– Ya veo que en esto no nos pondremos de acuerdo. Pero ¿quién soy yo para decirte lo que debes hacer? Solo soy un mandado.
Bromeaba a medias, porque todavía no era capaz de entender que su futura esposa le estuviera diciendo que su ex marido se ofendería si no le invitaba a su boda. Sin embargo, si no quería una batalla campal, y unos hijastros que le odiaran más de lo que ya lo odiaban, no tenía más remedio que claudicar.
– No te acompañará al altar, ¿verdad? -preguntó Charles, con preocupación.
– Claro que no, tonto. Me acompañará mi padre.
Charles pareció aliviado. Aunque él no lo reconociera, Maxine sabía que sentía cierta aversión por Blake. Para cualquier hombre era una mala pasada que te compararan con él. Si el dinero era la medida del éxito que utilizaba la mayoría de la gente, Blake estaba en lo más alto. Pero eso no cambiaba que fuera un irresponsable, que lo hubiera sido siempre y que nunca estuviera disponible para sus hijos. Blake era divertido, y Maxine siempre le querría. Pero, sin ninguna duda, Charles era el hombre con quien quería casarse.
Aquella noche, Charles la besó antes de marcharse. Habían decidido prácticamente todos los detalles y cuando Maxine hizo brillar el anillo, ambos rieron de alegría.
– Buenas noches, señora West -susurró él.
Al oírlo, Maxine se dio cuenta de que probablemente tendría que conservar el apellido «Williams» para el trabajo. El cambio sería demasiado complicado para sus pacientes, y para todas las cuestiones profesionales, así que aunque fuera la señora West en sociedad, seguiría siendo la doctora Williams; llevaría el apellido de Blake para siempre. Había cosas que simplemente no podían cambiarse.
Capítulo 16
Blake llamó a Maxine a la consulta un día que ya estaba siendo bastante frenético para ella. Había recibido a tres nuevos pacientes y acababa de discutir con el restaurador de Southampton sobre el precio de la carpa para la boda. La cantidad que pedía era exagerada, pero estaba claro que la necesitaban. Los padres de Maxine se habían ofrecido a pagar la boda, pero, a su edad, ella no se sentía capaz de permitir que cargaran con los gastos. Por otro lado, tampoco quería que el restaurador la timara. Las carpas eran caras, sobre todo las que tenían los laterales transparentes, como la que ella quería. Las opacas eran demasiado claustrofóbicas. Todavía estaba irritada cuando respondió a la llamada de Blake.
– Hola -dijo bruscamente-. ¿Qué hay?
– Perdona, Max. ¿Es un mal momento? Te llamo más tarde si lo prefieres.
Maxine miró el reloj y vio que ya era tarde para Blake. No sabía si volvía a estar en Londres o seguía en Marruecos, pero de todos modos seguro que era tarde, y se le notaba en la voz que estaba cansado.
– No, no te preocupes. Perdona. Tengo unos minutos antes de que llegue otro paciente. ¿Va todo bien?
– A mí sí. Pero a nadie más. Sigo en Imlil, a unas tres horas de Marrakech. Es increíble, no hay casi nada, pero tienen una torre de telefonía móvil, así que he podido llamarte. He estado trabajando con los niños, Max. Lo que les ha ocurrido es horrible. Todavía están sacando personas de debajo de los escombros, donde han pasado días enterrados con sus familiares muertos. Otros vagan por las calles con expresión aturdida. Aquí, en los pueblos, la gente vive en la miseria, y un desastre como este los borra del mapa. Se ha calculado que han desaparecido más de veinte mil personas.
– Lo sé -dijo Maxine, tristemente-, he visto la noticia en The Times y en la CNN.
A Maxine le sorprendió el hecho de que no hubiera podido localizarle cuando su hijo estaba herido, y sin embargo ahora estuviera intentando remediar los males del mundo. Aunque sin duda era mejor que mariposear de fiesta en fiesta con su avión. Debido al trabajo de Max, las catástrofes no le eran desconocidas, pero era la primera vez que Blake parecía preocupado por algo que no le afectaba directamente. Aunque en esta ocasión, él lo estaba viviendo en persona. Maxine había estado en situaciones así, en desastres naturales donde iba a proporcionar asesoramiento, tanto en el país como en el extranjero.
