«Oh, Dios.» La sensación de su boca al entrar en contacto con sus dedos le envió una descarga de placer en estado puro por el brazo. Antes de poder recuperar la respiración, Andrew bajó su mano y la soltó y ella apretó los labios para ocultar su desilusión.
Su contacto era… delicioso. Suave, aunque con una subterránea intensidad que la hizo sentir como si tuviera la falda del vestido prendida en llamas. Hacía mucho tiempo que un hombre no la tocaba. Aun así, no había sido consciente de que lo echaba tanto de menos hasta ese instante. Y jamás el contacto con ningún hombre había inspirado en ella semejante oleada de calor…
Se propinó una sacudida mental. Dios mío, debía poner fin a eso. Discretamente, se limpió los dedos en el vestido en un vano intento por borrar de su piel la provocativa sensación de los labios de Andrew.
– No puedo imaginar que situación semejante pueda llegar a darse, señor Stanton.
Andrew tuvo el arrojo de sonreír.
– La esperanza es lo último que se pierde, lady Catherine.
Bah. Sin duda, lo mejor que Catherine podía hacer era retirarse y desaparecer de su turbadora presencia.
– Si me disculpa, señor Stanton… -Se volvió y se dirigió hacia la puerta del establo-. Le veré a la hora de la cena.
En vez de limitarse a dejarla marchar, Andrew alargó la mano y le sostuvo abierta la puerta del establo. Decidida a no dejar que arruinara su perfecta salida, Catherine se deslizó entre la abertura como un barco a toda vela.
Al instante él estaba caminando a su lado.
– Ya he terminado de cepillar a Venus y, ya que hay algo de lo que me gustaría hablar con usted, estaría encantado de acompañarla de regreso a casa.
Catherine se mordió la cara interna de las mejillas. No tenía el menor deseo de discutir nada con ese fastidio de hombre.
Fastidioso. Al instante, Catherine se iluminó. Sí, era un hombre fastidioso. Irritante. No podía encontrar atractivo a un hombre así. No, por supuesto que no. Quizá debería entablar con él una conversación sobre la Guía y así no olvidar lo irritante y fastidioso que era. Para recordarse lo poco que tenían en común. Porque, al parecer, parecía olvidarlo constantemente.
Saliendo a paso rápido de los establos, emprendió apresuradamente el camino de regreso a la casa, decidida a poner en práctica su plan de retirada. Andrew no sólo caminó a su lado sin mayor dificultad, sino que parecía simplemente pasear al hacerlo.
– ¿Llegamos tarde? -preguntó.
– ¿Tarde?
– A juzgar por la velocidad de su paso, muy semejante al galope por cierto, me preguntaba si quizá llegábamos tarde a la cena.
– Me encanta caminar a paso rápido. Es, humm, muy bueno para la salud.
– Sin duda se siente usted mejor. ¿Le duele el brazo?
– Sólo un poco. ¿De qué quería hablar conmigo?
– ¿Cuándo tiene pensado contarle a Spencer lo ocurrido?
– ¿Por qué lo pregunta?
– Me ha preguntado esta mañana si algo la había preocupado en Londres. Sin duda algo ha percibido en su comportamiento.
– ¿Qué le ha dicho?
– Que el viaje a Little Longstone la había agotado.
– Lo cual no deja de ser cierto.
– Sí, pero esa no es la verdad, y no me gusta no ser sincero con él. Quisiera saber cuándo piensa usted decírselo, puesto que no desearía mencionarle el incidente antes de que lo haga usted.
– Preferiría que no lo mencionara.
Catherine sintió, e ignoró, el peso de su mirada.
– No pretenderá decirme que no piensa contarle lo ocurrido.
– ¿Con qué fin? No haría más que preocuparle inútilmente.
– Pero ¿y si se entera por boca de alguien más? Su padre. O por Philip, a quien sin duda su padre ya habrá informado. O por Meredith.
Maldición, no le faltaba razón, y encima sobre algo que no era asunto suyo, lo que no hizo sino fastidiarla aún más.
– Reconozco que la noticia debería llegarle de mí… en caso de que decida comunicársela. Así pues, escribiré a mi padre y a Philip y les pediré que no mencionen el incidente.
– Comprendo del todo su preocupación por su hijo, un sentimiento sin duda admirable. Aun así, ¿no cree que Spencer preferiría la verdad… sobre todo puesto que puede tranquilizarle diciéndole que se recuperará del todo? Creo que no se merece menos. Un joven a las puertas de la hombría no suele ver con buenos ojos que lo traten a como un niño.
– ¿Cuándo se convirtió usted en un experto en niños, señor Stanton? ¿Y en mi hijo en particular?
