– Pero no me he caído, mamá -intervino Spencer-. El señor Stanton me ha cogido.
– ¿Y si no lo hubiera conseguido?
– Pero lo ha hecho -reiteró Spencer-. Es muy fuerte y muy rápido. Ha construido este cuadrilátero especialmente para mí. Me ayuda a mantener el equilibrio. Mira. -Le hizo una pequeña demostración y luego añadió-: el cuadrilátero está rodeado de heno para que caiga en blando si llega a darse la ocasión… algo que no ocurrirá porque el señor Stanton es un maestro excelente. Y, en cuanto a la pregunta de por qué el señor Stanton me está enseñando… -levantó un centímetro la barbilla-. Porque yo se lo pedí. Era la sorpresa que te tenía reservada.
Catherine agitó la mano, dibujando con ella un arco que incluyó la habitación entera.
– Bien, pues ciertamente estoy sorprendida.
– Y ya que te has enterado de esto, quizá sea mejor que sepas el resto, mamá.
– ¿Hay más?
– También he pedido al señor Stanton que me instruya en la disciplina de la esgrima y de la equitación.
Ayer dimos nuestra primera lección de equitación y fue muy bien. -Se volvió hacia Andrew-. ¿O no fue así?
– Ciertamente -confirmó Andrew.
El color se desvaneció del rostro de Catherine al tiempo que miraba a Andrew.
– ¿Equitación? Pero ¿está usted loco? ¿Y si se cae de la silla?
– ¿Y si es usted la que se cae de la silla? -respondió Andrew-. ¿O yo? ¿O Philip? ¿Acaso nadie debería entonces montar a caballo?
Con el ceño fruncido Catherine se volvió hacia Spencer, reparando en la expresión iluminada y esperanzada de su hijo.
– ¿Has… disfrutado de la lección?
– Mucho. Oh, al principio estaba nervioso, pero enseguida le he pillado el tranquillo y he dejado de estarlo.
– Es un joven extremadamente brillante, lady Catherine.
– ¿Lo ves, mamá? La lección de equitación de ayer fue bien y la de pugilismo de hoy también ha sido perfectamente segura -dijo el chiquillo apresuradamente. Avanzó arrastrando los pies hacia Catherine y le puso una mano tranquilizadora en el brazo-. El señor Stanton se aseguró de que así fuera. Y no te preocupes. No intento convertirme en el mejor púgil de Inglaterra. Sólo intento hacerlo lo mejor que pueda. Así, si alguien intenta alguna vez hacerte daño, podré dejarle sentado en el suelo como lo he hecho con el señor Stanton.
Catherine parpadeó varias veces.
– Eso es muy dulce de tu parte, cariño. Y terriblemente caballeroso. Pero…
– Por favor, no me pidas que lo deje, mamá. Me encanta.
– Ya… veo. -Catherine inspiró hondo-. ¿Por qué no vuelves a casa y me dejas unos instantes a solas para que hable de esto con el señor Stanton?
Spencer lanzó una mirada a la vez preocupada y esperanzada a Andrew, quien a su vez le dedicó una alentadora inclinación de cabeza.
– ¿Puedo ir a las aguas en vez de a casa, mamá?
– Sí, naturalmente.
Spencer se acercó a Andrew y susurró:
– ¿Vendrá a encontrarse conmigo para nuestra lección?
Andrew asintió. Catherine y él se quedaron en silencio, atentos al sonido del arrastrar de pies de Spencer.
Cuando las pisadas del joven se fundieron en el silencio, Catherine dijo:
– Por favor, le ruego que se explique. ¿En qué estaba pensando cuando alentó a Spencer con este peligroso cometido?
Andrew inspiró hondo y a continuación relató la conversación que había mantenido con Spencer la tarde de su llegada a Little Longstone.
– Spencer se está convirtiendo en todo un hombre -concluyó-. Desea y necesita sentir que puede hacer las mismas cosas que otros jóvenes de su edad. Me pareció muy perdido, muy titubeante e inseguro de sí mismo. Sólo pretendía darle un poco de aliento y de confianza en sí mismo… la misma clase de aliento que yo recibí de niño.
Catherine guardó silencio durante varios segundos y Andrew vio aliviado que ya no parecía tan enfadada como antes.
– Le agradezco su amabilidad, señor Stanton…
– Andrew.
Catherine se sonrojó.
