Catherine abrió la boca, presta a responder, pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, Genevieve siguió presionándola.
– Incluso aunque supongamos durante un instante de locura que tus sentimientos por el señor Stanton pueden encuadrarse en la categoría de sentimientos tibios, ¿en algún momento has pensado en los sentimientos que él pueda tener por ti? Porque te aseguro que son todo menos tibios.
Las palabras de Genevieve amenazaban con dejar expuestas emociones que Catherine se negaba a someter a examen.
– Soy consciente de que le importo, pero también él está de acuerdo en que, en cuanto termine la semana, nuestra aventura finalizará.
La combinación de consternación y de fastidio que expresaban los ojos de Genevieve era inconfundible.
– Querida, decir que le importas es no hacerle justicia. Lo vi claramente en la velada en casa del duque. La forma en que te miraba cuando se sabía observado, y, lo que es aún más delatador: su forma de mirarte cuando creía que nadie le observaba… -Dio un largo y tembloroso suspiro-. Dios mío. La pasión, el deseo, la emoción que desvelaban sus ojos eran evidentes. Viéndole mirarte, bailar el vals contigo, me sentí como si hubiera interrumpido un íntimo tête a tête. Estás tristemente equivocada si crees que ese hombre simplemente se desvanecerá de tu vida dentro de una semana.
– No pienso darle elección. Él sabe perfectamente, tan bien como tú, que no tengo intención de volver a casarme. E, incluso si deseara atarme a otro marido, desde luego no elegiría a un hombre cuya vida está en Londres. No tengo la menor intención de apartar a Spencer de la seguridad de nuestra casa, de la vida que hemos creado aquí, en Little Longstone, de los manantiales de aguas termales. Y si mi esposo y yo tenemos que vivir separados y llevar vidas separadas, ¿qué sentido tiene que nos casemos? Spencer y yo ya hemos sufrido una situación semejante, y te aseguro que con una vez es suficiente.
Genevieve se recostó sobre el respaldo del sofá y arqueó las cejas.
– ¿Acaso el señor Stanton te ha pedido que te cases con él?
– Bueno, no, pero…
– ¿Ha insinuado algo que te haga pensar que te lo va a pedir?
Catherine frunció el ceño.
– No, pero…
– Quizá te estés preocupando por nada. Quizá lo único que desee sea una aventura prolongada.
– Lo cual no deja de ser desafortunado pues yo sólo estaba, y estoy, dispuesta a mantener una breve aventura.
Genevieve asintió despacio.
– Sí, bueno, quizá sea lo mejor. Al fin y al cabo, una aventura prolongada implicaría pasar más tiempo juntos, lo cual a su vez podría terminar provocando esos sentimientos que podrían dejarlos destrozados cuando la aventura tocara a su fin.
– Exactamente.
– Es preferible cortar las cosas antes de correr cualquier riesgo de desarrollar una implicación más profunda.
– Precisamente.
– Después de todo, salvo por el sentido bíblico, apenas conoces al señor Stanton.
– Correcto.
– ¿Y qué sabes de su pasado? ¿De su familia? ¿De su educación? ¿De su vida en Norteamérica?
– Nada -respondió Catherine, relajándose un poco. Finalmente la conversación había tomado el rumbo adecuado.
Genevieve frunció el ceño.
– Aunque… conocías perfectamente a lord Bickley antes de que pidiera tu mano, ¿o quizá me equivoco?
Un timbre de advertencia tintineó en las profundidades de la mente de Catherine.
– Nuestras familias se conocían bien, sí -admitió.
– Si mal no recuerdo, en algún momento mencionaste que le conocías prácticamente de toda la vida, ¿me equivoco acaso?
– No, no te equivocas.
– Y le creías un hombre decente, gentil y cariñoso.
Catherine frunció el ceño.
– Me doy perfecta cuenta de lo que intentas hacer, Genevieve, pero lo que dices no hace más que reforzar mi postura. Sí, me casé con Bertrand, un hombre al que había conocido durante toda mi vida. Y sí, creía que hacíamos una buena pareja. Creí que era un hombre gentil y decente. Y, a pesar de no albergar por él ningún sentimiento profundo ni conmovedor, sentía respeto y un afecto que confié en ver florecer hasta transformarse en un amor duradero. Sentía por él un cariño sincero. Y mira lo desastroso que resultó ser mi matrimonio. Si soy capaz de juzgar tan equivocadamente a un hombre al que conocía desde hacía años, ¿cómo sé que juzgaré adecuadamente a un hombre al que apenas conozco?