– De hecho, no sé nada de niños, salvo que yo lo fui en su día.
– ¿Así que considera que es la voz de la experiencia la que habla?
– Sí, de hecho así es. A nadie le gusta que le mientan.
Catherine se detuvo en seco, giró sobre sus talones para encararse con él y le dedicó su mirada más glacial.
– Por muy agradecida que le esté por su consejo no requerido, realmente estoy convencida de que sé perfectamente cómo manejar esta situación. Spencer es mi hijo, señor Stanton. Usted apenas le conoce. Le he criado sola, y sin interferencia alguna, desde el día en que nació. Si decido contarle a Spencer lo ocurrido, lo haré a mi manera, cuando disfrutemos de un momento de calma juntos para así minimizar su preocupación.
Andrew guardó silencio durante varios segundos. Se quedó ahí de pie con la brisa despeinándole y la mirada clavada en ella de un modo que hizo que Catherine deseara retorcerse y quizá reconsiderar su comportamiento, aunque temió que no saldría demasiado bien parada si la sometía a un intenso escrutinio. Después de todo, ¿acaso no había estado viviendo una mentira durante los últimos meses en relación a la Guía femenina? Y cada vez era en mayor medida consciente de que había algo en ese hombre que afectaba su comportamiento de un modo que ella no alcanzaba a comprender. Y de que no estaba segura de que eso le gustara.
Por fin, Andrew inclinó la cabeza.
– Spencer ya estaba preocupado por usted. Y me molestó tener que evitar la cuestión con él. Recuerdo perfectamente lo difícil que me resultaban las cosas cuando tenía su edad. Spencer ya no es un niño, aunque tampoco se ha convertido en un adulto. A su edad, yo sabía que era más capaz de lo que creían los demás, y creo que eso es lo que le ocurre a Spencer. Sin embargo, le presento mis disculpas. No ha sido mi intención ofenderla.
– ¿Es cierto eso? ¿Supongo entonces que le parece un cumplido que le llamen mentiroso? -Catherine apartó a un lado su voz interior, que en ese momento le murmuraba «eres una mentirosa».
– No era mi intención referirme a usted en esos términos.
– ¿Cuál era entonces su intención?
– Simplemente animarla a que le contara lo ocurrido. Con la mayor prontitud.
– Muy bien, señor Stanton. Considéreme informada. -Arqueó entonces las cejas-. Y ahora, ¿hay algo más de lo que crea que debemos hablar?
Andrew soltó un suspiro y se pasó una mano por el pelo en un gesto de evidente frustración. Bien. ¿Por qué demonios tenía que ser ella la única desconcertada?
– Sólo que no estoy seguro de por qué otra conversación se ha convertido de nuevo en una discusión.
– No veo en ello ningún misterio, señor Stanton. Se debe a que es usted testarudo, irritante y sin duda molesto.
– Una afirmación comparable a oír al lago llamar «mojado» al océano, lady Catherine.
Catherine abrió la boca para responder, pero él le puso el dedo índice sobre los labios, cortándole de cuajo las palabras.
– Sin embargo -añadió Andrew con suavidad al tiempo que el calor de su dedo calentaba ya los labios de ella-, además de encontrarla testaruda, irritante y absolutamente molesta, es usted una mujer inteligente, hermosa y una maravillosa madre, por no mencionar la deliciosa compañía que encuentro en usted… al menos la mayor parte del tiempo.
Su dedo se apartó despacio de la boca de Catherine, que apretó los labios para evitar humedecerlos involuntariamente.
– Hasta la hora de la cena, lady Catherine. -Ofreciéndole una formal inclinación de cabeza, Andrew giró sobre sus talones y caminó hacia la casa, dejándola con la mirada fija en él, literalmente sin palabras.
En los labios de Catherine todavía hormigueaba la suave presión del dedo de Andrew, y, ahora que él no podía verla, sacó apenas la punta de la lengua para saborear el punto de calor.
Se sentía ultrajada. Absolutamente. ¿Quién era él para decirle cómo tratar a su hijo? ¿O para sugerir que la encontraba tan testaruda, irritante y absolutamente molesta como ella a él? ¿Y luego dar un giro en redondo y atreverse a llamarla inteligente, hermosa, madre maravillosa y deliciosa compañía… al menos la mayor parte del tiempo? Sin duda, era un canalla de primer orden. Un canalla que…
«Me considera hermosa.»
Un escalofrío de placer completamente inaceptable le bajó por la columna, y Catherine soltó esa clase de suspiro prolongado y femenino que creía haber dejado atrás para siempre. Levantó la mano para protegerse los ojos contra los últimos resquicios del sol poniente y clavó la mirada en el trasero en retirada de Andrew.
