– Oh, sí, pero eché a correr lo más deprisa que pude. Finalmente logré robar una sábana de la colada de alguien, lo que me devolvió un mínimo de mi dignidad perdida. No es uno de mis períodos más estelares, sin duda, y, aunque ahora puedo reírme de ello, en aquel momento no resultó en absoluto divertido. Sí, deambular por El Cairo sólo fue uno de mí muchos momentos de «no debería haber hecho eso». -Sonrió de oreja a oreja-. ¿Les gustaría que les contara otro?
– ¡Sí! -dijo Spencer.
– ¡No! -exclamó Catherine al mismo tiempo. El señor Stanton desnudo, deambulando con una sábana, víctima de un robo a manos de unos rufianes armados, desnudo… Sólo Dios sabía qué más habría hecho, y Catherine estaba segura de que no quería saberlo. Sí, totalmente segura.
Una sonrisa nerviosa escapó de sus labios y se levantó, poniendo así fin a la comida.
– Quizá en otra ocasión. Por ahora, sugiero que nos retiremos al salón. ¿Juega usted a las cartas, señor Stanton? ¿Al ajedrez? ¿Al backgammon?
– Me encantan los tres, lady Catherine. ¿Qué prefiere usted?
«Verle desnudo.» Catherine apenas pudo reprimir el chillido de horror que le subió por la garganta. Dios santo, ¿de dónde procedía esa ridícula idea? Por supuesto que no deseaba verle desnudo. Lo absurdo e inapropiado de la idea era sin duda consecuencia de la absurda e inapropiada historia relatada por el señor Stanton. «Sí, eso era.»
Catherine irguió los hombros y dijo:
– ¿Por qué Spencer y usted no juegan mientras yo disfruto de mi labor de costura junto al fuego?
– Muy bien. -Andrew se volvió hacia Spencer-. ¿Backgammon?
– Es mi preferido -dijo Spencer.
Catherine abrió el camino hacia el salón y se felicitó mentalmente por su excelente plan. Ahora tendría su labor de costura en la que concentrarse en vez de tener que hacerlo en el inquietante atractivo de su invitado.
Una hora más tarde, sin embargo, se dio cuenta de que, después de todo, su plan no era tan excelente como había pensado. Resultaba prácticamente imposible centrar su atención en el intrincado diseño floral de su odiada labor de costura mientras su mirada se desviaba continuamente y de un modo absolutamente molesto, cruzando el salón hacia los ventanales, donde estaban sentados el señor Stanton y Spencer con el tablero de backgammon sobre una mesa de madera de cerezo situada entre ambos. Maldición, ¿cuándo había empezado a perder el control sobre sus propias pupilas? Incluso cuando lograba fijar la mirada en su costura, poco era lo que avanzaba, pues todo su ser estaba concentrado en intentar captar retazos de la conversación de los dos hombres, conversación que sin duda hacía las delicias de Spencer.
El profundo rugido de la risa del señor Stanton se mezcló con las carcajadas de Spencer y, por enésima vez, las manos de Catherine se detuvieron y miró a la pareja de jugadores por debajo de sus pestañas. La boca de Spencer dibujaba una sonrisa infantil de oreja a oreja. De él emanaba el más puro deleite, y el hecho de que en sus ojos no se adivinara el menor rastro de sombra le estrujó el corazón con una oleada del más puro amor maternal.
Spencer volvió a reírse y Catherine dejó de fingir la atención que era incapaz de prestar a su labor. Dejando la costura a un lado, se recostó contra el blando brocado de su sillón de orejas y observó abiertamente a su hijo. Le encantaba verle reír y sonreír, algo que él hacía, según su opinión, en raras ocasiones. Durante el último año, Spencer se había aficionado a dar paseos en solitario, deambulando por los jardines de la casa y los senderos que llevaban a las aguas termales. Mientras él disfrutaba de la libertad que le proporcionaban los vastos terrenos de la propiedad, a ella le preocupaba verle pasar tanto tiempo solo, sumido en una triste reflexión. Ella le daba la intimidad que él necesitaba, pero se aseguraba de que pasaran a diario tiempo juntos: leyendo, hablando, compartiendo historias, comiendo sus platos favoritos, disfrutando de los jardines y de la compañía del otro.
