– Hueles deliciosamente -murmuró con un suspiro-. A sándalo mezclado con algo más que no alcanzo a distinguir. Pero es un olor limpio y masculino que no he olido en nadie más.

Andrew se quedó totalmente inmóvil, hechizado por sus palabras y por la visión de Catherine acunando su chaqueta contra su cuerpo. Dios sabía que nunca había sido más sincero que cuando le había dicho que lo único que deseaba era complacerla, aunque no tenía la menor posibilidad de sobrevivir al resto de la noche si Catherine le derretía las rodillas simplemente sosteniendo entre las manos su condenada chaqueta.

La curiosa mirada de ella volvió a descender por su cuerpo y Andrew tuvo que cerrar las manos con fuerza para evitar tocarla.

– Te preocupa tu capacidad de complacerme -dijo él con voz tensa-, y sin embargo eres capaz de seducirme con una simple mirada.

La mirada de Catherine ascendió bruscamente al encuentro de la suya y Andrew leyó claramente el destello de seguridad que le iluminó los ojos. Tras colocar con sumo cuidado la chaqueta en el suelo junto a ella, Catherine acarició con las yemas de los dedos el relajado nudo de su corbata.

– Quiero desnudarte -susurró.

Andrew tragó saliva e intentó una pequeña sonrisa, pero no estuvo en absoluto seguro de haber logrado esbozarla.

– Soy todo tuyo.

Rindiéndose a la abrumadora necesidad de tocarla, le pasó la yema del dedo por la mejilla.

– No te preocupes. Yo te ayudaré.

Catherine se aplicó a deshacerle el nudo de la corbata y Andrew permaneció presa de una agonía de deseo, guerreando entre la necesidad de su cuerpo que le apremiaba a arrancarse la ropa mutuamente y hacerle el amor con furia y de inmediato y seguir observándola, sintiendo el asombroso milagro de ver cómo Catherine le quitaba la ropa. La radiante confianza y perplejidad que irradiaban sus ojos mientras terminaba de quitarle la corbata para luego desabrocharle despacio la camisa. Cuando llegó a su cintura, Andrew tiró de la camisa para liberarla del confinamiento de sus pantalones y luego contuvo el aliento.

Catherine separó poco a poco el lino y posó sus manos sobre su pecho. El calor clavó en él sus flechas y apenas pudo tomar aliento. Una expresión de júbilo absolutamente femenino se dibujó en los rasgos de Catherine, quien despacio fue deslizando sus manos hacia su cintura. Andrew deseaba tocarla, pero sus ojos se cerraron por voluntad propia y un gruñido de placer escapó de sus entrañas al tiempo que memorizaba la intensa sensación de sentir cómo ella le tocaba.

– ¿Te gusta? -susurró Catherine mientras las yemas de sus dedos le rozaban los pezones.

– Dios, sí.

Siguió deslizando las manos por el abdomen y Andrew sintió contraerse sus músculos.

– ¿También te gusta esto?

– Sí. -La palabra fue un tosco chirrido. Se obligó a abrir los ojos para mirarla al tiempo que las manos de Catherine se tornaban más atrevidas con cada caricia sobre su piel. Allí donde ella le tocaba, Andrew sentía como si le abrasara. El deseo rugía en su interior y su erección cabeceaba en el interior de sus ceñidos pantalones. Tras ascender de nuevo por su pecho con las manos, Catherine le quitó la camisa por los hombros y se la pasó luego por los brazos. Él liberó sus manos y dejó caer la prenda al suelo.

Catherine le pasó las manos por los hombros desnudos y por la espalda, y Andrew rechinó los dientes de placer.

– Eres muy fuerte -dijo ella, acariciándole el pecho con su cálido aliento.

Le recorrió un escalofrío. Se sentía cualquier cosa menos fuerte. Le temblaban las entrañas y sus rodillas habían… desaparecido.

Catherine le pasó entonces las manos alrededor de la cintura y dio un paso adelante para apoyar la cabeza en su pecho.

– Tu corazón late casi tan deprisa como el mío, Andrew.

Antes de que él pudiera responder, ella levantó la mirada hacia él con ojos solemnes.

– Quiero que me desnudes.

Puesto que él deseaba aquello más que volver a tomar aire, no lo dudó un segundo.

– Date la vuelta.

De pie tras ella, ahuecó los dedos entre los largos y lustrosos rizos castaños de Catherine, apartándole los mechones de cabello por encima del hombro para dejar a la vista su pálida nuca. Inclinándose hacia delante, pegó los labios en esa suave y fragante isla de piel que le había colmado miles de sueños e incontables momentos de vigilia. Un delicado estremecimiento recorrió a Catherine, que ladeó la cabeza, invitación a la que él ni siquiera intentó resistirse.

