La atrajo hacia él y sintió que le latía el corazón aceleradamente. Ella estaba aturdida y atemorizada, pero al mismo tiempo entusiasmada. Le amaba, pero era muy diferente de lo que había tenido con Blake. De todos modos, ella y Charles eran mayores y esto tenía más sentido. Charles era el tipo de hombre responsable y serio que siempre había deseado, no un cabeza loca como Blake, con el que, por muy encantador que fuera, no podías contar nunca. Charles no era un golfo, era un hombre. Y eso estaba bien aunque fuera sorprendente. La petición la había pillado por sorpresa.

A Maxine le parecía que corrían demasiado, pero estaba de acuerdo con él. A su edad, sabían qué podía funcionar y qué querían. ¿Para qué perder más tiempo?

– Te quiero -susurró, y él la besó.

– Yo también te quiero -dijo él después-. ¿Dónde quieres casarte?

– ¿Qué te parece mi casa de Southampton? -La idea se le había ocurrido de repente-. Es lo bastante grande para que nos instalemos todos, y podemos alquilar una carpa para el jardín.

La lista de invitados podía ser muy larga.

– Me parece perfecto. -Habían ido un par de fines de semana y el sitio le encantaba. De repente se mostró inquieto-. ¿También tenemos que llevarnos a los niños de luna de miel?

Ella rió y negó con la cabeza.

– No, claro que no. -Se le ocurrió una idea-. A lo mejor Blake nos dejaría su velero. Sería perfecto para una luna de miel.

Charles frunció el ceño.

– No quiero pasar mi luna de miel en el velero de tu ex marido -dijo con firmeza-, por muy grande que sea. Cuando nos casemos serás mi esposa, no la suya.

Charles había estado celoso de Blake desde el principio y Maxine dio marcha atrás inmediatamente.

– Lo siento. Qué estupidez.

– Quizá Venecia… -propuso él.

Siempre le había gustado. Esta vez Maxine no sugirió que pidieran prestado el palazzo a Blake. Era evidente que Charles había olvidado que tenía uno.

– O a París. Debe de ser romántico.

Era una de las pocas ciudades donde Blake no tenía casa.

– Ya lo decidiremos. Tenemos hasta junio para hacer planes.

Quería comprarle el anillo de compromiso, y deseaba que ella le ayudara a elegirlo. Pero no podría ponérselo hasta junio, ya que no iba a decírselo a los niños hasta entonces. Lo lamentaba. Aunque agosto llegaría sin que se dieran cuenta. En seis meses, Maxine sería la señora West. Le sonaba de maravilla. Y a ella también. Maxine West.

Se sentaron y cuchichearon haciendo planes. Acordaron que él vendería su piso y se mudaría con ella. El de él era pequeño y la familia de ella era numerosa. Era la mejor solución. Después de tanto hablar, Maxine deseó hacer el amor, pero no podían. Sam estaba en su cama, durmiendo profundamente. Quedaron que Maxine iría al piso de Charles al día siguiente, «para cerrar el trato», en palabras de él. Ahora les costaría esperar para poder pasar las noches juntos y levantarse por la mañana bajo el mismo techo. De este modo, ella tendría a todos sus seres queridos en un mismo sitio. A Maxine le parecía maravilloso.

Se besaron un buen rato antes de que Charles se marchara. Estuvo tierno, cariñoso y encantador. Al entrar en el ascensor, le susurró:

– Buenas noches, señora West. Ella le sonrió y susurró: -Te quiero.

Mientras cerraba la puerta y se dirigía a su dormitorio, la cabeza le daba vueltas. No era en absoluto lo que había esperado pero, ahora que lo habían decidido, a ella también le parecía un plan estupendo. Solo deseaba que los niños se tomaran bien la noticia. Afortunadamente, Charles había aceptado esperar. La idea le hacía ilusión. Era el tipo de hombre con el que debería haberse casado de entrada. Pero, de haberlo hecho, no tendría los maravillosos hijos que tenía. Así que, al fin y al cabo, todo había salido bien. Y ahora tenía a Charles. Era lo único que importaba.

Capítulo 14

Aunque Charles y Maxine no contaran sus planes a los niños y prefirieran guardárselos para ellos por el momento, el mero hecho de tenerlos cambió sutilmente su relación. De repente, Charles tenía una actitud más autoritaria cuando estaba con Maxine o los niños, y Daphne lo captó inmediatamente.

