– Lo haré. Te quiero, Max. Cuídate y dales un beso a los niños.

– De tu parte. Yo también te quiero -contestó ella.

Le abrazó por última vez y él se quedó saludando con la mano mientras el jeep se alejaba.

Era de noche cuando Maxine llegó al avión. La tripulación la estaba esperando, con una comida exquisita preparada. Después de lo que había visto, Maxine no fue capaz de tocarla. Se quedó un buen rato contemplando la noche. Una luna brillante asomaba por la punta del ala, y el cielo estaba repleto de estrellas. Todo lo que había visto y hecho durante aquellos tres días le parecía irreal. Reflexionó sobre ello, y sobre Blake y lo que estaba haciendo, mientras el avión volaba a Nueva York. Por fin se durmió en el asiento y no se despertó hasta que aterrizaron en Newark a las cinco. Los días que había pasado en Marruecos le parecían más que nunca un sueño.

Capítulo 18

Maxine llegó a casa a las siete. Los niños todavía dormían y Zelda estaba en su habitación. Maxine se duchó y se fue a la consulta. Como había dormido bien en el avión se sentía descansada, aunque tenía mucho en lo que pensar y que digerir acerca del viaje. Era una mañana preciosa de junio, así que decidió ir andando a la consulta; llegó poco después de las ocho. Tenía una hora antes de que llegara el primer paciente, por lo que aprovechó para llamar a Charles y decirle que había llegado sana y salva. El respondió al segundo tono.

– Hola, soy yo -dijo Maxine con afecto, esperando que estuviera más calmado.

– ¿Y quién es yo? -respondió él de mal humor.

Maxine le había llamado tres veces desde Marruecos, pero no había podido comunicarse con él, así que había dejado mensajes en el contestador de su casa. No le importó demasiado no hablar con él, ya que no quería pelearse a larga distancia. En Vermont tampoco había respondido, y allí no había contestador para dejar un mensaje. Tenía la esperanza de que se hubiera ablandado en los cuatro días que había estado fuera.

– La futura señora West -bromeó Maxine-. O al menos eso espero.

– ¿Cómo ha ido?

Parecía más tranquilo. Lo sabría cuando le viera y pudiera interpretar la expresión de su mirada.

– Asombroso, terrible, angustioso. Como son siempre estas cosas. Los niños están sufriendo mucho, pero los adultos también. -Prefirió no contarle el plan de Blake de abrir un orfanato, así sin más. Le pareció que sería excederse. Habló de los daños del terremoto en términos más generales-. Como siempre, la Cruz Roja está haciendo un gran trabajo.

Lo mismo que Blake, pero no lo dijo. Quería ser cauta y no irritar a Charles inútilmente.

– ¿Estás agotada? -preguntó, comprensivo.

Debía de estarlo. Había recorrido medio mundo en tres días, y estaba seguro de que las condiciones de vida habían sido miserables y la visita penosa. Seguía enfadado por el motivo y el origen de su marcha, pero estaba orgulloso de ella por lo que había hecho, aunque no tenía intención de reconocerlo.

– La verdad es que no. He dormido en el avión.

Entonces él recordó con una punzada de irritación que Maxine había viajado en el avión privado de Blake.

– ¿Quieres que salgamos a cenar esta noche, o tendrás jet lag?

– Me encantaría -dijo ella sin pensárselo.

Estaba claro que era una oferta de paz y a ella le apetecía mucho verle.

– ¿En nuestra guarida?

Se refería a La Grenouille, por supuesto.

– ¿Qué te parece el Café Boulud? No es tan formal y está más cerca de casa.

Sabía que más tarde estaría cansada, después de un día en la consulta y del largo viaje. Y estaba deseando ver a sus hijos.

– Te recogeré a las ocho -dijo Charles rápidamente, y añadió-: Te he echado de menos, Max. Me alegro de que estés en casa. Estaba preocupado por ti.

Había pensado en ella todo el fin de semana en Vermont.

– He estado muy bien.

Con un suspiro, Charles añadió:

– ¿Cómo está Blake?

– Se está esforzando mucho por ser útil, y no es fácil. Nunca lo es en estas situaciones. Me alegro de haber ido.

– Ya me lo contarás esta noche -respondió él bruscamente.

Colgaron y Maxine repasó los mensajes que tenía sobre la mesa antes de que llegara el primer paciente. Por lo visto no había ocurrido nada importante durante el fin de semana. Thelma le había mandado un breve informe por fax. Ninguno de los pacientes de Maxine había tenido problemas, ni había sido ingresado. Fue un alivio. Ellos también la preocupaban.

