– La clase de hombre que desea una familia. La permanencia. Una mujer y un hijo con quienes compartir su vida. Un hombre capaz de dar a una mujer todas las cosas que alguien como tu marido no era capaz de ofrecer. La clase de hombre que está enamorado. -Genevieve se encogió de hombros-. El señor Stanton podría ser cualquiera de ellos… o quizá todos.
– Es imposible que esté enamorado de mí, Genevieve. Apenas nos conocemos.
– No tardamos mucho en enamorarnos. -Una mirada distante y melancólica asomó a los ojos de Genevieve, y Catherine supo que su amiga estaba pensando en su antiguo amante. Genevieve pareció propinarse un remezón mental y a continuación dedicó a Catherine una sonrisa triste-. Te aseguro que puede ocurrir con desafortunada rapidez. Y, desafortunadamente también, la flecha de Cupido a menudo alcanza nuestros corazones en el momento menos oportuno y nos hace enamorarnos de gente que no nos conviene. Dios sabe que soy el perfecto ejemplo de ello.
– No estoy enamorada del señor Stanton. Cielos, ¡pero si ni siquiera me gusta especialmente!
– De hecho, me refería al señor Stanton, querida. Sin duda resulta inconveniente para él albergar sentimientos por una mujer que es declaradamente contraria al matrimonio. Por no mencionar que la mujer en cuestión es socialmente superior a él. Y estoy convencida de que te gusta más de lo que crees. Sin duda, más de lo que estás dispuesta a reconocer.
Una negativa asomó a los labios de Catherine. Sin embargo, se dio cuenta de que no era capaz de pronunciar las palabras. Se limitó entonces a dejar la taza de té a un lado y se levantó para pasearse delante del sofá de zaraza floreada.
– No te negaré que me veo obligada a decidir qué hacer con esta… inconveniente atracción que siento hacia el señor Stanton.
– No es difícil, Catherine, pues cuentas sólo con dos opciones: hacer caso omiso de tus sentimientos, o disfrutar de ellos y entregarte a un romance.
Catherine negó con la cabeza.
– No te creas que es tan sencillo. Debo considerar algunas cosas antes de tomar una decisión tan importante como esa.
– Precisamente es así de sencillo. Le deseas, te desea, ambos sois libres y ninguno de los dos es inocente… ¿qué más hay que considerar?
– Mi hijo, por ejemplo. ¿Y si descubre que tengo un amante?
– Bien, naturalmente deberías actuar con la más absoluta discreción, Catherine. Ya no sólo para proteger a Spencer, sino a ti misma.
– Aun así, alguien podría descubrirlo.
– Sí, pero nadie ha dicho que tomar un amante esté libre de riesgo. A menudo, es el propio riesgo el que da un aire excitante al romance.
– ¿Y qué me dices del hecho de que Andrew viva en Londres?
– Puede que viva en la ciudad, pero ahora está en Little Longstone.
– Pero volverá a Londres dentro de una semana.
Genevieve arqueó las cejas.
– Diría que es perfecto. Tú no deseas una relación permanente y él se marcha de Little Longstone dentro de una semana. ¿Acaso podría ser más ideal?
Catherine se detuvo en seco delante de la chimenea.
– No me lo había planteado de ese modo.
– Quizá deberías.
Agarrándose al borde de la repisa de la chimenea, echó hacia atrás la cabeza para mirar al techo.
– No debería haber vuelto a leer la Guía anoche. -Miró a Genevieve por encima de hombro y soltó una risa tímida-. Como seguramente imaginarás, me metió toda clase de ideas en la cabeza.
– Estoy muy segura de ello. Pero creo que lo más probable es que volvieras a leer la Guía porque ya tenías esas ideas en la cabeza… puestas allí por el señor Stanton.
Catherine asintió despacio.
– Sí, tienes razón. -Se volvió a mirar a su amiga-. ¿Y si me quedara embarazada?
– Como bien sabes después de haber leído la Guía, hay varias formas de impedir que eso ocurra. -Se levantó y se acercó a Catherine. Sin duda la angustia de Catherine debía de resultar evidente, pues Genevieve hizo algo que en raras ocasiones hacía: tendió su mano enguantada y le tocó el hombro en una muestra de apoyo y de simpatía-. Sé que estás desolada, querida, y no deberías. Sólo existe una decisión posible, y creo que en el fondo de tu corazón sabes cuál es. Permitirte disfrutar del placer sensual no te resta valor como madre. Como bien apunta la Guía, ser egoísta cuando la ocasión lo requiere no es ningún crimen.