Tras rozar con un beso fugaz su dulce nuca, Andrew dio un paso atrás y se puso manos a la obra a fin de desabrocharle los botones de la espalda del vestido. A medida que cada pequeño botón de marfil quedaba liberado de su ojal, él se veía recompensado con un torturador atisbo de la fina camisa que asomaba debajo. Cuando por fin terminó, se movió hasta quedar frente a ella. El color había encendido las mejillas de Catherine y el deseo brillaba en sus dorados ojos marrones. Andrew alargó la mano y tiró lentamente de la prenda hasta pasársela por encima de los hombros. Se deslizó luego por sus brazos y sobre sus caderas para aterrizar con un suave shhhh a sus pies.

La ávida mirada de Andrew la recorrió por entero. Catherine estaba dolorosamente hermosa, cubierta por una camisa de tan fina tela que dejaba a la vista sus oscuros pezones. Pasando los dedos bajo los tirantes de color crema, fue bajándole la camisola, observando atentamente su avance a medida que iba dejando a la vista cada delicioso centímetro de su piel. Cuando soltó los tirantes, la camisola se arracimó a sus pies, encima del vestido.

Durante varios segundos, Andrew permaneció inmóvil y se limitó a beber de la visión que ella le ofrecía, elegantemente de pie en el centro de su ropa desechada como una rosa recién abierta elevándose de un inestimable jarrón. Su mirada se posó en unos senos generosos y pesados coronados por unos pezones de tono coralino que se contrajeron bajo su mirada. La curva de su cintura dejaba paso a unas redondeadas caderas y a unos muslos torneados, abrazando el triángulo de rizos castaños anidado entre sus piernas. Ahora sólo con sus medias y zapatos, Catherine le arrebató el control que durante tiempo él había intentado denodadamente mantener. Cada uno de sus músculos se tensó con las necesidades que ya no podía seguir negándose. Catherine estaba madura, voluptuosa y absolutamente deliciosa, y, que Dios le asistiera, él estaba muerto de hambre.

Tendió la mano y la ayudó a salir del montón de tela que la rodeaba. En cuanto ella estuvo libre, Andrew dobló las rodillas, la tomó en brazos y la llevó hasta la manta de terciopelo, más suave aún gracias al lecho de heno fresco que había repartido debajo. La dejó suavemente sobre la manta, apoyando su cabeza sobre la almohada azul. Tras quitarle las medias y los zapatos y dejarlos a un lado, Andrew se levantó para quitarse sus botas bajas de cuero blando y los pantalones.

Catherine rodó hasta quedar de costado, apoyó la cabeza sobre la palma de la mano y le observó desnudarse con embelesada atención. Cuando Andrew liberó su erección del estrangulador confinamiento de sus ceñidos pantalones, soltó un suspiro de alivio.

– Oh, Dios -jadeó Catherine, poniéndose de rodillas y excitándole aún más con la avidez de su mirada.

Andrew lanzó descuidadamente su ropa al montón de prendas apiladas en el suelo y a continuación se arrodilló en la manta delante de ella. Tomando el rostro de Catherine entre las manos, bajó la cabeza y frotó sus labios contra los de ella.

– Catherine…

Todo lo que sentía, todo el amor y el deseo que ardían en él, todas las batallas que había librado para reprimir esas emociones durante tanto tiempo quedaron expresadas en esa única y sincera palabra. Y, en cuanto sus labios tocaron los de ella, todas esas batallas se perdieron.

Con un gemido que rayaba en el dolor, la atrajo hacia él. Cada nueva sensación apenas tenía tiempo de parpadear en su mente antes de verse suplantada por otra. El cuerpo de Catherine pegado al suyo desde el pecho a las rodillas. Los dedos de ella abriéndose paso entre su pelo. Sus propias manos deslizándose por la espalda de Catherine hasta cerrarse sobre sus nalgas. Catherine devolviéndole el gesto. El peso de su seno llenándole la mano. Agachando la cabeza para lamerle el pezón hasta meterse en la boca el excitado capullo. Absorbiendo su gutural gemido al pronunciar su nombre. Otro profundo beso ávido de su alma. La piel suave bajo sus manos. La carne húmeda y lustrosa entre los muslos de ella, inflamada de deseo.

Catherine deslizó sus dedos a lo largo de su erección y Andrew interrumpió bruscamente el beso para tomar aliento.

– ¿Te he hecho daño?

