– Gracias por venir -dijo, conmocionado-. Es terrible. Por ahora, hay más de cuatro mil niños que parecen haber quedado huérfanos. Todavía no estamos seguros, pero creemos que habrá muchos más.
Habían muerto más de siete mil niños. Y más del doble de adultos. Todas las familias habían quedado diezmadas o habían sufrido alguna pérdida. Blake dijo que la situación en el siguiente pueblo, en la montaña, era peor. Había estado allí los últimos cinco días. Prácticamente no había supervivientes y casi todos habían bajado a la llanura. Estaban mandando a los ancianos y a los heridos graves a hospitales de Marrakech.
– A primera vista, es terrible -confirmó ella.
El asintió, tomándole la mano. La llevó a dar una vuelta por el campamento. Había niños llorando por todas partes y casi todos los voluntarios sostenían a uno en brazos.
– ¿Qué va a ser de ellos? -preguntó Maxine-. ¿Se ha organizado algo oficialmente?
Sabía que era necesario esperar la confirmación de que los padres habían muerto y no se había localizado a ningún pariente. Hasta entonces reinaría la confusión.
– El gobierno, la Cruz Roja y la Media Luna Roja marroquí están trabajando en ello, pero todavía es todo muy caótico. Nos basamos en lo que la gente nos dice. No participo en nada más. Me he concentrado en los niños.
De nuevo, a Max le pareció extraño, ya que había pasado muy poco tiempo con sus hijos; sin embargo, sus intenciones eran buenas y actuaba de corazón.
Maxine pasó las dos horas siguientes explorando el campamento con él, hablando con la gente en el francés rudimentario que sabía. Ofreció sus servicios en la tienda médica, por si los necesitaban, y se identificó ante el jefe de cirugía como psiquiatra, especializada en traumas. El la presentó a unas mujeres y a un anciano. Una mujer que estaba embarazada de gemelos los había perdido con el impacto cuando la casa se había derrumbado; su marido había muerto, enterrado bajo los escombros. El le había salvado la vida y había perdido la suya, le explicó. Tenía tres hijos más, pero no había podido encontrarlos. Había docenas de casos como el de ella. Vio a una preciosa niña que había perdido ambos brazos. Lloraba desconsoladamente llamando a su madre. Maxine se quedó con ella acariciándole la cabeza mientras Blake se volvía para esconder sus lágrimas.
Ya casi atardecía cuando Maxine y Blake se tomaron un respiro en el camión de la Cruz Roja para tomar una taza de té con menta. Escucharon la llamada a la plegaria que partía de la mezquita principal y se extendía por todo el pueblo. Era un sonido inolvidable. Maxine había prometido volver a la tienda médica por la noche y esbozar un plan para tratar a las víctimas traumatizadas, aunque debía incluir entre estas a los equipos de rescate. Habían presenciado tragedias horribles. Maxine había hablado con voluntarios de la Cruz Roja. En aquella situación la gente necesitaba cuidados tan básicos que no merecía la pena plantearse intervenciones más complejas. Lo mejor que podía hacer era hablar con las personas una por una. Ella y Blake hacía horas que no se sentaban. Mientras tomaban el té, Maxine se acordó de Arabella y le preguntó si todavía seguía en su vida. El asintió sonriendo.
– Tenía un encargo y esta vez no ha podido venir. Me alegro de que no esté. Es muy aprensiva. Se desmaya si alguien se corta con un papel. Esto no es para ella. Está en casa, en Londres.
Arabella se había mudado con él oficialmente hacía unos meses, lo que para él también era una novedad. Normalmente las mujeres pasaban con él una temporada y desaparecían de su vida. Siete meses después, Arabella seguía allí. Maxine no se lo podía creer.
– ¿Va en serio? -preguntó sonriendo y mientras terminaba su té.
– Podría ser -contestó él, tímidamente-. Aunque no sé muy bien qué significa eso. No soy tan valiente como tú, Max. No necesito casarme. -Le parecía un acto de gran valor, pero se alegraba por Maxine, si era lo que ella deseaba-. Por cierto, quería regalaros a ti y a Charles la fiesta de antes de la boda en Southampton. Me parece que al menos te lo debo.
– No me debes nada -replicó ella amablemente, con la máscara colgando del cuello.