– No hay lugar para este hombre en la vida que me he creado aquí.
– Quizá no a la larga, pero sí podría haber lugar para él durante esta semana.
El silencio se dilató entre ambas hasta que por fin Catherine dijo con voz queda:
– Tú lo tomarías como amante.
– Sí -replicó Genevieve sin asomo de duda-. No nos negaría el placer a ninguno de los dos. Escucharía a mi corazón y ¡Carpe Diem! ¡Vive el día! Aunque, a juzgar por las palabras de la Guía, estoy segura de que ya estabas al corriente de eso. -Una sonrisa triste se dibujó en sus labios-. Toda mujer merece vivir una gran pasión en su vida, Catherine. Una cosa es leer que esa clase de placeres sensuales existen, pero experimentarlos… -Dejó escapar un suspiro soñador-. Los recuerdos de mis años con Richard seguirán dándome calor el resto de mis días.
El corazón de Catherine dio un vuelco de compasión.
– No tienes por qué estar sola, Genevieve.
Su amiga levantó las manos.
– No son éstas las manos que un hombre desea tocar.
– No sólo eres tus manos. Eres una mujer hermosa, inteligente y vibrante.
– Gracias. Pero un gran romance, la aceptación de un amante, está basada en una fuerte atracción física, y eso, lamento decirte, forma para mí parte del pasado. Pero no para ti. Catherine, ¿qué es lo que te dice el corazón?
Cerró los ojos. Había esperado escuchar una batalla interna entre su cabeza y su corazón, pero los anhelos del corazón ahogaron cualquier otro sonido… y con sólo dos palabras.
Abrió los ojos.
– Mi corazón dice Carpe Diem.
Capítulo 13
Mientras la intimidad que ofrece la oscuridad se presta a encuentros sensuales, la mujer moderna actual no debería vacilar a la hora de intentar hacer el amor sin la protección que garantiza la oscuridad. Ver cada matiz de las expresiones de su amante, observar cómo la rendición toma el control, añade capas de placer a la experiencia de hacer el amor.
Guía femenina para la consecución
de la felicidad personal y la satisfacción íntima
CHARLES BRIGHTMORE
Presa de la necesidad de un enérgico paseo a caballo para aquietar sus pensamientos a la fuga, Catherine decidió detenerse en los establos de regreso a casa desde la villa de Genevieve. Encontró abiertas de par en par las puertas de roble de doble hoja y se adentró en las frescas sombras del interior. Motas de polvo bailaban en los rayos de sol que entraban a raudales por las ventanas, e inspiró hondo, encantada con el embriagador aroma del heno fresco, el olor a caballo y a cuero. El murmullo de voces masculinas llegó a sus oídos y se le aceleró el corazón. ¿Estaría de nuevo Andrew en los establos con Fritzborne?
Se dirigió hacia las voces y reparó en que el sonido procedía de algún lugar al otro lado de la esquina: la vieja sección trasera de los establos que no había sido restaurada. A medida que se acercaba, las voces resultaron más claras y Catherine se dio cuenta de que una de ellas pertenecía sin duda a Andrew. La otra era la de Spencer.
– Bien -dijo Andrew, cuyas palabras distinguió con mayor claridad con cada paso que daba-. Mantén en alto la mano izquierda. Más alto. Protégete la cara. Y ahora golpea con la derecha.
– No hay condenada manera de alcanzarle -sonó la jadeante respuesta de Spencer, seguida de un gruñido. Catherine se detuvo y arqueó las cejas al oír el lenguaje empleado por su hijo.
– Mueve un poco hacia atrás tu pierna fuerte. Eso me atraerá un poco más hacia ti. Luego, cuando me tengas a tiro, lánzate hacia delante y golpea.
– ¡Ja! Ya le tengo.
– ¡Ja! Me gustaría verlo.
Catherine avanzó de puntillas, silenciosa con sus zapatillas sobre el suelo de madera. Al llegar a la esquina, echó una mirada por la puerta abierta. Y se quedó helada.
Andrew y Spencer parecían estar ocupados… ¿dándose puñetazos? Ninguno de los dos llevaba corbata ni chaqueta y ambos se habían arremangado la camisa hasta los codos. Se quedó boquiabierta al ver a Andrew botar sobre las puntas de los pies, fintando adelante y atrás mientras Spencer, con los puños cerrados a la altura de la barbilla, le lanzaba varios puñetazos con los que no le alcanzó. Luego fueron las manos de Andrew las que salieron despedidas hacia delante, a punto de estamparse en la mandíbula de Spencer. Este se echó hacia atrás para evitar el golpe y a punto estuvo de caer de espaldas.
