– Mucha gente en Londres lo considera así.
– Incluido usted.
– Sí.
– Quizá cambie de opinión después de haber leído su libro… suponiendo que lo lea, claro.
El encogimiento de hombros con el que Andrew saludó su comentario indicó que no tenía una sincera intención de leer «esas tonterías», y de que, incluso aunque lo hiciera, no cambiaría de opinión. Una sensación de fastidio le recorrió la columna. Qué hombre tan irritante. ¿Cómo podía haberle creído galante? ¿Agradable? Sin duda, se había visto erróneamente predispuesta a una opinión favorable basada en los maravillosos informes de su hermano sobre el carácter del señor Stanton. La relajada camaradería que habían compartido en el pasado se debía sin duda a los temas que habían tocado, es decir, Philip y Meredith. Su boda, y, más recientemente, el inminente nacimiento de su hijo. El museo era también un tema común de conversación. Frunció el ceño. Volviendo atrás en el pasado, Catherine reparó en que todas sus conversaciones habían sido de naturaleza muy impersonal. De hecho, sabía muy poco acerca del señor Stanton. Lo había aceptado como amigo y buen hombre, sin cuestionarse nada más, porque Philip decía que lo era. Según Philip, el señor Stanton le había salvado de varias situaciones difíciles cuando ambos estaban en el extranjero. Definía a su amigo norteamericano como un hombre leal, firme, bravo y excelente con los puños y con el espadín. En fin, Catherine no tenía ninguna razón para dudar de que fuera todas esas cosas. Sin embargo, Philip había olvidado añadir, como tampoco ella había logrado discernir en el curso de sus anteriores encuentros, que el señor Stanton era también un hombre testarudo, obstinado e irritante.
Lo observó. Estaba mirando por la ventanilla al tiempo que un músculo le palpitaba en su mejilla suavemente afeitada, subrayando la tensión de su mandíbula. Su testaruda mandíbula. Aunque Catherine no podía negar que era una fuerte mandíbula testaruda. Con la intrigante sombra de un hoyuelo en el centro. Eso era algo que Philip no había mencionado. Como tampoco había hecho mención del perfil del señor Stanton… el ligero bulto que tenía en el puente de la nariz. Seguramente se trataba de un recuerdo de sus combates pugilísticos. Debería de haberle restado atractivo a su aspecto, y sin embargo le daba un aire tosco, mezclado con una apenas perceptible sensación de peligro, recordándole que, a pesar de su elegante atuendo, Andrew no pertenecía a su clase. Un tipo duro, sin duda.
E innegablemente atractivo.
– Tiene usted una expresión realmente intrigante, lady Catherine. ¿Le importaría compartir lo que piensa conmigo?
El calor le inundó las mejillas. Dios mío, ¿cuánto tiempo llevaba mirándole? ¿Y por qué la estaba observando él de esa… forma especulativa? ¿Como si ya le hubiera adivinado el pensamiento? Bah. Un aspecto más de él que sumar al irritante conjunto.
Adoptando lo que esperaba que pudiera pasar por un aire desenfadado, Catherine dijo:
– Estaba pensando que, a pesar del tiempo que hemos pasado juntos durante los últimos catorce meses, lo cierto es que no nos conocemos demasiado. -Arqueó las cejas-. ¿Y en qué pensaba usted?
– De hecho, en algo muy similar… que no la conozco todo lo bien que creía.
Catherine arrugó la nariz y olisqueó el aire acusadamente.
– No sé por qué, pero eso no me ha sonado demasiado halagador.
– No pretendía insultarla, se lo aseguro. -La malicia parpadeó en los ojos de Andrew-. ¿Le gustaría que la piropeara? Estoy seguro de que, si eso la complace, podría llegar a ocurrírseme algún cumplido.
– Le suplico que no se esfuerce usted por mí -respondió Catherine con una voz seca como el polvo.
Él respondió con un gesto desestimativo.
– Le aseguro que no es para mí ningún esfuerzo. -Su mirada se paseó por el vestido de viaje de color verde bosque de Catherine-. Está usted preciosa.
Tres simples palabras. Sin embargo, algo en su forma de decir «preciosa», combinado con el inconfundible calor de sus ojos, provocó un revoloteador estremecimiento que la recorrió por entero. Andrew impidió cualquier respuesta que ella hubiera podido darle, concentrando toda su atención en su boca.