– Andrew. Aun así…
– No es una cuestión de amabilidad, Catherine. Es una cuestión de cariño. Spencer me ha… tocado el corazón. Me recuerda mucho a alguien que conocí en Norteamérica, y me gustaría ayudarle en la medida de mis posibilidades. -Tendió los brazos y tomó las manos de ella entre las suyas-. Le doy mi palabra de que jamás haría nada que pudiera ponerle en peligro.
Los ojos de Catherine buscaron los suyos.
– Naturalmente, no creo que le hiciera daño intencionadamente, pero una cosa así… -Su mirada deambuló por la habitación para volver de nuevo a fijarse en la de Andrew-. No puedo evitar preocuparme. ¿Cómo puede prometerme que no sufrirá ningún daño?
– Si lo piensa bien, él o cualquiera podría resultar herido en cualquier parte. En cualquier momento.
– Es cierto, pero seamos realistas. Teniendo en cuenta su incómoda cojera, las posibilidades de que Spencer se haga daño son mayores que las de cualquiera que ande con normalidad.
– Cierto. Razón de más para pensar que las lecciones de pugilismo son una buena idea. Le fortalecerán. Le ayudarán a adquirir equilibrio. Y eso, a la vez, alentará su confianza en sí mismo. Ya ha podido ver con sus propios ojos lo satisfecho que estaba consigo mismo cuando me ha tirado al suelo.
– Sí. Sin embargo, creo que en eso le ha ayudado usted un poco. Y, se lo ruego, no olvide que antes Spencer ha estado a punto de caerse.
– No voy a mentirle, Catherine. Spencer ha estado a punto de caerse una docena de veces antes de que usted llegara. -Los ojos de Catherine se abrieron como platos sobre unas mejillas ahora desprovistas de color-. Pero le he ayudado a recuperar el equilibrio cada vez que eso ha sucedido. Y cada vez han pasado más minutos hasta que ha vuelto a perder el equilibrio. Ha mejorado rápidamente, y sólo con una lección, tal como ocurrió ayer con la lección de equitación.
– De hecho, intenté que Spencer se interesara por aprender a montar cuando era más pequeño, pero nunca quiso. Creyendo que era el tamaño de los caballos lo que le atemorizaba, se me ocurrió tener un poni y compré a Afrodita, pero Spencer no mostró el menor interés. Del mismo modo en que dejé de esperar que se aventurara fuera de las tierras de la propiedad, también en eso terminé por dejar de insistir. -Sus ojos volvieron a encontrarse con los de él, y el corazón de Andrew ejecutó la ya familiar pirueta inducida por la mirada de Catherine-. Su presencia parece tener el efecto de hacer que mi hijo desee expandir sus horizontes e intentar cosas nuevas.
– ¿Y eso la molesta?
Catherine se dio unos segundos para ponderar su respuesta, y dijo:
– No, pero reconozco que la cauta madre que hay en mí habría preferido que Spencer pidiera que le diera lecciones de backgammon en vez de lecciones de equitación, pugilismo y esgrima.
Andrew sonrió.
– Créame, el niño no necesita que le den lecciones de backgammon.
– Pero la madre protectora que llevo dentro desea que mi hijo tenga una vida lo más normal y plena posible. Cuando pienso en la movilidad añadida que le proporcionará aprender a montar. -Dio un largo suspiro-. No puedo permitir que mis temores enturbien su entusiasmo y su incipiente independencia. Pero, aunque hable así, seguiré preocupada e inquieta por su seguridad. Le confío su seguridad, Andrew.
Andrew se llevó las manos de Catherine a la boca y tocó las yemas de sus dedos con los labios, disfrutando al verla contener el aliento ante su gesto.
– Me siento honrado y agradecido por la fe que deposita en mí, pues sé lo importante que Spencer es para usted. Le juro que su confianza está en buenas manos. Y ahora, ¿damos por zanjada la cuestión?
– Sí, supongo que sí. Pero se lo advierto: no pienso quitarle ojo.
Andrew sonrió.
– Qué delicia, pues nada puede hacerme más feliz que sentir su mirada sobre mí. Hace un momento ha dicho que mi presencia parece provocar en su hijo el deseo de expandir sus horizontes e intentar cosas nuevas. ¿Quizá mi presencia produce el mismo efecto en su madre?
El corazón le dio un vuelco ante el inconfundible destello de conciencia que asomó a los ojos de Catherine.
– ¿A qué se refiere?
– Me refiero a que me gustaría invitarla a intentar algo nuevo conmigo. Nunca he dado un paseo a la luz de la luna por un jardín de la campiña inglesa. ¿Le gustaría acompañarme esta noche?
– ¿Siente usted un repentino deseo de oler las rosas al abrigo de la oscuridad?