Ahora, sentado delante del señor Stanton, Spencer parecía feliz, despreocupado y relajado como ella había presenciado tan sólo en contadas ocasiones cuando el joven estaba en compañía de alguien que no formaba parte de su círculo más íntimo y familiar. Normalmente Spencer era receloso y tímido con los desconocidos. Temía que se burlaran de él o que compadecieran su minusvalía. Pero no albergaba ninguno de esos sentimientos hacia el señor Stanton.
La mirada de Catherine se desvió hasta posarse en el hombre que había invadido su pensamiento demasiado a menudo desde la noche anterior. Andrew tenía la barbilla apoyada en la palma de la mano mientras estudiaba el tablero de backgammon al tiempo que Spencer se desternillaba de risa, una risa fingidamente diabólica, prediciendo su derrota. De pronto Catherine se sorprendió ante lo cálida y doméstica que era la escena que tenía ante sus ojos -y no sólo la escena, sino la noche entera-, y un penetrante anhelo la embargó hasta lo más profundo de su ser.
¿Cuántas veces en el curso de su matrimonio había deseado inútilmente experimentar una plácida escena hogareña como esa? ¿Cuántas horas había desperdiciado estúpidamente inventando escenas en su cabeza en las que Bertrand, Spencer y ella disfrutaban de una comida tras la cual padre e hijo se reían, inclinados ambos sobre algún juego de mesa mientras ella les observaba, encandilada? Más de las que era capaz de recordar.
El hecho de que esa vívida y anhelada imagen que tanto había atesorado se hubiera hecho realidad ante sus ojos, teniendo como protagonista al señor Stanton, la colmó de una dolorosa sensación a la que no logró poner nombre. Él nunca había figurado en el cuadro que ella había imaginado. Sin embargo, aunque su presencia debería resultar absolutamente inadecuada, a ojos de Catherine resultaba turbadoramente apropiada.
Se dio un remezón mental. Dios santo, hacía tiempo que debería haber dejado de esperar y desear una escena doméstica de ese calibre. Spencer y ella no necesitaban a nadie más en sus vidas. Aun así, viendo la expresión de júbilo de su hijo y la animación con la que hablaba con el señor Stanton, sintió un escalofrío de gratitud con su invitado por la amabilidad que demostraba con su hijo. A pesar de que el señor Stanton era poseedor de muchas cualidades que le resultaban molestas, sin duda Spencer disfrutaba de su compañía.
En ese instante, el señor Stanton se volvió y las miradas de ambos se encontraron. Una oleada de calor la inundó, provocándole calambres en el estómago; los dedos de los pies se le encogieron en un acto reflejo dentro de las zapatillas de satén. ¿Cómo lograba aquel hombre desconcertarla tanto con una simple mirada? ¿Cómo podía ser que su presencia en su casa la reconfortara y la agitara a la vez? ¿Y por qué, oh, por qué, estaba tan pendiente de él?
Los labios del señor Stanton se curvaron hacia arriba, esbozando una lenta sonrisa, y a continuación volvió a concentrarse en el tablero de backgammon. Catherine apretó los labios, horrorizada al descubrir que habían estado ligeramente despegados mientras tenía los ojos clavados en él. Con ceñuda determinación, volvió a coger la labor y clavó la aguja en el tejido.
– Es un hombre fastidioso, presuntuoso y tampoco es tan atractivo, para qué engañarnos -masculló entre dientes-. Sin duda he conocido a docenas de hombres mucho más guapos.
«Quizá. Pero ninguno de ellos te hacía flaquear las piernas como este», se mofó de ella su voz interior.
Apretó aún más los labios. Demonios. Si tenía las piernas débiles, era simplemente debido al agotamiento. Había pasado por una prueba agotadora. No era más que el cansancio jugando con su cuerpo y con sus emociones. Después de una noche de sueño reparador, todo volvería a su sitio.
Irguiendo la espalda, volvió a traspasar el lino del bordado con la aguja. Muy bien, el hombre le resultaba atractivo, aunque sólo un poco, y en un plano estrictamente físico. Así pues, su mejor recurso era evitarle en lo posible, todo un reto, teniendo en cuenta que el único propósito de la presencia del señor Stanton en la casa era el de protegerla en caso de que fuera necesario. Aunque nada decía que tuvieran que estar en la misma habitación. E, incluso aunque se encontrara en la misma estancia que él, nada la obligaba a hablar con él. Ni a estar cerca de él. Podía simplemente ignorarlo.
Sintió una oleada de alivio. Evitarlo e ignorarlo sería su estrategia, dos tareas sin duda fáciles de conseguir.