Un grito de pánico nació en su garganta, pero antes de que pudiera salir, Andrew cogió a su hijo por la parte superior del brazo y le ayudó a recuperar el equilibrio.
– Mantén el equilibrio, Spencer. Mantén el peso hacia delante y levanta las manos para impedir…
– ¿Qué diantre está ocurriendo aquí? -Catherine, con la voz temblorosa en una combinación de ira y de temor, salió de las sombras y se plantó las manos en las caderas.
Andrew se quedó de una pieza al oír su voz ultrajada y miró por encima del hombro con la esperanza de que Catherine no estuviera tan enojada como parecía indicar su voz. Sus miradas se encontraron y a Andrew se le cayó el alma a los pies. No sólo parecía enojada, sino que además estaba claramente horrorizada.
Abrió la boca para responder, pero antes de poder pronunciar palabra, algo le golpeó directamente debajo de la barbilla con un golpe perfectamente colocado. Reparando al instante en que aquel algo era el puño de Spencer, dio un paso hacia atrás, tropezó con su propio pie y fue a dar directamente con su trasero contra la dura madera del suelo. Sin poder evitar una mueca de dolor, tomó nota mentalmente de caer contra el montón de heno en la siguiente ocasión.
– Dios santo, Spencer ¿acaso has… habéis… perdido el juicio? -tronó la voz de Catherine a su espalda. Andrew la oyó correr hacia delante.
Spencer apartó su mirada estupefacta de su puño cerrado para fijarla en Andrew y devolverla luego a su puño. Miró entonces a su madre, quien parecía estar sacando vapor por las orejas. Tragó saliva visiblemente y se acercó a Andrew.
– Lo siento, señor Stanton, no era mi intención…
Andrew levantó una mano para hacer callar al niño mientras se frotaba la dolorida mandíbula con la otra.
– A eso le llamo yo un golpe excelente y perfectamente ejecutado, y un magistral ejemplo de la segunda regla que te he enseñado, ¿que es…?
– Aprovecharte siempre de la debilidad de tu rival.
– Exactamente. Me he visto momentáneamente distraído por la llegada de tu madre, y de pronto me he encontrado sentado en el suelo. Muy bien hecho. -Se puso de pie de un salto, se sacudió el polvo de los pantalones y, con una sonrisa, tendió su mano a Spencer-. Estoy orgulloso de ti.
El arrebol de inconfundible satisfacción que asomó al rostro del joven, combinado con el asombro y la gratitud impresos en su expresión, caldearon el corazón de Andrew de un modo que no había experimentado en mucho tiempo
– Gra… gracias, señor Stanton. -Su sonrisa se desvaneció con la misma celeridad con la que había aparecido-. No le habré hecho daño, ¿verdad?
Andrew movió la mandíbula adelante y atrás y luego le guiñó un ojo.
– Sobreviviré.
Luego volvió su atención a Catherine y sonrió, fingiendo no reparar en su tormentosa expresión.
– Su hijo es un alumno excelente.
– ¿Alumno? Por favor, le ruego que no me diga que le está enseñando a pelear con los puños.
– Muy bien, en ese caso no se lo diré.
– ¿Qué está haciendo entonces?
– Ya que me ha pedido que no le diga que le estoy enseñando a pelear con los puños, me va a resultar muy difícil responder a esa pregunta.
Catherine le dedicó una mirada ante la que Andrew dio las gracias por no ser leche, de lo contrario se habría cuajado al instante. A continuación apartó la mirada de Andrew para posarla en Spencer.
– ¿Estás bien?
– Sí, mamá, claro. Es el señor Stanton quien ha ido a dar con el culo al suelo.
– Y estoy muy bien, gracias.
Su mirada de enojo fue alternándose entre Andrew y Spencer.
– Estoy esperando una explicación.
– Le estaba enseñando a Spencer algunos conocimientos básicos sobre pugilismo -dijo Andrew-. Y, como puede ver, es un alumno muy aventajado.
– ¿Y por qué demonios iba a enseñarle usted algo semejante? ¿Es que ninguno de los dos ha tenido en cuenta los riesgos que implica semejante actividad? Spencer podría haberse caído. Podría haber resultado gravemente herido. A punto ha estado de tropezar y caer de espaldas hace apenas un instante.
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