– Estoy orgullosa de ti, mamá -dijo Daphne con un hilo de voz cuando su madre colgó.
Estaba en la puerta, escuchando lo que decía su madre, y tenía lágrimas en los ojos.
– Gracias, cariño. -Maxine se levantó y la abrazó-. También estoy orgullosa de tu padre. No tiene ninguna experiencia con este tipo de situaciones, pero hace lo que puede.
Daphne tuvo uno de esos momentos de lucidez en que vio claramente que sus padres eran buenas personas; se sintió conmovida, de la misma manera que la llamada de Blake había conmovido a Maxine. Hablaron un rato mientras Max hacía rápidamente una lista de lo que precisaría para el viaje. Mandó un correo a Thelma confirmando que se marchaba y que necesitaba que su socia la sustituyera el viernes en la consulta.
Entonces Maxine se acordó de que tenía que llamar a Charles. Habían pensado pasar el fin de semana en Southampton y ver al restaurador y al florista. Podía hacerlo sin ella, o dejarlo para el siguiente fin de semana. No era grave, porque todavía faltaban dos meses para la boda. Se dio cuenta de que era demasiado tarde para llamarle. Se fue a la cama y se quedó despierta durante horas, pensando en lo que deseaba hacer en cuanto llegara a Marruecos. De repente, aquel también era su proyecto, y estaba agradecida a Blake por dejarla participar. Tuvo la sensación de que la alarma del despertador sonaba cinco minutos después de haberse dormido. Desayunó y llamó a Charles inmediatamente. Todavía no había salido para ir a la consulta, y ella también debía estar en la suya al cabo de veinte minutos. No había escuela, así que los niños dormían. Zellie se afanaba en la cocina, preparándose para el zafarrancho que empezaría en breve.
– Hola, Max -dijo Charles, encantado de oír su voz-. ¿Va todo bien? -Por experiencia sabía que las llamadas a horas insólitas no siempre significaban buenas noticias. El reciente accidente de Sam se lo había demostrado. La vida era distinta cuando se tenían hijos-. ¿Sam está bien?
– Sí, perfectamente. Quería hablar contigo. Este fin de semana tengo que irme. -Habló con prisas y con más brusquedad de la que pretendía, pero no quería llegar tarde a la consulta, y sabía que él tampoco. Ambos eran escrupulosamente puntuales-. Tendré que anular la reunión con el restaurador y el florista en Southampton, a menos que quieras hacerlo sin mí. Podríamos ir el próximo fin de semana. Me marcho fuera.
Se dio cuenta de que saltaba de una cosa a otra de forma poco coherente.
– ¿Sucede algo? -Maxine daba conferencias continuamente, pero no en fin de semana, ya que intentaba dedicarlos siempre a su familia-. ¿Qué ocurre? -Parecía perplejo.
– Me voy a Marruecos a ver a Blake -dijo por las buenas.
– ¿Qué te vas adonde? ¿Qué quieres decir?
Estaba estupefacto, y aquello no le hacía ninguna gracia. Maxine se apresuró a explicárselo.
– No es eso. El estaba allí cuando se produjo el terremoto. Ha intentado organizar operaciones de rescate y conseguir recursos para los niños. Por lo que parece el desastre ha sido enorme y no tiene ni idea de cómo hacerlo. Es la primera vez que se involucra en un trabajo de ayuda humanitaria. Quiere que vaya, que vea a algunos niños, me reúna con algunas agencias internacionales y gubernamentales y le asesore un poco.
Lo dijo como si Blake le hubiera pedido que fuera a comprarle una lechuga al supermercado. Charles seguía estupefacto.
– ¿Lo haces por él? ¿Por qué?
– Por él no. Pero es la primera vez en cuarenta y seis años que da señales de ser un adulto. Estoy orgullosa de él. Lo menos que puedo hacer es darle consejos y echarle una mano.
– Esto es una estupidez, Max -exclamó Charles, echando humo-. Ya tienen a la Cruz Roja. No te necesitan.
– No es lo mismo -se apresuró a replicar ella-. Yo no busco supervivientes, ni conduzco ambulancias, ni curo heridos. Yo aconsejo a las autoridades sobre cómo tratar los traumas infantiles. Esto es exactamente lo que necesitan. Solo estaré tres días. Me mandará su avión.
– ¿Vas a quedarte con él? -preguntó Charles, con desconfianza.
Se comportaba como si Maxine hubiera dicho que se iba de crucero con su ex marido. En realidad lo había hecho en más de una ocasión con los niños, pero Blake era inofensivo. Tenían hijos en común, y para ella aquello lo justificaba casi todo. En todo caso, esto era distinto, tanto si Charles lo entendía como si no. Se trataba únicamente de trabajo. Nada más.