Genevieve buscó su mirada durante varios segundos y luego dijo:
– Te daré una respuesta sincera a esa pregunta, Catherine. Lord Bickley fue un hombre mimado y malcriado a lo largo de su privilegiada vida. Apuesto a que si Spencer hubiera nacido perfecto, tu vizconde y tú habrías mantenido una unión formal y amistosa, sin que ninguno de los dos hubiera desarrollado «profundos» ni «conmovedores» sentimientos el uno hacia el otro. Fue en el momento en que tu marido tuvo que hacer frente a la adversidad cuando mostró su verdadero carácter.
– Estoy sinceramente de acuerdo contigo. Mi padre ha dicho a menudo que el modo en que un hombre se enfrenta a las dificultades es la auténtica prueba de su valía.
– Y mira el modo en que el señor Stanton se ha comportado desde su llegada a Londres. Se ha mantenido inquebrantable y leal a tu hermano y a su proyecto del museo. Ha mantenido la cabeza fría y calma, protegiéndote y ofreciendo su ayuda cuando fuiste herida. Dejó sus preocupaciones a un lado para acompañarte a Little Longstone y asegurarse de que estabas a salvo. Se tomó tiempo para establecer una relación con tu hijo. No es ningún aristócrata malcriado, sino un hombre que se ha hecho a sí mismo. En el corto plazo de tiempo que hace que le conoces, has compartido con él más intimidades que con tu marido en diez años. Es así como sabes la clase de hombre que es.
Catherine cerró los ojos y se llevó las yemas de los dedos a las sienes.
– ¿Por qué me dices todo esto? Vine con la esperanza de que me ayudaras a ver las cosas más claramente.
– Y eso es precisamente lo que estoy intentando. Creo que el problema es que no te estoy diciendo lo que a ti te gustaría oír.
Catherine apoyó las manos en sus rodillas y esbozó una débil sonrisa.
– Sí, es cierto.
– Porque soy tu amiga. Porque no quiero que cometas un error que lamentarás el resto de tu vida. Porque no hacer frente a la verdad, no escuchar a tu corazón, es mucho más dañino, más perjudicial que cualquier otro dolor. Y me parece que no has examinado tu corazón en este asunto, Catherine. Te da miedo hacerlo, lo que, a juzgar por tu pasado, es algo completamente comprensible. También yo estaría asustada si estuviera en tu lugar. Pero debes intentar dejar tus miedos a un lado. Se te negó la felicidad durante mucho tiempo, querida mía. No vuelvas a negártela.
– Pero ¿es que no ves que no me la estoy negando? Quería un amante y me hice con uno. No quiero un marido, de modo que no lo tendré. Hay exactamente cuatro motivos por los que una mujer debería casarse. -Fue contando los motivos con los dedos al tiempo que los enumeraba-: Aumentar su fortuna, mejorar su posición social, tener un hijo o la necesitad de que alguien cuide de ella. Puesto que mi situación económica está perfectamente asegurada, gozo de una buena posición social, ya tengo un hijo y no necesito que nadie cuide de mí, no tengo la menor necesidad ni el menor deseo de tener marido.
– Hay una quinta razón para que una mujer decida casarse, querida.
– ¿Y es?
– El amor. Aunque puesto que es obvio que no estás enamorada…
– No, no lo estoy.
– Bien, pues no hay nada más que hablar.
– Ya lo creo que sí. Soy feliz, Genevieve. -En cuanto a lo de examinar su corazón, lo había hecho ya con suficiente detalle. Sin duda había investigado tan profundamente como era su intención.
Durante varios segundos, Genevieve no dijo nada, limitándose a dedicar a Catherine una mirada inescrutable. Luego sonrió.
– Me alegro de que seas feliz, querida. Y no sabes cuánto me alivia saber que no corres el peligro de que te rompan el corazón. Y, obviamente, sabes muy bien lo que más te conviene. Y también a Spencer.
– Gracias. Y sí, así es. -Aun así, incluso mientras pronunciaba esas palabras, Catherine tuvo la sutil sospecha de que estaba mostrándose de acuerdo con algo con lo que no debería estar de acuerdo.
– Y ahora dime, querida, ¿quién crees que será tu próximo amante?
Catherine parpadeó.
– ¿Cómo dices?
– Tu próximo amante. ¿Te parece que preferirás a un hombre mayor y más experimentado? ¿O quizá al tipo espectacular y joven al que puedas doblegar a placer tuyo?