– Necesito tu ayuda -dijo. Estaba exhausto; apenas había dormido en diez días-. Estoy intentando organizar la asistencia a los niños. He conocido a personas muy interesantes y poderosas desde que compré la casa. Los organismos gubernamentales están tan abrumados que el sector privado está intentando intervenir. He asumido la dirección de un gran proyecto para los niños, pero me hace falta consejo sobre la atención que requieren, a largo plazo y ahora mismo. Es lo tuyo. Necesito tu experiencia, Max.
Realmente se le oía cansado, preocupado y triste.
Maxine soltó un largo suspiro. Era un encargo de envergadura.
– Me encantaría ayudar -insinuó. Le impresionaba la magnitud de lo que Blake estaba haciendo, pero debía ser realista-. No creo que pueda asesorarte por teléfono -dijo con pesar-. No sé qué han preparado los organismos gubernamentales, y estas cosas hay que verlas en persona. Con un desastre así la teoría no sirve. Debes estar allí, como tú, para evaluar la situación y actuar en consecuencia.
– Lo sé -respondió Blake-. Por eso te llamo. No sabía qué más podía hacer. -Dudó un instante-. ¿Podrías venir, Max? Estos niños te necesitan, y yo también.
Maxine se quedó atónita. Aunque ya lo había mencionado en su anterior conversación, no pensó que fuera en serio, ni que fuera a pedírselo de verdad. Tenía la agenda apretada todo el mes. Como siempre, en julio se marcharía de vacaciones con los niños y, con la boda prevista para agosto, su vida era un torbellino.
– Caramba, Blake, me gustaría, pero no veo cómo. Tengo montones de pacientes y algunos están muy delicados.
– Pensaba mandarte mi avión. Aunque solo te quedaras veinticuatro horas, sería de gran ayuda. Necesito que lo vean tus ojos, en lugar de los míos. Dispongo del dinero para ponerle remedio pero no tengo ni idea de por dónde empezar, y solo confío en ti. Tienes que decirme qué debo hacer aquí. Yo solo estoy dando palos de ciego.
Le estaba haciendo una petición asombrosa, pero no veía la manera de poder aceptar. Por otro lado, nunca le había pedido nada, y se notaba que había puesto todo su corazón en el empeño. Estaba dispuesto a hacer todo lo posible para ayudar, con esfuerzo y con dinero. Además, era el tipo de trabajo que más compensaba a Maxine. Sin duda le destrozaría el corazón y sería doloroso ver el desastre en persona, pero era lo que más le gustaba, y una oportunidad de ser útil. Estaba orgullosa de él por lo que hacía, y solo escucharle hablar hacía que se le saltaran las lágrimas. Quería contárselo a sus hijos, para que estuvieran orgullosos de su padre.
– Ojalá pudiera -dijo lentamente-, pero no sé cómo hacerlo.
Le habría encantado ir a Marruecos, para ayudar y asesorarlo. Admiraba sus buenas intenciones y el esfuerzo que hacía. Se daba cuenta de que aquello era algo muy diferente para él y quería ayudarle. Sin embargo, no sabía cómo.
– ¿Y si anularas las visitas del viernes? Te mandaría el avión el jueves para que viajaras de noche. Así tendrías un fin de semana de tres días. El domingo por la noche regresarías, y estarías en tu consulta el lunes.
Se notaba que había pasado horas reflexionando sobre esta solución. Se hizo un silencio al otro lado del teléfono.
– No estoy de guardia este fin de semana -dijo Maxine sopesando la situación.
Thelma se encargaba de sus pacientes. Podía pedirle un día más como un favor. Pero Maxine era consciente de que, con todas las cosas que tenía entre manos, ir a Marruecos para solo tres días era una locura.
– No sé a quién más pedírselo. Las vidas de estos niños estarán condenadas si nadie toma las medidas necesarias inmediatamente. De todos modos, muchos de ellos ya no lo superarán.
Los había que estaban heridos, mutilados y ciegos, con daños cerebrales y miembros amputados cuando los sacaban de la casa o la escuela que se había derrumbado sobre ellos. Muchos de ellos se habían quedado huérfanos. Había visto, con lágrimas en los ojos, cómo rescataban a un recién nacido, todavía vivo, arrancándolo de los escombros.
– Déjame un par de horas para pensarlo -dijo Maxine cautelosamente mientras sonaba el intercomunicador para anunciarle que había llegado el siguiente paciente-. Tengo que pensarlo.