– Supongo que no me quedaré en ninguna parte, si se parece a otros terremotos que he visto. Estaré acampada en un camión, y dormiré de pie. Probablemente, una vez allí, ni siquiera veré mucho a Blake.
Le parecía absurdo que Charles se sintiera celoso por algo tan evidente e inofensivo como aquello.
– Creo que no deberías ir -dijo él con firmeza.
Estaba furioso.
– Esta no es la cuestión y lamento que te lo tomes así -replicó Maxine fríamente-. No debes preocuparte por nada, Charles -añadió intentando ser amable y comprensiva.
Estaba celoso, y tenía su encanto, pero aquella era la especialidad de Maxine y el tipo de trabajo que se dedicaba a realizar en todo el mundo.
– Te quiero. Pero me apetece ir y echar una mano. Solo es una coincidencia que la persona que me lo ha pedido sea Blake. Podría haberme llamado cualquiera de los organismos que trabajan sobre el terreno.
– Pero no lo han hecho. Te lo ha pedido él. Y no entiendo por qué vas. Por el amor de Dios, cuando su hijo estuvo en el hospital tardaste una semana en localizarle.
– Porque estaba en Marruecos y había habido un terremoto -exclamó ella con exasperación.
Aquella discusión le parecía cada vez más estúpida.
– Sí, claro, ¿y dónde ha estado el resto de la vida de sus hijos? En fiestas, en yates y persiguiendo mujeres. Tú misma me has dicho que nunca puedes localizarle, y no hace falta que haya habido un terremoto. Es un imbécil, Max. Y tú recorrerás medio mundo para hacerle quedar bien mientras rescata a un puñado de supervivientes del terremoto. No me vengas con cuentos. Que se apañe. No quiero que vayas.
– Por favor, no te pongas así -insistió Maxine con los dientes apretados-. No me estoy escapando para pasar un fin de semana de lujuria con mi ex marido. Voy a asesorarle para que inicie un programa para miles de niños que han quedado huérfanos, están heridos y quedarán traumatizados el resto de su vida si alguien no interviene cuanto antes. Puede que no sirva para mucho, dependerá de cómo lo apliquen y de los fondos de que dispongan, pero algo se puede hacer. Y ese es mi único interés, no Blake; solo ayudar a los niños, a cuantos más mejor.
Fue muy clara, pero él no se lo tragaba. Ni por un segundo.
– No sabía que me casaba con la madre Teresa de Calcuta -espetó, más enfadado todavía que antes.
Maxine se sintió frustrada y disgustada. Lo último que deseaba era pelearse con Charles. Era absurdo y solo haría que complicarle la vida. Se había comprometido con Blake, y pensaba ir. Era lo que deseaba hacer, tanto si le gustaba a Charles como si no. No era de su propiedad, y debía respetar su trabajo, incluso su relación con Blake, tal como era. Charles era el hombre que amaba su futuro. Blake era el pasado y el padre de sus hijos.
– Te casas con una psiquiatra especializada en el suicidio en adolescentes, con una subespecialidad en traumas infantiles y adolescentes. Creo que está bastante claro. El terremoto en Marruecos entra dentro de mis competencias. Lo único que te preocupa es Blake. ¿Podemos comportarnos como personas adultas? Yo no te montaría una escena si lo hicieras tú. ¿Por qué no puedes ser razonable?
– Porque no entiendo la relación que mantienes con él; creo que es enfermiza. No habéis cortado el vínculo y, aunque seas psiquiatra, doctora Williams, creo que tu vínculo con tu ex marido es retorcido. Es mi opinión.
– Gracias por tu opinión, Charles. La tendré en cuenta cuando llegue el momento. Ahora llego tarde a la consulta y después me iré a Marruecos tres días. Me he comprometido y me apetece. Te agradecería que fueras más maduro con esto y confiaras en mí en lo que concierne a Blake. No pienso tener relaciones sexuales con él entre los escombros.
Había levantado la voz, lo mismo que él. Se estaban peleando. Por Blake. ¡Qué locura!
– No me importa lo que hagas con él, Maxine. Pero debo decirte algo: no toleraré este tipo de cosas una vez casados. Si quieres correr tras los terremotos, los tsunamis o lo que sea por todo el mundo, adelante. Pero no lo harás con tu ex marido; no lo aceptaré. Creo que solo es una excusa para hacerte ir a su lado y poder estar contigo. No creo que tenga nada que ver con los huérfanos de Marruecos ni nada por el estilo. Este tipo no es suficiente ser humano para que le importe nadie aparte de él mismo; tú misma me lo has dicho. Esto es una excusa y tú lo sabes.