Una sensación de lo más desagradable le recorrió la piel al pensar en otro hombre tocándola. Antes de poder dar una respuesta, Genevieve caviló en voz alta:
– Y me pregunto qué clase de mujer calentará después de ti la cama del señor Stanton. Estoy segura de que no estará sólo mucho tiempo. Cielos, ¿no viste cómo las sobrinas del duque salivaban al verle? Y Londres está sin duda plagado de mujeres hermosas y sofisticadas a la búsqueda de distracción de sus monótonas vidas. El señor Stanton les ofrecerá a buen seguro una maravillosa distracción.
El calor hizo presa del cuerpo de Catherine. Una sensación terriblemente desagradable le recorrió la piel al pensar en otra mujer tocando a Andrew. Entrecerró los ojos sin dejar de mirar a Genevieve, quien la observaba con la inocencia de un ángel.
– Sé perfectamente lo que estás haciendo, Genevieve.
Su amiga sonrió.
– ¿Y funciona?
«Sí.»
– ¡No! -Se levantó de un salto, impulsada por una miríada de emociones. Confusión. Frustración. Angustia. Miedo. Celos. Y rabia. Apretó las manos con fuerza al tiempo que intentaba decidir si estaba más enfadada con Genevieve por aguijonearla, con Andrew por despertar esas inquietantes emociones en su vida, o consigo misma por permitir que la situación hubiera llegado hasta allí.
– No me importa quién pueda ser su próxima amante -bufó de cólera al tiempo que la rabia la convencía de que estaba diciendo la verdad-. Como tampoco sé quién será el mío. Pero estoy segura de que encontraré a alguien. ¿Por qué iba a quedarme sola?
– Cierto, ¿por qué?
La complacencia demostrada por Genevieve sólo sirvió para avivar la ira de Catherine. La determinación le tensó la columna.
– Exactamente. No tengo por qué estar sola, y tampoco es mi intención estarlo. -Y bajando la mano, cogió su retícula-. Gracias, Genevieve, por esta charla. Ha resultado de lo más… iluminadora.
– Siempre encantada de poder ayudar, querida mía.
– Y ahora, si por favor me disculpas, hay alguien a quien debo visitar.
Algo semejante a la preocupación parpadeó en los ojos de Genevieve, aunque quedó instantáneamente reemplazado por su habitual despreocupación.
– Por supuesto. ¿Te acompaño a la puerta?
– No, gracias. Conozco el camino.
«Y sé exactamente adonde voy.»
Andrew estaba un poco apartado del señor Carmichael, de lord Borthrasher, de lord Kingsly y de la señora Warrenfield, a la espera de que fueran testigos visuales de los daños que había sufrido el museo. Por fin, regresaron a su lado, todos ellos con expresión taciturna.
– Esto es terrible -murmuró la señora Warrenfield con su voz grave y rasposa al tiempo que sus palabras quedaban parcialmente amortiguadas por su velo negro.
– Un espantoso desastre -concedió lord Borthrasher arrugando el labio de pura contrariedad y paseando su fría mirada de buitre por la estancia.
Los ojos pequeños y brillantes de lord Kingsly se entrecerraron y cruzó los brazos sobre su prominente barriga.
– No había visto nada semejante.
– Diría que quizá se tarde más de los dos meses que ha calculado usted para enderezar todo esto -dijo el señor Carmichael, acariciándose despacio la barbilla y centrando la atención de Andrew en su intrincado anillo de oro en el que lucía un diamante cuadrado rodeado de ónice. Carmichael se cogió las manos tras la espalda y dirigió a Andrew una mirada glacial-. ¿No tiene nada que decir, señor Stanton?
La mirada de Andrew abarcó al grupo por entero.
– Confío en que dos meses serán tiempo suficiente. He hablado con el cristalero sobre los marcos de las ventanas y hemos contratado a obreros adicionales para recolocar el suelo. Si no surgen imprevistos, recuperaremos el tiempo perdido en un plazo de dos meses.
– Querrá decir si no surgen más desastres imprevistos -dijo lord Kingsly-. ¿Han sido apresados los rufianes que han hecho esto?
– Todavía no.
– Y lo más probable es que no lo sean -añadió el señor Carmichael frunciendo el entrecejo-. Estoy horrorizado ante la abundancia de crímenes que he presenciado desde que llegué a Londres hace apenas una semana. Los rateros y los ladrones abundan por doquier, incluso en las mejores zonas de la ciudad. Pero si sólo hace unos días que dispararon a lady Catherine… en la zona supuestamente segura de Mayfair.
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