Incapaz de pronunciar palabra, Andrew negó con la cabeza.

– Quiero tocarte, Andrew.

Apretando los dientes, Andrew apoyó la cabeza en la de ella y se sometió a la dulce tortura de sentir los dedos de Catherine acariciándole todo el tiempo que fue capaz de soportar. Pero cuando ella envolvió su erección entre sus dedos y la apretó con suavidad, Andrew la cogió de la muñeca. Sus labios capturaron los de ella en un beso intenso y apasionado, provocando una frenética fusión de lenguas y labios. Sin interrumpir el beso, Andrew fue obligándola a descender hasta apoyar la espalda en la manta y luego cubrió el cuerpo de Catherine con el suyo. Ella separó las piernas y gimió y él bajó la cabeza para tocar con la lengua el sonido de intenso placer que vibraba en la base de su cuello.

Apoyando todo el peso de su cuerpo en las palmas de las manos, Andrew la miró bajo la parpadeante luz dorada mientras penetraba despacio su cuerpo. Un revuelo de rizos castaños, despeinados por las exploradoras manos de Andrew, rodeaban la cabeza de Catherine. Tenía los labios rojos, húmedos y ligeramente separados mientras su pecho subía y bajaba con rápidos y superficiales jadeos. Tenía los oscuros pezones mojados y erectos por obra de su boca. Pero fue la cruda necesidad, el agudo deseo que asomó a sus ojos, lo que terminó de deshacerle.

Despacio, Andrew fue penetrando en su cálido y húmedo calor aterciopelado y cerró los ojos con fuerza ante el tremendo placer. Deseaba ir despacio, hacerlo durar, pero su cuerpo, tanto tiempo negado, estaba fuera de su control. Sus embestidas se prolongaron, acelerándose. Más profundas. Más intensas. Catherine salía al encuentro de cada una de ellas, apremiándole para que la penetrara, al tiempo que sus dedos se enterraban en sus hombros. Se tensó debajo de él, echando adelante las caderas mientras exhalaba un largo «ohhhhh» de placer. Incapaz de contenerse por más tiempo, Andrew hundió la cabeza en la fragante curva de su hombro e inundó el interior de ella con su húmedo calor durante un eterno y milagroso instante que lo dejó sin aliento, débil, absolutamente satisfecho y condenadamente semimuerto.

Catherine siguió tumbada bajo su delicioso peso: sin aliento, débil, absolutamente satisfecha y más viva de lo que se había sentido en toda su vida.

A eso se reducía todo. Eso era lo que ella se había perdido durante todo su matrimonio. Aquella era la espléndida maravilla descrita en la Guía femenina, aunque ninguno de los vívidos comentarios ni de las vívidas instrucciones que aparecían en el libro la habían preparado lo suficiente para una experiencia tan íntima e increíble.

Con los ojos cerrados, se tomó un instante para saborear los momentos siguientes, deseando que aquel asombroso placer no concluyera. Los jadeos entrecortados de Andrew palpitando contra ella. Su cuerpo cubriéndola, piel acalorada contra piel acalorada. Los brazos de él todavía envolviéndola, como si jamás fueran a soltarla. Los brazos de Catherine rodeando sus anchos hombros, también reticentes a soltarle. El corazón de él palpitando contra sus senos. Y la deslumbrante sensación de su cuerpo todavía íntimamente unido al de ella. No, no tenía la menor idea de que sería así.

Ni de que Andrew se volviera tan pesado de pronto.

Y no es que no disfrutara sintiéndolo encima, pero la necesidad de respirar hondo estaba a punto de superar el placer que le provocaba tenerlo cubriéndola como una manta humana.

No habría sabido decir si él se percató de su necesidad o si simplemente hizo gala de una perfecta sincronización, pero lo cierto es que Andrew se movió. Tras acariciarle la mejilla con un beso, se retiró para apoyar todo su peso en sus antebrazos y la miró desde arriba con unos ojos oscuros e intensos y la respiración todavía alterada. Su pelo negro, desordenado por los frenéticos dedos de Catherine, se derramaba sobre su frente. Ella levantó la mano y apartó a un lado los mechones, que al instante volvieron a caer donde estaban.

– Estás muy despeinado -dijo con una sonrisa.

– Tú también. Deliciosamente. -Bajó la cabeza y la besó. Un beso lento, profundo e íntimo que comunicaba mejor de lo que lo habrían hecho las palabras el mensaje de que la experiencia amatoria le había resultado tan satisfactoria como a ella. Un beso que reavivó la llama que se había extinguido hacia apenas unos instantes.