– Charles, te equivocas -replicó Maxine con calma-. Es la primera vez que le veo hacer algo así, pero debo respetarlo. Y me gustaría ayudarle si puedo. Pero no te equivoques, no le estoy ayudando a él. Lo hago por esos niños. Por favor, intenta entenderlo.
El no contestó. Se quedaron en silencio, furiosos. A Maxine le molestaba que él sintiera tanta hostilidad hacia Blake. Si no lo superaba, la situación sería difícil para ella y para los niños en el futuro. Esperaba que lo entendiera pronto. Mientras tanto, pensaba ir a Marruecos. Era una mujer de palabra. Con un poco de suerte, Charles se calmaría. Colgaron sin haber solucionado nada.
Angustiada por la discusión, Maxine se quedó un momento contemplando el teléfono. Se sobresaltó al oír una voz detrás de ella. En el calor de la pelea con Charles, no había oído entrar a Daphne.
– Es un imbécil -dijo la niña, con una voz de ultratumba-. No puedo creer que vayas a casarte con él, mamá. Y odia a papá.
Maxine no estaba de acuerdo, pero entendía que su hija lo viera de ese modo.
– No comprende la relación que tengo con vuestro padre. El nunca habla con su ex esposa. No tienen hijos.
Pero con Blake había algo más que eso. A su manera, seguían queriéndose, aunque el amor se hubiera transformado en un vínculo familiar que ella no quería perder. No deseaba pelearse con Charles por ello. Quería que lo entendiera, pero él era incapaz.
– ¿Vas a ir a Marruecos o no? -preguntó Daphne, con preocupación.
Creía que su madre debía ir a ayudar a su padre y a todos esos niños.
– Sí. Espero que Charles se calme con este asunto.
– ¿A quién le importa? -soltó Daphne, llenando un cuenco con cereales, mientras Zellie empezaba a preparar panqueques.
– A mí -contestó Maxine sinceramente-. Le quiero.
Esperaba que algún día sus hijos también le quisieran. Era comprensible que los niños se volvieran contra un padrastro, sobre todo a esta edad. No era nada del otro mundo, pero resultaba muy difícil vivir así.
Maxine llegó media hora tarde a la consulta, y siguió retrasada todo el día. No tuvo tiempo de volver a llamar a Charles. Estaba demasiado ocupada visitando pacientes y anulando todas las citas que podía del viernes. Le llamó en cuanto llegó a casa, pero se le cayó el alma a los pies al ver que seguía enfadado. Intentó tranquilizarlo, y le pidió que fuera a cenar. La sorprendió diciendo que ya se verían a su regreso. La castigaba por el viaje que Blake había organizado, y no quería verla antes de irse.
– Me gustaría mucho verte antes de marcharme -insistió ella con cariño.
Pero Charles no estaba dispuesto a ceder. Maxine no quería marcharse sabiendo que él estaba enfadado, pero Charles se mostró inflexible. A Max le pareció una actitud infantil, pero decidió dejar que se tranquilizara mientras estaba fuera. No tenía alternativa. Cuando le llamó más tarde descubrió que había apagado el teléfono. Estaba furioso y se lo hacía pagar a ella.
Aquella noche tuvieron una cena agradable con los niños. El jueves, tras otro día de locos en la consulta, Maxine volvió a llamar a Charles por la noche, antes de marcharse. Esta vez cogió el teléfono.
– Solo quería despedirme -dijo con toda la tranquilidad que pudo-. Me voy al aeropuerto.
Despegarían de Newark, donde Blake aterrizaba siempre.
– Cuídate -dijo Charles de mal humor.
– Te he mandado los números del móvil y de la BlackBerry de Blake, pero también puedes probar con el mío. Creo que funcionará -dijo, intentando aplacarle.
– No pienso llamarte a su teléfono -dijo Charles, enfadado de nuevo.
Todavía le escocía que Maxine se marchara. Pasaría un fin de semana horrible. Maxine entendía el motivo y se sentía mal, pero le habría gustado que lo superara y fuera más comprensivo. Estaba ilusionada con el viaje y con lo que le esperaba. Aquellas situaciones siempre le provocaban una descarga adicional de adrenalina, aunque también le destrozaran el corazón. Colaborar en la ayuda humanitaria cuando había catástrofes hacía que sintiera que su vida tenía más sentido. Maxine sabía que también le haría bien a Blake. Para él era la primera vez, y en parte esa era la razón de que Maxine fuera. No quería fallarle y deseaba reforzar el giro que parecía haber tomado su vida. Era imposible que Charles lo comprendiera. Daphne tenía razón. Odiaba a Blake y había estado celoso de él desde el principio.
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