El olor seguía siendo insoportable, pero no podía beber con ella puesta. Le había dado una a Blake y unos guantes de látex. No quería que enfermara, lo cual no era difícil en un lugar como aquel. Los soldados habían estado enterrando cadáveres todo el día, mientras los familiares lloraban. Era un sonido fantasmal y doloroso, que por suerte los bulldozer prácticamente lograban sofocar.
– Quiero hacerlo por ti. Será divertido. ¿Los niños han entrado en razón?
– No -dijo Maxine, apenada-, pero lo harán. Charles es un buen hombre, aunque no esté acostumbrado a los niños.
Le contó su primera cita y Blake se echó a reír.
– Yo habría huido como de la peste -confesó Blake-, y son mis hijos.
– Me sorprende que él no lo hiciera.
Maxine también sonreía. No le contó lo furioso que estaba Charles porque ella se hubiera ido a Marruecos. Blake no tenía por qué saberlo; podría ofenderse o, como Daphne, concluir que Charles era un imbécil. Maxine sentía la necesidad de proteger a ambos. En su opinión, los dos eran buenas personas.
Volvió un rato a la tienda médica, para colaborar en la elaboración de un plan, y habló con algunos enfermeros sobre cómo detectar los signos de que había algún trauma; aunque en aquel momento era como intentar excavar una montaña con una cuchara. Era poco eficaz y muy rudimentario.
Estuvo casi toda la noche despierta con Blake, aunque al final acabaron durmiendo los dos en el jeep que la había llevado a ella, apoyados el uno en el otro, como cachorros. Maxine no pensó en cómo habría reaccionado Charles si los hubiera visto. No tenía ninguna importancia, así que le daba igual. Cuando volviera dedicaría el tiempo que fuera necesario para convencerlo. Ahora tenía cosas más importantes que hacer.
Pasaron casi todo el sábado con los niños. Maxine habló con cuantos pudo; a veces solo los abrazaba, sobre todo cuando eran muy pequeños. Muchos empezaban a ponerse enfermos, y ella sabía que algunos morirían. Mandó al menos una docena a la tienda médica con los voluntarios. Era de noche cuando ella y Blake pararon para descansar.
– ¿Qué puedo hacer? -Blake parecía sentirse impotente.
Maxine estaba más acostumbrada a estas situaciones, aunque también la afectaban. ¡Era tal la necesidad y tan escasos los remedios a su alcance!
– ¿Sinceramente? No mucho. Ya haces todo lo que puedes.
Sabía que estaba donando dinero y comprando maquinaria para los equipos de rescate. Pero a esas alturas solo localizaban cadáveres, no supervivientes.
Entonces él la sorprendió.
– Quiero llevarme algunos niños a casa -dijo en voz baja.
Era una reacción normal. Otras personas en circunstancias similares habían reaccionado igual. Pero Maxine sabía que en aquellos casos adoptar huérfanos no era tan sencillo como Blake suponía.
– Como todos nosotros -contestó-. Pero no puedes llevártelos a todos.
El gobierno montaría orfanatos provisionales para ellos y gradualmente los integraría en su sistema; a algunos los adoptarían en el extranjero, pero serían muy pocos. Normalmente, aquellos niños permanecían en su país y en su cultura.
– La peor parte de este trabajo es tener que irse. En algún momento, cuando ya has hecho todo lo que podías dentro de tus posibilidades, debes marcharte. Ellos se quedan.
Sonaba duro, pero Maxine sabía que en la mayoría de los casos ocurría así.
– A eso me refiero -insistió él tristemente-. No puedo. Siento que les debo algo. No puedo construir una casa fabulosa y aparecer con un puñado de gente guapa de vez en cuando. Siento que les debo algo más, como ser humano.
Era todo un descubrimiento para Blake, aunque había tardado toda una vida en llegar a él.
– ¿Por qué no les ayudas aquí, en lugar de intentar llevártelos? Te arriesgas a perderte en una burocracia interminable.
El la miró de una forma extraña, como si se le estuviera ocurriendo algo que a la larga podría tener más sentido.
– ¿Y si convierto mi casa en un orfanato? Podría mantenerlos y también educarlos. En la casa de Marrakech habría espacio para unos cien niños si la reformo. Ahora mismo lo que menos necesito es otra casa. No sé por qué no se me había ocurrido antes.
Sonreía feliz y Maxine tenía lágrimas en los ojos.
– ¿Lo dices en serio?
