estar segura.

– Quisiera esperar y decírselo a los niños en junio. Entonces hará seis meses que nos conocemos. Es más adecuado. Habrán acabado el curso y, si la noticia los perturba, tendrían todo el verano para adaptarse. Ahora es demasiado pronto para decírselo.

El parecía algo decepcionado, pero era consciente de que ella no le había rechazado y eso le complacía inmensamente. Era lo que más temía.

– ¿Y cuándo nos casaríamos?

Contuvo el aliento, esperando su respuesta.

– ¿En agosto? Así tendrían dos meses para hacerse a la idea. Es suficiente para que se acostumbren y no tanto para que le den demasiadas vueltas. Y para nosotros también es un buen momento, antes de que empiece el curso.

– ¿En tu vida todo gira en torno a los niños, Maxine? ¿No hay nada solo para ti, o para nosotros?

– Creo que no -respondió ella, en tono de disculpa-. Para mí es importante que acepten la situación, de lo contrario nos amargarán la vida.

Sobre todo a él, si se ponían en contra. Maxine temía que lo hicieran incluso en junio. Sabía que no saltarían de alegría con la noticia. Apenas acababan de aceptarlo, y no se les había pasado por la cabeza que su madre pudiera volver a casarse. Habían dejado de preocuparse por ello casi desde el principio, cuando les aseguró que no lo haría; era lo que ella creía entonces. Ahora iba a ponerlo todo patas arriba con esa noticia.

– Quiero que mis hijos también se alegren.

– Se alegrarán cuando se hagan a la idea -dijo Charles con firmeza-. Creo que puedo esperar hasta agosto, y a decírselo en junio. Me habría gustado comunicárselo a todos ahora. -Le sonrió-. Es muy emocionante. Pero estoy dispuesto a esperar.