– ¿Quién se cree que es? -se quejó un día que Charles le había dicho a Jack que se quitara las zapatillas de deporte y se cambiara la camisa para salir a cenar.

Maxine también lo había notado, pero le gustaba que Charles intentara amoldarse y encontrar su lugar en la familia, aunque no acertara siempre. Sabía que su intención era buena. Ser el padrastro de tres niños suponía un gran paso para él.

– No lo hace con mala intención -dijo Maxine, excusándolo con más prontitud de la que su hija estaba dispuesta a aceptar.

– No es verdad. Es un mandón. Papá nunca diría esas cosas. Le daría igual lo que lleva Jack para cenar, o si se acuesta con las zapatillas de deporte.

– Pues a mí no me parece tan mal -dijo Maxine-. Tal vez necesitamos un poco más de orden.

Charles era muy organizado y le gustaba que todo estuviera pulcro y en su sitio. Era una de las cosas que tenían en común. Blake era el polo opuesto.

– ¿Esta casa es un campo de concentración nazi o qué? -estalló Daphne, y salió airadamente.

Maxine se alegró de haber retrasado el anuncio del compromiso y el matrimonio hasta el verano. Los niños todavía no estaban preparados para saberlo. Esperaba que en los próximos meses lo aceptaran cada día un poco más.

Marzo fue un mes muy atareado para Maxine. Asistió a dos conferencias en extremos opuestos del país: una en San Diego sobre los efectos de los sucesos traumáticos de ámbito nacional sobre niños menores de doce años, donde era la oradora principal, y otro sobre el suicidio en los adolescentes, en la ciudad de Washington, donde Maxine formó parte del grupo que inauguró la conferencia y además dio una charla en solitario el segundo día del evento. Después tuvo que volver a Nueva York a toda prisa para la semana de vacaciones de primavera de los niños. Tenía la esperanza de convencer a Blake para que se llevara a sus hijos, pero le dijo que estaba en Marruecos, trabajando en la casa y demasiado ocupado con la obra y los planos para tomarse unos días libres. Para los niños fue una decepción y para ella una carga suplementaria tomarse una semana libre para estar con ellos. Thelma se ocupaba de sus pacientes en estos casos.

Maxine se llevó a los chicos a esquiar a New Hampshire durante la semana de vacaciones. Por desgracia, Charles no podía dejar el trabajo. Estaba muy ocupado con su consulta, así que Maxine se fue con sus hijos y un amigo de cada uno de ellos, y lo pasaron en grande. Cuando le explicó a Charles sus planes, él le confesó que le aliviaba enormemente no poder acompañarlos. Seis niños era demasiado para sus nervios. Tres ya le parecían mucho. Seis era una locura. Maxine lo pasó bien y le llamó varias veces desde New Hampshire para ponerlo al corriente. El día después de regresar, tenía que marcharse a la conferencia de Washington. Charles fue a visitarla una noche, y finalmente pudieron irse a la cama a medianoche. Había sido una semana de locos.

A él le irritaba un poco que Maxine estuviera tan ocupada, pero se suponía que lo comprendía. Tenía una consulta muy solicitada y tres hijos, que educaba sola, sin la ayuda ni el apoyo de Blake. Normalmente ni siquiera podía localizarle, así que ni lo intentaba y tomaba las decisiones sin contar con él.

Blake estaba absorto en su última aventura inmobiliaria y su vida de «diversión», mientras ella trabajaba sin parar y cuidaba a sus hijos. La única persona que la ayudaba era Zelda, nadie más. Maxine le estaría eternamente agradecida y se sentía en deuda con ella. Ni Charles ni Blake tenían la menor idea de todo lo que se necesitaba para que su vida transcurriera sin sobresaltos y sus hijos estuvieran bien atendidos y contentos. La propuesta de Charles de que se tomara un mes libre para relajarse y planificar la boda la hizo reír. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Imposible. Estaba abrumada de trabajo y Blake era otra vez el hombre invisible para sus hijos. Había estado encantador con ellos en Aspen, pero no tenía planeado verlos hasta julio o agosto. Tendrían que esperar mucho tiempo y, hasta entonces, todo recaería sobre los hombros de Maxine.

Al llegar la primavera y el calor, empezó a visitar a más y más chicos en crisis. Sus pacientes enfermos siempre respondían mal a la primavera y el otoño. En primavera, las personas que sufrían decaimiento invernal se sentían mejor. El tiempo era más cálido y brillaba el sol, las flores se abrían, había alegría en el ambiente, pero los verdaderamente enfermos se sentían más desesperanzados que nunca. Se sentían como piedras en la playa cuando la marea bajaba, atrapados en su oscuridad, miseria y desesperación. Era un momento peligroso para los chicos suicidas.