Y, maldición, qué trasero tan atractivo…
Lo vio subir los escalones de piedra que llevaban a la terraza y, cuando desapareció por los ventanales que conducían a la casa, Catherine despertó de su boquiabierto estupor y le siguió dentro a paso ligero. Sentía una imperiosa necesidad del efecto restaurador de una buena taza de té. Sin duda serían necesarias dos tazas de té para recomponer el revuelo que ahora revelaba su aspecto. Tres no escapaban al reino de la posibilidad.
Capítulo 8
La mujer moderna actual debe actuar ante la atracción que siente hacia un hombre. Aun así, debería reconocer que es posible ser directa y discreta a la vez. Un roce «accidental» con el cuerpo de él, un susurro que sólo él debe oír, sin duda captarán al detalle su atención.
Guía femenina para la consecución
de la felicidad personal y la satisfacción íntima
– Te toca, mamá.
Catherine alzó repentinamente el mentón y sus ojos se encontraron con la mirada de su hijo, sentado delante de ella a la mesa del comedor. Cielos, cuánto tiempo llevaba sumida en sus propias cavilaciones, con la mirada clavada en el plato de guisantes y rodaballo escalfado.
Parpadeó en un intento por deshacerse de la preocupación que la embargaba y forzó una sonrisa.
– ¿Me toca?
– Contar una historia de las de «ojalá no hubiera hecho eso». -La sonrisa de Spencer se ensanchó-. Cuéntale al señor Stanton la historia de cuando te quedaste colgada del árbol.
A pesar de sus esfuerzos por seguir concentrada en Spencer, la errante mirada de Catherine fue a posarse en el señor Stanton. ¿Por qué no podía dejar de mirar a aquel hombre? Durante toda la cena había estado mirándole a hurtadillas entre las pestañas, incapaz de olvidar la conversación que había tenido sobre él con Genevieve. En vano había estado esperando toda la tarde a que llegara una nota de su padre en la que le comunicara que el culpable había sido apresado, aliviándola así del miedo a seguir expuesta al peligro. En cuanto eso ocurriera, no habría ya necesidad de que el señor Stanton siguiera en Little Longstone. Su presencia, cada vez más turbadora, podría regresar a Londres y poner así punto y final a esa indeseada… lo que fuera. Sí, en cuanto él se marchara de su casa, Catherine lo olvidaría.
Mientras tanto, resultaba condenadamente difícil contemplar la posibilidad de olvidarlo cuando lo tenía sentado a menos de un par de metros de distancia, corpulento y masculino e increíblemente atractivo con su chaqueta marrón Devonshire y la camisa blanca inmaculada. Los ojos oscuros de Andrew la estudiaban con una llamativa combinación de calor, interés, diversión y algo más que ella no alcanzaba a definir. No obstante, y fuera lo que fuese aquel algo más, le producía un calor que se extendía hasta los dedos de los pies.
En el rostro de Andrew se arqueó una ceja oscura.
– ¿Colgada de un árbol? -repitió-. Acaba de despertar mi curiosidad, lady Catherine. Por favor, debe compartir con nosotros esa historia. ¿Cómo tuvo lugar tan infortunado incidente?
– Estaba rescatando a un gatito.
– No irá a decirme que subió a un árbol para eso.
– Muy bien. Pues no se lo diré. Sin embargo, si no lo hago, resultará muy difícil continuar con la historia.
No había duda de la sinceridad en la sorpresa que reflejaba el rostro de Andrew. Aun así, en vez de sentirse avergonzada por su expresión de absoluta perplejidad, Catherine apenas pudo reprimir una carcajada de deleite al darse cuenta de que había logrado conmocionarle.
– En ese caso, dígame lo que deba para continuar.
Catherine inclinó la cabeza en señal de consentimiento.
– Hace unos años, Fritzborne trajo a casa una gata que había encontrado deambulando por el bosque. En un período de tiempo notablemente breve nos habíamos convertido en los orgullosos propietarios de una camada de gatitos. Aunque eran adorables, se trataba de los animalillos más traviesos que han visto jamás la luz del día. La gatita a la que llamamos Angélica era la más malvada del grupo. Un día, cuando Spencer y yo volvíamos de tomar las aguas, oímos un lastimero sonido. Levantamos la vista y vimos a Angélica colgando de la rama alta de un olmo. Necesitaba que alguien la rescatara, así que fui yo quien se encargó de hacerlo. -Se aclaró la garganta y pinchó un guisante con el tenedor-. Fin de la historia.
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