Su voz interior canturreó algo que sonó sospechosamente a «que te crees tú eso», pero, con una gran dosis de esfuerzo, Catherine se las apañó para hacer caso omiso de ella.
Capítulo 9
Si la mujer moderna actual desea que su caballero exprese más pasión, debería explicarle abiertamente que, si bien un beso en la mano puede emplearse para demostrar una ferviente estima, no es el método más efectivo, pues puede también simbolizar tan sólo una muestra de sentimiento fraternal. Sin embargo, resulta casi imposible malinterpretar el significado que encierra un beso en los labios. O en la nuca. O en la columna…
Guía femenina para la consecución
de la felicidad personal y la satisfacción íntima
Tras una noche agitada, que atribuyó, convencida, a sus preocupaciones fruto del disparo, Catherine puso en marcha de inmediato su estrategia de «evita e ignora» tomando un desayuno temprano y solitario en su habitación. Sabía que Spencer no se levantaría tan temprano y no tenía la menor intención de arriesgarse a enfrentarse a un cálido desayuno con el señor Stanton como única compañía. Después del desayuno, ocupó el resto de la mañana sentada a su escritorio, poniéndose al día con el correo. Cuando terminó, se vistió cuidadosamente, aliviada al ver que el dolor del brazo había remitido tanto que apenas lo notaba. Dedicó un tiempo adicional a su aspecto y se dijo que lo hacía porque deseaba estar presentable cuando esa tarde visitara a Genevieve.
Cuando decidió que ya era hora más que apropiada para ir a ver qué hacía Spencer, quien sin duda ya debía de haberse levantado, y representar el papel de cortés anfitriona con el señor Stanton, bajó deseosa de tomar una taza de té.
Al entrar al vestíbulo, Milton, que llevaba una pequeña bandeja con una nota sellada, la saludó al instante.
– Acaba de llegar de Londres, señora.
A Catherine se le aceleró el corazón al reconocer la clara letra inclinada de su padre. Decidió entonces que el té podía esperar, dio las gracias a Milton con una leve inclinación de cabeza y se dirigió directamente a su habitación. En cuanto cerró la puerta a su espalda, rompió el sello y leyó el contenido de la nota.
Querida Catherine:
Me complace informarte de que el canalla autor del disparo de anoche ha sido arrestado. El hombre, un rufián llamado Billy Robbins, es muy conocido por el magistrado por perpetrar robos en Mayfair y en demás lugares. Gracias a la información suministrada por el señor Carmichael, Robbins fue identificado y capturado cerca de los muelles. Como ya sospechábamos, fuiste víctima de un robo malogrado. Naturalmente, Robbins insiste en su inocencia, pero, como todos sabemos, Newgate está plagado de hombres «inocentes».
Aunque esta noticia no logre borrar el angustioso sufrimiento que has padecido, al menos cuentas ahora con la satisfacción de saber que el culpable ya no podrá hacer daño a nadie. Por favor, haz extensivos mis saludos a Spencer y al señor Stanton, y espero volveros a ver muy pronto.
Con todo mi amor,
Tu padre
Catherine cerró los ojos y soltó un suspiro de profundo alivio. Había sido un accidente. Gracias a Dios. No corría peligro. Spencer tampoco. Ni Genevieve. La identidad de Charles Brightmore estaba a salvo. Sí, todavía estaba el investigador contratado por lord Markingworth y sus amigos, pero dado que el editor de la Guía femenina jamás revelaría el secreto que compartía con Genevieve, llegaría el momento en que el hombre tendría que darse por vencido. Las posibilidades de que sus investigaciones le llevaran a Little Longstone eran ínfimas, por no decir inexistentes.
Catherine abrió los ojos, sonrió e inspiró lo que le pareció su primer aliento relajado desde que se había ocultado tras el biombo oriental de su padre. Ahora su vida podría retomar su curso tranquilo, sin amenaza de peligro. Sin la necesidad de protección…
Sin necesidad del señor Stanton.
Se le congeló la sonrisa en los labios. Ya no requería la protección y la seguridad que garantizaba su presencia. Andrew podía marcharse de Little Longstone en ese mismo instante, aunque Catherine supuso que sería de una enorme grosería sugerirle que partiera antes de la mañana del día siguiente. Y, puesto que ella en raras ocasiones viajaba a Londres, no tenía que preocuparse de volver a verle en un futuro inmediato.
"Un Amor Escondido" отзывы
Отзывы читателей о книге "Un Amor Escondido". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Un Amor Escondido" друзьям в соцсетях.