A pesar de todos sus esfuerzos, le causó una gran tristeza que dos de sus pacientes se suicidaran en marzo y un tercero en abril. Fueron unos días terribles para ella. Thelma también perdió a uno de sus pacientes, un chico de dieciocho años con el que hacía cuatro que trabajaba. Estaba apenada por la familia y le echaba de menos. Septiembre también era un mes peligroso y estadísticamente relevante en los suicidios de chicos adolescentes.

Thelma y Maxine almorzaron juntas para consolarse por la pérdida de sus respectivos pacientes. Maxine aprovechó para confesarle su compromiso secreto. La noticia las animó a ambas: era como un destello de esperanza en su mundo.

– ¡Vaya! Menudo notición -exclamó Thelma, encantada por su amiga. Era un tema de conversación mucho más alegre que el que había motivado el almuerzo-. ¿Cómo crees que reaccionarán tus hijos?

Maxine le había dicho que no pensaban anunciarlo hasta junio y que la boda se celebraría en agosto.

– Espero que para entonces estén preparados para escuchar la noticia. Solo faltan dos meses para junio, y por lo que parece se van adaptando a Charles, poco a poco. El problema es que les gustaban las cosas tal como estaban, tenerme para ellos solos, sin compartirme con un hombre, sin interferencias.

Maxine parecía preocupada y Thelma sonrió.

– Eso significa que son chicos normales y bien adaptados. Es más agradable para ellos tenerte sin un hombre con quien competir por tu atención.

– Creo que Charles nos hará bien a toda la familia. Es el tipo de hombre que siempre hemos necesitado -dijo Maxine, en tono esperanzado.

– Esto lo hará más difícil para ellos -comentó Thelma sabiamente-. Si fuera un idiota podrían despreciarlo, y tú también. En cambio, es un candidato aceptable y un ciudadano responsable. Para ellos, esto le convierte en el enemigo público número uno, al menos por el momento. Abróchate el cinturón, Max, algo me dice que vas a tropezar con turbulencias cuando se lo digas. Pero lo superarán. Yo me alegro mucho por ti -dijo Thelma con una sonrisa.

– Gracias, yo también. -Maxine le sonrió, todavía nerviosa por la reacción de sus hijos-. Creo que tienes razón con lo de las turbulencias. La verdad es que no me apetecen mucho, así que lo retrasaremos hasta el último momento.

Pero junio estaba a la vuelta de la esquina, solo faltaban dos meses. Y a Maxine empezaba a preocuparle tener que dar la gran noticia. Por el momento, hacía que sus planes de boda fueran un poco tensos y agridulces. Y un poco irreales, hasta que hablara con sus hijos.

En abril, ella y Charles fueron a Cartier y eligieron un anillo. Se lo arreglaron a su medida y Charles se lo dio formalmente durante la cena, pero ambos sabían que todavía no podría lucirlo. Lo guardó en un cajón cerrado con llave de su escritorio de casa, pero cada noche lo sacaba para admirarlo y probárselo. Le encantaba. Era precioso y la piedra brillaba de una forma increíble. Estaba deseando ponérselo. Comprar el anillo hizo que sus planes parecieran más reales. Ya había reservado la fecha con un restaurador de Southampton para agosto. Solo faltaban cuatro meses para la boda. Quería empezar a buscar el vestido. También quería decírselo a Blake, y a sus padres, pero no hasta que lo supieran los niños. Sentía que se lo debía.

Ella, Charles y los niños pasaron el fin de semana de Pascua en Southampton, y se divirtieron mucho. Maxine y Charles cuchicheaban por las noches sobre sus planes de boda y se reían como dos chiquillos; también daban paseos románticos por la playa cogidos de la mano mientras Daphne ponía cara de desesperación. En mayo Maxine tuvo una conversación seria e inesperada con Zellie. Había tenido un mal día. Una amiga suya había muerto en un accidente y por primera vez habló con tristeza de lo mucho que lamentaba no haber tenido hijos. Maxine se mostró comprensiva y supuso que se le pasaría. Solo había sido un mal día.

– Nunca es tarde -dijo Maxine, para animarla-. Podrías conocer a un hombre y tener un hijo. -Empezaba a ser apremiante, pero todavía era posible para ella-. Las mujeres cada día tienen hijos más tarde, con un poco de ayuda.