El resto del día transcurrió agradablemente, y logró llegar a casa a las seis para poder ver a los niños. Zelda había salido; al volver, llevaba tacones y traje, lo que no era habitual en ella.

– ¿Dónde has estado? -preguntó Maxine, sonriéndole-. Parece que vengas de una cita romántica.

Zelda hacía años que no salía con ningún hombre.

– He ido a ver al abogado por un asunto. Nada importante.

– ¿Va todo bien? -preguntó Maxine con inquietud.

Pero Zelda le aseguró que no pasaba nada.

Maxine explicó a los niños el trabajo que estaba haciendo su padre en Marruecos, y ellos quedaron encantados. Maxine les dijo que estaba orgullosa de él. Les contó todo menos lo del orfanato. Le había prometido a Blake que esperaría a que pudiera contárselo él mismo, y mantuvo su promesa.

Logró cambiarse antes de que se presentara Charles a las ocho. El saludó a los niños, que le devolvieron el saludo murmurando y desaparecieron en su habitación. Eran mucho menos simpáticos desde que estaban enterados de los planes de boda. De la noche a la mañana se había convertido en su enemigo.

Maxine no les hizo caso. Charles y ella fueron caminando al restaurante de la calle Setenta y seis Este. La noche era cálida y agradable, y Maxine llevaba un vestido de lino azul y sandalias plateadas, muy distinto del atuendo casi militar y las gruesas botas que había llevado hasta hacía veinticuatro horas, en aquel otro mundo con Blake. Aquella tarde él la había llamado para darle las gracias de nuevo. Le dijo que ya había empezado a establecer contactos para hacer avanzar su proyecto. Se estaba embarcando en él con la misma determinación, energía y concentración que le habían reportado tanto éxito en los negocios.

Estaban a mitad de la cena cuando Maxine informó a Charles de la fiesta que Blake quería regalarles la noche anterior a la boda. Charles se quedó petrificado mirándola con el tenedor a medio camino de la boca.

– ¿Qué acabas de decir?

Estaba empezando a relajarse y a ser afectuoso con ella otra vez, cuando le dejó caer la bomba.

– He dicho que quiere regalarnos la fiesta, la noche antes de la boda.

– Supongo que la habrían pagado mis padres si estuvieran vivos -dijo Charles, lamentándose. Dejó el tenedor y se echó un poco atrás en la silla-. ¿Quieres que me ocupe yo?

Parecía un poco descorazonado por aquella idea.

– No -dijo Maxine, sonriendo-. Creo que en segundas nupcias cualquiera puede hacerlo. Además Blake es como de la familia. A los niños les encantará que lo haga.

– Pues a mí no -dijo Charles sin disimular y apartando el plato-. ¿Algún día nos desharemos de él o lo tendremos pegado a nosotros toda la vida? Me dijiste que teníais una buena relación, pero esto es absurdo. Me da la sensación de que también me caso con él.

– Pues no. Pero es el padre de mis hijos. Créeme, Charles. Es mejor así.

– ¿Para quién?

– Para los niños, claro.

Pero para ella también. No le habría gustado nada tener un ex marido con el que no pudiera hablar, o con el que discutiera constantemente por los hijos.

Charles la miraba enfadado. Maxine no había visto nunca a nadie tan celoso, y no tenía claro si era por quién era Blake y lo que había conseguido o porque ella había estado casada con él. Era difícil de decir.

– Supongo que si no acepto la fiesta, tus hijos pensarán que soy un capullo. -La respuesta era sí, pero Maxine no se atrevía de decirlo-. En esta situación tengo todas las de perder.

– No es verdad. Si le dejas que lo haga, los niños lo pasarán en grande planificándolo con él, y nos darán una gran fiesta.

Mientras hablaba, Charles parecía cada vez más enfadado. A Maxine nunca se le hubiera ocurrido que pudiera molestarse tanto por aquello. Blake era de la familia y esperaba que Charles lo entendiera.

– Tal vez yo debería invitar a mi ex esposa.

– Me parece bien -dijo Maxine tranquilamente, mientras Charles pagaba la cuenta.

El no estaba de humor para tomar postre y a Maxine no le importó. Empezaba a afectarla el desfase horario y no quería pelearse con Charles, ni por Blake ni por nada.