– No. Siento un deseo largamente anhelado de pasear con usted por un jardín al abrigo de la oscuridad. -Disfrutó intensamente al ver el fulgor de los ojos de Catherine al oírle reconocer sus intenciones-. Si estuviéramos en Londres, la invitaría a Vauxhall. Pero ya que estamos en Little Longstone, me veo obligado a improvisar -añadió, dejándose llevar por el abrumador deseo que le embargaba y pasándole las yemas de los dedos por su satinada mejilla-. ¿Me acompañará?
Catherine no dijo nada. Su mirada buscó la de él, y el corazón de Andrew palpitó tan fuerte que habría jurado que ella tenía que haberlo oído. Él estaba pidiendo algo más que un simple paseo y ambos lo sabían, aunque sin duda ella había pensado en la conversación de la noche anterior. Y él apenas había pensado en otra cosa. Obviamente ella había llegado a alguna conclusión. Aun así, con cada segundo de silencio que pasaba, las esperanzas de Andrew se desvanecían, pues podía ver cómo ella seguía ponderando su decisión.
Entonces, por fin, Catherine se aclaró la garganta.
– Sí, Andrew. Le acompañaré.
Aunque él suponía que en la historia de la humanidad se habrían pronunciado palabras más dulces, no alcanzaba a imaginar qué palabras podían haber sido esas.
Catherine se pasó toda la tarde presa de un exaltado estado de conciencia que, además, la abocó a un estado cercano al vértigo. Todo le parecía más claro, más agudo, y tenía los sentidos totalmente alertas. No recordaba haber comido un cordero más sabroso, unas zanahorias más deliciosas ni haber tastado un vino más embriagador. Con cada movimiento, su vestido de muselina aguamarina le acariciaba la piel, ahora extrañamente sensible, provocándole pequeños hormigueos en sus terminaciones nerviosas. Las oscilantes y pálidas velas de los candelabros de plata daban una luz más brillante, el sonido de la risa de Spencer la deleitaba más y el profundo timbre de la voz de Andrew le provocaba escalofríos de anticipación en la columna.
¿Algún hombre le había resultado más atractivo? ¿Más tentador? La muda luz de las velas ensalzaba su oscuro atractivo, envolviendo su rostro en un intrigante diseño de sombras que atraía la mirada de Catherine una y otra vez. Con una chaqueta azul marino, camisa blanca y pantalones de color gamuza, Andrew tenía un aspecto masculino, imponente y absolutamente delicioso.
Cada mirada entrecruzada entre ambos la inflamaba, encendiéndole la piel. Cada sonrisa que él le dedicaba le llenaba el corazón de una palpitante excitación. Catherine sabía que su inminente paseo con Andrew a la luz de la luna era responsable de una gran dosis del vértigo que la embargaba, aunque también era plenamente consciente de que el resto se debía a la estrategia que había diseñado. Estaba decidida. Sabía lo que quería. Y, tras varias horas dándole vueltas a sus diferentes opciones en lo que llevaba de tarde, por fin había descubierto cómo conseguirlo. Ahora simplemente esperaba poder soportar la espera hasta poner en acción su plan.
Después de la cena, los tres se retiraron al salón, donde Catherine vio a Andrew y a Spencer jugar una animada y altamente competitiva partida de backgammon.
– Es su última tirada, señor Stanton -se rió Spencer entre dientes, frotándose las manos con evidente regocijo-. Está a punto de ser derrotado.
– Quizá. Aunque si saco un doble seis, gano yo.
Spencer soltó un bufido burlón.
– ¿Y qué probabilidades tiene de que eso ocurra?
Andrew sonrió.
– Una entre treinta y seis.
– No demasiadas.
– Podría ser peor.
Andrew lanzó los dados sobre el tablero. Catherine observó perpleja el par de seises.
A Spencer los ojos se le salieron de las órbitas y se echó a reír.
– Diantre. No había visto nunca tanta suerte, ¿y tú, mamá?
– No -dijo Catherine entre risas-. Sin duda el señor Stanton es un hombre muy afortunado. -Su mirada se posó en Andrew y, cuando los ojos de ambos se encontraron, él sonrió.
– Sí, sin duda soy un hombre muy afortunado.
Su sonrisa la envolvió como una cálida capa, rodeándola con un aura de placentero calor.
Spencer se levantó y tendió la mano.
– Excelente trabajo. Pero saldré victorioso la próxima vez que juguemos.
Andrew se levantó y estrechó su mano con gesto solemne.
– Espero ansioso la ocasión.
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