Era martes. Si decidía ir dispondría de dos días para organizado todo. Pero los desastres naturales no avisaban, ni te daban tiempo para hacer planes. Otras veces se había marchado con solo unas horas para prepararse. Tenía ganas de ayudar a Blake, o al menos proporcionarle buenos consejos. Conocía una excelente asociación de psiquiatras de París especializados en esta clase de catástrofes. Pero también la estimulaba la idea de colaborar. Hacía tiempo que no participaba en una misión de este tipo.
– ¿Cuándo puedo llamarte?
– Cuando quieras. No me he acostado en toda la semana. Prueba en el móvil inglés y en la BlackBerry. Los dos funcionan aquí, o al menos casi siempre… Oye, Max… gracias… te quiero. Gracias por escucharme y tomártelo en serio. Ahora entiendo tu trabajo. Eres una mujer increíble.
Después de todo lo que había visto sentía todavía más respeto por ella. Se sentía como si hubiera madurado de la noche a la mañana, y ella también lo notaba. Maxine sabía que era sincero, y que una nueva faceta de Blake estaba surgiendo por fin.
– Lo mismo te digo -correspondió amablemente. Tenía los ojos llenos de lágrimas otra vez-. Te llamaré en cuanto pueda. No sé si podré ir, pero si no puedo, te buscaré a alguien de primera línea que te ayude.
– Te quiero a ti -insistió Blake-. Te lo suplico, Max…
– Lo intentaré -prometió.
Colgó el teléfono y abrió la puerta a su paciente.
Tuvo que esforzarse para regresar al presente y escuchar con atención lo que decía la niña de doce años. Esta paciente se automutilaba y tenía ambos brazos marcados. La escuela se la había mandado a Maxine, porque era una de las víctimas del 11-S. Su padre era uno de los bomberos que habían muerto, y ella formaba parte del estudio que Maxine estaba elaborando para el ayuntamiento. La sesión duró más de lo habitual y, al acabar, Maxine se fue a casa a toda prisa.
Sus hijos estaban en la cocina con Zelda cuando ella llegó. Les contó lo que su padre estaba haciendo en Marruecos y a todos se les iluminaron los ojos al oírlo. Después les comentó que le había pedido que fuera a ayudarle. Les entusiasmó la idea y dijeron que esperaban que lo hiciera.
– No sé cómo podría ir -se lamentó, en tono preocupado y distraído, y salió de la cocina para llamar a Thelma.
El viernes no podía sustituir a Maxine porque daba una clase en la facultad de medicina de la Universidad de Nueva York, pero dijo que tenía una socia que podía hacerlo, si al final ella decidía irse. En cuanto al fin de semana, le tocaba estar de guardia de todos modos.
Maxine realizó otras llamadas, comprobó en el ordenador las visitas que tenía el viernes y a las ocho había tomado una decisión. Ni siquiera paró para cenar. Era lo menos que podía hacer y Blake se lo ponía fácil mandándole el avión. La vida era así. Siempre le había gustado una frase del Talmud en la que pensaba a menudo: «Salvar una vida es salvar el mundo entero». Se daba cuenta de que seguramente Blake también lo había entendido por fin. Le había costado una barbaridad, pero a los cuarenta y seis años se estaba convirtiendo en un ser humano de verdad.
Esperó a medianoche para llamarle. Entonces era primera hora de la mañana para él. Tuvo que intentarlo varias veces en los dos móviles, pero finalmente le localizó. Parecía más agotado que el día anterior. Le contó que había estado levantado toda la noche otra vez. Era normal en aquellas situaciones y Maxine lo sabía. Todos debían hacerlo. Si ella iba, tampoco podría perder el poco tiempo del que disponía. No había oportunidad para comer o dormir. Era lo que estaba viviendo Blake ahora.
Fue directa al grano.
– Iré.
El se echó a llorar al oírlo. Eran lágrimas de alivio, de agotamiento, de terror y de agradecimiento. Nunca había sentido o experimentado algo así.
– Puedo ir el jueves por la noche -continuó.
– Gracias a Dios… Max, no sé cómo darte las gracias. Eres una mujer fantástica. Te quiero… te lo agradezco de corazón.
Maxine le enumeró los informes que necesitaría consultar al llegar y lo que quería ver. El debía encontrar la manera de que pudiera reunirse con agentes del gobierno, entrar en hospitales y conocer a cuantos más niños mejor, en los lugares donde los tuvieran reunidos. Quería aprovechar cada minuto de su estancia, y Blake también. Le prometió que se encargaría de todo y le dio las gracias una docena de veces más antes de colgar.
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