– Y sus labios… -Sus ojos parecieron oscurecerse, y se inclinó hacia delante. Todo el interior de Catherine se paralizó… a excepción de aquellos inexplicables revoloteos, que de pronto se volvieron mucho más… revoloteadores. Dios mío, ¿acaso iba a besarla? Sin duda no…
Su propia mirada quedó prendida de los labios de Andrew, y por primera vez reparó en su atractiva boca. Parecía suave y firme a la vez. La clase de boca que sin duda sabía besar a una mujer…
– Sus labios -dijo él en voz baja, acercándose aún más hasta que sus rostros quedaron a menos de dos pies de distancia y ella fue presa de la abrumadora necesidad de inclinarse hacia él y borrar esos escasos centímetros-. Se han… desinflamado mucho y tienen mejor aspecto que tras el incidente de anoche. Casi han recuperado su belleza habitual.
Se retiró y esbozó una amplia sonrisa. Fuera cual fuese la locura que había hecho presa en ella, se desintegró como una nube de humo y Catherine se incorporó de inmediato, pegando la espalda al cojín, horrorizada. No tanto con él, como consigo misma. Le subió el calor por el cuello y rezó para no sonrojarse. Dios mío, durante un instante de locura había creído que él pretendía… que ella quería que él…
La besara. Pero aún más humillante era el hecho de que se sentía decepcionada porque no lo había hecho. Demonios, estaba perdiendo la cabeza.
– ¿Lo ve? -dijo él-. Contrariamente a lo que usted cree, soy muy capaz de hacerle cumplidos. Y no veo la hora de visitar su casa, puesto que dispondré así de la oportunidad de descubrir cuánto es lo que todavía no sabemos el uno del otro.
Buen Dios, la de cosas que él no sabía de ella… Catherine tenía intención de dejarlas como estaban.
– Maravilloso. Tampoco yo… veo el momento.
En vez de ofenderse por su tono desinflado, la sonrisa asomó a los labios de Andrew.
– Le ruego que no se esfuerce usted dando muestras de entusiasmo por mí.
Bah. ¿Cómo se atrevía a estar de buen humor cuando se suponía que debía de estar abatido? Debía de ser el norteamericano que había en él. Bueno, quizá tuviera en mente que se conocieran mejor durante su estancia en su casa, pero, como bien sabía la mujer moderna actual, ella no tenía por qué acceder a los planes de ningún hombre si no lo deseaba.
Y, a juzgar por los secretos que debía salvaguardar, Catherine no tenía la menor intención de hacerlo.
Capítulo 5
La mujer moderna actual debe admitir que en ocasiones las restrictivas normas de la sociedad deberían ser clara y rotundamente ignoradas. Y, cuanto más atractivo sea el caballero en cuestión, más clara y rotundamente debería ser tal muestra de ignorancia… en toda su discreción, naturalmente.
Guía femenina para la consecución
de la felicidad personal y la satisfacción íntima
CHARLES BRIGHTMORE
– Villa Bickley aparecerá a la vista en cualquier momento -dijo lady Catherine dos horas más tarde, señalando a la izquierda-. Justo tras esa arboleda.
«Gracias a Dios.» Andrew esperaba que esa sensación de alivio no resultara demasiado obvia. Las cuatro horas de viaje habían alternado silencios incómodos y una absurda conversación. Ella se había concentrado en su labor, pero Andrew se tenía por un hombre que sabía leer en la actitud de la gente y Catherine estaba claramente preocupada por algo. El instinto le decía que estaba pensando en el incidente de la noche anterior, que, según sospechaba, la preocupaba más de lo que ella había querido reconocer.
Concentró su atención en el paisaje que se veía al otro lado de la ventanilla, deleitándose con la verde campiña. No veía la hora de salir del pequeño espacio del carruaje, donde había estado encerrado las últimas cuatro torturantes horas, respirando la delicada fragancia floral de Catherine. Dejó escapar un largo y discreto suspiro. Dios, ¿existía en el mundo una mujer que oliera mejor? No. Imposible. Había tenido que hacer acopio de cada gramo de sus fuerzas para no tocarla, inclinarse hacia ella y aspirar el olor de su piel. Sí, había cedido a la atormentadora tentación, acercándose a ella en una ocasión, y el esfuerzo que había tenido que hacer para no besarla había sido terrible.