La acompañó a su casa en silencio y se despidió en la puerta. Dijo que se verían al día siguiente y paró un taxi. Se marchó sin decir una palabra más. Estaba claro que la situación estaba tensa entre ellos, y Maxine esperaba que los planes de boda no enrarecieran más aún el ambiente. Aquel fin de semana debían verse con el restaurador en Southampton. Charles ya le había dicho que creía que la carpa y la tarta de boda eran demasiado caras, lo cual era bastante irritante teniendo en cuenta que las pagaba ella. Charles era un poco tacaño con estas cosas. De todos modos, Maxine quería que todo fuera precioso el día de su boda.

Mientras subía en el ascensor, Maxine pensó en decirle a Blake que no les regalara la fiesta, pero sabía que para él sería una decepción. Los niños también se enfadarían si se enteraban. Solo podía esperar que Charles se acostumbrara a la idea y que con el tiempo, se tranquilizara respecto a Blake. Si alguien podía ablandar a Charles, era Blake. Era muy simpático, y nadie era capaz de resistirse a su encanto y sentido del humor. Si Charles lo conseguía, sería el primero.

A pesar de lo enfadado que se había marchado la noche anterior, al día siguiente Maxine tuvo que pedirle que fuera a su casa por la noche para repasar la lista de invitados y otros detalles de la boda. El restaurador había llamado pidiendo más información; quería saber algunas cosas antes de reunirse con ellos el sábado. Charles fue de mala gana después de cenar, todavía malhumorado. Estaba furioso con lo de la fiesta, y todavía no había digerido del todo el viaje de Maxine a Marruecos. Últimamente Blake Williams aparecía demasiado en su vida, incluso en su boda. Era excesivo para Charles.

Se sentó a la mesa de la cocina con los niños, que estaban tomando el postre. Zelda había preparado tarta de manzana con helado de vainilla. El aceptó un pedazo y alabó a la cocinera.

Cuando estaban a punto de levantarse de la mesa, Zellie se aclaró la garganta. Era evidente que estaba a punto de decir algo, pero ninguno de ellos tenía ni idea de qué.

– Esto… siento decírselo ahora. Con la boda y todo el lío…

Miró a Maxine con expresión de disculpa, y ella tuvo la convicción de que Zelda iba a despedirse. Lo que le faltaba. Con la boda en agosto, y Charles mudándose a su casa, necesitaba toda la estabilidad y continuidad posibles. No era un buen momento para grandes cambios, o para que alguien importante desapareciera de su vida. Maxine dependía de ella desde hacía muchos años, y Zelda era como de la familia. Maxine la miró presa del pánico. Los niños la observaban sin saber qué esperar. Y Charles parecía perplejo mientras terminaba su tarta. Lo que fuera a decir Zelda no tenía nada que ver con él, o eso creía. A quien empleara Maxine era cosa suya. No era su problema. Zelda le parecía estupenda y una gran cocinera. Pero, para él, era prescindible, como todo el mundo. Sin embargo, no era así como lo sentían Maxine y los niños.

– He… he estado pensando mucho… -dijo Zelda, retorciendo un trapo de cocina-. Vosotros os estáis haciendo mayores -añadió, mirando a los niños-, y usted va a casarse -dijo mirando a Maxine- y yo necesito algo más. Ya no soy joven y no creo que mi vida vaya a cambiar mucho. -Esbozó una sonrisa triste-. Supongo que el príncipe azul ha perdido mi dirección… así que he decidido… que quiero un hijo… Si no están de acuerdo, lo comprenderé y me marcharé. Pero mi decisión está tomada.

Se la quedaron mirando un buen rato, atónitos. Maxine se planteó un instante si habría ido a un banco de esperma y estaría embarazada. Le parecía muy posible.

– ¿Estás embarazada? -preguntó Maxine con voz ahogada.

Los niños no dijeron nada. Charles tampoco.

– No. Ojalá lo estuviera -contestó Zelda con tristeza-. Sería maravilloso. Lo pensé, pero la última vez que hablé con usted, le dije que siempre he querido a los hijos de los demás. No es un problema para mí. Así que ¿para qué pasar por las náuseas matinales y engordar? Además, así puedo seguir trabajando. Debo hacerlo. Los hijos no salen baratos -dijo, y les sonrió-. Fui a ver a un abogado de adopciones. Le he visto cuatro veces. Vino una asistenta social a inspeccionar la casa. Me han hecho un examen físico y he aprobado.