Max estaba atónita, pero el plan de Blake podía funcionar. Nunca había hecho nada parecido. Era un proyecto totalmente altruista, y maravilloso. Además, él tenía los medios, si quería hacerlo. Maxine sabía que podía convertir el palacio en orfanato, contratar empleados, financiarlo y cambiar la vida de cientos de niños huérfanos. Sería un milagro para cualquiera de ellos, y tenía mucho más sentido que adoptar a unos pocos. Cediendo su casa, acondicionándola y financiando el proyecto podía ayudar a muchos más.
– Sí, en serio -insistió Blake, con una mirada penetrante.
Maxine se asombró de lo que vio en sus ojos. Blake había crecido. Por fin era un adulto. No había rastro del Peter Pan o del truhán.
– Es una idea fantástica -dijo con admiración.
Él también parecía entusiasmado. Maxine vio una luz en sus ojos que no había visto nunca. Estaba muy orgullosa de él.
– ¿Me asesorarías para tratarlos como víctimas de un trauma? Una versión en pequeño de uno de tus estudios. Quiero ayudarlos tanto como pueda. Psiquiatras, médicos, educación.
– Claro -aceptó Maxine encantada.
Era un proyecto fabuloso. Estaba demasiado conmovida para decirle lo impresionada que estaba. Necesitaría tiempo y varias visitas para evaluar la situación con calma.
Aquella noche durmieron otra vez en el jeep, y al día siguiente Maxine hizo la ronda con él. Los niños que vieron eran adorables y estaban tan necesitados que la idea de convertir la casa de Blake en un orfanato parecía aún más admirable. En los siguientes meses, habría mucho trabajo que hacer. Blake ya había llamado a su arquitecto y estaba organizando reuniones con organismos del gobierno para llevar a cabo su plan.
Maxine pasó la última hora de su estancia en el campamento en la tienda médica. Tenía la sensación de haber hecho muy poco, pero siempre le ocurría en aquellas situaciones. Blake la acompañó al jeep al acabar el día. Estaba exhausto. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.
– ¿Cuándo volverás a casa? -preguntó Maxine con expresión preocupada.
– No lo sé. Cuando ya no me necesiten. Unas semanas, un mes. Tengo que organizar muchas cosas ahora mismo.
Necesitarían su ayuda durante bastante tiempo, pero un día lo peor de la crisis habría pasado y él regresaría a Londres, donde Arabella le esperaba pacientemente. Estaba tan ocupado que apenas había tenido tiempo de llamarla, pero cuando lo hacía ella se mostraba encantadora y adorable. Le decía que era maravilloso, que le parecía un héroe y le admiraba mucho. Como Maxine. Su trabajo y sus planes de fundar un orfanato en su palacio de Marrakech la habían impresionado enormemente.
– No olvides que tienes el barco dos semanas en julio -le recordó Blake.
Les parecía raro hablar de aquello allí. Unas vacaciones en un yate lujoso estaban totalmente fuera de lugar en aquel contexto. Le dio las gracias otra vez. En esta ocasión Charles les acompañaría, aunque fuera de mala gana, pero Maxine había hecho hincapié en que era una tradición de la familia y que los niños se disgustarían si no lo hacían. Ahora Charles formaba parte de la familia. Maxine había insistido en que todavía no quería cambiar nada en la vida de los chicos. Era demasiado pronto; además, no había suficiente espacio para todos en la casa de Vermont.
– No olvides la fiesta. Le diré a mi secretaria que te llame. Quiero montar algo fabuloso para ti y para Charles.
A Maxine le conmovió que hubiera pensado en ello, sobre todo en aquel momento. Tenía ganas de conocer a la famosa Arabella. Maxine estaba segura de que era mucho más simpática de lo que Daphne estaba dispuesta a admitir.
Antes de marcharse, Maxine abrazó a Blake y le dio las gracias por el privilegio de haber podido participar.
– ¿Bromeas? Gracias a ti por venir tres días a ayudarme.
– Estás haciendo un trabajo increíble, Blake -insistió Maxine-. Estoy muy orgullosa de ti, y los niños también lo estarán. Me muero de ganas de contarles lo que haces.
– No se lo digas todavía. Primero quiero planificarlo todo, y aún falta mucho para que se haga realidad.
Sería un trabajo ingente coordinar la construcción del orfanato y encontrar a las personas que pudieran dirigirlo. Una tarea ardua.
– Cuídate mucho y no te pongas enfermo -le recordó Maxine-. Sé prudente.
Pronto empezaría a haber epidemias de malaria, cólera y tifus.
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