Paciencia. Tenía que recordar que su plan para cortejarla debía ser sutil y pausado. Presentía que si se movía demasiado deprisa, ella se retiraría como una liebre asustada. Naturalmente, el hecho de que Catherine estuviera claramente irritada con él a causa de la Guía le hacía un flaco favor, aunque cierto era que también a él le resultaba irritante el entusiasmo que Catherine mostraba por el libro de Brightmore y por toda esa basura de la mujer moderna actual. Sospechaba que a ella no iba a hacerle ninguna gracia descubrir que le habían contratado para que encontrara y desenmascarara a su ídolo literario, Charles Brightmore.
A pesar de que su misión de encontrar al hombre había quedado temporalmente suspendida mientras estuviera en Little Longstone, se aplicaría por entero a la tarea en cuando regresara a Londres. Charles Brightmore quedaría al descubierto, Andrew recibiría por ello una buena gratificación y todas esas tonterías sobre la mujer moderna actual se desvanecerían, a la vez que desaparecería la tensión que había surgido entre lady Catherine y él. Mientras tanto, aprovecharía la oportunidad para pasar tiempo con ella y poner en marcha su plan para cortejarla.
Menos de un minuto más tarde, al dar una curva del camino, apareció ante sus ojos una majestuosa casa de ladrillo y columnas blancas cómodamente anidada contra un fondo de árboles enormes, suaves colinas y verdes prados. Las distintas tonalidades de verde quedaban rotas por serpenteantes senderos de vividos violetas y rosas, entremezclados con mantos de flores silvestres de tonos pastel. Retazos del sol de última hora de la tarde quedaban reflejados en las brillantes ventanas abovedadas, sumiendo la suavizada fachada de ladrillo en un resplandor dorado. La escena al completo denotaba una pintoresca y campestre tranquilidad. Un puerto tranquilo y seguro para ella y su hijo, lejos de la cruel mezquindad de la sociedad.
– Ahora entiendo por qué le gusta tanto esto -manifestó él.
– Es mi casa -respondió ella en voz baja.
– Es mucho más grande y majestuosa de lo que había imaginado. Llamarla «villa» es como llamar barca de remos a un barco.
– Quizá. Pero el entorno, el entrañable ambiente y los convencionalismos mucho menos formales que imperan aquí dotan a la casa de una comodidad que contradice su tamaño. Me enamoré de ella en cuanto la vi.
Andrew se volvió y paseó la mirada por el delicado perfil de Catherine. La blanda curva de su pálida mejilla, la suave línea de su mandíbula. La leve inclinación ascendente de la nariz. La lujuriosa carnosidad de sus labios. «Enamorarte en el instante mismo en que ves algo… sí, sé exactamente lo que es eso.»
– Comprar esta propiedad, donde Spencer dispone de un acceso fácil y privado a los curativos manantiales de agua caliente de la zona, fue el único gesto de generosidad que Bickley mostró con su hijo. -Catherine hablaba suavemente, con una voz totalmente desprovista de expresión. Se volvió a mirarle y Andrew se quedó perplejo al ver que sus ojos parecían totalmente vacíos. Maldición, cómo deseaba borrar todas las sombras que los años de infeliz matrimonio habían dejado en ella.
– Naturalmente, como sabe todo el mundo, la verdadera razón que llevó a Bickley a comprar la casa fue simplemente la de instalar a Spencer -y a mí- lejos, donde no tuviera que ver a su hijo imperfecto ni ser visto con él. Ni con la mujer que, según sus propias palabras, le había impuesto ese hijo.
Gracias a su íntima amistad con Philip, Andrew estaba al corriente del egoísta, insensible e indiferente bastardo en el que se había convertido el marido de lady Catherine con su cálida y vibrante esposa, y en el precario progenitor que había sido para un niño que tan desesperadamente necesitado estaba de un padre. Apenas pudo contenerse y decir: «Nada me habría gustado más que poder vérmelas durante cinco minutos con el bastardo con el que estuvo casada». En vez de eso, dijo:
– Lamento que su matrimonio no fuera feliz.
– También yo. Empezó con grandes promesas. Sin embargo, tras el nacimiento de Spencer… -Su voz se apagó y durante varios segundos sus ojos se colmaron con las sombras que sin duda seguían acechándola. A Andrew le picaban los dedos, tal era la necesidad de alargar la mano y tocarla. Reparar todo aquel dolor. Aliviarla y consolarla del mismo modo que para él era ya un consuelo pensar en ella.
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